Libro: "La no-violencia protege al estado", descargable. (recomendado por Wheeler)
COMO LA NO-VIOLENCIA PROTEGE AL ESTADO
Peter Gelderloss, Junio 2010
Si un movimiento ha construido un buen apoyo popular para la lucha militante contra el Estado estará mucho más cerca de la victoria.
El General Frank Kitson, un influyente militar británico, policía y teórico del control social, cuyas estrategias han sido diseminadas y adoptadas por planificadores del Estado y agencias de policía de los Estados Unidos, teoriza que los disturbios sociales se dan en tres fases: preparación, no-violencia e insurgencia.
Lo que sí es debatible, en cierto modo, es si los movimientos militantes pueden o no ganar y sobrevivir a largo plazo mientras sigan siendo antiautoritarios. Para argumentar convincentemente contra la posibilidad de que se pueda, lxs pacifistas tendrían que mostrar que el uso de la violencia contra cualquier autoridad hace que, inevitablemente, se adopten las características de dicha autoridad. Esto es algo que lxs pacifistas ni han hecho, ni pueden hacer.
¡Pedir que la gente oprimida tenga un comportamiento pacífico con sus opresorxs es estúpido e injusto! ¡Necesitan sacar su rabia!”
Periodista: ¿Qué tienes que decir acerca de las ventanas que se han roto en la protesta de hoy?
Activista: Palidece en comparación con la violencia de la deforestación/ la guerra/ estos desalojos.
Periodista: ¿Qué tienes que decir acerca de las ventanas que se rompieron en la protesta de hoy?
Activista: Nuestra organización tiene una guía de comportamiento no violento que difundimos bien. Condenamos las acciones de lxs extremistas que están arruinando esta protesta para la gente bienintencionada que se preocupa por salvar los bosques/detener la guerra/detener estos desalojos.
Espiar una base militar, poniendo en juego tu vida, y destruyendo misiles, nos han contado que es no-violento, pero hacer saltar por los aires la planta de Litton Systems (donde se fabrican los misiles crucero) sería violento incluso si nadie resutara heridx.
Cualquier persona razonable sabe que una lucha revolucionaria contiene actividades destructivas y creativas; la violencia contra lxs opresorxs y su maquinaria viene acompañada por un cuidado y una clara preocupación por la comunidad.
Nelson Mandela lo fue también, hasta que los pacifistas blancos cayeron en la cuenta de que Mandela usó la no violencia selectivamente, y que de hecho estuvo implicado en actividades de liberación de carácter violento, como atentados y preparación de un levantamiento armado2. Incluso Gandhi y King estuvieron de acuerdo en que era necesario apoyar a los movimientos de liberación armada (citando como ejemplos Palestina y Vietnam, respectivamente) allí donde no hubo una alternativa no violenta, priorizando claramente los objetivos sobre las
tácticas.
Esta renuncia sistemática a estrategias olvida que ni siquiera los loados títeres de la no violencia, Gandhi y King, creían que el pacifismo fuera una panacea universalmente aplicable. Martin Luther King Jr. estaba de acuerdo con la idea de que aquellxs que hacen imposible la revolución pacífica sólo hacen inevitable la revolución violenta22.
Objetivo, estrategia i tactica:
La estrategia es el camino, el plan de juego para alcanzar el objetivo. Es la sinfonía coordinada de movimientos que guía hacia el jaque mate.
Lxs revolucionarixs en potencia de los Estados Unidos, y probablemente de cualquier sitio, suelen ser lxs más negligentes en materia de estrategias. Tienen una idea tosca del objetivo, y están intensamente involucradxs en las tácticas, pero a menudo renuncian completamente a la creación e implementación de una estrategia que sea viable. En cierto modo, lxs activistas no violentxs tienen, normalmente, cierta ventaja sobre lxs activistas revolucionarixs, así como a menudo tienen estrategias bien desarrolladas para la búsqueda de objetivos a corto plazo.
La violencia no es una estrategia, y tampoco lo es la no violencia. Estos dos términos (violencia y no violencia) son fronteras situadas alrededor de una diversidad de tácticas.
El objetivo es el destino. Es la condición que denota la victoria. Por supuesto, hay objetivos próximos y objetivos últimos. Podría ser más realista evitar una aproximación lineal y visualizar los objetivos últimos como un horizonte,
como el destino más lejano que podemos imaginar, el cual cambiará cuando los pasos que, otrora nos parecían lejanos, se vuelvan claros, emerjan nuevos objetivos y veamos que jamás alcanzaremos un Estado utópico y que se mantenga estático.
Para lxs anarquistas, que desean un mundo sin jerarquías coercitivas, los objetivos últimos de hoy en día parecen ser la abolición de una serie de interconexiones de sistemas que incluyen al Estado, al capitalismo, al patriarcado, la supremacía blanca y las formas de civilización ecocidas.
