problemas actuales del anarcosindicalismo y del anarquismo
Publicado: 30 Oct 2002, 16:06
HACIA UNA NUEVA ESTRATEGIA ANARQUISTA, POR UNA RENOVACIÓN DEL MOVIMIENTO OBRERO REVOLUCIONARIO.
El proletario de las etapas anteriores del capitalismo era en verdad la bestia de carga, que proporcionaba con el trabajo de su cuerpo las necesidades y lujos de la vida, mientras vivía en la suciedad y en la pobreza.
<<Depauperación>> connota la absoluta necesidad y exigencia de subvertir condiciones de vida intolerables, y tal necesidad absoluta aparece al principio de toda revolución contra las instituciones sociales básicas.
Marcuse
Introducción
La búsqueda de causas, al respecto de la poca relevancia social del anarquismo, ha de hacerse a través de una meditación profunda y no por razonamientos infundados que nos lleven a conclusiones insatisfactorias, equivocadas o confusas, fruto de la confianza en una autoridad cuya validez no ha sido puesta en cuestión o de la observación individual, y no de la investigación autónoma y sagaz.
Esta investigación, a cada segundo, minuto, hora... que dedicamos de nuestra vida a la construcción de un mundo mejor y más libre se nos impone con más urgencia, en la medida que observamos los pésimos resultados globales de nuestra militancia. La conciencia libertaria de la sociedad se nos presenta entonces como un hito imposible de conseguir, nuestras actividades no tienen la respuesta deseada en la población, y este es un problema capital a todas luces imposible de eludir, pues nuestro reiterativo fracaso nos indica que algo va mal. No responder al problema sería un arakiri.
Tras las transformaciones socio-económicas, socio-políticas y socio-culturales acaecidas en las últimas décadas, que generan la instauración de un "nuevo" sistema de dominio cuyas estructuras esenciales se cifran -en el terreno económico- en el modelo capitalista de consumo, -en el político- en la democracia parlamentaria-Estado del bienestar, -y en el cultural- en lo que viene a ser la dispersión en la sociedad entera del modo de vida burgués, el consumismo, y la denominada "sociedad del espectáculo", se ha puesto en duda el que el sujeto revolucionario del cambio social socialista en Occidente pueda ser el clásico, encarnado en el movimiento obrero. Pero ésta no es una problemática nueva. Diversos teóricos han realizado estudios al respecto y han defendido tenazmente sus conclusiones (léase Gramsci, Marcuse, Gorz, Touraine, Bahro, Paramio, Wright, Mouffe, De Pablo, Amín, Altvater, Fernandez Buey...). Asimismo un nutrido grupo de sociólogos han examinado la vigencia de las categorias que antaño definían a las clases sociales, y por ende a la clase obrera (léase Giner, Pérez Yruela, Przeworski, Pinilla de las Heras, Poulantzas, Wright, Gomáriz, Tezanos, Lacalle...).
El actual estancamiento del anarquismo obrero y las diferentes formas de lucha social que han resurgido o aparecido recientemente en nuestra sociedad, con una notable falta de definición y profundización -insurrecionalismo, movimiento "okupa", movimiento "autónomo", anarco-marxistas, y demás rebujinos ideológicos-, se deben, a mi entender, en parte, a la crisis teórica que invade al anarcosindicalismo -tradicional partenaire estratégico del anarquismo- a un nivel más trascendente del problema sobre los modos de propagación del mensaje libertario para una clase obrera con conciencia burguesa. Intentos por salir de este impasse se dan también dentro del anarcosindicalismo, éstos vienen a traducirse en una tendencia culturalista, en detrimento de la actividad sindical, renegando así el anarcosindicalismo de su destino con el ámbito del tajo y ocupando el espacio social que pertenecería a los ateneos y grupos específicamente anarquistas. La validez del anarcosindicalismo como herramienta teórica y práctica para la emancipación social ha de decretarse atendiendo, parafraseando a la ciencia médica, al estado sintomático del enfermo (¿qué es lo que le pasa?), las causas de la enfermedad (¿por qué le pasa eso?), y el tratamiento a recetar (¿cómo curarlo de su mal?). Es decir, hemos de valorar la salud de la sociedad, a través del conocimiento de la estructura que la conforma, definir -si se puede- en la actualidad la clase social que antaño era el destinatario de la revolución social, contrastarla con la vieja clase obrera tanto en su conceptualización como en su posibilidad de representar de nuevo al sepulturero del capitalismo, y discernir su preeminencia con respecto a otros grupos sociales en la solución de la revolución -lo cual conlleva, si es pertinente, la comparación de los conceptos de 'revolución', e incluso la reformulación de la 'estrategia anarquista'.
El encauzamiento o fundamento que, a mi juicio, debe tener el movimiento obrero revolucionario de acuerdo con nuestro presente histórico, en cuanto a la motivación revolucionaria, hoy en día, para el anarquismo y el anarcosindicalismo, ha de prescindir de la motivación supervivencial que acompañaba a las motivaciones transupervivenciales -antaño-, y es más, son éstas las que verdaderamente originan la motivación revolucionaria propiamente dicha, y mucho más desarrolladas -dado el carácter y proliferación de innovadores tipos de alienación espiritual. Mi intención para lo que sigue es ampliar algunos puntos nodales de este discurso, e intentar trazar, en líneas generales, una adecuada estrategia de acción que concuerde con la susodicha axiomatización.
Puede decirse que, en todo acervo al que pueda atribuírsele el querer conseguir una mejora de la situación de los trabajadores ante la agresión que ocasiona contra ellas el modo de relaciones económicas capitalista, la relación entre teoría y praxis emancipadora conforma la premisa lógica conectiva sine qua non para cualquier ulterior pretensión de perpetración de la teoría en la realidad social. De tal modo que, toda acción particular siempre presupone a la teoría, y es más, se halla indisolublemente sujeta a la teoría dependiendo aquélla de ésta in extremis: sin una teoría contrastada, validada, que defina y avale a la praxis, ésta está ciega, y por tanto deviniendo ya otra cosa. Parte de la teoría en la que se apoya la acción anarcosindicalista y anarquista -entendiendo así lo que ha sido y es el movimiento libertario organizado desde sus fundadores- está caduca. Ha sido la ideología marxista la más afectada conceptualmente de las corrientes socialistas por el surgimiento y consolidación del capitalismo postindustrial. Esta doctrina además en los países en los que se ha instaurado, se ha visto refutada empíricamente en sus tesis principales: influencia en el cambio social de factores superestructurales, independencia de los intereses de los dirigentes socio-políticos, supuestos representantes de los intereses emancipatorios de los trabajadores, con respecto a éstos, a consecuencia del mantenimiento del Estado en la mediación hacia el comunismo -léase por ejemplo Kronstad y Stalin-, resultado totalitarista de su interpretación dialéctica de la historia que homogeneiza a los individuos debido al uso de la 'síntesis conceptual', etc. No obstante, mediante claros recursos ad hoc se ha tratado de salvar la validez de algunos aspectos de la doctrina, recursos que, por su naturaleza incongruente en su ajuste de la teoría a los hechos, manifiestan el anacronismo e irracionalidad que con frecuencia imperan en los movimientos sociales que asumen tal ideología.
