Disculpa mi vitalismo, pero de similar no tiene nada. En el primer supuesto el individuo acaba muerto, en la nada, destruido y aniquilado, todo por una ilusión falsa. En el segundo caso, puesto que se desdeña lo falso y se teme lo real (hay quien llama a esto dar un paso adelante en el sentido de la propia emancipación), tenemos a la persona vivita y coleando.Résistance escribió:Diria que temer al infierno y al dolor eterno, y por eso no aceptar una transfusion, es bastante similar a aceptarla porque sino morira y perdera todo lo que es en vida por la nada, y estar, bueno, muerto.
Si sirve de algo, pongamos un ejemplo absurdo y fantasioso: yo vivo al lado de un desfiladero. El enorme cabronazo de mi vecino, que es bromista muy pesado, se ha pasado diciéndome desde mi más tierna infancia que existe un puente invisible que une los dos lados del desfiladero, y que concretamente en el opuesto a donde yo vivo (lugar que, por supuesto, jamás he podido visitar) se da la Felicidad Eterna. Para seguir metiéndome miedo en el cuerpo, me dice además que en el lado donde yo vivo hay un plazo determinado durante el cual se lleva una vida "normal" pero que, una vez vencido, convierte la propia existencia en una tortura constante. Dice que no puede darme pruebas porque son cosas que se ven cuando llegan, pero me asegura que suceder, suceden. Así llegamos al día anterior a que se me acabe el plazo. Total que yo, muy libre y voluntariamente, quiero ir al otro lado, y quiero creer además que puedo pasar por ese puente imaginario, pese a que todos mis sentidos me dejan muy claro que más que puente, lo que hay es una caída de quinientos metros a un lecho de roca desnuda. Salgo de casa corriendo, me voy acercando al borde del barranco, lo veo perfectamente, y cuando estoy justo ahí... sigo corriendo, a pesar de lo que me dicen los sentidos, porque se me mezcla el miedo al sufrimiento que me espera a este lado con las ganas de llegar al otro. A los tres segundos soy puré de carne y hueso roto, y mi vecino ha aumentado sus propiedades al quedarse con mi casa, que por supuesto le había dejado en herencia en agradecimiento por la ayuda espiritual prestada.
¿A nadie se le ocurriría decir que semejante mentira es un auténtico peligro para la salud pública si es tomada en serio, y que quienes la difunden como una verdad inapelable, como es el caso de mi vecino, son elementos a perseguir por toda sociedad que se precie de sana?