Contra el fetichismo obrero

Confrontación e intercambio de ideas entre las diferentes tendencias del Anarquismo, así como crítica desde un prisma libertario a otras corrientes ideológicas e información sobre éstas.
sin más
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por sin más » 06 Abr 2011, 03:12

lobison escribió:Las relaciones de explotación conllevan una ideología, y creo que es ingenuo suponer que primero se da una relación carente de ideología y esta relación (cuya materialidad es de por sí discutible) determinaría una ideología.
No digo que exista una primera relación carente de ideología, digo que la ideología surge desde las diferentes relaciones, a la vez, y se modifica a partir de los cambios en éstas.

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Jorge.
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por Jorge. » 06 Abr 2011, 07:53

Yo eso no lo veo claro. En una relación laboral, por ejemplo, pueden surgir comportamientos altruístas, egoístas, individualistas, cooperativos, cosas muy diversas. Si de lo mismo salen tendencias tan variadas, ¿cómo podemos decir que la relación laboral condiciona la manera de pensar? Eso del huevo o la gallina es complicado... Antes del huevo, o de la gallina, tuvo que haber algo distinto.

Yo me hago la picha un lío.

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Winston
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por Winston » 06 Abr 2011, 09:01

Lo que si determina la ideología en las relaciones laborares es si sientes, en el caso del sentido de clase, es decir si sientes la explotación. Ahora bien si eres un esclavo laboral , matizo; a los ojos de los compañeros eres un esclavo laboral, no te sientes parte de ninguna clase explotada y por lo tanto no tienes esas ideas que perturban la buena marcha de la empresa; si no que formas parte de la cadena productiva de la empresa en un espacio de trabajo "conservador" con respecto a tus compañeros.

Es un ejemplo, muy generalista y en un supuesto de dos tipos antagónicos puesto que en el mundo del trabajo existen múltiples matices.
Yo prefiero que la ideología surja del todo, es decir de la relación social, del trabajo, de la ecología, la libertad, la contraposición a los conceptos de dominación social (jerarquía, patriarcado) etc.

No se si me explico :roll: .

Salud.
...es preciso poner al día discursos, estadísticas y datos...para demostrar que las predicciones del Partido nunca fallan[...]no puede admitirse en ningún caso que la doctrina política del Partido haya cambiado lo más mínimo porque cualquier variación es una debilidad.
Y si los hechos demuestran otra cosa, habrá que cambiar los hechos...
EL LIBRO.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por lobison » 06 Abr 2011, 14:35

sin más escribió: No digo que exista una primera relación carente de ideología, digo que la ideología surge desde las diferentes relaciones, a la vez, y se modifica a partir de los cambios en éstas.
En eso nos vamos acercando. Porque creo que hay una retroalimentación entre las relaciones sociales de producción y la ideología dominante, que se contruyen mutuamente, "sin determinación". Pero nosotros hablamos de ideología dominante, presuponiendo varias distintas, con una hegemónica (como diría Gramsci), cuando Marx en realidad consideraba a la ideología como una sola y única, que era la que dominaba, y la llamaba "falsa conciencia". Si bien no estoy de acuerdo con esta concepción marxista, no dejo de reconocer que es una discusión superinteresante y que los aportes de Marx son realmente novedosos para la época y en algunos aspectos, geniales. Toda la literatura que escribió sobre la alienación en el capitalismo, es muy recomendable, incluso para los que sentimos genuina repugnancia por Marx. Creo que esos son los aspectos de Marx más rescatables.
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por lobison » 06 Abr 2011, 15:05

Jorge. escribió:Yo eso no lo veo claro. En una relación laboral, por ejemplo, pueden surgir comportamientos altruístas, egoístas, individualistas, cooperativos, cosas muy diversas. Si de lo mismo salen tendencias tan variadas, ¿cómo podemos decir que la relación laboral condiciona la manera de pensar? Eso del huevo o la gallina es complicado... Antes del huevo, o de la gallina, tuvo que haber algo distinto.

Yo me hago la picha un lío.
Bueno, ahí está a veces la razón por la cual decimos casi lo mismo y no nos entendemos. Condiciona, decís, y está correcto. Porque condicionar no es determinar. Para ejemplificar la diferencia entre los dos conceptos: algo condiciona cuando influye (mucho o poco) sobre otra cosa. Algo (elemento A) determina a otra cosa (elemento B) cuando cuando es la causa decisiva y exclusiva de esa propia cosa. El color de ojos está determinado genéticamente, por ejemplo. La determiación es 100%. Una influencia o condicionamiento puede variar en un porcentaje que va de 0 a 99%, para decirlo en términos más estadísticos. Otro ejemplo, veamos la proposición: "la opinión de los votantes está determinada por el éxito de la política económica del gobierno de turno". Es falso, porque los votantes no teienen como única motivación al votar un candidato, la política económica, sino múltiples causas. Entonces decimos, la opinión de los votantes está condicionada por la política económica (y en qué grado no sabemos, porque es variable y mteria de discusión). Por eso creo que la relaciónlaboral condiciona, pero no determina la manera de pensar: a veces condiciona mucho, a veces nada.

Además, los comportamientos altruistas o egoístas, no son exclusivos de una ideología, sino que pertenecen a la propia naturaleza humana, hay tipos que se asumen como burgueses, y pueden tener actos de altruismo y generosidad impropios de su clase, y he conocido a trabajadores anarquistas y marxistas, con actitudes tan egoístas e interesadas, que uno piensa que con amigos así, no hacen falta los enemigos. Ese es el tema principal de La Ayuda Mutua. Un libro genial, pleno de vigencia, que conviene leer a quienes no lo leyeron.

Y claro que antes del huevo o la gallina hubo algo distinto, en las sociedades primitivas sin estado, no existía la explotación económica, aunque existían grados de autoridad política y religiosa, lo cual ha sido demostrado ampliamente por la antropología moderna. La acumulación primera en lo económico se dio a partir del poder político, y luego se retroalimentó, ya que una vez que los que políticamente tenían más prestigio se apropiaron de las redes de intercambio y el excedente económico, el paso hacia las jefaturas y señoríos, para luego conformar Estados primitivos fue muy rápido y se dio vertiginosamente. Una visión muy accesible y por demás interesante es la del antropólogo Marvin Harris, que lo explica muy amenamente en Caníbales y Reyes, y en Nuestra Especie, ambos de Alianza Editorial. Los marxistas plantean erróneamente que primero se acumuló en manos de un pequeño grupo un excedente económico, y luego surgió la autoridad política. Eso no se verificó en ninguna sociedad etnográfica (mal llamadas primitivas) investigadas en la actualidad. Por ejemplo, las sociedades cazadoras recolectoras de bosquinamos practican un comunismo primitivo, con liderazgos muy limitados, solo a efectos prácticos, y practican un igualitarismo que sorprendería a muchos anarquistas. En todo caso, si les gusta, les puedo proporcionar algún texto interesante.
Salud.
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por Jorge. » 06 Abr 2011, 15:28

Claro, manda los textos esos interesantes etnográficos.

Pero si fue la autoridad política antes que la explotación económica, ¿a qué se debería la acumulación de autoridad en algunos personajes? ¿A cuestiones culturales, genéticas?

Y si previo a la acumulación económica y a la explotación económica, existe una acumulación de poder político previo, que hace que unos cuantos se apoderen de lo que sea, ¿cómo podemos decir que la base material, la infrastructura, condiciona la aparición del poder político?

Trasladado eso al mundo obrero, ¿qué es lo que condiciona el pensamiento de los trabajadores, haciéndolos a veces tan mezquinos y reaccionarios? Tengo ahora mismo conocimiento de uno muy mezquino, y no me cuadra con ninguna teoría habida ni por haber. Se, trata en resumen, de mujeres pobres contra mujeres inmigrantes, también pobres.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por bow » 06 Abr 2011, 16:11

No he leído "Caníbales y Reyes" pero sí "Nuestra Especie", recuerdo a lo que se refiere lobison, y no estoy de acuerdo con lo que dice. En las sociedades primitivas el poder político recae sobre los integrantes de la sociedad, no sobre los jefes o chamanes. Especialmente los jefes debían demostrar día a día que merecían ese puesto, lo que incluía desprenderse de sus posesiones materiales, siendo estos los visiblemente más pobres miembros de la sociedad. Eso se explica más extensamente en "La sociedad contra el Estado" de Pierre Clastres.