Crítica al sujeto clásico de la revolución
Desde el punto de vista socio-económico, la clase capitalista imperante se nutre gracias a un modelo de plusvalía en donde el consumismo -mecanismo posibilitado por el enorme incremento, gracias al apabullante avance técnico, de las fuerzas productivas sociales, y la elevación salarial de la gran mayoría de la población activa- representa la otra cara de la explotación laboral. El individuo es instrumentalizado por partida doble, a saber, como cosa que gasta y como cosa que trabaja. El sistema capitalista de hoy en día -como se ha aludido- no conlleva la opresión económica de antaño -en tiempos de Marx, Proudhon o Bakunin el sujeto alienado poseía los rasgos propios del obrero industrial inglés de mediados del siglo XIX: léase la prototípica obra de Federico Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra- en donde la explotación capitalista llevaba a la pauperación material progresiva del trabajador hasta el estadio de peligrar su propia supervivencia.
En el plano puramente laboral, los trabajadores implicados directamente en el proceso de producción son hoy una minoría. El número de trabajadores separados de la producción ha aumentado como consecuencia de la automatización, y la tecnologización de los medios de producción ha exigido la intelectualización del trabajador.
Sobre el fundamento científico de la revolución social
Lo que aquí interesa discutir es la reformulación de las predicciones de Marx al respecto de la crisis económica que se repetiría cíclicamente y en la que el modo de producción capitalista por su misma dinamys, objetivada en ley fatal universal, caería. Paul Baran y Paul M. Sweezy han sido algunos de los defensores de esta tesis. En el bando anarquista, desde Bakunin hasta Isaac Puente, se argumentaba este planteamiento, y Abraham Guillén ha sido uno de sus reformuladores en tiempos recientes. Esta tesis no anhela ser sino una elucidación empírica de uno de los requisitos objetivos indispensables -explicitado como tal en La ideología alemana de Marx y Engels- para poder darse el desencadenamiento de una revolución social -de masas-; en la tradición marxista más ortodoxa se exigió además una determinada cota de perfeccionamiento de las fuerzas productivas, superponiéndose su noción de la historia y del progreso a los males sociales padecidos. Es patente que esta tesis se sienta en un supuesto antropológico, que se podría caracterizar como supervivencial, biológico, o 'darwinista', el cual subraya la dimensión animal del ser humano y se cifra en la idea de que todo hombre lucha por su supervivencia, por lo cual las necesidades humanas más urgentes son las, explicándose la puesta en marcha del mecanismo por su base instintiva. Este postulado antropológico -cuasideterminista- garantiza el nacimiento de una disposición crítica en el pensar y hacer de los individuos en referencia a su atención a la posición social que ocupan de una forma natural y casi automática cuando a) los individuos viven en condiciones paupérrimas que atentan -o pueden llegar a atentar- contra su supervivencia, o b) son conscientes de la inexorable proximidad de tales condiciones sino actúan oponiéndose a ella.
Ahora bien, a mi parecer, la aplicación de tal planteamiento a nuestro presente histórico es una extrapolación, está fuera del contexto socio-histórico contemporáneo. En mi opinión, sería iluso pensar que los capitalistas con todo lo que llevan andado serían tan ingenuos de cavar su propia tumba, pues, como bien ha dicho Cornelius Castoriadis, “desarrollar la producción y el consumo es precisamente lo único que hace el capitalismo: no hay ninguna relación en los países ricos entre el <<nivel de vida>>, o sea el consumo en el sentido capitalista del término, entre el obrero de 1840 y uno de 1990”. De este modo, el planteamiento de una revolución social basada en una motivación supervivencial surgida de la comprensión, por parte de la clase social afectada, de unas hipotéticas leyes del capitalismo, que predicen la pauperación material progresiva de los trabajadores hasta verse "amenazada la VIDA, la existencia misma de la Especie" se apoya en una cuestión, la de la crisis económica, que, como bien esclareció Jürgen Habermas, “no puede decidirse de antemano, en un plano analítico, (...) esta cuestión sólo puede responderse empíricamente”. La conclusión de tal estudio es que “el sistema económico fue despojado de su autonomía funcional respecto del Estado”, de manera que “las tendencias a la crisis económica son desplazadas, por medio de la acción de evitación reactiva emprendida por el Estado al sistema político”. “Con ello no queda excluido el surgimiento de constelaciones que harían fracasar el manejo de la crisis, pero ellas ya no son predecibles según las leyes del sistema”. Si bien el Estado funciona, grosso modo, como defensor de los intereses de la clase capitalista al igual que en las fases anteriores del capitalismo, además hoy lo hace dotando a la sociedad de una renta que permita consumir los productos dentro del marco fijado por el trinomio oferta-demanda-competencia, posibilitando la persistencia del movimiento económico del sistema dentro de unos márgenes indispensables para el mismo. Deteniendo así las tendencias a la crisis por expreso deseo de los grandes capitalistas, los directivos de las corporaciones empresariales -que, en última instancia, estructuran la sociedad según sus intereses-, en vista a salvaguardar esos mismos intereses de clase.
El sujeto revolucionario: su identificación y movimiento
Siempre y cuando la tesis empírica de que la seguridad de la existencia física de los individuos no se verá truncada sea cierta, debe enunciarse una teoría del cambio social-revolucionario que prescinda de la base darwinista del materialismo histórico. El paro y la precariedad laboral han adoptado una novedosa función político-social; el trabajo, en tanto elemento estructural, se ha convertido en algo sumamente valioso en relación al estado parado o precario, potenciándose de esta manera la necesidad de integración en el sistema, pues el trabajador “vive” mientras el parado o precario sobrevive, y en consecuencia la lógica de la dominación establecida. Pero ¿un movimiento social contra el paro es per se revolucionario?
Al respecto de la autocreación sistémica de unas contradicciones que creen las condiciones posibles para su superación en un sentido materialista, de un supuesto descubrimiento de las leyes del capitalismo que nos permitieran predecir el momento material justo para provocar el viraje de la subjetividad social, aunque las recientes, actuales o “futuras” acciones político-económicas de los burgueses tienen o pueden tener como consecuencia un empeoramiento material de los trabajadores -sea un incremento del sector precario o sea del sector inactivo-, de ahí no se sigue, en virtud de los argumentos expuestos, que este empeoramiento vaya a ser irrefrenable por el capitalismo.
