Mensaje
por Grumilda » 01 Ago 2007, 19:00
Pues me equivocaba , se trata de un documento de la fundación Andreu Nin. No te digo que "mi" versión sea la buena, pero para que veas q no me lo invento, te pego este tocho:
(si los administradores creen que ocupa mucho, pues ya editaré el mensaje y pegaré el enlace). El trozo que precede a esto dice que se preparaba una huelga y , cuando la reacción atacase, se proclamaría la república catalana, esa era la estrategia.
Todos insisten en la necesidad de extender la Alianza al resto de España. No basta con Alianzas locales, precisa la alianza de las organizaciones a nivel de las direcciones nacionales. La CNT comienza a suavizar su posición en los pueblos, pero en Barcelona se muestra intratable. En cambio, en Madrid participa en la huelga general del 8 de septiembre, porque, dice su periódico, repugna a los obreros trabajar cuando otros obreros están en huelga, pero teme que este movimiento se aproveche por los socialistas para presionar por volver a formar parte del gobierno.
Los escamots (grupos de acción) de Estat Català. (organización nacionalista catalana extrema, afiliada a la Esquerra, compuesta sobre todo de clase media y empleados, y dirigida por Josep Dencàs, que es consejero de Gobernación, y por Miquel Badia, que es Comisario de Orden Público de Barcelona) hacen todo lo posible para que no cambie la actitud de la CNT. Esta, debido a la política de la FAI, ha perdido un tercio de los efectivos que tenía en 1931, pero es todavía la gran fuerza de Barcelona, donde se la considera la única capaz de declarar una huelga general. La Consejería de Gobernación,
a través de la Comisaría de Orden Público, acosa constantemente a los cenetistas y faistas: clausuras de sindicatos, suspensiones de Solidaridad Obrera (tres en un año, una de ellas de 104 días), 34 recogidas del diario cenetista, torturas en la Jefatura de Policía, detenciones gubernamentales constantes (la república no sólo no ha abolido, sino que utiliza a fondo esta costumbre policíaca de la monarquía, consistente en detener por un periodo máximo de 15 días, sin causa ninguna, a elementos considerados peligrosos para el orden, y mantenerlos a disposición del gobernador; no es raro que cuando llega el momento de dejarlos en libertad, la policía los espere a la puerta de la cárcel y los vuelva a detener por 15 días más y así hasta varios meses). El mayo de 1934, cinco dirigentes de la FAI (Carbó, Esgleas, García Oliver, Sanz y Herrero), visitan a Companys en su despacho de Presidente de la Generalidad y le piden que detenga la persecución de los escamots. Companys unos días después ordena que se deje en libertad a todos los detenidos gubernativos, pero en agosto el Consejo de la Generalidad decide, de nuevo, privar de libertad de acción a la FAI para apaciguar al público. Badia sale de la Comisaría de Policía, y lo substituye un tal Coll i Llac. Los escamots hacen de rompehuelgas en la huelga de tranvías.
Pero la Esquerra y la FAI se encuentran en un mismo lado cuando se trata de fastidiar a la Alianza Obrera. El 7 de septiembre se recibe de Madrid la noticia de que los obreros de la capital irán a la huelga, al día siguiente, para recibir a los propietarios del Institut Català. de Sant Isidre. La Alianza se reúne y convoca a los partidos no obreros. La Esquerra acude y discute: en Barcelona, dice, gobierna Companys y, por lo tanto, no ha de haber huelga; ésta bien en Madrid, donde gobiernan los republicanos de derechas. Los delegados de la Esquerra consiguen prolongar las discusiones hasta que ya no hay tiempo para circular órdenes de paro, y sin la CNT el concurso de la Esquerra parece indispensable para hacer una huelga general, porque puede neutralizar a la policía. La Alianza tiene que limitarse a organizar una manifestación. La convoca para el 10 de septiembre. A la misma hora, la Esquerra organiza otra. Cuando la obrera llega ante el Palacio de la Generalidad, Companys está echando un discurso a los manifestantes de la Esquerra, poniéndoles en guardia contra los provocadores. Los grupos de choque del Bloque y los escamots se enfrentan y los últimos ceden finalmente el paso. Companys ha de guardar silencio durante 40 minutos, hasta que ha desfilado la manifestación de la Alianza. Esto es una anécdota, pero sirve para mostrar el estado de ánimo general. La Esquerra desconfía de la Alianza. La Alianza quiere empujar a la Esquerra. La CNT desconfía de la Esquerra y quiere aislar a la Alianza.