Por otro lado, Harris me parece bastante explícito afirmando que la acumulación económica precede a la acumulación de poder político, ya que marca los primeros precedentes de Estado en el sistema redistributivo basado en "grandes hombres". Estos individuos ganaban prestigio consiguiendo y almacenando muchos recursos e invitando a los miembros de la sociedad a suculentos banquetes. Aún así, estos debían seguir esforzándose mucho y demostrar su valía si querían mantener su estatus, no tenían tampoco ningún poder político. Fue la retroalimentación entre economía y prestigio, la que llevó en determinado momento a la generación de especialistas bélicos a las ordenes de estos cabecillas. Y una vez se especializa la función guerrera... ya está el camino marcado hacia el Estado/Civilización, solo falta que la población esté sometida a presión económica para desalentar las rebeliones y huídas.

No se si es que lo entendemos distinto, pero no veo como esto se puede interpretar como que el prestigio precedió al poder económico, me parece muy claro que se trata del caso opuesto: es necesario acumular poder económico (preferentemente bélico, pero se empieza por el de recursos) para ejercer poder político.

PD: No he leído el hilo, solo he visto que al final se hablaba de este tema y me ha parecido interesante aportar mi opinión. Espero que esta alimente el debate que estáis llevando y no lo desvíe.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por sin más » 06 Abr 2011, 23:57

Jorge. escribió:Yo eso no lo veo claro. En una relación laboral, por ejemplo, pueden surgir comportamientos altruístas, egoístas, individualistas, cooperativos, cosas muy diversas. Si de lo mismo salen tendencias tan variadas, ¿cómo podemos decir que la relación laboral condiciona la manera de pensar? Eso del huevo o la gallina es complicado... Antes del huevo, o de la gallina, tuvo que haber algo distinto.

Yo me hago la picha un lío.
En una relación laboral puede surgir de todo, pero la rapiña entre los propios trabajadores y la creación de ciertos valores egoistas dentro y fuera de las empresas no se daría si no existiese un tipo de relación económica que lo determinase -o condicionase, si la palabra determinar crea confusión o está mal utilizada-. Y si existe altruismo, etc., es precisamente por las contradicciones y conflictos de intereses entre "la empresa" y los trabajadores (lucha de clases).

El egoismo por el egoismo es algo a lo que no le encuentro lógica, tiene que haber algo anterior que lo determine o condicione.

Sobre el huevo o la gallina no sé, eso es cosa de biólogos, pero que para que surgan ideas en un individuo ha de existir previamente un determinante material, como el cerebro por ejemplo, en el que se formen me parece de lógica; lo mismo me parece que sucede entre la sociedad y sus valores, previamente está lo material y "el cerebro" es la forma en que se dan las relaciones económicas.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por sin más » 07 Abr 2011, 00:01

lobison escribió:Bueno, ahí está a veces la razón por la cual decimos casi lo mismo y no nos entendemos. Condiciona, decís, y está correcto. Porque condicionar no es determinar. Para ejemplificar la diferencia entre los dos conceptos: algo condiciona cuando influye (mucho o poco) sobre otra cosa. Algo (elemento A) determina a otra cosa (elemento B) cuando cuando es la causa decisiva y exclusiva de esa propia cosa.
Ok, yo he utilizado la palabra determinar como sinónimo de "condicionar en primera instancia".

sin más
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por sin más » 07 Abr 2011, 00:42

Jorge. escribió:Claro, manda los textos esos interesantes etnográficos.

Pero si fue la autoridad política antes que la explotación económica, ¿a qué se debería la acumulación de autoridad en algunos personajes? ¿A cuestiones culturales, genéticas?

Y si previo a la acumulación económica y a la explotación económica, existe una acumulación de poder político previo, que hace que unos cuantos se apoderen de lo que sea, ¿cómo podemos decir que la base material, la infrastructura, condiciona la aparición del poder político?

Trasladado eso al mundo obrero, ¿qué es lo que condiciona el pensamiento de los trabajadores, haciéndolos a veces tan mezquinos y reaccionarios? Tengo ahora mismo conocimiento de uno muy mezquino, y no me cuadra con ninguna teoría habida ni por haber. Se, trata en resumen, de mujeres pobres contra mujeres inmigrantes, también pobres.
La acumulación de autoridad viene de una necesidad económica previa. Todos los antropólogos, creo, coinciden en que la desaparición forzosa de las sociedades cazadoras/reproductoras -autosuficientes e igualitaristas en mayor o menor grado- y la aparición de la agricultura -con todas las ataduras físicas y carencias que esto trajo- fue el origen de la autoridad política y social; otra vez aquí la forma de producir, lo material o infraestructural, determina lo ideológico o superestructural.

Trasladado al mundo obrero, lo que condiciona la mentalidad de los trabajadores es la supervivencia económica, y si les hacen creer que esa supervivencia está en peligro por culpa de los inmigrantes, se vuelven racistas. El racismo es otro ejemplo de la supeditación ideológica a lo material. Ni el egoismo por el egoismo, como dije antes, ni el racismo por el racismo tienen lógica, todo eso viene condicionado o determinado por lo material; por lo económico en origen.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por lobison » 07 Abr 2011, 05:58

Bow, no estoy de acuerdo con tu interpretación de Harris. El habla de cabecillas en la sociedad de cazadores-recolectores, y toma a los bosquimanos como ejemplo. En esas sociedades no es posible la acumulación, ya que son seminómades. Allí no hay autoridad y el reparto es igualitario.
En sociedades con agricultura y sedentarizadas, los grandes hombres son personajes que "no son jefes" pero impulsan y lideran a grupos de otros integrantes de la tribu a trabajar más y a juntar alimentos, a fin de repartirlos en un festín comunitario. El gran hombre no come y no se queda con nada, pero obtiene prestigio. Eso le hace ganar más adeptos y se convierte en u organizador de festines respetado. El gran hombre es grnde porque es "un gran dador". La acumulación aquí no se da tampoco. Sí dice Harris que en un momento la lógica se rompe, y el gran hombre pasa de ser el gran dador a ser el gran receptor, y se queda con el prestigio y la acumulación de bienes de toda la tribu. Allí nace la autoridad política propiamente dicha, y lo político prima sobre lo económico porque las unidades domésticas y las sociedades primitivas no acumulan y son autosuficientes. Esto es apoyado por Sahlins, que estudió y aplicó las recetas del ruso Chayanov.

Pero mejor aporto los textos, y entonces los compas ya no tendrán dudas de estos breves, pero enriquecedores debates.
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por Jorge. » 07 Abr 2011, 06:11

Clastres, al hablar de los Guayaquíes, explica que la sociedad no dividida separa al jefe del grupo. Su discurso se emite para no ser escuchado, disfruta de más mujeres, y se le elimina mediante la guerra, al exigírsele más audacia cada vez. Pero el jefe de esos recolectores acumula un capital que en la terminología de Bourdieu no sería material, sino un capital de prestigio, simbólico, que le permite arrastrar a la gente a andanzas que pos sí solos no emprenderían. En ese sentido he entendido yo la acumulación en sociedades primitivas. Bourdieu explicaba muchos tipos de capital, que eran intercambiables en un momento dado (se puede cambiar prestigio por mujeres, por ejemplo)... O por lo menos eso entendí yo.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por sin más » 07 Abr 2011, 21:21

Pero Pierre Clastres no dice, y corregidme si me equivoco, que el poder político sea anterior al económico. Dice que lo social, lo político (no el Poder político) en las sociedades primitivas, condiciona la economía, y lo hace porque deliberadamente se proponen no trabajar ni producir cada vez más; criticando lo que supuestamente dice el marxismo -que no sé si es cierto que de verdad lo plantee así, cosa que tampoco me importa excesivamente- sobre que siempre se tiende al desarrollo de las fuerzas productivas, que siempre se pretende aumentar la producción. Y esta crítica me parece muy acertada, el tema es que lo que les hace no querer producir más, opino, viene determinado por lo material, por las relaciones económicas que sostienen, que les permite vivir bien dentro de lo que conocen.