Tal como se nos presenta el panorama actual, la mayoría de la población sigue vendiendo su fuerza de trabajo y no tiene ningún tipo de participación real en el proceso de producción, pues a pesar de que -como se ha indicado anteriormente- se ha visto incrementada la cantidad de trabajadores separados de la producción, la realización de la plusvalía constituye asimismo una fase -la otra- del mecanismo de acumulación del capital; las relaciones sociales que conforman la estructura económica siguen siendo asimétricas, y por tanto, el trabajador continúa en estado de explotación y de enajenación del producto de su trabajo. Las distintas ocupaciones que desempeña la clase obrera así como su menor nivel y estratificación interna de pobreza material han llevado a algunos estudiosos del tema a hablar simplemente de “trabajador colectivo” o de “clase trabajadora”. Atendiendo al objetivo primario de la revolución social, esto es, la organización social en vista a las necesidades colectivas -y lógicamente como medio la de los medios de producción de los bienes sociales- objetivamente esta clase es la más apta para llevar a cabo la revolución debido al papel que protagoniza en el proceso productivo. El que su conciencia se halle aburguesada sólo significa que hay que re-enseñarla; y aquí es donde entrarían en juego algunos de los movimientos sociales que han florecido en poco tiempo. Los movimientos sociales en contra del aparato militar, feministas, ecologistas, y también los ateneos y los específicamente anarquistas, han de asumir la misión de ser los catalizadores de la revolución, re-enseñando a la clase obrera; pero nunca podrán ser colectivos sustitutorios de ésta. Todo movimiento social-revolucionario socialista sólo podrá ser -ante todo- un movimiento de trabajadores por la necesidad de las premisas de llegada. Hay que decir que la función de los grupos ideológicos anarquistas y ateneos es en cierto modo preeminente a las de los demás. Los primeros de lo que tratarían es de propagar la ideología libertaria como teoría social que permita comprender los dispositivos que mantienen la estructura social, y que hacer frente a ellos. Los segundos pretenderían dotar de conocimientos teóricos y prácticos, y alcanzar la autorrealización de cada individuo, a fin de lograr la disolución autónoma y paulatina de las alienaciones sufridas que trace un nuevo cauce a sus impulsos vitales, deshabituándose del moldeamiento al que ha sido sometido en la sociedad burguesa. De este modo se gestaría en el interior de cada individuo una fricción con lo dado que se introyecta, desarrolla y conforma vitalmente, como un antagonismo que sólo será abolido con la consecución de la libertad individual y colectiva.
Recapitulando, el cambio social emancipador no va a tener una motivación supervivencial por parte de los individuos, sino transupervivencial. Sólo será la consciencia de la insalubridad espiritual de este mundo el agente impulsor de nuestra revolución social. Los deseos que choquen con la actual moralidad de las relaciones interpersonales -véase individualismo cruel y desmedido-, con el funcionalismo y superficialidad de la cultura imperante, con la cosificación del individuo en el engranaje productivo-consumista, y la reificación de las relaciones del individuo consigo mismo -en suma, con la racionalidad rectora de la sociedad opulenta-, serán el motor que lleve a la toma de los medios de producción de los bienes sociales por los oprimidos. Éste será el nuevo campo de batalla de la lucha de clases. Anarquismo sindical-revolucionario sí, pero un anarcosindicalismo que deje atrás lastres teóricos que hoy en día ascienden al plano de las ideas obviando la realidad. En mi opinión, en buena medida el mensaje anarquista actual no tiene respuesta social porque no se adecua al momento histórico que vivimos; éste exige la construcción de una teoría revolucionaria distinta. Su correspondencia con la realidad es un prerrequisito para su puesta en la práctica y respuesta social. Entonces, la tarea que se nos impone es la de consolidar una nueva teoría de la revolución y redefinir con ello nuestras tácticas y estrategias para alcanzar nuestro anhelado fin; y después actuar en consecuencia.
Clase obrera y sujeto revolucionario
Acerca de esa otra parte de la teoría del anarquismo obrero -la que, pienso, sigue estando vigente. Al ser el objetivo de la revolución la producción racional, de los bienes sociales en general, ello hace que sea menester una militancia sindical de los poseedores de fuerza de trabajo en los ámbitos de producción-distribución de los bienes referidos: construcción, metal, servicios (educación, administración, salud, medios de información, transporte...), agricultura, ganadería, pesca, textil.
Esta acotación, equivalente al concepto reichiano de ‘trabajo vitalmente necesario’, excluye actividades como el servicio doméstico, la banca, o el estudiantado, y los resortes que obedecen a la satisfacción de necesidades ab initio alienantes -necesidades creadas y solventadas por el modelo consumista del capitalismo-, tales como el sórdido ‘mundo de la moda’, la ‘industria de los cosméticos’, la publicidad, o la compra-venta de esa inmensa gama de productos, toda ella absolutamente inútil, que son los aparatos de belleza y los productos antienvejecimiento. También el ocio cae bajo la contaminación consumista, por lo que no podemos saber a priori en torno a una ‘buena vida’ cuáles serán exactamente los proyectos de los individuos una vez emancipados de los yugos conativos impuestos por el sistema de dominio, qué actividades lúdicas autorrealizantes serán mantenidas y cuáles eliminadas por los individuos, previa evaluación de las mismas. Como decía Isaac Puente “el comunismo libertario se basa en la organización económica de la sociedad, siendo el interés económico el exclusivo nexo de unión que se busca entre los individuos, por ser el único en que coinciden todos”, entendiendo por “necesidades económicas” comer, vestir, instruirse, tener asistencia sanitaria, disponer de medios de comunicación, en suma todo lo que se repite en los individuos, lo que es común en ellos, o todo “interés universalizable”, para utilizar otra expresión feliz de Jürgen Habermas. Queda así trazado un terreno para la lucha de clases que permite hacer frente a la reestructuración a la que se ha visto sometida la sociedad desde una perspectiva sindical-revolucionaria.
De esta postura no se sigue, en ningún caso, una dictadura obrera -al estilo de la sui generis dictadura democrática proletaria del marxismo- si traemos a colación las normas de comportamiento que prescribe una ética libertaria. Desde siempre el anarquismo atendió a la represión social espiritual y a las alienaciones sufridas por encima de si los individuos pertenecían a una clase u otra, y lo sigue haciendo -ateneos culturales, grupos feministas y ecologistas, no se distinguen moralmente los trabajadores del campo de los industriales... Sin olvidar que el mensaje humanista del anarquismo pretende impregnar a toda la sociedad, desde una perspectiva sindical-revolucionaria, repito, a la sociedad entera no puede atenderse. Por supuesto que hemos de pretender que toda la sociedad interiorice las mismas ideas ha interiorizar por la clase obrera a fin de darse, gracias a su concurso, una auténtica y fructífera revolución social que logre la libertad para todos y cada uno. Sin embargo, ésta, además, ha de comprender y querer la posesión de los medios de producción como prerrequisito para el establecimiento de la Anarquía. Por consiguiente, habría que diseñar una estrategia de concienciación y acción para los dos grupos sociales. Recalcando que la clase obrera ha de ser el leit-motiv de todo discurso que en verdad propugne un cambio cualitativo de la sociedad, pues ¿quién si no el obrero tiene los conocimientos indispensables para realizar los bienes sociales?; dicho de otro modo, ¿cómo se garantizaría la satisfacción de las necesidades comunes de la población sin la cooperación entre sí de los que la materializan y la de éstos con el resto de la población?
Paro y precariedad laboral
¿Y qué hay del sindicalismo tradicional, cuya ocupación principal era conseguir la subsistencia humana? Esta vindicación corresponde en la actualidad a los sectores del paro y del trabajo precario en las sociedades “desarrolladas” -viniendo a ser en España casi un tercio de la población activa-; y como ya he aducido, ésta, a mi entender, por sí no se constituye como revolucionaria. La suposición de que, en cuanto marginales, estas situaciones dejaran de ser una apoyatura política del modelo socio-económico, pasando a ser algo extendido en el conjunto de la población -satisfaciéndose así dos de las claúsulas empíricas para la realización de una revolución social, según la teoría heredada. Y paralelamente se produjera un fenómeno de superproducción, que, por extensión, obligara a las empresas a producir por debajo de su capacidad y al despido masivo de trabajadores como exclusiva medida a adoptar para la reducción de los ‘costes de producción’ que no podrían ser mantenidos en virtud justamente del fenómeno mismo de superproducción, el cual daría lugar a una importante pérdida del capital empresarial, el de sus ganancias y el necesario para continuar la empresa en el mercado, actuando, entonces, dicho fenómeno, como un factor más engrosador del desempleo. Tal hipótesis, no tiene en cuenta la flagrancia lógica de que, ante la viabilidad de causar unas condiciones objetivas propicias para una revolución social, dirigida contra el statu quo -los prebostes capitalistas, las enormes corporaciones empresariales que dirigen la economía social y delimitan la actividad cultural y política, promoverían políticas keynesianas que no tendrían el efecto sino de asegurar un nivel adquisitivo capaz de responder a la oferta de productos; impidiéndose de este modo la crisis económica por superproducción. Una posición más modesta y correcta es, en mi opinión, la de quienes postulan la “dualización social” como tendencia, sin llegar a afirmarla como inexorable ley histórica.