El ambiente económico no es en general propicio par a la política. La crisis aleja a los obreros de la acción, del mismo modo que la prosperidad los empuja a actuar. Ahora hay crisis. El 13 por ciento de los trabajadores españoles están sin trabajo. El paro obrero ha doblado durante 1934. Los patrones despiden a los "cabezas calientes".
Pero, esta vez, a pesar de la crisis, los obreros no se alejan de la política. Hay en ellos, bien clara, una voluntad de poder. Están convencidos de que pueden gobernar mejor que los republicanos y administrar mejor que los patrones. Esto se percibe en seguida por quien conozca la atmósfera obrera del país. La Esquerra procura debilitar a la Alianza. La Unió de Rabassaires se separa, porque los campesinos, dicen sus dirigentes -de la Esquerra-, no son revolucionarios. "Los rabassaires se retiraron porque querían hacerlos ir a una huelga contra la Generalidad y separarlos, así, de la Esquerra. Los campesinos no hubieran seguido, si hubieran permanecido en la Alianza Obrera", escribe uno de sus dirigentes.(14)
La Esquerra temía verse desbordada por la Alianza, que no hacía un misterio de su táctica. En cuestiones políticas no sirven los planes secretos ni los complots. Maurín ha descrito la táctica de la Alianza:
La Generalidad puede hacer abortar el avance de la derecha; si ésta avanza, lo perderá todo. Pero si la Generalidad reacciona, puede temer las consecuencias de su gesto. Por esto, el movimiento obrero ha de estar al lado de la Generalidad para presionarla y prometerle ayuda, sin ponerse delante de ella, sin aventajarla en los primeros momentos. Lo que interesa es que la insurrección comience y que la pequeña burguesía, con sus fuerzas armadas, no tenga tiempo de retroceder. Después, ya veremos.(15)
En el resto de España, la táctica debía ser diferente, porque los partidos de la pequeña burguesía estaban fuera del poder. Allí, la Alianza debía hacerlo todo. Santiago Carrillo, entonces secretario de las Juventudes Socialistas, atribuía a la Alianza la misión de organizar la insurrección armada. Largo Caballero declaraba: "Las Alianzas no deben consistir en tirar manifiestos y organizar mítines".(16)
La segunda quincena de septiembre es muy tensa. La policía registra centenares de casas y locales. Encuentra armas en varios lugares. Muchos de sus dueños no sabrían dispararas, pero hay una fiebre general. Todo el mundo está seguro de que se hará algo para evitar que las derechas se queden con el país. El Bloque acelera su crecimiento. Los diarios de izquierdas queman. Avance de Oviedo, que dirige el socialista Javier Bueno, y El Socialista de Madrid son denunciados, multados, recogidos. La Batalla y L 'Hora coleccionan las denuncias. Nadie se preocupa por esto. En cines, cuando se proyectan las actualidades, la gente se abofetea no sólo por Gil Robles o Largo Caballero, sino por Hitler y Mussolini.
El primero de octubre, en las Cortes, Gil Robles invita a Ricardo Samper a dimitir. y Samper dimite. Consultas. Las izquierdas republicanas todavía esperan que Alcalá Zamora impedirá que Gil Robles y la CEDA entren en el gobierno. Quisieran que disolviera las Cortes y que hubiese nuevas elecciones.
No es una crisis ministerial más. Finalmente, es evidente que Lerroux formará gobierno con ministros de la CEDA, que no han hecho ninguna declaración de aceptar la república.
Después del fracaso del golpe de Estado desde fuera con Sanjurjo, el golpe desde dentro con Gil y la ayuda de Lerroux.
La Alianza lanza manifiestos y organiza una manifestación contra este peligro. Dencàs no da permiso. Pero la manifestación se hace, en las Ramblas. Choques con la policía montada. Desde el día 3, el Comité Ejecutivo de la Alianza está reunido en sesión permanente e indica a todos los comités comarcales y locales que hagan lo mismo.
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La Alianza no tiene dinero. No tiene, pues, armas. Pero los escamots poseen millares de Winchesters. Son 12000 hombres. Habría que poder forzar a la Generalidad a dar armas a los obreros. Pero ¿cómo si en la Generalidad se ve en la Alianza a un adversario?