Lo material y lo ideológico se interrelacionan, sí, pero todo empieza en lo material. El origen, la base de toda sociedad, es material.

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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por lobison » 07 Abr 2011, 22:54

Bueno ahí van algunos textos. El último texto de Clastres, aclara muchas de las dudas que Jorge y Sin Mas expresaron sobre sus ideas. El de Sahlins es más técnico, abocado a la economía de las unidades familiares y por qué no acumulan, Los de Harris hablan del origen del estado:

Este de Marvin Harris, es de Nuestra Especie:

¿Había vida antes de los jefes
¿Puede existir la humanidad sin gobernantes ni gobernados? Los fundadores de la ciencia política creían que no. "Creo que existe una inclinación general en todo el género humano, un perpetuo y desazonador deseo de poder por el poder, que sólo cesa con la muerte, declaró Hobbes. Éste creía que, debido a este innato anhelo de oder, la vida anterior (o posterior) al Estado constituía una "guerra de todos contra todos", "solitaria, pobre, sórdida, bestial y breve". ¿Tenía razón Hobbes? ¿Anida en el hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitablemente a una guerra de todos contra todos? A juzgar por los ejemplos de bandas y aldeas que sobreviven en nuestros días, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra especie se manejó bastante bien sin jefe supremo, y menos aún ese todopoderoso y leviatánico Rey Dios Mortal de Inglaterra, que Hobbes creía necesario para el mantenimiento de la ley y el orden entre sus díscolos
compatriotas.
Los Estados modernos organizados en gobiernos democráticos prescinden de leviatanes hereditarios, pero no han encontrado la manera de prescindir de las desigualdades de riqueza y poder respaldadas por un sistema penal de enorme complejidad. Con todo, la vida del hombre transcurrió durante treinta mil años sin necesidad de reyes ni reinas, primeros ministros, presidentes, parlamentos, congresos, gabinetes, gobernadores, alguaciles, jueces, fiscales, secretarios de juzgado, coches patrulla, furgones celulares, cárceles ni penitenciarías. ¿Cómo se las arreglaron nuestros antepasados sin todo esto?
Las poblaciones de tamaño reducido nos dan parte de la respuesta. Con 50 personas por banda o 150 por aldea, todo el mundo se conocía íntimamente, y así los lazos del intercambio recíproco vinculaban a la gente. La gente
ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso. El antropólogo Richard Gould lo expresa así: "Cuanto mayor sea el índice de riesgo, tanto más se comparte."
La reciprocidad es la banca de las sociedades pequeñas.
En el intercambio recíproco no se especifica cuánto o qué exactamente se espera recibir a cambio ni cuándo se espera conseguirlo, casa que enturbiarla la calidad de la transacción, equiparándola al trueque o a la compra y venta. Esta distinción sigue subyaciendo en sociedades dominadas por otras formas de intercambio, incluso las capitalistas, pues entre parientes cercanos y amigos es habitual dar y tomar de forma desinteresada y sin ceremonia, en un espíritu de generosidad. Los jóvenes no pagan con dinero por sus comidas en casa ni por el uso del coche familiar, las mujeres no pasan factura a sus maridos por cocinar, y los amigos se intercambian
regalos de cumpleaños y Navidad. No obstante, hay en ello un lado sombrío, la expectativa de que nuestra generosidad sea reconocida con muestras de agradecimiento. Allí donde la reciprocidad prevalece realmente en la vida cotidiana, la etiqueta exige que la generosidad se dé por sentada. Como descubrió Roben Dentan en sus trabajos de campo entre los Semais de
Malasia central, nadie da jamás las gracias por la carne recibida de otro cazador. Después de arrastrar durante todo un día el cuerpo de un cerdo muerto por el calor de la jungla para llevarlo a la aldea, el cazador permite
que su captura sea dividida en partes iguales que luego distribuye entre todo
el grupo. Dentan explica que expresar agradecimiento por la ración recibida
indica que se es el tipo de persona mezquina que calcula lo que da y lo que
recibe. "En este contexto resulta ofensivo dar las gracias, pues se da a
entender que se ha calculado el valor de lo recibido y, por añadidura, que no
se esperaba del donante tanta generosidad." Llamar la atención sobre la
generosidad propia equivale a indicar que otros están en deuda contigo y
que esperas resarcimiento. A los pueblos igualitarios les repugna sugerir
siquiera que han sido tratados con generosidad.
Richard Lee nos cuenta cómo se percató de este aspecto de la reciprocidad a
través de un incidente muy revelador. Para complacer a los Kung, decidió
comprar un buey de gran tamaño y sacrificarlo como presente. Después de
pasar varios días buscando por las aldeas rurales bantúes el buey más
grande y hermoso de la región, adquirió uno que le parecía un espécimen
perfecto. Pero sus amigos le llevaron aparte y le aseguraron que se había
dejado engañar al comprar un animal sin valor alguno. "Por supuesto que
vamos a comerlo", le dijeron, "pero no nos va a saciar, comeremos y
regresaremos a nuestras casas con rugir de tripas". Pero cuando sacrificaron
la res de Lee, resultó estar recubierta de una gruesa capa de grasa. Más
tarde sus amigos le explicaron la razón por la cual habían manifestado
menosprecio por su regalo, aun cuando sabían mejor que él lo que había
bajo el pellejo del animal:
Sí, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran
jefe o gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o
inferiores suyos. No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues
algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. Por esto siempre decimos
que su carne no vale nada. De esta manera atemperamos su corazón y
hacemos de él un hombre pacífico.
Lee observó a grupos de hombres y mujeres regresar a casa todas las tardes
con los animales y las frutas y plantas silvestres que habían cazado y
recolectado. Lo compartían todo por un igual, incluso con los compañeros
que se habían quedado en el campamento o habían pasado el día durmiendo
o reparando sus armas y herramientas.
No sólo juntan las familias la producción del día, sino que todo el
campamento, tanto residentes como visitantes, participan a partes iguales
del total de comida disponible. La cena de todas las familias se compone de
porciones de comida de cada una de las otras familias residentes. Los
alimentos se distribuyen crudos o son preparados por los recolectores y
repartidos después. Hay un trasiego constante de nueces, bayas, raíces y
melones de un hogar a otro hasta que cada habitante ha recibido una
porción equitativa. Al día siguiente son otros los que salen en busca de
comida, y cuando regresan al campamento al final de día, se repite la
distribución de alimentos.
Lo que Hobbes no comprendió fue que en las sociedades pequeñas y
preestatales redundaba en interés de todos mantener abierto a todo el
mundo el acceso al hábitat natural. Supongamos que un !kung con un ansia
de poder como la descrita por , Hobbes se levantara un buen día y le dijera
al campamento: "A partir de ahora, todas estas tierras y todo lo que hay en
ellas es mío. Os dejaré usarlo, pero sólo con mi permiso y a condición de que
yo r reciba lo más selecto de todo lo que capturéis, recolectéis o cultivéis."
Sus compañeros, pensando que seguramente se habría vuelto loco,
recogerían sus escasas pertenencias, se pondrían en camino y, cuarenta o
cincuenta kilómetros más allá, erigirían un nuevo campamento para reanudar
su vida habitual de reciprocidad igualitaria, dejando al hombre que quería ser
rey ejercer su inútil soberanía a solas.
Si en las simples sociedades del nivel de las bandas y las aldeas existe algún
tipo de liderazgo político, éste es ejercido por individuos llamados cabecillas
que carecen de poder para obligar a otros a obedecer sus órdenes. Pero,
¿puede un líder carecer de poder y aun así dirigir?
CÓMO SER CABECILLA
Cuando un cabecilla da una orden, no dispone de medio físicos certeros para
castigar a aquellos que le desobedecen. Por consiguiente, si quiere mantener
su puesto, dará pocas órdenes. El poder político genuino depende de su
capacidad para expulsar o exterminar cualquier alianza previsible de
individuos o grupos insumisos. Entre los esquimales, un grupo seguirá a un
cazador destacado y atacará su opinión con respecto a la selección de
cazaderos; pero en todos los demás asuntos, la opinión del "líder" no pesará