En el campo de la exclusión social y de la ‘flexibilización’ no cabe duda alguna de que las tácticas de acción directa son las únicas eficaces y satisfactorias. Aquí los principios tácticos y organizativos del anarcosindicalismo, son plenamente corroborados, por ejemplo, teniendo en cuenta la aberrante degeneración de la socialdemocracia y del marxismo, sindicales. Para estos sectores, por otro lado, el planteamiento clásico sobre el surgimiento de la conciencia social-revolucionaria sería válido. Y es evidente que en lo que conocemos como “Tercer mundo” las condiciones objetivas revolucionarias están harto desarrolladas.
A no ser que el sistema necesitara de más consumidores, los excluidos sociales existirían in perpetuum como medida que proporciona la valoración positiva de la calidad de vida del trabajador-consumidor, fomentándose así la pertenencia al sistema. Además los precarios-parados sirven de vía de escape para equilibrar o maximizar el capital empresarial siempre dentro de los límites prefijados para asegurar el consumo de los bienes sociales producidos en lo que viene a ser una novedosa dialéctica en la economía capitalista, por la cual él mismo ataja sus contradicciones -que podrían provocar su quiebra-, cuando éstas lo ponen en peligro. Estos problemas, pienso, sólo podrían solucionarse a través de una lucha social -por parte de los afectados; lo que no quitaría la solidaridad de otros grupos sociales con éste- que abogara por una reestructuración económica. Los trabajadores con baja renta, y los trabajadores precarios y los parados permanente o circunstancialmente compondrían este subgrupo social, en el cual se plantearía la cuestión ‘reformismo-revolución’ desde el punto de vista de las posibilidades de asunción de las reivindicaciones sociales por parte del sistema socio-económico. Es patente que la economía capitalista depende de consumidores para preservarse. Por lo tanto hay una cantidad de trabajadores que recibirán una renta apta para el consumo de los productos de manera estable -si no el sistema entraría en quiebra lo que lógicamente sería imposible.
Por otro lado, es obvio que la exclusión social para estos individuos no es solamente de incapacidad económica para entrar en la dinámica de consumo; los parados y precarios por formar parte de la sociedad capitalista también son excluidos en el mismo sentido que la clase obrera sobre sus potencialidades transupervivenciales son alienadas al ser absorbidas por el sistema de dominio. Y por tanto que su lucha haya de ser sólo una lucha económica. La lucha de los individuos ha de ser externa -contra las estructuras sociales que le oprimen. Y además interna: el anarquismo aspira a un conato de inversión cultural colectiva, enraizada en la estructura vital de los individuos en la etapa histórica que aspiramos superar. Unos mínimos culturales, asumidos y practicados individualmente, para alcanzar el proyecto de una sociedad libre.
Hay que abrir un debate en el seno del movimiento libertario organizado y "autónomo"-, invitando especialmente a aquellos colectivos socio-políticos que practican los principios organizativos de la democracia directa, y por extensión, de coherencia entre teoría y práctica, acerca de cómo podría ser y llevarse a cabo una reorganización ideológica del mismo, y por consiguiente, de sus instrumentos prácticos.
NOTA: Las notas a pie de página para las citas bibliográficas brillan por su ausencia, por lo que a continuación se indica la bibliografía utilizada en el orden de aparición.
Entrevista a Cornelius Castoriadis, en la revista Archipiélago
Habermas, J.; Problemas de legitimación del capitalismo tardío
Libreto negro “AIT, la Internacional del sindicalismo”
Marcuse, H.; Metodología de la revolución
Díaz-Salazar, R.; ¿Todavía la Clase obrera?
Reich, W.; La plaga emocional en el trabajo
Puente, I.; El comunismo libertario
Habermas, J.; op.cit.
CONCLUSIONES QUE SE DESPRENDERIAN PARA UN GRUPO ANARQUISTA DE LO EXPUESTO
Una federación de grupos anarquistas, ha de consensuar una estrategia social de propagación del anarquismo. Para ello ha de fijar unos contenidos concretos a propagar hilvanados de manera precisa y congruente a fin de que la sociedad entera, y la clase obrera -acotada en el sentido anterior- en particular, reconociéndola como centro estratégico de la revolución social libertaria, puedan captar su sentido vital. Todas sus campañas locales o de mayor ámbito, todos sus actos culturales, todas sus publicaciones, deben estar en consonancia con la estrategia general que les da su razón de ser, interpretando siempre los temas que se traten desde un mismo prisma y poniéndole acentos con los principios ideológicos anarquistas. Una tal federación debe presentarse a la sociedad y al movimiento libertario como una congregación de grupos de individuos anarquistas que asumen el papel de ser los catalizadores ideológicos de la revolución social libertaria. Esto supone desarrollar y aunar más el mensaje que se pretende explayar en la población, y entrar en el análisis exhaustivo de tendencias “anarquistas” contemporáneas cuya práctica dudosamente concuerda con el objetivo de la concienciación social -léase insurrecionalismo, propuestas parciales análogas, neo-hippysmo okupa y posmodernismos sociopolíticos varios. También esto conlleva la discusión de la eficacia estratégica de las relaciones que un grupo anarquista pueda mantener con otros grupos de tinte libertario y con todo otro colectivo sociopolítico o sociocultural. Las federaciones actuales FAI y FIJL aunque teóricamente se asemejan a este concepto distan bastante en sus prácticas, aunque no totalmente. La FIJL además tendría que despojarse de su cliché histórico de trampolín para la militancia en CNT, así como de su falaz nomenclatura; la FIJL no tiene su campo de acción solamente en los jóvenes, eso era en sus albores. Por otra parte es obvio que la estrategia de un grupo anarquista debe concordar con la realidad social del momento. Sin saber cómo alcanzar el norte que perseguimos, nuestra militancia se convierte en algo sinsentido.
Un problema añadido a la intención de concienciación social sería el de buscar nuevos significantes para los significados libertarios. Si no puede contarse con la atención crítica y la racionalidad natural de los individuos hacia las posiciones sociales causadas por la propia dinámica económica del capitalismo, es necesario encontrar mecanismos de comunicación de los grupos a la sociedad que hagan llamar la atención hacia las posiciones sociales; la naturaleza semántica de este discurso, según el tipo de motivación que se pretendería lograr, abarcaría todos los elementos espirituales de la vida humana que las relaciones de poder han alienado. La meta de los nuevos significantes sería conseguir la atención de los oprimidos, y la estética jugaría un papel principal. Esto exige la creación de un nuevo lenguaje que significaría a través de las creaciones estéticas de sus significantes y podría compaginarse con una determinación de los contenidos que vienen a la cabeza de los individuos en cada situación espacial y temporal de su vida cotidiana, en la línea de los situacionistas.