El Comité Ejecutivo de la Alianza manda un delegado a Madrid, para enlazar con la Alianza de la capital, los socialistas y acaso los cenetistas; pues en la Regional del Centro de la CNT se intensifica la posición aliancista. El Comité Ejecutivo del Bloque se reúne todos los días. En España la Alianza necesita empuje y audacia. En Cataluña, además, ha de hacer muchos equilibrios, y mostrar mucho tacto, para no separarse más aún de la CNT y para acercarse a la pequeña burguesía, siempre inclinada a abandonar sus posiciones.
El jueves, día 4, se conoce la idea del cuarto gobierno Lerroux: Gil Robles es ministro de la Guerra. A las diez de la noche, en el local de la Federación Catalana del Partido Socialista, se reúnen en asamblea los delegados de las Alianzas locales, convocados por teléfono (y hasta para pagar estas conferencias los miembros del Ejecutivo han de hacerlo con su dinero personal). Cada delegado expone la situación de fuerzas en su pueblo.
La conclusión es evidente: si empieza la lucha, la Alianza controlará la vida de todas las poblaciones de Cataluña menos Barcelona. Pero es el punto decisivo. Nin y Bonet, antiguos cenetistas, se entrevistan, tras muchas tentativas, con unos cuantos dirigentes de la F Al, entre ellos Francisco Ascaso. La CNT no cree necesario establecer alianzas ni pactos; en la calle nos encontraremos, les dicen.
Otra delegación va a la Generalidad. Entrevista fría con Companys, que ha tenido que interrumpir una cena tardía. Los delegados de la Alianza le comunican el acuerdo, ya conocido, de junio: si las derechas atacan -y ahora atacan, con entrada en el gobierno- hay que proclamar la república catalana. Companys vacila. No sabe qué harán los socialistas republicanos. Alcalá Zamora, dice, había prometido no admitir a la CEDA. Finalmente, la delegación aliancista le informa que el día siguiente habrá huelga general en toda Cataluña y que espera que la Generalidad no ponga obstáculos a esta expresión de lucha.
La asamblea al escuchar el informe de estas entrevistas, saca la impresión de que no ocurrirá nada si no se presiona. Decide que haya huelga general al día siguiente, viernes 5. el Centro de Dependientes (CADCI) y otras organizaciones que no forman parte de la Alianza, pero que han sido invitadas a la asamblea, anuncian su adhesión a la huelga. Maurín cierra la reunión: (17)
La Alianza Obrera hace honor a su propia consigna. Hemos sido nosotros los que primero hemos dicho que un gobierno Lerroux-Gil Robles sería la señal de una huelga general revolucionaria. Los trabajadores piden el poder para organizar la economía sobre bases socialistas. ...¡O el feudalismo o nosotros! ¡O el fascismo o la revolución social! ...Hemos invitado al Gobierno de la Generalidad a proclamar la República Catalana. Si no la proclama, lo haremos nosotros. Hay que atacar a fondo el Estado feudocentralista...
Vamos a una huelga revolucionaria. Van a ella los obreros del resto de España. La Esquerra ha dicho que no se opondrá a una huelga de protesta. Nosotros la haremos con carácter revolucionario hasta allá donde nos permitan las circunstancias y si éstas son propicias, lo de hoy puede ser el prólogo de la insurrección armada.
Cada uno de los delegados saldrá ahora por el medio de transporte más rápido de que disponga. En la localidad respectiva, los Comités de Alianza y Comités revolucionarios declararán inmediatamente la huelga general revolucionaria. Si los ayuntamientos y otras autoridades son de la Esquerra, de momento se llevará una acción conjunta con ellas, hasta que cambien las circunstancias o haya una orden de la Alianza. Pero allí donde las autoridades sean de derechas, serán destituidas inmediatamente. La finalidad inmediata ya sabéis cuál es: la República Catalana. Hay que empujar a la Esquerra a que la proclame. Si no lo hace, lo hacéis vosotros. La Alianza está atenta a la marcha de los acontecimientos e irá dando las consignas apropiadas para el triunfo del movimiento.
Y ahora, que cada uno ocupe el lugar que le corresponde. No se nos ocultan las dificultades. La situación es grave. Pero hay que tener audacia y fe en la fuerza de la clase obrera. También tenían dificultades, y enormes, los. trabajadores rusos, y supieron triunfar. La Alianza Obrera, que significa la unión de todos los trabajadores, es una garantía para nosotros. Adelante y a la victoria...
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A las tres y media de la madrugada ya del viernes, todos los asambleístas regresan a sus pueblos. En éstos, los comités de Alianza, previendo las decisiones, han comenzado a caldear el ambiente, a tomar disposiciones, a reunir todas las pistolas de que se dispone, que son muy pocas.