más que la de cualquier otro hombre. De manera similar, entre los !kung
cada banda tiene sus "líderes" reconocidos, en su mayoría varones. Estos
hombres toman la palabra con mayor frecuencia que los demás y se les
escucha con algo más de deferencia, pero no poseen ninguna autoridad
explícita y sólo pueden usar su fuerza de persuasión, nunca dar órdenes:
Cuando Lee preguntó a los !kung si tenían "cabecillas" en el sentido de jefes
poderosos, le respondieron: "Naturalmente que tenemos cabecillas. De
hecho, somos todos cabecillas... cada uno es su propio cabecilla."
Ser cabecilla puede resultar una responsabilidad frustrarte y tediosa. Los
cabecillas de los grupos indios brasileños como los mehinacus del Parque
Nacional de Xingu nos traen a la memoria la fervorosa actuación de los jefes
de tropa de los boy-scouts durante una acampada de fin de semana. El
primero en levantarse por la mañana, el cabecilla intenta despabilar a sus
compañeros gritándoles desde la plaza de la aldea. Si hay que hacer algo, es
él quien acomete la tarea y trabaja en ella con más; ahínco que nadie. Da
ejemplo no sólo de trabajador infatigable, sino también de generosidad. A las
vuelta de una expedición de pesca o de caza, cede una mayor porción de la
captura que cualquier otro, y cuando comercia con otros grupos, pone gran
cuidado en no quedarse con lo mejor.
Al anochecer reúne a la gente en el centro de la aldea y les exhorta a ser
buenos. Hace llamamientos para que controlen sus apetitos sexuales, se
esfuercen en el cultivo de sus huertos y tomen frecuentes baños en el río.
Les dice que no duerman k durante el día y que no sean rencorosos. Y
siempre l evitará formular acusaciones contra individuos en concreto.
Robert Dentan describe un modelo de liderazgo parecido entre los Semais de
Malasia. Pese a los intentos por parte de forasteros de reforzar el poder' del
líder Semai, su cabecilla no dejaba de ser otra' cosa que la figura más
prestigiosa entre un grupo de iguales. En palabras de Dentan, el cabecilla
mantiene la paz mediante la conciliación antes que recurrir a la coerción.
Tiene que ser persona respetada [...]. De lo contrario, la gente se aparta de
él o va dejando de prestarle atención [...]. Además, la mayoría de las veces
un buen cabecilla evalúa el sentimiento generalizado sobre un asunto y basa
en ello sus decisiones, de manera que es más portavoz que formador de la
opinión pública.
Así pues, no se hable más de la necesidad innata que siente nuestra especie
de formar grupos jerárquicos. El observador que hubiera contemplado la vida
humana al poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente
que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo
salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse
dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos,
le habría parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana a juzgar
por el estado de cosas imperantes en las sociedades humanas que por aquel
entonces poblaban la Tierra.
HACER FRENTE A LOS ABUSONES
Cuando prevalecían el intercambio reciproco y los cabecillas igualitarios,
ningún individuo, familia u otro grupo de menor tamaño que la banda o la
aldea podía controlar el acceso a los ríos, lagos, playas, mares, plantas y
animales, o al suelo y subsuelo. Los datos en contrario no han resistido un
análisis detallado. Los antropólogos creyeron un herramientas. ¿Qué interés
podría tener nadie en un tiempo que entre los cazadores-recolectores
canadienses había familias e incluso individuos que poseían territorios de
caza privados, pero estos modelos de propiedad resultaron estar
relacionados con el comercio colonial de pieles y no existían' originariamente.
Entre los !kung, un núcleo de personas nacidas en un territorio particular
afirma ser dueño de las charcas de agua y los derechos de caza, pero esta
circunstancia no tiene ningún efecto sobre la gente¡ que está de visita o
convive con ellas en cualquier; momento dado. Puesto que los !kung de
bandas vecinas se hallan emparentados por matrimonio, a menudo se hacen
visitas que pueden durar meses; sin necesidad de pedir permiso, pueden
hacer libre¡ uso de todos los recursos que necesiten. Si bien las gentes
pertenecientes a bandas distantes entre sí! tienen que pedir permiso para
usar el territorio de otra banda, los "dueños" raramente les deniegan este
permiso.
La ausencia de posesiones particulares en forma' de tierras y otros recursos
básicos significa que entre las bandas y pequeñas aldeas cazadoras y
recolectoras de la prehistoria probablemente existía alguna forma de
comunismo. Quizá debería señalar que ello no excluía del todo la existencia
de propiedad privada. Las gentes de las sociedades sencillas del nivel de las
bandas y aldeas poseen efectos personales tales como armas; ropa, vasijas,
adornos y apropiarse de objetos de este tipo? Los pueblos que viven en
campamentos al aire libre y se trasladan con frecuencia no necesitan
posesiones adicionales. Además, al ser pocos y conocerse todo el mundo, los
objetos robados no se pueden utilizar de manera anónima. Si se quiere algo,
resulta preferible pedirlo abiertamente, puesto que, en razón de las normas
de reciprocidad, tales peticiones no se pueden denegar.
No quiero dar la impresión de que la vida en las sociedades igualitarias del
nivel de las bandas y aldeas se desarrollaba sin asomo de disputas sobre las
posesiones. Como en cualquier grupo social, había inconformistas y
descontentos que intentaban utilizar el sistema en provecho propio a costa
de sus compañeros. Era inevitable que hubiera individuos aprovechados que
sistemáticamente tomaban más de lo que daban y que permanecían echados
en sus hamacas mientras los demás realizaban el trabajo. A pesar de no
existir un sistema penal, a la larga este tipo de comportamiento acababa
siendo castigado. Una creencia muy extendida entre los pueblos del nivel de
las bandas y aldeas atribuye la muerte y el infortunio a la conspiración
malévola de los brujos. El cometido de identificar a estos malhechores recaía
en un grupo de chamanes que en sus trances adivinatorios se hacían eco de
la opinión pública. Los individuos que gozaban de la estima y del apoyo firme
de sus familiares no debían temer las acusaciones del chamán. Pero los
individuos pendencieros y tacaños, más dados a tomar que a ofrecer, o los
agresivos e insolentes, habían de andar con cuidado.
DE LOS CABECILLAS A LOS GRANDES HOMBRES
La reciprocidad no era la única forma de intercambio practicada por los
pueblos igualitarios organizados en bandas y aldeas. Hace tiempo que
nuestra especie encontró otras formas de dar y recibir. Entre ellas, la forma
de intercambio conocida como redistribución desempeñó un papel
fundamental en la creación de distinciones de rango en el marco de la
evolución de las jefaturas y los Estados.
Se habla de redistribución cuando las gentes entregan alimentos y otros
objetos de valor a una figura de prestigio como, por ejemplo, el cabecilla,
para que sean juntados, divididos en porciones y vueltos a distribuir. En su
forma primordial probablemente iba emparejada con las cacerías y cosechas
estacionales, cuando se disponía de más alimentos que de costumbre. Como
ilustra la práctica de los aborígenes australianos, cuando maduraban las
semillas silvestres y abundaba la caza, las bandas vecinas se juntaban para
celebrar sus festividades nocturnas llamadas corrobores. Eran estas
ocasiones para cantar, bailar y renovar ritualmente la identidad del grupo. Es
posible que al entrar en el campamento más gente, más carne y más
manjares, los cauces habituales del intercambio recíproco no bastaran para
garantizar un trato equitativo para todos. Tal vez los varones de más edad se
encargaran de dividir y repartir las porciones consumidas por la gente. Sólo
un paso muy pequeño separa a estos redistribuidores rudimentarios de los
afanosos cabecillas de tipo jefe de boy-scouts que exhortan a sus
compañeros y parientes a cazar y cosechar con mayor intensidad para que
todos puedan celebrar festines mayores y mejores. Fieles a su vocación, los
cabecillas-redistribuidores no sólo trabajan más duro que sus seguidores,
sino que también dan con mayor generosidad y reservan para sí mismos las
raciones más modestas y menos deseables. Por consiguiente, en un principio
la redistribución servía estrictamente para consolidar la igualdad política
asociada al intercambio recíproco. La compensación de los redistribuidores
residía meramente en la admiración de sus congéneres, la cual estaba en