El proletario de las etapas anteriores del capitalismo era en verdad la bestia de carga, que proporcionaba con el trabajo de su cuerpo las necesidades y lujos de la vida, mientras vivía en la suciedad y en la pobreza.
<<Depauperación>> connota la absoluta necesidad y exigencia de subvertir condiciones de vida intolerables, y tal necesidad absoluta aparece al principio de toda revolución contra las instituciones sociales básicas.
Marcuse
Introducción
La búsqueda de causas, al respecto de la poca relevancia social del anarquismo, ha de hacerse a través de una meditación profunda y no por razonamientos infundados que nos lleven a conclusiones insatisfactorias, equivocadas o confusas, fruto de la confianza en una autoridad cuya validez no ha sido puesta en cuestión o de la observación individual, y no de la investigación autónoma y sagaz.
Esta investigación, a cada segundo, minuto, hora... que dedicamos de nuestra vida a la construcción de un mundo mejor y más libre se nos impone con más urgencia, en la medida que observamos los pésimos resultados globales de nuestra militancia. La conciencia libertaria de la sociedad se nos presenta entonces como un hito imposible de conseguir, nuestras actividades no tienen la respuesta deseada en la población, y este es un problema capital a todas luces imposible de eludir, pues nuestro reiterativo fracaso nos indica que algo va mal. No responder al problema sería un arakiri.
Tras las transformaciones socio-económicas, socio-políticas y socio-culturales acaecidas en las últimas décadas, que generan la instauración de un "nuevo" sistema de dominio cuyas estructuras esenciales se cifran -en el terreno económico- en el modelo capitalista de consumo, -en el político- en la democracia parlamentaria-Estado del bienestar, -y en el cultural- en lo que viene a ser la dispersión en la sociedad entera del modo de vida burgués, el consumismo, y la denominada "sociedad del espectáculo", se ha puesto en duda el que el sujeto revolucionario del cambio social socialista en Occidente pueda ser el clásico, encarnado en el movimiento obrero. Pero ésta no es una problemática nueva. Diversos teóricos han realizado estudios al respecto y han defendido tenazmente sus conclusiones (léase Gramsci, Marcuse, Gorz, Touraine, Bahro, Paramio, Wright, Mouffe, De Pablo, Amín, Altvater, Fernandez Buey...). Asimismo un nutrido grupo de sociólogos han examinado la vigencia de las categorias que antaño definían a las clases sociales, y por ende a la clase obrera (léase Giner, Pérez Yruela, Przeworski, Pinilla de las Heras, Poulantzas, Wright, Gomáriz, Tezanos, Lacalle...).
El actual estancamiento del anarquismo obrero y las diferentes formas de lucha social que han resurgido o aparecido recientemente en nuestra sociedad, con una notable falta de definición y profundización -insurrecionalismo, movimiento "okupa", movimiento "autónomo", anarco-marxistas, y demás rebujinos ideológicos-, se deben, a mi entender, en parte, a la crisis teórica que invade al anarcosindicalismo -tradicional partenaire estratégico del anarquismo- a un nivel más trascendente del problema sobre los modos de propagación del mensaje libertario para una clase obrera con conciencia burguesa. Intentos por salir de este impasse se dan también dentro del anarcosindicalismo, éstos vienen a traducirse en una tendencia culturalista, en detrimento de la actividad sindical, renegando así el anarcosindicalismo de su destino con el ámbito del tajo y ocupando el espacio social que pertenecería a los ateneos y grupos específicamente anarquistas. La validez del anarcosindicalismo como herramienta teórica y práctica para la emancipación social ha de decretarse atendiendo, parafraseando a la ciencia médica, al estado sintomático del enfermo (¿qué es lo que le pasa?), las causas de la enfermedad (¿por qué le pasa eso?), y el tratamiento a recetar (¿cómo curarlo de su mal?). Es decir, hemos de valorar la salud de la sociedad, a través del conocimiento de la estructura que la conforma, definir -si se puede- en la actualidad la clase social que antaño era el destinatario de la revolución social, contrastarla con la vieja clase obrera tanto en su conceptualización como en su posibilidad de representar de nuevo al sepulturero del capitalismo, y discernir su preeminencia con respecto a otros grupos sociales en la solución de la revolución -lo cual conlleva, si es pertinente, la comparación de los conceptos de 'revolución', e incluso la reformulación de la 'estrategia anarquista'.
El encauzamiento o fundamento que, a mi juicio, debe tener el movimiento obrero revolucionario de acuerdo con nuestro presente histórico, en cuanto a la motivación revolucionaria, hoy en día, para el anarquismo y el anarcosindicalismo, ha de prescindir de la motivación supervivencial que acompañaba a las motivaciones transupervivenciales -antaño-, y es más, son éstas las que verdaderamente originan la motivación revolucionaria propiamente dicha, y mucho más desarrolladas -dado el carácter y proliferación de innovadores tipos de alienación espiritual. Mi intención para lo que sigue es ampliar algunos puntos nodales de este discurso, e intentar trazar, en líneas generales, una adecuada estrategia de acción que concuerde con la susodicha axiomatización.
Puede decirse que, en todo acervo al que pueda atribuírsele el querer conseguir una mejora de la situación de los trabajadores ante la agresión que ocasiona contra ellas el modo de relaciones económicas capitalista, la relación entre teoría y praxis emancipadora conforma la premisa lógica conectiva sine qua non para cualquier ulterior pretensión de perpetración de la teoría en la realidad social. De tal modo que, toda acción particular siempre presupone a la teoría, y es más, se halla indisolublemente sujeta a la teoría dependiendo aquélla de ésta in extremis: sin una teoría contrastada, validada, que defina y avale a la praxis, ésta está ciega, y por tanto deviniendo ya otra cosa. Parte de la teoría en la que se apoya la acción anarcosindicalista y anarquista -entendiendo así lo que ha sido y es el movimiento libertario organizado desde sus fundadores- está caduca. Ha sido la ideología marxista la más afectada conceptualmente de las corrientes socialistas por el surgimiento y consolidación del capitalismo postindustrial. Esta doctrina además en los países en los que se ha instaurado, se ha visto refutada empíricamente en sus tesis principales: influencia en el cambio social de factores superestructurales, independencia de los intereses de los dirigentes socio-políticos, supuestos representantes de los intereses emancipatorios de los trabajadores, con respecto a éstos, a consecuencia del mantenimiento del Estado en la mediación hacia el comunismo -léase por ejemplo Kronstad y Stalin-, resultado totalitarista de su interpretación dialéctica de la historia que homogeneiza a los individuos debido al uso de la 'síntesis conceptual', etc. No obstante, mediante claros recursos ad hoc se ha tratado de salvar la validez de algunos aspectos de la doctrina, recursos que, por su naturaleza incongruente en su ajuste de la teoría a los hechos, manifiestan el anacronismo e irracionalidad que con frecuencia imperan en los movimientos sociales que asumen tal ideología.