En los locales del Bloque, movilización general, total. El Ejecutivo escucha el informe de la asamblea de la Alianza. En un cuarto de al lado, se improvisa un comité militar –Rovira, Rodríguez, Salas y algunos otros-. El problema es conseguir que la huelga sea general en Barcelona, pues de que lo será en Cataluña todos están seguros. Los bloquistas no fían mucho en el dinamismo de las demás organizaciones de la Alianza; los comunistas han ingresado en ella en la asamblea de aquella noche y todos saben que tratarán de sacar tajada, pero no se preocupa nadie por ello. Al Bloque corresponde, tácitamente, el preparar la huelga general de Barcelona. Sobre un plano de la ciudad, extendido encima de una mesa, marcas en rojo: las cocheras de los tranvías (toda huelga debe comenzar por la paralización de los tranvías), las centrales telefónicas, las fábricas más importantes. Los militantes llegan trayendo botellas que se llenan de gasolina en la cocina del viejo piso donde está el local central del Bloque.
A las cinco de la madrugada, los bloquistas se han distribuido por los lugares marcados en rojo sobre el plano de la ciudad. Los grupos de choque, para impedir la salida de los tranvías, los demás, sin armas (porque no las tienen) a repartir manifiestos impresos a toda prisa, a hablar a los grupos de obreros que se dirigen al trabajo. Cada hoja que cae en manos de un trabajador lleva en grandes letras negras: "Huelga general".
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Las cosas no iban como los bloquistas las habían soñado, en los pocos momentos en que se permitían soñar. Lo que se veía venir, según me dijo Portela al salir de la asamblea de la Alianza, era "una revolución con permiso de la autoridad competente". Pero la autoridad resultó más bien incompetente y su permiso fue de estira y afloja.
Aquella misma madrugada, la Delegación del Estado (policía) en Barcelona enviaba por telex al ministro de la Gobernación un informe en el cual se decía:
La Alianza Obrera Revolucionaria intentará para la próxima madrugada la huelga general en toda cataluña. ..La Esquerra no quiere la huelga, porque cree que esto la perjudicaría, complicando la situación; pero los “escamots” del Estat Català separatista la secundarán, porque creen que la Alianza Revolucionaria les ayudará a proclamar una República separatista y es posible que, incluso, cooperen a la huelga.
Sin embargo, como que los anarquistas están en contra del movimiento, es muy difícil que, al menos en Barcelona, la Alianza Obrera Revolucionaria consiga un paro completo. La última vez que la Alianza quiso hacer una huelga, fracasó completamente en la capital, donde no la secundaron los anarquistas y no holgó ni una fábrica. En otros sitios de Cataluña, la Alianza Obrera, que son los comunistas, socialistas y sindicalistas de Pestaña, tiene una fuerza evidente y puede hacer una huelga aunque se oponga la CNT.
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El Delegado del Estado, J. Carreras y Pons, no erraba en la evaluación de las fuerzas. Pero se equivocó en pensar que los obreros de la CNT seguirían a sus dirigentes. La huelga fue general. Los obreros, aunque no recibieron la orden de quienes estaban acostumbrados a seguir, comprendieron que la situación exigía que reaccionaran y por esto respondieron al llamamiento de la Alianza. La CEDA en el gobierno significaba jornada más larga y salario más corto. Los dirigentes de la CNT quedaron sorprendidos.
La huelga fue un éxito en toda Cataluña, Barcelona incluida. La Esquerra se oponía a ella. La policía no fue neutral. Para impedir la salida de los tranvías hubo que tirotearse con los policías afiliados a Estat Catala de Dencas. que los vigilaban desde que la CNT, unos meses antes, había perdido la huelga del transporte urbano. Precisó incendiar algunos vehículos que lograron salir. Hacia las ocho y media, ya no quedaba ningún tranvía en la ciudad. El Metro y los autobuses habían parado. Costó media docena de aliancistas heridos. Cuando grupos de la Alianza iban a hacer cerrar los bancos, que habían abierto, un obrero fue muerto. Pero los bancos cerraron. Hubo tiroteos con la policía en otros lugares de la ciudad. Sesenta y tres aliancistas detenidos y treinta y dos pistolas incautadas. La policía se dedicó, incluso, a clausurar sindicatos. El Comisario de Orden Público había dado orden de que se detuviera a quienes fomentaran la huelga y que, por primera vez en muchos meses, se dejara en paz a los cenetistas. Por fin los detenidos fueron dejados en libertad por la tarde, cuando ya se había comprobado que la huelga era realmente general y la ciudad parecía un desierto.