proporción con su éxito a la hora de organizar los más grandes festines y
fiestas, contribuir personalmente más que cualquier otro y pedir poco o nada
a cambio de sus esfuerzos; todo ello parecía, inicialmente, una extensión
inocente del principio básico de reciprocidad. ¡Poco imaginaban nuestros
antepasados las consecuencias que ello iba a acarrear!
Si es buena cosa que un cabecilla ofrezca festines, ¿por qué no hacer que
varios cabecillas organicen festines? O, mejor aún, ¿por qué no hacer que su
éxito en la organización y donación de festines constituya la medida de su
legitimidad como cabecillas? Muy pronto, allí donde las condiciones lo
permiten o favorecen -más adelante explicaré lo que quiero decir con esto-,
una serie de individuos deseosos de ser cabecillas compiten entre sí para
celebrar los festines más espléndidos y redistribuir la mayor cantidad de
viandas y otros bienes preciados. De esta forma se desarrolló la amenaza
contra la que habían advertido los informantes de Richard Lee: el joven que
quiere ser un "gran hombre".
Douglas Oliver realizó un estudio antropológico clásico sobre el gran hombre
entre los Siuais, un pueblo del nivel de aldea que vive en la isla de
Bougainville, una de las islas Salomón, situadas en el Pacífico Sur. En el
idioma Siuai el gran hombre se denominaba mumi. La mayor aspiración de
todo muchacho Siuai era convertirse en mumi. Empezaba casándose,
trabajando muy duramente y limitando su consumo de carne y nueces de
coco. Su esposa y sus padres, impresionados por la seriedad de sus
intenciones, se comprometían a ayudarle en la preparación de su primer
festín. El círculo de sus partidarios se iba ampliando rápidamente, y el
aspirante a mumi empezaba a construir un local donde sus seguidores de
sexo masculino pudieran entretener sus ratos de ocio y donde pudiera recibir
y agasajar a los invitados. Luego daba una fiesta de inauguración del club y,
si ésta constituía un éxito, crecía el círculo de personas dispuestas a
colaborar con él y se empezaba a hablar de él como de un mumi. La
organización de festines cada vez más aparatosos significaba que crecían las
exigencias impuestas por el mumi a sus partidarios. Éstos, aunque se
quejaban de lo duro que les hacía trabajar, le seguían siendo fieles mientras
continuara manteniendo o acrecentando su renombre como "gran
abastecedor.
Por último, llegaba el momento en que el nuevo mumi debía desafiar a los
más veteranos. Para ello organizaba un festín, el denominado muminai, en el
que ambas partes llevaban un registro de los cerdos, las tortas de coco y los
dulces de sagú y almendra ofrecidos por cada mumi y sus seguidores al
mumi invitado y a los seguidores de éste. 'Si en el plazo de un año los
invitados no podían corresponder con un festín tan espléndido como el de
sus retadores, su mumi sufría una gran humillación social y perdía de
inmediato su calidad de mumi.
Al final de un festín coronado por el éxito, a los mumis más grandes aún les
esperaba una vida de esfuerzo personal y dependencia de los humores e
inclinaciones de sus seguidores. Ser mumi no confería la facultad de obligar a
los demás a cumplir sus deseos ni situaba su nivel de vida por encima del de
los demás. De hecho, puesto que desprenderse de cosas constituía la esencia
misma de la condición de mumi, los grandes mumis consumían menos carne
y otros manjares que los hombres comunes. H. Ian Hogbin relata que entre
los kaokas, habitantes de otro grupo de las islas Salomón, "el hombre que
ofrece el banquete se queda con los p huesos y los pasteles secos; la carne y
el tocino son para los demás". Con ocasión de un gran festín con 1.100
invitados, el mumi anfitrión, de nombre Son¡, ofreció treinta y dos cerdos y
gran número de pasteles de sagú y almendra. Son¡ y algunos de sus
seguidores más inmediatos se quedaron con hambre. "Nos alimentará la
fama de Soni", dijeron.
EL NACIMIENTO DE LOS GRANDES ABASTECEDORES
Nada caracteriza mejor la diferencia que existe entre reciprocidad y
redistribución que la aceptación de la jactancia como atributo del liderazgo.
Quebrantando de manera flagrante los preceptos de modestia que rigen en
el intercambio recíproco, el intercambio redistributivo va asociado a
proclamaciones públicas de la generosidad del redistribuidor y de su calidad
como abastecedor.
La jactancia fue llevada a su grado máximo por los kwakiutl, habitantes de la
isla de Vancouver, durante los banquetes competitivos llamados potlatch.
Aparentemente obsesionados con su propia importancia, los jefes
redistribuidores kwakiut1 decían cosas como éstas:
Soy el gran jefe que avergüenza a la gente [...]. Llevo la envidia a sus
miradas. Hago que las gentes se cubran las caras al ver lo que
continuamente hago en este mundo. Una y otra vez invito a todas las tribus
a fiestas de aceite [de pescado...], soy el único árbol grande [...J. Tribus, me
debéis obediencia [...]. Tribus, regalando propiedades soy el primero. Tribus,
soy vuestra águila. Traed a vuestro contador de la propiedad, tribus, para
que trate en vano de contar las propiedades que entrega el gran hacedor de
cobres, el jefe.
La redistribución no es en absoluto un estilo económico arbitrario que la
gente elige por capricho, puesto que la carrera de un redistribuidor se funda
en su capacidad para aumentar la producción. La selección que lleva al
régimen de redistribución sólo tiene lugar cuando las condiciones reinantes
son tales que el esfuerzo suplementario realmente aporta alguna ventaja.
Pero poner a la gente a trabajar más duro puede tener un efecto negativo en
la producción. En las simples sociedades cazadoras-recolectoras ¡forcrgings
societies! como la kung, aquellos que intentan intensificar la captura de
animales y la recolecta de plantas silvestres aumentan el riesgo de
agotamiento de los recursos animales y vegetales. Invitar a un cazador !kung
a actuar como un mumi significaría ponerle a él y a sus seguidores en
inminente peligro de inanición. En sociedades agrarias como la Siuai o la
kaoka, en cambio, el agotamiento de los recursos no constituye un peligro
tan inminente. Los cultivos a menudo se pueden plantar en superficies
bastante extensas, laborear y escardar más a fondo y favorecer con un
mayor aporte de agua y fertilizante sin que ello suponga un peligro inmediato
de, agotamiento de los recursos.
Ahora bien, no deseo conceder más importancia de la debida a la distinción
categórica entre los modos de producción cazadores-recolectores y los
agrarios. Los kwakiutl no eran agricultores y, sin embargo, su modo de
producción se podía intensificar en gran medida. La mayor parte de su
alimento procedía de las prodigiosas migraciones anuales río arriba de
salmones y lucios y, mientras se limitaran a utilizar sus salabardos
aborígenes, no podían agotar realmente estas especies. En su forma i
primitiva, pues, los potlatch constituían una forma eficaz de impulsar la
producción. Al igual que los kwakiutl, muchas sociedades que carecían de
agricultura vivían, con todo, en comunidades estables con marcadas
desigualdades de rango. Algunas de ellas, como los kwakiutl, incluso
contaban con plebeyos cuya condición asemejaba a la de esclavos. La
mayoría de estas sociedades cazadoras-recolectoras no igualitarias parecen
haberse desarrollado a lo largo de las costas marítimas y los cursos fluviales,
donde abundaban los bancos de moluscos, se concentraban las migraciones
piscícolas o las colonias de mamíferos marinos favorecían la construcción de
asentamientos estables y donde la mano de obra excedente se podía
aprovechar para aumentar la productividad del hábitat.
El mayor margen para la intensificación solía darse, no obstante, entre las
sociedades agrarias. Por lo general, cuanto más intensificable sea la base
agraria de un sistema redistributivo, tanto mayor es su potencial para dar
origen a divisiones marcadas de rango, riqueza y poder. Pero antes de pasar
a relatar cómo aquellos que eran servidos por los mumis se convirtieron en
siervos de los mumis, quiero intercalar una pausa para dar consideración a
otro tema. Si la institución del mumi era positiva para la producción, ¿por
qué había de serlo también para los mumis? ¿Qué impulsaba a la gente a no
escatimar esfuerzos con tal de poder vanagloriarse de lo mucho que
regalaban?
Última edición por lobison el 07 Abr 2011, 23:40, editado 1 vez en total.
"La estupidez tiene un cierto encanto del que la ignorancia carece".
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Re: Contra el fetichismo obrero