Crítica al sujeto clásico de la revolución
Desde el punto de vista socio-económico, la clase capitalista imperante se nutre gracias a un modelo de plusvalía en donde el consumismo -mecanismo posibilitado por el enorme incremento, gracias al apabullante avance técnico, de las fuerzas productivas sociales, y la elevación salarial de la gran mayoría de la población activa- representa la otra cara de la explotación laboral. El individuo es instrumentalizado por partida doble, a saber, como cosa que gasta y como cosa que trabaja. El sistema capitalista de hoy en día -como se ha aludido- no conlleva la opresión económica de antaño -en tiempos de Marx, Proudhon o Bakunin el sujeto alienado poseía los rasgos propios del obrero industrial inglés de mediados del siglo XIX: léase la prototípica obra de Federico Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra- en donde la explotación capitalista llevaba a la pauperación material progresiva del trabajador hasta el estadio de peligrar su propia supervivencia.
En el plano puramente laboral, los trabajadores implicados directamente en el proceso de producción son hoy una minoría. El número de trabajadores separados de la producción ha aumentado como consecuencia de la automatización, y la tecnologización de los medios de producción ha exigido la intelectualización del trabajador.
Sobre el fundamento científico de la revolución social
Lo que aquí interesa discutir es la reformulación de las predicciones de Marx al respecto de la crisis económica que se repetiría cíclicamente y en la que el modo de producción capitalista por su misma dinamys, objetivada en ley fatal universal, caería. Paul Baran y Paul M. Sweezy han sido algunos de los defensores de esta tesis. En el bando anarquista, desde Bakunin hasta Isaac Puente, se argumentaba este planteamiento, y Abraham Guillén ha sido uno de sus reformuladores en tiempos recientes. Esta tesis no anhela ser sino una elucidación empírica de uno de los requisitos objetivos indispensables -explicitado como tal en La ideología alemana de Marx y Engels- para poder darse el desencadenamiento de una revolución social -de masas-; en la tradición marxista más ortodoxa se exigió además una determinada cota de perfeccionamiento de las fuerzas productivas, superponiéndose su noción de la historia y del progreso a los males sociales padecidos. Es patente que esta tesis se sienta en un supuesto antropológico, que se podría caracterizar como supervivencial, biológico, o 'darwinista', el cual subraya la dimensión animal del ser humano y se cifra en la idea de que todo hombre lucha por su supervivencia, por lo cual las necesidades humanas más urgentes son las, explicándose la puesta en marcha del mecanismo por su base instintiva. Este postulado antropológico -cuasideterminista- garantiza el nacimiento de una disposición crítica en el pensar y hacer de los individuos en referencia a su atención a la posición social que ocupan de una forma natural y casi automática cuando a) los individuos viven en condiciones paupérrimas que atentan -o pueden llegar a atentar- contra su supervivencia, o b) son conscientes de la inexorable proximidad de tales condiciones sino actúan oponiéndose a ella.
Ahora bien, a mi parecer, la aplicación de tal planteamiento a nuestro presente histórico es una extrapolación, está fuera del contexto socio-histórico contemporáneo. En mi opinión, sería iluso pensar que los capitalistas con todo lo que llevan andado serían tan ingenuos de cavar su propia tumba, pues, como bien ha dicho Cornelius Castoriadis, “desarrollar la producción y el consumo es precisamente lo único que hace el capitalismo: no hay ninguna relación en los países ricos entre el <<nivel de vida>>, o sea el consumo en el sentido capitalista del término, entre el obrero de 1840 y uno de 1990”. De este modo, el planteamiento de una revolución social basada en una motivación supervivencial surgida de la comprensión, por parte de la clase social afectada, de unas hipotéticas leyes del capitalismo, que predicen la pauperación material progresiva de los trabajadores hasta verse "amenazada la VIDA, la existencia misma de la Especie" se apoya en una cuestión, la de la crisis económica, que, como bien esclareció Jürgen Habermas, “no puede decidirse de antemano, en un plano analítico, (...) esta cuestión sólo puede responderse empíricamente”. La conclusión de tal estudio es que “el sistema económico fue despojado de su autonomía funcional respecto del Estado”, de manera que “las tendencias a la crisis económica son desplazadas, por medio de la acción de evitación reactiva emprendida por el Estado al sistema político”. “Con ello no queda excluido el surgimiento de constelaciones que harían fracasar el manejo de la crisis, pero ellas ya no son predecibles según las leyes del sistema”. Si bien el Estado funciona, grosso modo, como defensor de los intereses de la clase capitalista al igual que en las fases anteriores del capitalismo, además hoy lo hace dotando a la sociedad de una renta que permita consumir los productos dentro del marco fijado por el trinomio oferta-demanda-competencia, posibilitando la persistencia del movimiento económico del sistema dentro de unos márgenes indispensables para el mismo. Deteniendo así las tendencias a la crisis por expreso deseo de los grandes capitalistas, los directivos de las corporaciones empresariales -que, en última instancia, estructuran la sociedad según sus intereses-, en vista a salvaguardar esos mismos intereses de clase.
El sujeto revolucionario: su identificación y movimiento
Siempre y cuando la tesis empírica de que la seguridad de la existencia física de los individuos no se verá truncada sea cierta, debe enunciarse una teoría del cambio social-revolucionario que prescinda de la base darwinista del materialismo histórico. El paro y la precariedad laboral han adoptado una novedosa función político-social; el trabajo, en tanto elemento estructural, se ha convertido en algo sumamente valioso en relación al estado parado o precario, potenciándose de esta manera la necesidad de integración en el sistema, pues el trabajador “vive” mientras el parado o precario sobrevive, y en consecuencia la lógica de la dominación establecida. Pero ¿un movimiento social contra el paro es per se revolucionario?
Al respecto de la autocreación sistémica de unas contradicciones que creen las condiciones posibles para su superación en un sentido materialista, de un supuesto descubrimiento de las leyes del capitalismo que nos permitieran predecir el momento material justo para provocar el viraje de la subjetividad social, aunque las recientes, actuales o “futuras” acciones político-económicas de los burgueses tienen o pueden tener como consecuencia un empeoramiento material de los trabajadores -sea un incremento del sector precario o sea del sector inactivo-, de ahí no se sigue, en virtud de los argumentos expuestos, que este empeoramiento vaya a ser irrefrenable por el capitalismo.
Tal como se nos presenta el panorama actual, la mayoría de la población sigue vendiendo su fuerza de trabajo y no tiene ningún tipo de participación real en el proceso de producción, pues a pesar de que -como se ha indicado anteriormente- se ha visto incrementada la cantidad de trabajadores separados de la producción, la realización de la plusvalía constituye asimismo una fase -la otra- del mecanismo de acumulación del capital; las relaciones sociales que conforman la estructura económica siguen siendo asimétricas, y por tanto, el trabajador continúa en estado de explotación y de enajenación del producto de su trabajo. Las distintas ocupaciones que desempeña la clase obrera así como su menor nivel y estratificación interna de pobreza material han llevado a algunos estudiosos del tema a hablar simplemente de “trabajador colectivo” o de “clase trabajadora”. Atendiendo al objetivo primario de la revolución social, esto es, la organización social en vista a las necesidades colectivas -y lógicamente como medio la de los medios de producción de los bienes sociales- objetivamente esta clase es la más apta para llevar a cabo la revolución debido al papel que protagoniza en el proceso productivo. El que su conciencia se halle aburguesada sólo significa que hay que re-enseñarla; y aquí es donde entrarían en juego algunos de los movimientos sociales que han florecido en poco tiempo. Los movimientos sociales en contra del aparato militar, feministas, ecologistas, y también los ateneos y los específicamente anarquistas, han de asumir la misión de ser los catalizadores de la revolución, re-enseñando a la clase obrera; pero nunca podrán ser colectivos sustitutorios de ésta. Todo movimiento social-revolucionario socialista sólo podrá ser -ante todo- un movimiento de trabajadores por la necesidad de las premisas de llegada. Hay que decir que la función de los grupos ideológicos anarquistas y ateneos es en cierto modo preeminente a las de los demás. Los primeros de lo que tratarían es de propagar la ideología libertaria como teoría social que permita comprender los dispositivos que mantienen la estructura social, y que hacer frente a ellos. Los segundos pretenderían dotar de conocimientos teóricos y prácticos, y alcanzar la autorrealización de cada individuo, a fin de lograr la disolución autónoma y paulatina de las alienaciones sufridas que trace un nuevo cauce a sus impulsos vitales, deshabituándose del moldeamiento al que ha sido sometido en la sociedad burguesa. De este modo se gestaría en el interior de cada individuo una fricción con lo dado que se introyecta, desarrolla y conforma vitalmente, como un antagonismo que sólo será abolido con la consecución de la libertad individual y colectiva.