La FAI se resistía. Mientras en Asturias los cenetistas preparaban la huelga junto con los demás componentes de la Alianza, en Barcelona los faístas trataban de entrar al trabajo:
El mayor escollo de la huelga fue la resistencia que opuso la FAI. Los de la FAI se negaban a cesar en el trabajo. Cedían en algunas fábricas ante la coacción momentánea, pero tornaban al trabajo, y aún con más ahínco que nunca, tan pronto como los coaccionadores se alejaban. Se dio el caso de ofrecerse los obreros de la FAI a sus patronos para defender la fábrica y las mismas cajas de caudales. (18)
En algunos lugares los faístas recibieron a tiros a la comisión de obreros que iba a pedirles que dejaran el trabajo. "En la calle nos encontraremos", habían dicho los dirigentes anarquistas a los delegados de la Alianza. Pero, al parecer, se encontraban en distintos lados de la barricada. En el resto de Cataluña, los anarquistas, en minoría, se mostraron pasivos, no se opusieron a la Alianza y en algunos pueblos hasta colaboraron individualmente con ella.
En Sabadell, la Alianza aisló a la guardia civil, ocupó el Ayuntamiento y proclamó la República Catalana; en Vilanova, proclamó la República Socialista; en Sitges, ocupó el Ayuntamiento; en Lérida, los ferroviarios se unieron a la huelga y para hacerla más completa descarrilaron un tren de mercancías por el lado de Madrid. Tiroteos con la guardia civil casi en todas partes y huelga en todos los pueblos y ciudades. Dencàs cuando supo que en Sabadell se había proclamado la República Catalana, se puso furioso; se enteró porque se lo dijeron unos delegados de la Alianza que habían ido a verlo para
pedirle armas, que lo encontraron durmiendo ya los que recibió en calzoncillos.
Del resto de España llegaban noticias: huelga general en Madrid, en otras ciudades. La CNT no se oponía, pero no participaba, fuera de Asturias.
Por fin, en Barcelona, Estat Català, viendo que estaba siendo desbordado, formó unas comisiones de huelga, a mediodía, cuando ya la huelga era general. Entonces, habiendo cesado el peligro de tiroteos, la gente salió a la calle. El Parlamento Catalán se reunió. La Generalidad tenia 2 500 guardias de asalto y los mozos de escuadra (guardia especial de la Generalidad) concentrados en Barcelona, siete mil escamots con Winchesters y cinco mil sin armas o sólo con pistola. El capitán general ordenó el acuartelamiento de las tropas. Lo que Companys creía que seria un nuevo 14 de abril y Dencàs vio cómo un paseo triunfal con matanzas de obreros, se convertía, gracias a la Alianza, en un movimiento revolucionario.
La Generalidad controlaba, con la policía, las emisoras de radio, que la Alianza no pudo utilizar ni una sola vez. Se husmeaba el olor de la claudicación por miedo al empuje obrero. (19) Para atajarla, la Alianza organizó una manifestación el viernes al atardecer. A las ocho de la noche, la manifestación se puso en marcha detrás de un desplegado que decía: “Exigimos la proclamación de la República Catalana”. Doce mil personas llegaron al Palacio de la Generalidad, en el cual entró una delegación para hablar con Companys. Este la recibe delante de un grupo de diputados. Por las ventanas llega el grito de
la multitud: ¡Armas! ¡Armas
Hay que tener serenidad y confiar en el gobierno de la Generalidad. Si se necesitaran, habría armas... dice Companys. La delegación le contesta que lo que el pueblo quiere es la proclamación de la República Catalana y armas para defenderla. No comprende la pasividad de la Generalidad. En toda defensa siempre es mejor atacar. Companys se enoja: "Sabemos perfectamente lo que hay que hacer". Y no comprende por qué se ha organizado esta manifestación. “Pero no iremos más allá de los que, en este momento, tienen la palabra”. No dice quiénes son estos misteriosos personajes que tienen la palabra y no la usan. Azaña lo visitó el día antes.