Mensaje por lobison » 07 Abr 2011, 22:57

El texto continúa con una disquisición acerca de por qué consumimos y ansiamos prestigio. Retoma aquí:

DEL GRAN HOMBRE AL JEFE
El progresivo deslizamiento (¿o escalada?) hacia la estratificación social
ganaba impulso cada vez que era posible almacenar los excedentes de
alimentos producidos por la inspirada diligencia de los redistribuidores en
espera de los festines muminai, los potlatch y demás ocasiones de
redistribución. Cuanto más concentrada y abundante sea la cosecha y menos
perecedero el cultivo, tanto más crecen las posibilidades de grandes hombres
de adquirir poder sobre el pueblo. Mientras que otros solamente
almacenaban cierta cantidad de alimentos para sí mismos, los graneros de
los redistribuidores eran los más nutridos. En tiempos de escasez la gente
acudía a ellos en busca de comida y ellos, a cambio, pedían a los individuos
con aptitudes especiales que fabricaran ropa, vasijas, canoas o viviendas de
calidad destinadas a su uso personal. Al final el redistribuidor ya no
necesitaba trabajar en los campos para alcanzar y superar el rango de gran
hombre. La gestión de los excedentes de cosecha, que en parte seguía
recibiendo para su consumo en festines comunales y otras empresas de la
comunidad, tales como expediciones comerciales y bélicas, bastaban para
legitimar su rango. De forma creciente, este rango era considerado por la
gente como un cargo, un deber sagrado transmitido de una generación a
otra con arreglo a normas de sucesión hereditaria. El gran hombre se había
convertido en jefe, y sus dominios ya no se limitaban a una sola aldea
autónoma de pequeño tamaño sino que formaban una gran comunidad
política, la jefatura.
Si volvemos al Pacífico Sur, y a las islas Trobriand podremos hacernos una
idea de cómo encajaban estos elementos de paulatina estratificación. Los
pobladores de las Trobriand, tenían jefes hereditarios que dominaban más de
una docena de aldeas con varios miles de personas. Sólo a los jefes les
estaba permitido adornarse con ciertas conchas como insignias de su rango
elevado, y los comunes no podían permanecer de pie o sentados a una altura
que sobrepasara la de la cabeza del jefe. Cuenta Malinowski que fue testigo
de cómo la gente presente en la aldea de Bwoytalu se desplomaba como
"derribada por un rayo" al oír la llamada que anunciaba la llegada de un jefe
importante.
El ñame era el cultivo en que se basaba el modo de vida de los habitantes de
las islas Trobriand: los jefes daban validez a su posición social mediante el
almacenamiento y la redistribución de cantidades generosas de ñame que
poseían gracias a las contribuciones de sus cuñados hechas con ocasión de la
cosecha. Los maridos plebeyos recibían "regalos" similares, pero los jefes
eran poliginos y, al poseer hasta una docena de esposas, recibían mucho
más ñame que nadie. Los jefes exhibían su provisión de ñame junto a sus
casas, en armazones construidos al efecto. Las gentes de la plebe hacían lo
mismo, pero las despensas de los jefes descollaban sobre todas las demás.
Éstos recurrían al ñame para agasajar a sus invitados, ofrecer suntuosos
banquetes y alimentar a los constructores de canoas; artesanos, magos y
sirvientes de la familia. En otros tiempos, el ñame también proporcionaba la
base alimenticia que permitía emprender expediciones de larga distancia
para el comercio con grupos amigos o las incursiones contra los enemigos.
Esta costumbre de regalar alimentos a jefes hereditarios que los almacenan,
exhiben y redistribuyen no constituía una singularidad de los mares del Sur,
sino que aparece una y otra vez, con ligeras variantes; en distintos
continentes. Así, por ejemplo, se han observado paralelismos sorprendentes
a 20.000 kilómetros de las islas Trobriand, entre las tribus que florecieron en
el sureste de los Estados Unidos. Pienso especialmente en los cherokees, los
antiguos habitantes de Tennessee que describe en el siglo XVII el naturalista
William Bartram.
En el centro de los principales asentamientos cherokee se erigía una gran
casa circular en la que un consejo de jefes debatía los asuntos relativos a sus
poblados y donde se celebraban festines redistributivos. Encabezaba el
consejo de jefes un jefe supremo, figura central de la red de redistribución.
Durante la cosecha se disponía en cada campo un arca que denominaban
"granero del jefe", "en la que cada familia deposita cierta cantidad según sus
posibilidades o inclinación, o incluso nada en absoluto si así lo desea". Los
graneros de los jefes funcionaban a modo de "tesoro público... al que se
podía acudir en busca de auxilio" cuando se malograba la cosecha, como
reserva alimenticia "para atender a extranjeros o viajeros" y como depósito
militar de alimentos "cuando emprenden expediciones hostiles". Aunque cada
habitante tenía "derecho de acceso libre y público", los miembros del común
debían reconocer que el almacén realmente pertenecía al jefe supremo que
ostentaba el "derecho y la facultad exclusiva... para socorrer y aliviar a los
necesitados".
Sustentados por prestaciones voluntarias, los jefes y sus familias podían
entonces embarcarse en un tren de vida que los distanciaba cada vez más de
sus seguidores. Podían construirse casas mayores y mejores, comer y vestir
con mayor suntuosidad y disfrutar de los favores sexuales y del servicio
personal de varias esposas. A pesar de estos presagios, la gente prestaba
voluntariamente su trabajo personal para proyectos comunales, a una escala
sin precedentes. Cavaban fosos y levantaban terraplenes defensivos y
grandes empalizadas de troncos alrededor de sus poblados. Amontonaban
cascotes y tierra para formar plataformas y montículos, donde construían
templos y casas espaciosas para sus jefes. Trabajando en equipo y
sirviéndose únicamente de palancas y rodillos, trasladaban rocas de más de
cincuenta toneladas y las colocaban en líneas precisas y círculos perfectos
para formar recintos sagrados, donde celebraban rituales comunales que
marcaban los cambios de estación. Fueron trabajadores voluntarios quienes
crearon las alineaciones megalíticas de Stonehenge y Carnac, levantaron las
grandes estatuas de la isla de Pascua, dieron forma a las inmensas cabezas
pétreas de los olmecas en Veracruz, sembraron Polinesia de recintos rituales
sobre grandes plataformas de piedra y llenaron los valles de Ohio. Tennessee
y Mississippi de cientos de túmulos, el mayor de los cuales, situado en
Cahokia, cerca de St. Louis, cubría una superficie de 5,5 kilómetros
cuadrados y alcanzaban una altura de más de 30 metros. Demasiado tarde
se dieron cuenta estos hombres de que sus jactanciosos jefes iban a
quedarse con la carne y la grasa y no dejar para sus seguidores más que
huesos y tortas secas.
EL PODER, ¿SE TOMABA O SE OTORGABA?
El poder para dar órdenes y ser obedecido, tan ajeno a los cabecillas
mehinacus o semais, se incubó, al igual que el poder de los hombres sobre
las mujeres, en las guerras libradas por grandes hombres y jefes. Si no
hubiera sido por la guerra, el potencial de control latente en la semilla de la
redistribución nunca hubiera llegado a fructificar.
Los grandes hombres eran hombres violentos, y los jefes lo eran todavía
más. Los mumis eran tan conocidos por su capacidad para incitar a los
hombres a la lucha como para incitarlos al trabajo. Aunque las guerras
habían sido suprimidas por las autoridades coloniales mucho antes de que
Douglas Oliver realizara su estudio, aún seguía viva la memoria de los mumis
como caudillos guerreros. "En otros tiempos -decía un anciano-- había mumis
más grandes que los de hoy. Entonces había caudillos feroces e implacables.
Asolaban los campos, y las paredes de sus casas comunales estaban
recubiertas de las calaveras de los hombres que habían matado." Al cantar
las alabanzas de sus mumis la generación sinai pacificada los llamaba
"guerreros" y "matadores de hombres y cerdos". Los informantes de Oliver le