Recapitulando, el cambio social emancipador no va a tener una motivación supervivencial por parte de los individuos, sino transupervivencial. Sólo será la consciencia de la insalubridad espiritual de este mundo el agente impulsor de nuestra revolución social. Los deseos que choquen con la actual moralidad de las relaciones interpersonales -véase individualismo cruel y desmedido-, con el funcionalismo y superficialidad de la cultura imperante, con la cosificación del individuo en el engranaje productivo-consumista, y la reificación de las relaciones del individuo consigo mismo -en suma, con la racionalidad rectora de la sociedad opulenta-, serán el motor que lleve a la toma de los medios de producción de los bienes sociales por los oprimidos. Éste será el nuevo campo de batalla de la lucha de clases. Anarquismo sindical-revolucionario sí, pero un anarcosindicalismo que deje atrás lastres teóricos que hoy en día ascienden al plano de las ideas obviando la realidad. En mi opinión, en buena medida el mensaje anarquista actual no tiene respuesta social porque no se adecua al momento histórico que vivimos; éste exige la construcción de una teoría revolucionaria distinta. Su correspondencia con la realidad es un prerrequisito para su puesta en la práctica y respuesta social. Entonces, la tarea que se nos impone es la de consolidar una nueva teoría de la revolución y redefinir con ello nuestras tácticas y estrategias para alcanzar nuestro anhelado fin; y después actuar en consecuencia.
Clase obrera y sujeto revolucionario
Acerca de esa otra parte de la teoría del anarquismo obrero -la que, pienso, sigue estando vigente. Al ser el objetivo de la revolución la producción racional, de los bienes sociales en general, ello hace que sea menester una militancia sindical de los poseedores de fuerza de trabajo en los ámbitos de producción-distribución de los bienes referidos: construcción, metal, servicios (educación, administración, salud, medios de información, transporte...), agricultura, ganadería, pesca, textil.
Esta acotación, equivalente al concepto reichiano de ‘trabajo vitalmente necesario’, excluye actividades como el servicio doméstico, la banca, o el estudiantado, y los resortes que obedecen a la satisfacción de necesidades ab initio alienantes -necesidades creadas y solventadas por el modelo consumista del capitalismo-, tales como el sórdido ‘mundo de la moda’, la ‘industria de los cosméticos’, la publicidad, o la compra-venta de esa inmensa gama de productos, toda ella absolutamente inútil, que son los aparatos de belleza y los productos antienvejecimiento. También el ocio cae bajo la contaminación consumista, por lo que no podemos saber a priori en torno a una ‘buena vida’ cuáles serán exactamente los proyectos de los individuos una vez emancipados de los yugos conativos impuestos por el sistema de dominio, qué actividades lúdicas autorrealizantes serán mantenidas y cuáles eliminadas por los individuos, previa evaluación de las mismas. Como decía Isaac Puente “el comunismo libertario se basa en la organización económica de la sociedad, siendo el interés económico el exclusivo nexo de unión que se busca entre los individuos, por ser el único en que coinciden todos”, entendiendo por “necesidades económicas” comer, vestir, instruirse, tener asistencia sanitaria, disponer de medios de comunicación, en suma todo lo que se repite en los individuos, lo que es común en ellos, o todo “interés universalizable”, para utilizar otra expresión feliz de Jürgen Habermas. Queda así trazado un terreno para la lucha de clases que permite hacer frente a la reestructuración a la que se ha visto sometida la sociedad desde una perspectiva sindical-revolucionaria.
De esta postura no se sigue, en ningún caso, una dictadura obrera -al estilo de la sui generis dictadura democrática proletaria del marxismo- si traemos a colación las normas de comportamiento que prescribe una ética libertaria. Desde siempre el anarquismo atendió a la represión social espiritual y a las alienaciones sufridas por encima de si los individuos pertenecían a una clase u otra, y lo sigue haciendo -ateneos culturales, grupos feministas y ecologistas, no se distinguen moralmente los trabajadores del campo de los industriales... Sin olvidar que el mensaje humanista del anarquismo pretende impregnar a toda la sociedad, desde una perspectiva sindical-revolucionaria, repito, a la sociedad entera no puede atenderse. Por supuesto que hemos de pretender que toda la sociedad interiorice las mismas ideas ha interiorizar por la clase obrera a fin de darse, gracias a su concurso, una auténtica y fructífera revolución social que logre la libertad para todos y cada uno. Sin embargo, ésta, además, ha de comprender y querer la posesión de los medios de producción como prerrequisito para el establecimiento de la Anarquía. Por consiguiente, habría que diseñar una estrategia de concienciación y acción para los dos grupos sociales. Recalcando que la clase obrera ha de ser el leit-motiv de todo discurso que en verdad propugne un cambio cualitativo de la sociedad, pues ¿quién si no el obrero tiene los conocimientos indispensables para realizar los bienes sociales?; dicho de otro modo, ¿cómo se garantizaría la satisfacción de las necesidades comunes de la población sin la cooperación entre sí de los que la materializan y la de éstos con el resto de la población?
Paro y precariedad laboral
¿Y qué hay del sindicalismo tradicional, cuya ocupación principal era conseguir la subsistencia humana? Esta vindicación corresponde en la actualidad a los sectores del paro y del trabajo precario en las sociedades “desarrolladas” -viniendo a ser en España casi un tercio de la población activa-; y como ya he aducido, ésta, a mi entender, por sí no se constituye como revolucionaria. La suposición de que, en cuanto marginales, estas situaciones dejaran de ser una apoyatura política del modelo socio-económico, pasando a ser algo extendido en el conjunto de la población -satisfaciéndose así dos de las claúsulas empíricas para la realización de una revolución social, según la teoría heredada. Y paralelamente se produjera un fenómeno de superproducción, que, por extensión, obligara a las empresas a producir por debajo de su capacidad y al despido masivo de trabajadores como exclusiva medida a adoptar para la reducción de los ‘costes de producción’ que no podrían ser mantenidos en virtud justamente del fenómeno mismo de superproducción, el cual daría lugar a una importante pérdida del capital empresarial, el de sus ganancias y el necesario para continuar la empresa en el mercado, actuando, entonces, dicho fenómeno, como un factor más engrosador del desempleo. Tal hipótesis, no tiene en cuenta la flagrancia lógica de que, ante la viabilidad de causar unas condiciones objetivas propicias para una revolución social, dirigida contra el statu quo -los prebostes capitalistas, las enormes corporaciones empresariales que dirigen la economía social y delimitan la actividad cultural y política, promoverían políticas keynesianas que no tendrían el efecto sino de asegurar un nivel adquisitivo capaz de responder a la oferta de productos; impidiéndose de este modo la crisis económica por superproducción. Una posición más modesta y correcta es, en mi opinión, la de quienes postulan la “dualización social” como tendencia, sin llegar a afirmarla como inexorable ley histórica.