Finalmente, tenemos las tácticas, que son las acciones o los tipos de acciones que producen determinados resultados. Idealmente, estos resultados tienen un efecto compuesto: construyen el momento o concentran la fuerza a lo largo de
las líneas trazadas por la estrategia. Escribir cartas es una táctica. Lanzar un ladrillo contra una ventana es una táctica. Es frustrante que toda la controversia entre “violencia y no violencia” se desarrolle, simplemente, discutiendo sobre tácticas, cuando la mayoría de la gente no se ha siquiera cuestionado si nuestros objetivos son compatibles y si nuestras estrategias son compatibles o contraproducentes.
Frente al genocidio, la extinción, la prisión y un legado de milenios de dominación y degradación, ¿traicionamos a nuestrxs aliadxs o renegamos de la participación en la lucha por aspectos triviales como romper ventanas o usar las armas? ¡Le hierve a uno la sangre!
no valen de nada los objetivos, las estrategias y las tácticas puestas en relación en un plano común, pero un mismo elemento puede ser visto como un objetivo, una estrategia o una táctica dependiendo de la óptica.
dejaré de lado a lxs pacifistas liberales pro-sistema y asumiré una tosca similitud de objetivos entre lxs activistas no violentxs y lxs revolucionarios. Vamos a fingir que todos nosotrxs deseamos la liberación completa. Esto evidencia una diferencia de estrategias y de tácticas. Claramente, la suma total de tácticas disponibles para lxs activistas no violentxs es inferior, puesto que sólo pueden utilizar alrededor de la mitad de las opciones que se abren para lxs activistas revolucionarixs. En términos de tácticas, la no violencia no es más que una severa limitación de las opciones totales de las que disponemos. Para que la no violencia fuera más efectiva que el activismo revolucionario, la diferencia debería estar en las estrategias; en un acuerdo particular de tácticas que alcanzase una potencia sin rival a la vez que eludiese todas aquellas tácticas que pudieran ser definidas como “violentas”. Los cuatro tipos más importantes de estrategia pacifista son: el juego moral, la actuación con el formato de un lobby, la creación de alternativas y la desobediencia generalizada.
Ward Churchill sugiere que lxs pacifistas blancos buscan protegerse de la represión, consignando su activismo a
posturas y formulaciones de la organización social de un mundo postrevolucionario, mientras la gente negra de todo el mundo sufre todas las fatalidades luchando por ése mismo mundo. Esto dista mucho de corresponderse con el rol solidario que lxs pacifistas blancxs creen estar cumpliendo.
Nuestras opciones han sido violentamente reducidas a las siguientes: apoyar activamente la violencia del sistema; apoyarla tácitamente rechazando desafiarla; apoyar cualquiera de los enérgicos intentos para destruir el sistema basado en esa violencia; o perseguir nuevas y originales formas de luchar y destruir ése sistema. Lxs activistas privilegiadxs deben entender aquello que el resto del mundo ya sabe desde hace tiempo: estamos en medio de una guerra, y la neutralidad no es posible33. No hay nada en este mundo que pueda merecer el nombre de “paz”. Es más, es una cuestión que se reduce a qué violencia nos asusta más, y del lado de quién vamos a resistir.
Mi argumento no es que todxs lxs pacifistas sean unxs apologistas del Estado y unxs traidorxs sin ningún mérito que los salve y sin un lugar en un movimiento revolucionario. Muchxs pacifistas son presuntxs revolucionarixs bienintencionadxs que, simplemente, han sido incapaces de dejar atrás su condicionamiento cultural, que les programa, instintivamente, para reaccionar a los ataques del endiosado Estado, como si se tratara de la mayor traición y crimen. Un puñado de pacifistas han demostrado sostener un compromiso con la revolución y han corrido tales riesgos y sacrificios que están por encima de las típicas críticas que lxs pacifistas merecen, y esto incluso plantea un desafío para el funcionamiento del satus quo, particularmente, cuando su moral no les impide trabajar solidariariamente con revolucionarixs no pacifistas1. La cuestión es que el pacifismo como ideología, cuando tiene unas pretensiones que van más allá de una práctica personal, sirve, incorregiblemente, a los intereses del Estado y €está, irremediablemente, psicológicamente inserto en el esquema de control del patriarcado y de la supremacía blanca.