contaron que los mumis tenían mayor autoridad en los tiempos en que aún
se practicaba la guerra. Los caudillos mumis incluso mantenían uno o dos
prisioneros, a quienes obligaban a trabajar en sus huertos. Y la gente no
podía hablar "en voz alta ni calumniosa de sus mumis sin exponerse a ser
castigados".
Sin embargo, el poder de los mumis siguió siendo rudimentario, como
demuestra el hecho de que estaban obligados a prodigar regalos suntuosos a
sus seguidores, incluso carne y mujeres, para conservar su lealtad. "Cuando
los mumis no nos daban mujeres, estábamos enojados [...J. Copulábamos
toda la noche y aún seguíamos queriendo más. Lo mismo ocurría con la
comida. En la casa comunal solía haber grandes provisiones de comida, y
comíamos sin parar y nunca teníamos bastante. Eran tiempos maravillosos."
Además, los mumis deseosos de dirigir una escaramuza tenían que estar
dispuestos a pagar, a expensas propias, una indemnización por cada uno de
sus hombres caldos en acción de guerra y a donar un cerdo para su
banquete fúnebre.
Los jefes kwakiutl también eran caudillos guerreros y sus alardes y sus
potlaches servían para reclutar hombres de las aldeas vecinas que lucharan a
su lado en expediciones comerciales y hostiles. Los jefes trobriandeses
sentían el mismo ardor bélico. Malinowski cuenta que guerreaban de manera
sistemática e implacable, aventurándose a cruzar el mar abierto en sus
canoas para comerciar o, en caso necesario, librar combates en islas situadas
a más de cien kilómetros de distancia. También los cherokees emprendían
expediciones bélicas y comerciales de larga distancia organizadas bajo los
auspicios del consejo de jefes. Según indicaba la cita de Bartram, los jefes
cherokees echaban mano de las reservas de sus graneros para alimentar a
los miembros de estas expediciones.
No afirmo que la guerra fuera la causa directa de la forma cualitativamente
nueva de la jerarquía materializada en el Estado. En un principio, cuando sus
dominios eran pequeños, los jefes no podían recurrir a la fuerza de las armas
para obligar a la gente a cumplir sus órdenes. Como en las sociedades del
nivel de las bandas y aldeas, prácticamente todos los hombres estaban
familiarizados con las artes de la guerra y poseían las armas y la destreza
necesarias en medida más o menos igual. Además, las luchas intestinas
podían exponer a una jefatura a la derrota a manos de sus enemigos
extranjeros. No obstante, la oportunidad de apartarse de las restricciones
tradicionales al poder aumentaba a medida que las jefaturas expandían sus
territorios y se hacían más populosas, y crecían en igual proporción las
reservas de comestibles y otros objetos de valor disponibles para la
redistribución. Al asignar participaciones diferentes a los hombres más
cooperativos, leales y eficaces en el campo de batalla, los jefes podían
empezar a construir el núcleo de una clase noble, respaldados por una fuerza
de policía y un ejército permanente.. Los hombres del común que se zafaban
de su obligación de hacer donaciones a sus jefes, que no alcanzaban las
cuotas de producción o se negaban a prestar su trabajo personal para la
construcción de monumentos y otras obras públicas eran amenazados con
daños físicos.
Una de las escuelas de pensamiento que estudian el origen del Estado
rechaza la idea de que las clases dominantes ganaran control sobre el común
como consecuencia de una conspiración violenta de los jefes y su milicia.
Para ella, por el contrario, las gentes del común se sometieron
pacíficamente, en agradecimiento por los servicios que les prestaba la clase
gobernante. Entre estos servicios figuraba la distribución de las reservas de
víveres en tiempos de escasez, la protección contra ataques enemigos, así
como la construcción y gestión de infraestructuras agrícolas como embalses y
canales de riego y avenamiento. La gente también creía que los rituales
ejecutados por los jefes y sacerdotes eran fundamentales para la
supervivencia de todos. Además, no hacía falta instaurar un régimen de
terror para obligar a la gente a obedecer las órdenes procedentes de arriba
porque los sacerdotes reconocían a sus gobernantes como dioses en la
Tierra.
Mi postura en esta cuestión es que había tanto sumisión voluntaria como
opresión violenta. Las jefaturas avanzadas y los Estados incipientes
documentados por la etnografía y la arqueología detén contarse entre las
sociedades más violentas que jamás hayan existido. Las incesantes
hostilidades, a menudo asociadas a la aniquilación de aldeas rebeldes y a la
tortura y el sacrificio de prisioneros de guerra, acompañaron la aparición de
jefaturas avanzadas en la Europa céltica y prerromana, la Grecia homérica, la
India védica, la China shang y la Polinesia anterior al contacto con el mundo
occidental. Las murallas de Jericó dan testimonio de prácticas bélicas en el
Próximo Oriente que ya datan de 6.000 años antes de nuestra era. En Egipto
aparecen ya ciudades fortificadas durante los períodos pre y postdinásticos, y
los monumentos egipcios más antiguos de finales del geerciense y la primera
dinastía (3330 a 2900 a.C.) ensalzan las proezas militares de "unificadores",
que respondían a nombres tan belicosos como "Escorpión", "Cobra",
"Lancero" y "Luchador". En las excavaciones predinásticas de Hierakónpolis
se han hallado numerosos barrotes y un cuchillo con representaciones de
escenas de batalla donde aparecen hombres blandiendo puñales, mazos y
garrotes, así como barcos cargados de hombres en trance de armas y gente
combatiendo en el agua.
Sólo hay un caso importante de transición desde jefatura avanzada a Estado
en que carecemos de pruebas documentales sobre prácticas bélicas: el de la
llanura de Susiana, en el suroeste de Irán. Pero esta conjetura se basa en la
ausencia de fortificaciones, artefactos y elementos pictóricos. Durante mucho
tiempo se han alegado pruebas negativas similares para negar la incidencia
del factor bélico en la evolución de los Estados mayas, posición que, después
de los últimos descubrimientos y la interpretación de los glifos, se ha
revelado de todo punto insostenible. Dado el papel fundamental que la
guerra ha desempeñado en la formación de las jefaturas avanzadas y los
Estados primigenios, parece altamente improbable que no se recurriera al
ejercicio de la violencia o a la amenaza de violencia contra la gente del
común con el fin de instituir y consolidar la hegemonía de las primeras clases
dirigentes. Esto no quiere decir que las sociedades estratificadas sean el
resultado exclusivo de la fuerza.
El arqueólogo Antonio Gillman sostiene que en la Europa de la Edad del
Bronce "el surgimiento de una élite no tiene nada que ver con el "bien
común"" y que "las ventajas que para el común se derivan de las actividades
de gestión y redistribución llevadas a cabo por sus dirigentes podrían
haberse conseguido a un coste menor". Estas observaciones llevaron a un
comentarista a proponer lo que se podría dar en llamar la teoría de la
formación mafiosa del Estado, que implica "[...] un campesinado industrioso
pero oprimido, incapaz de negarse a pagar el tributo exigido por una banda
de chantajistas de vestimenta ostentosa, por temor a la mutilación de sus
bueyes de tiro, el asalto de sus piraguas y la destrucción de sus olivos". No
veo ninguna razón por la cual no pudieran haberse beneficiado de las
actividades de gestión y redistribución del Estado tanto el común como la
clase privilegiada, aunque estoy seguro de que esta última se llevaría la parte
del león.
Ya sea por la espada, la recompensa o la religión, muchas fueron las
jefaturas que sintieron la llamada, pero pocas las que lograron la transición
hacia el Estado. Antes que obedecer las órdenes de trabajar y pagar tributos,
las gentes del común intentaban huir a tierras de nadie o territorios sin
explorar. Otros se resistían e intentaban luchar contra la milicia, ocasión que