En el campo de la exclusión social y de la ‘flexibilización’ no cabe duda alguna de que las tácticas de acción directa son las únicas eficaces y satisfactorias. Aquí los principios tácticos y organizativos del anarcosindicalismo, son plenamente corroborados, por ejemplo, teniendo en cuenta la aberrante degeneración de la socialdemocracia y del marxismo, sindicales. Para estos sectores, por otro lado, el planteamiento clásico sobre el surgimiento de la conciencia social-revolucionaria sería válido. Y es evidente que en lo que conocemos como “Tercer mundo” las condiciones objetivas revolucionarias están harto desarrolladas.
A no ser que el sistema necesitara de más consumidores, los excluidos sociales existirían in perpetuum como medida que proporciona la valoración positiva de la calidad de vida del trabajador-consumidor, fomentándose así la pertenencia al sistema. Además los precarios-parados sirven de vía de escape para equilibrar o maximizar el capital empresarial siempre dentro de los límites prefijados para asegurar el consumo de los bienes sociales producidos en lo que viene a ser una novedosa dialéctica en la economía capitalista, por la cual él mismo ataja sus contradicciones -que podrían provocar su quiebra-, cuando éstas lo ponen en peligro. Estos problemas, pienso, sólo podrían solucionarse a través de una lucha social -por parte de los afectados; lo que no quitaría la solidaridad de otros grupos sociales con éste- que abogara por una reestructuración económica. Los trabajadores con baja renta, y los trabajadores precarios y los parados permanente o circunstancialmente compondrían este subgrupo social, en el cual se plantearía la cuestión ‘reformismo-revolución’ desde el punto de vista de las posibilidades de asunción de las reivindicaciones sociales por parte del sistema socio-económico. Es patente que la economía capitalista depende de consumidores para preservarse. Por lo tanto hay una cantidad de trabajadores que recibirán una renta apta para el consumo de los productos de manera estable -si no el sistema entraría en quiebra lo que lógicamente sería imposible.
Por otro lado, es obvio que la exclusión social para estos individuos no es solamente de incapacidad económica para entrar en la dinámica de consumo; los parados y precarios por formar parte de la sociedad capitalista también son excluidos en el mismo sentido que la clase obrera sobre sus potencialidades transupervivenciales son alienadas al ser absorbidas por el sistema de dominio. Y por tanto que su lucha haya de ser sólo una lucha económica. La lucha de los individuos ha de ser externa -contra las estructuras sociales que le oprimen. Y además interna: el anarquismo aspira a un conato de inversión cultural colectiva, enraizada en la estructura vital de los individuos en la etapa histórica que aspiramos superar. Unos mínimos culturales, asumidos y practicados individualmente, para alcanzar el proyecto de una sociedad libre.
Hay que abrir un debate en el seno del movimiento libertario organizado y "autónomo"-, invitando especialmente a aquellos colectivos socio-políticos que practican los principios organizativos de la democracia directa, y por extensión, de coherencia entre teoría y práctica, acerca de cómo podría ser y llevarse a cabo una reorganización ideológica del mismo, y por consiguiente, de sus instrumentos prácticos.
NOTA: Las notas a pie de página para las citas bibliográficas brillan por su ausencia, por lo que a continuación se indica la bibliografía utilizada en el orden de aparición.
Entrevista a Cornelius Castoriadis, en la revista Archipiélago
Habermas, J.; Problemas de legitimación del capitalismo tardío
Libreto negro “AIT, la Internacional del sindicalismo”
Marcuse, H.; Metodología de la revolución
Díaz-Salazar, R.; ¿Todavía la Clase obrera?
Reich, W.; La plaga emocional en el trabajo
Puente, I.; El comunismo libertario
Habermas, J.; op.cit.
CONCLUSIONES QUE SE DESPRENDERIAN PARA UN GRUPO ANARQUISTA DE LO EXPUESTO
Una federación de grupos anarquistas, ha de consensuar una estrategia social de propagación del anarquismo. Para ello ha de fijar unos contenidos concretos a propagar hilvanados de manera precisa y congruente a fin de que la sociedad entera, y la clase obrera -acotada en el sentido anterior- en particular, reconociéndola como centro estratégico de la revolución social libertaria, puedan captar su sentido vital. Todas sus campañas locales o de mayor ámbito, todos sus actos culturales, todas sus publicaciones, deben estar en consonancia con la estrategia general que les da su razón de ser, interpretando siempre los temas que se traten desde un mismo prisma y poniéndole acentos con los principios ideológicos anarquistas. Una tal federación debe presentarse a la sociedad y al movimiento libertario como una congregación de grupos de individuos anarquistas que asumen el papel de ser los catalizadores ideológicos de la revolución social libertaria. Esto supone desarrollar y aunar más el mensaje que se pretende explayar en la población, y entrar en el análisis exhaustivo de tendencias “anarquistas” contemporáneas cuya práctica dudosamente concuerda con el objetivo de la concienciación social -léase insurrecionalismo, propuestas parciales análogas, neo-hippysmo okupa y posmodernismos sociopolíticos varios. También esto conlleva la discusión de la eficacia estratégica de las relaciones que un grupo anarquista pueda mantener con otros grupos de tinte libertario y con todo otro colectivo sociopolítico o sociocultural. Las federaciones actuales FAI y FIJL aunque teóricamente se asemejan a este concepto distan bastante en sus prácticas, aunque no totalmente. La FIJL además tendría que despojarse de su cliché histórico de trampolín para la militancia en CNT, así como de su falaz nomenclatura; la FIJL no tiene su campo de acción solamente en los jóvenes, eso era en sus albores. Por otra parte es obvio que la estrategia de un grupo anarquista debe concordar con la realidad social del momento. Sin saber cómo alcanzar el norte que perseguimos, nuestra militancia se convierte en algo sinsentido.
Un problema añadido a la intención de concienciación social sería el de buscar nuevos significantes para los significados libertarios. Si no puede contarse con la atención crítica y la racionalidad natural de los individuos hacia las posiciones sociales causadas por la propia dinámica económica del capitalismo, es necesario encontrar mecanismos de comunicación de los grupos a la sociedad que hagan llamar la atención hacia las posiciones sociales; la naturaleza semántica de este discurso, según el tipo de motivación que se pretendería lograr, abarcaría todos los elementos espirituales de la vida humana que las relaciones de poder han alienado. La meta de los nuevos significantes sería conseguir la atención de los oprimidos, y la estética jugaría un papel principal. Esto exige la creación de un nuevo lenguaje que significaría a través de las creaciones estéticas de sus significantes y podría compaginarse con una determinación de los contenidos que vienen a la cabeza de los individuos en cada situación espacial y temporal de su vida cotidiana, en la línea de los situacionistas.