Este antiautoritarismo se debe reflejar tanto en la organización, como en el sistema de valores del movimiento de liberación. A nivel organizativo, el poder se debe descentralizar (esto significa no tener partidos políticos o instituciones burocráticas. El poder debe localizarse en las bases, tanto como sea posible), en individualidades y en grupos de trabajo dentro de la comunidad. Porque las bases y los grupos comunitarios se hayan reducidos por las condiciones de la vida real y están en constante contacto con la gente de fuera del movimiento, mientras que la ideología tiende a fluir de forma ascendente, concentrándose en “comités nacionales” y otros niveles centralizados de organización (que conduce conjuntamente a la gente que comparte la misma opinión y la empapa de abstracción, alejándola del contacto con la mayoría de las demás realidades cotidianas).
La cultura o el sistema de valores del movimiento de liberación también es vital. Las estructuras no coercitivas son fácilmente subvertidas si la cultura y los deseos de la gente, operando en dichas estructuras, los dirigen hacia otros fines.
Para lxs principiantes, una cultura de liberación debe favorecer la pluralidad, por encima del monopolio. En términos de lucha esto significa que debemos abandonar la idea de que sólo hay un camino correcto, o que debemos firmar en la misma plataforma o unirnos a la misma organización. Por otro lado, la lucha se beneficiará de una pluralidad de estrategias de ataque al Estado desde diferentes ángulos. Esto no significa que cada cual deba trabajar solx o no entenderse con lxs demás. Necesitamos coordinarnos y unificarnos tanto como sea posible para aumentar nuestra fuerza colectiva, pero también deberíamos reconsiderar cuánta uniformidad es posible en realidad. Es imposible poner a todo el mundo de acuerdo en que una estrategia de lucha es la mejor; y de hecho, esta disyuntiva es, probablemente, errónea. Después de todo, la gente tiene distintas habilidades y experiencias y se enfrenta a diferentes aspectos de la opresión: en este contexto sólo tiene sentido que deban existir diferentes caminos de lucha en los que avanzar, simultáneamente, hacia la liberación. Los monoteísmos autoritarios inherentes a la civilización occidental nos conducirían a una visión de estos otros caminos como rodeos poco inteligentes, como una competición; intentaremos al menos reprimir estas otras tendencias del movimiento.
el objetivo es el de destruir las estructuras de poder centralizadas de modo que cada comunidad tenga la autonomía para organizarse a sí misma de modo que todos sus miembros decidan, colectivamente, capacitarse para conocer sus necesidades, mientras también se unen a asociaciones de ayuda mútua con las comunidades que haya a su alrededor6. Todo el mundo tiene un potencial innato para la libertad y la autoorganización; por lo tanto, si nos identificamos como anarquistas, nuestro trabajo no consiste en convertir a todxs lxs demás al anarquismo, sino usar nuestras perspectivas y experiencias colectivas para estar en guardia ante los esfuerzos de cooptación de la izquierda institucional y proveer modelos para las relaciones sociales autónomas y la autorganización en las culturas, allí donde normalmente no existen.
Pero es también verdad que la gente no es igual en términos de habilidades, que esta revolución requiere una cantidad tremenda de pericia, y que puede haber gente que ocupará voluntariamente un lugar que requiera más pericia que lxs demás en una posición de liderazgo no coercitivo y temporal. El planteamiento de un sistema de valores antiautoritario frente al liderazgo es que el poder debe ser constantemente redistribuido hacia fuera. Es responsabilidad de la gente que se encuentra a sí misma en posiciones de liderazgo prestar su talento al movimiento mientras diseminan su liderazgo a su alrededor, enseñando a la otra gente, en vez de asirse a su pericia como una forma de poder.
la lucha, basada en una dicotomía polarizada entre violencia y no violencia, no es realista y además es contraproducente.
debemos trabajar para intensificar la militancia, para educar a través de acciones ejemplares y para incrementar el nivel de militancia aceptable (para, por lo menos, los segmentos de la población que hemos identificado como potenciales simpatizantes). Lxs radicales que provienen de bagajes privilegiados son lxs que tienen más trabajo que hacer en este sentido, porque dichas comunidades son las que tienen las reacciones más conservadoras respecto a las tácticas militantes. Lxs radicales privilegiadxs parecen ser más capaces de preguntar, “¿qué pensará la sociedad?” como una excusa para su pasividad.
Si la única elección que podemos hacer es entre tirar bombas y votar, la mayoría de nuestrxs aliadxs potenciales elegirán votar. Fetichizar la violencia ni siquiera mejora la efectividad del movimiento, ni tampoco preserva sus cualidades antiautoritarias.
Debemos aceptar, siendo realistas, que la revolución es una guerra social, no porque nos guste la guerra, si no porque reconocemos que el status quo es una guerra de baja intensidad y desafiar al Estado tiene como resultado una intensificación de esta guerra.
“La victoria psicológica de estos días violentos puede haber sido más importante. Cuando una gente colonizada aprende que puede contraatacar unida, la vida nunca volverá a ser tan cómoda para sus explotadores”.