Los diputados miran con asombro a Companys discutiendo con los cuatro delegados de la Alianza, que insisten en que hay que actuar y dar armas. Companys, furioso, corta la entrevista afirmando que "todo está previsto". Pero la delegación insiste. Por fin, Companys toma del brazo a un viejo militante, del cual había sido defensor en los tiempos heroicos de la CNT, David Rey, del Bloque, y se lo lleva a su despacho privado. A través de la puerta se oyen los gritos. El viejo militante sale, rojo de cara y con los puños cerrados.
Desde lo alto de una escalera, uno de los delegados informa a la multitud:
Hemos conminado al Gobierno a proclamar la República Catalana y le hemos dicho que si él no lo hace, lo hará la Alianza Obrera. Hemos pedido armas. Se nos ha dicho que mañana se adoptará una decisión y que si las circunstancias lo aconsejan, nos darán armas... La Alianza ha concedido este margen de confianza, pero si ve que se duda, proclamará la República Catalana y llamará al pueblo a defenderla.
No hay aplausos. La gente está decepcionada. Pero comprende que no se puede hacer otra cosa. Romper con la Generalidad, en ese momento, impediría toda posibilidad de acción.
Grupos de aliancistas recorren las armerías para asaltarlas, pero todas están bien guardadas por fuertes piquetes de policía. Luchar contra ésta sería absurdo, en este momento. Dencàs sigue obsesionado por el temor de que la Alianza se arme. De madrugada se pega a los muros de la ciudad un Boletín de la Alianza Obrera, con noticias de la huelga y de las provincias. En Lérida patrulla las calles una milicia obrera; en Tarragona, igual; en Gerona, la Alianza lo controla todo; en Villafranca, los obreros se han instalado en los locales de los partidos de derechas; y han quemado un convento y cuatro iglesias.
A las nueve de la noche, grupos de aliancistas requisan autos para mantener el contacto con los barrios y los pueblos, puesto que no funcionan los transportes urbanos.
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Seis de octubre. Sábado, día de huelga general en Cataluña. No hay periódicos. La gente se entera de lo que ocurre por la radio y por otro Boletín de la Alianza. Este comienza, con grandes letras: "Viva la República Catalana". La FAI hace circular un manifiesto ordenando a los obreros que vayan a reabrir los locales de los sindicatos clausurados por la policía. No adhiere a la huelga, pero quiere aprovecharse de ella. Dencàs tiene un motivo ahora, para tomar la ciudad “militarmente” con los escamots. Las paredes se cubren de carteles de la Alianza: "En esta hora grave precisa una acción enérgica y decidida. Hay que proclamar la República Catalana hoy mismo, mañana acaso ya sería tarde. ¡Viva la huelga general revolucionaria!¡Viva la República Catalana!
En el resto de Cataluña, la presión aumentaba. Se habían constituido comités revolucionarios, con la colaboración de los rabassaires, a pesar de las órdenes de sus dirigentes, y en algunos lugares, de la CNT local. El comité registraba las casas de los elementos de derechas y les tomaba las armas ocultas. El de Lérida se incautó de una imprenta y publicó un diario. El de Manresa convocó a una asamblea popular en la plaza de toros. En Gerona, en uno de los trenes paralizados, viajaba el ministro de asuntos exteriores francés, que se hallaba de vacaciones. En Palafrugell se quemaron los muebles de los locales de partidos de derechas. La Generalidad pide al Comité Ejecutivo de la Alianza que indique al de Lérida que deje circular un tren cargado de ganado. A las tres de la tarde del sábado, ya se ha proclamado la República Catalana en toda Cataluña, menos en Barcelona.
Una comisión de la Alianza vuelve a visitar la Generalidad. No puede esperarse más, le dice a Companys. Lo que se haga en Cataluña determinará lo que se haga en el resto de España, donde la huelga es casi general. Hay que aprovechar el espíritu combativo de la masa, dar armas, rodear los cuarteles... Companys asegura, promete, vacila, se enoja. .. Los grupos de choque del Bloque han ocupado, entre tanto, el edificio del Fomento del Trabajo Nacional, la patronal, que acaba de trasladar sus oficinas a un nuevo edificio. Allí se instala la Alianza, muy cerca del Palacio de la Generalidad. Se dispone un lugar de socorro, con enfermeras y médicos, y un depósito de las escasas municiones, de que se dispone. Pero el Comité Ejecutivo se reúne en otros lugares, porque en cualquier momento Dencàs puede dar orden de detenerlo.
Las armerías siguen guardadas por la policía. Un comité militar de la Alianza, formado por la mañana, convierte la ancha calle donde está el local en un campo de adiestramiento. Se forman grupos y secciones con hombres de la misma organización, para que se conozcan entre sí. Se crea una sección de ametralladoras -sin ametralladoras-, bajo el mando de un antiguo sargento. Hay unos seis mil hombres y unas docenas de mujeres.