otros jefes aprovechaban para invadirlos y hacerse con el poder.
Independientemente del curso concreto que tomara la rebelión, la gran
mayoría de las jefaturas que intentaron imponer sobre una clase plebeya
cuotas agrarias; impuestos, prestaciones de trabajo personal y otras formas
de redistribución coercitiva y asimétrica, volvieron a formas de redistribución
más igualitarias o fueron totalmente destruidas. ¿Por qué unas triunfaron
mientras otras fracasaron?
EL UMBRAL DEL ESTADO
Los primeros Estados evolucionaron a partir de jefaturas, pero no todas las
jefaturas pudieron evolucionar hasta convertirse en Estados. Para que tuviera
lugar la transición tenían que cumplirse dos condiciones. La población no sólo
tenía que ser numerosa (de unos 10.000 a 30.000 personas), sino que
también tenía que estar "circunscrita", esto es, estar confrontada a una falta
de tierras no utilizadas a las que pudiera huir la gente que no estaba
dispuesta a soportar impuestos, reclutamientos y órdenes. La circunscripción
no estaba sólo en función de la cantidad de territorio disponible, sino que
también dependía de la calidad de los suelos y de los recursos naturales y de
si los grupos de refugiados podían mantenerse con un nivel de vida no
inferior; básicamente, del que cupiera esperar bajo sus jefes opresores. Si las
únicas salidas para una facción disidente eran altas montañas, desiertos,
selvas tropicales u otros hábitats indeseables, ésta tendría pocos incentivos
para emigrar.
La segunda condición estaba relacionada con la naturaleza de los alimentos
con los que había de contribuir al almacén central de redistribución. Cuando
el depósito del jefe estaba lleno de tubérculos perecederos como ñames y
batatas, su potencial coercitivo era mucho menor que si lo estaba de arroz,
trigo, maíz u otros cereales domésticos que se podían conservar sin
problemas de una cosecha a otra. Las jefaturas no circunscritas o que
carecían de reservas alimenticias almacenables a menudo estuvieron a punto
de convertirse en reinos, para luego desintegrarse como consecuencia de
éxodos masivos o sublevaciones de plebeyos desafectos.
Las Hawai de los tiempos que precedieron la llegada de los europeos nos
proporcionan el ejemplo de una sociedad que se desarrolló hasta alcanzar el
umbral del reino, aunque sin llegar nunca a franquearlo realmente. Todas las
islas del archipiélago hawaiano estuvieron deshabitadas hasta que los
navegantes polinesios arribaron a ellas cruzando los mares en canoas
durante el primer milenio de nuestra era. Estos primeros pobladores
probablemente procedían de las islas Marquesas, situadas a unos 3.200
kilómetros al sureste. De ser así, es muy posible que estuvieran
familiarizados con el sistema de organización social del gran hombre o la
jefatura igualitaria. Mil años más tarde, cuando los observaron los primeros
europeos que entraron en contacto con ellos, los hawaianos vivían en
sociedades sumamente estratificadas que presentaban todas las
características del Estado, salvo que la rebelión y la usurpación estaban tan a
la orden del día como la guerra contra el enemigo del exterior. La población
de estos Estados o protoestados variaba entre 10.000 y 100.000 habitantes.
Cada uno de ellos estaba dividido en varios distritos y cada distrito se
componía, a su vez, de varias comunidades de aldeas. En la cumbre de la
jerarquía política había un rey o aspirante al trono llamado ali'á nui: Los jefes
supremos, llamados ali'á nuá gobernaban distritos y sus agentes, jefes
menores llamados konohiki, estaban a cargo de las comunidades locales. La
mayor parte de la población, es decir, las gentes dedicadas a la pesca,
agricultura y artesanía, pertenecía al común.
Algo antes de que llegaran los primeros europeos, el sistema redistributivo
hawaiano pasó el Rubicón que separa la donación desigual de regalos de la
pura y simple tributación. El común se veía despojado de alimentos y
productos artesanos, que pasaban a manos de los jefes de distrito y los alá'á
nuá. Los konohiki estaban encargados de velar por que cada aldea produjera
lo suficiente para satisfacer al jefe de distrito, que, a su vez, tenía que
satisfacer al ali' inui. Los ali'inui y los jefes de distrito usaban los alimentos y
productos artesanales que circulaban por su red de redistribución para
alimentar y mantener séquitos de sacerdotes y guerreros. Estos productos
llegaban al común en cantidades escasísimas, salvo en tiempo de sequía y
hambruna en que las aldeas más industriosas y leales podían esperar verse
favorecidas con los víveres de reserva que distribuían los ali'inui y los jefes
de distrito. Como dijo David Malo, un jefe hawaiano que vivió en el siglo
pasado, los almacenes de los ali'i nui estaban pensados para tener contenta
a la gente y asegurar su lealtad: "Así como la rata no abandonará la
despensa, la gente no abandonará al rey mientras crea en la existencia de la
comida en su almacén.
¿Cómo llegó a formarse este sistema? Las pruebas arqueológicas muestran
que, a medida que crecía la población, los asentamientos se fueron
extendiendo de una isla a otra. Durante casi un milenio las principales zonas
pobladas se hallaban cerca del litoral, cuyos recursos marinos podían aportar
un suplemento al ñame, la batata y el taro plantados en los terrenos más
fértiles. Por último, en el siglo xv, los asentamientos empezaron a extenderse
tierra adentro, hacia ecozonas más elevadas, donde predominaban los
terrenos pobres y escaseaban las lluvias. A medida que seguía aumentando
la población se talaron o quemaron los bosques del interior y extensas zonas
se perdieron por la erosión o se convirtieron en pastos. Atrapados entre el
mar, por un lado, y las laderas peladas, por otro, la población ya no tenía
escapatoria de los jefes que querían ser reyes. Había llegado la
circunscripción. La tradición oral y las leyendas cuentan el resto de la
historia. A partir del año 1600 varios distritos sostuvieron entre sí incesantes
guerras como consecuencia de las cuales determinados jefes llegaron a
controlar todas las islas durante un cierto tiempo. Si bien estos ali' inui tenían
un gran poder sobre el común, su relación con los jefes supremos,
sacerdotes y guerreros era muy inestable, como ya se ha dicho con
anterioridad. Las facciones disidentes fomentaban rebeliones o trababan
guerras, destruyendo la frágil unidad política hasta que una nueva coalición
de aspirantes a reyes instauraban una nueva configuración de alianzas igual
de inestables. Ésta era más o menos la situación cuando el capitán James
Cook entró en el puerto de Waimea en 1778 e inició la venta de armas de
fuego a los jefes hawaianos. El ali' inui Kamehameha 1 obtuvo el monopolio
de la compra de estas nuevas armas y las utilizó de inmediato contra sus
rivales, que blandían lanzas. Tras derrotarlos de una vez por todas, en 1810
se erigió en el primer rey de todo el archipiélago hawaiano.
Cabe preguntarse si los hawaianos hubieran llegado a crear una sociedad de
nivel estatal si hubieran permanecido aislados. Yo lo dudo. Tenían
agricultura, grandes excedentes agrícolas, redes distributivas complejas y
muy jerarquizadas, tributación, cuotas de trajo, densas poblaciones
circunscritas y guerras externas. Pero les faltaba algo: un cultivo cuyo fruto
pudiera almacenarse de un año a otro. El ñame, la batata y el taro son
alimentos ricos en calorías pero perecederos. Sólo se podían almacenar
durante unos meses, de manera que no se podía contar con los almacenes
de los jefes para alimentar a gran número de seguidores en tiempos de
escasez como consecuencia de sequías o por los estragos causados por las
guerras ininterrumpidas. En términos de David Malo, la despensa estaba
vacía con demasiada frecuencia como para que .los jefes pudieran
convertirse en reyes.
"La estupidez tiene un cierto encanto del que la ignorancia carece".
FRANK ZAPPA

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