A las seis de la tarde, el Ejecutivo de la Alianza considera que es inútil seguir visitando a Companys y para presionarlo organiza una nueva manifestación, de aspecto militar. Las calles están desiertas, pero la gente se aglomera en los balcones y aplaude. Orden de resistencia pasiva si la policía intenta impedir el desfile. Debajo de la pancarta de la Alianza, el Comité Ejecutivo en peso. Muchos salen de su casa para agregarse a la manifestación. Cuando ésta llega delante del Palacio de la Generalidad, las ventanas están cerradas. La gente desfila, tratando de marcar el paso, por delante del Comité Ejecutivo. puño en alto y gritando solamente: ¡Viva la República Catalana! ¡Queremos armas!...
Nadie sabe qué efecto habrá tenido el desfile, que Companys ha contemplado desde detrás de las persianas. No hay que esperar mucho por la respuesta. A las ocho de la tarde, Companys sale al balcón de la Generalidad y delante de la gente que llena a medias la ancha plaza, proclama el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. No da órdenes ni orientaciones, sólo pide que se tenga confianza en su gobierno.
Ahora les llega el turno a los escamots, los únicos con armas.
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La gente de la Alianza está concentrada en el edificio de la patronal, esperando armas. Muchos piensan que en cuanto oigan unos tiros, irán allí para recoger los Winchesters de los escamots que caigan bajo las balas.
En el CADCI se han reunido unos cuantos miembros de Estat Català Proletari -recién constituido y que no forma parte de la Alianza-, y desde los balcones, con fusiles vigilan el cuartel de Atarazanas, al otro lado de las Ramblas. Los otros cuarteles, nadie los vigila, porque la policía está concentrada en las Comisarías y los escamots están en sus locales. La calle pertenece al primero que la ocupe.
El primero en ocuparla es el ejército. Después de cruzar por teléfono unas frases con Companys y de constatar con Madrid por telex, el capitán general, el catalán Domenec Batet (fusilado en 1936 en Burgos por los militares alzados), da orden a la tropa de salir a proclamar el estado de guerra y de restablecer el orden.
A las nueve de la noche salen de Atarazanas cañones y ametralladoras. Cañonean el CADCI -donde mueren varios de sus defensores, entre ellos los jefes de Estat Català Proletari Jaume Comte y J. García Alba-. ¡Increíble! Dencas, el tartarín nacionalista, no moviliza a su gente. A las diez, los soldados están frente al Palacio de la Generalidad.
Al escuchar los primeros tiros, muchos obreros salen de sus casas y van a los locales de la Alianza. Dencas, a las siete y media, había prometido mil fusiles, pero nunca llegaron. Las únicas armas que la Generalidad entrega a los obreros son las pistolas personales de Companys y algunos diputados, que las dan, ya pasada media noche, a un militante aliancista que había ido de enlace a la Generalidad. Una docena en total...
Los aliancistas comienzan a visitar las viviendas de los derechistas, exigiendo la entrega de armas. La radio lanza al aire canciones folklóricas y discursos de Dencàs. Los escamots siguen en sus locales, con los fusiles entre las piernas. Hay que comer. Se requisan alimentos en las tiendas cuyos dueños, según el sindicato correspondiente, tratan peor a sus empleados. En cambio, los farmacéuticos entregan de buena gana gasas y material de cura para los botiquines.
Cuando amanece, la gente concentrada en la Alianza comienza a dispersarse. Sólo quedan los militantes. Llega el ruido de los cañones que disparan contra la Generalidad. Les contestan fusiles. A las seis y media, Companys decide rendirse, en vez de salir por la puerta trasera, ponerse al frente de la Alianza y los escamots y establecerse en cualquiera de las ciudades catalanas, como le sugiere su jefe de Mozos de Escuadra. Había hecho el gesto y esto le bastaba. Mientras el gobierno de la Generalidad y los miembros del Ayuntamiento pasan detenidos entre dos filas de soldados. Dencàs sale por las alcantarillas del edificio de la Conserjería de Gobernación y Badía, su lugarteniente, huye de una casa cercana a la Generalidad donde deja un considerable depósito de bombas, fusiles, unas ametralladoras y mucha munición, sin haber disparado ni un solo tiro.
La rendición llega sin derrota. Estaban los escamots, la Alianza, armas y mucha gente dispuesta a actuar. Toda Cataluña en poder de la Alianza o de la Esquerra. En las poblaciones cercanas a Barcelona habían comenzado a movilizarse grupos de obreros y rabassaires dispuestos a intervenir sin esperar ya más las órdenes que no llegaban. Desorientadas por el hitlerismo de Dencàs -que a última hora, por radio, pedía a la Alianza que se lanzara al combate sin armas, mientras mantenía a los escamots armados encerrados en sus locales-, estas fuerzas se habían rehecho, en la madrugada del domingo día 7. Querían luchar. Si el gobierno de la Generalidad se hubiera trasladado a cualquier población, hubiese encontrado un apoyo en masa y el combate hubiera podido comenzar y continuar. No se sabe, claro, con qué resultado, pero Cataluña hubiese podido hacer, por lo menos, lo mismo que Asturias.
Cuando la radio dio la noticia de la rendición de la Generalidad, los centros de escamots se vaciaron en diez minutos. Los Winchesters quedaron tirados bajo las mesas. En los pueblos, la gente de la Esquerra abandonó los ayuntamientos, donde quedaron sólo los aliancistas. Finalmente, la Alianza ordenó: apoderaos de las armas abandonadas; retiraos a casa; cuando llegue la represión, negad; lo importante, ahora, es salvar hombres y armas; la lucha ha terminado hoy, pero continuará en el futuro.
El miedo a los obreros, más que al ejército, hizo capitular a la Generalidad. Posiblemente la Alianza no hubiera sido bastante fuerte para tomar la dirección de la lucha, si ésta hubiérase realmente comenzado. Pero Companys no quiso arriesgarse.
Los aliancistas recorrieron algunos locales de escamots, recogiendo armas y municiones, que ocultaron para días mejores. No pocas de estas armas sirvieron el 19 de julio de 1936. Una quincena de bloquistas fueron a la Comisaría de Orden Público -abandonada por el Comisario General-, pero encontraron a los guardias tan desmoralizados y sin oficiales, que no pudieron hacer nada.
Se dio la orden de retirarse del local de la Alianza. U n grupo de aliancistas se dirigió a Gracia. Sostuvo tiroteos con la guardia civil en diversos lugares, llegó a Sant Cugat, donde se instaló en el ayuntamiento y después hasta cerca de Sabadell. Ante la inutilidad de su intento, finalmente se desbandó. Dejó, en los tiroteos, a cuatro muertos (entre ellos, dos mujeres bloquistas) ya diecisiete detenidos, que semanas más tarde fueron condenados por un consejo de guerra y estuvieron en el fuerte de San Cristóbal de Pamplona hasta febrero de 1936.
Cuando ya no había lucha en ninguna parte, Patricio Navarro, del Comité Regional de la CNT, habló por radio desde la Capitanía General ordenando a los obreros que acudieran al trabajo.
Los hechos de octubre costaron en Cataluña 74 muertos (de ellos 22 de las fuerzas de orden público) y 252 heridos. (20) Fuera de dos muertos de la Esquerra y una docena de víctimas accidentales, los demás fueron todos aliancistas.
En Asturias, la Alianza Obrera no había tenido que esperar la colaboración de los republicanos. No sintió miedo a la revolución. Se luchó durante dos semanas y el gobierno tuvo que recurrir a las fuerzas del Tercio (Legión Extranjera) para aplastar el alzamiento de los mineros. El Bloque, claro está, participó en esta lucha, aunque sólo contaba allí con un grupo reducido. Los miembros de éste eran gente de tradición, conocida de los mineros y ocuparon cargos de responsabilidad en los comités que organizaron la vida local durante el tiempo que los obreros dominaron a Asturias. Uno de ellos, Manuel Grossi, fue condenado a muerte e indultado como los demás civiles encartados. (21)
Asturias confirmó el acierto de las tesis de la Alianza, y de rebote el acierto del Bloque al proponer su formación en Cataluña. Si la Alianza no hubiera surgido en Barcelona, posiblemente la iniciativa no habría aparecido en otros lugares de España. La Alianza asturiana demostró mucha imaginación y dotes de iniciativa en organizar la vida cotidiana. Quien observara bien los acontecimientos de Asturias podía prever, en cierto modo, lo que sucedería en julio de 1936. Las milicias, las colectivizaciones y los comités que aparecieron en los comienzos de la guerra civil, estaban ya en germen en la experiencia asturiana de 1934.
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