Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

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Saranarca
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Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Saranarca » 18 Oct 2023, 00:59

He leído un poco sobre el tema y no me aclaro, en la wikipedia dice:
Visión sobre el sindicalismo

Siguiendo con su pensamiento, cabe destacar su particular visión sobre el sindicato y su función dentro del movimiento anarquista. Malatesta parte de la premisa de que el sindicato es necesario, y que los anarquistas deben participar en él o fundarlo cuando este no exista. A pesar de esto, afirma que el sindicato es un medio y no una finalidad. Esta idea se basa en sus sospechas sobre el hecho de que el sindicato, si no se tiene clara su función y se le confunde con una organización política, puede convertirse en un pseudopartido, con tendencias jerarquizantes y autoritarias hacia la mayoría de los participantes que se acercan por su carácter reinvindicativo. A la vez, cree que el sindicalismo no debe caer en el error del oportunismo y conformismo social, ni en la pura defensa de los intereses particulares pero que hay una tendencia en el propio sindicalismo que lo lleva a caer en eso (de ahí la necesidad de la organización anarquista separada). La experiencia de la CGT francesa y el declinamiento del sindicalismo revolucionario ante la represión de los Estados y las concesiones de los mismos hacia sectores moderados y negociadores parecieran darle la razón para muchos anarquistas.
Luego, en un texto que encontré (aquí) en el que debatía con un miembro destacado de la FORA argentina, decía:
Aún así, aunque todos, o casi todos, concordamos en cuanto a la utilidad y necesidad de que los anarquistas asuman una parte activa en el movimiento obrero, actuando de iniciadores y de soporte, sin embargo, no concordamos en cuanto a la forma, las condiciones y los límites de dicha participación.

Muchos compañeros aspiran a fusionar el movimiento obrero y el movimiento anarquista; y donde pueden, como por ejemplo en España y en la Argentina e incluso un poco en Italia, en Francia, en Alemania, etcétera, intentan dar a las organizaciones obreras un programa netamente anarquista. Son los compañeros que se denominan “anarco–sindicalistas”, o aquellos que, uniéndose con otros que en realidad no son anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.
Ahora bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y que no es correcto pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin y ya no podrían utilizarse para los fines que los anarquistas tienen al participar en ellos.
Toda fusión o confusión entre el movimiento anarquista y revolucionario y el movimiento sindicalista resulta en volver impotente al sindicato para su finalidad específica, o en atenuar, falsear y aniquilar el espíritu del anarquismo.
A mi parecer los anarquistas no debiesen querer que los sindicatos sean anarquistas; pero deben actuar en su seno en favor de los fines anarquistas, como individuos, como grupos y como federaciones de grupos.
Los anarquistas en los sindicatos deberían luchar para que éstos permanezcan abiertos a todos los trabajadores, cualquiera sea su opinión y partido, con la sola condición de la solidaridad en la lucha contra los patrones. Los anarquistas debiesen oponerse al estrecho espíritu corporativo y a cualquier pretensión de monopolizar las organizaciones y el trabajo. Debiesen prevenir que los miembros de los sindicatos sirvan de instrumentos en manos de los políticos para fines electorales u otros propósitos autoritarios; debiesen predicar y practicar la acción directa, la descentralización, la autonomía, la libre iniciativa; debiesen esforzarse por que los miembros de los sindicatos participen directamente en la vida de las organizaciones sin necesidad de líderes ni de funcionarios
permanentes.
No me entero, ¿defiende el sindicalismo revolucionario pero no el anarcosindicalismo?, ¿ni siquiera defiende el sindicalismo revolucionario?, ¿defiende una especie de entrismo en los sindicatos para hacerlos más asamblearios? NO ME ENTERO

Supongo que algo tendrá que ver la traducción, la coyuntura y el lenguaje de la época para que el texto parezca algo totalmente ambiguo.

Si alguien me puede ayudar diciéndome qué pensaba Malatesta del anarcosindicalismo (¿y de la CNT en concreto?), se lo agradecería. Y si me puede decir qué significa lo que dice López Arango y cuál era la polémica que tenía con Malatesta, se lo agradecería mucho más.
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Perh
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Perh » 18 Oct 2023, 22:52

Yo no hallé ninguna contradicción ni dicotomía en la postura de Malatesta., pero si quieres que te dé mi explicación tendrás que esperar a que regrese a casa jeje

En principio Malatesta está hablando del sindicato como herramienta horizontal, pero en el sistema capitalista todo tiende a jerarquizarse para ser asimilable e identificable y capturable dentro del orden de lo esperable...
por lo tanto pide cuidarse de esa verticalidad sindical que funciona como agua estancada o finalidad en sí misma.
Cuando las intensidades de una organización se cristalizan, se burocratizan, pierden movilidad y nomadismo, se vuelven funcionales impidiendo opciones.

Vamos, lo mismo que te dije sobre el feminismo:
"Quien vive de contar muertas no te quiere viva"
*... es decir, la institucionalización vertical de las acciones las vuelve rebaño y se destruyen condiciones de posibilidad.
* Incluso le pasó a muchos movimientos cristianos, perdieron potencial revolucionario por estratificarse verticalmente. Y hoy en día ya sólo son grupos funcionales a toda norma., no son los interesantes y potentes milenaristas que estudia Norman Cohn.

Listo., eso como intro. Más tarde aclaro donde quieras poner el énfasis.

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Perh
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RE: ((desarrollo))

Mensaje por Perh » 19 Oct 2023, 04:49

1) Malatesta parte de la premisa de que el sindicato es necesario, y que los anarquistas deben participar en él o fundarlo cuando este no exista.
2) afirma que el sindicato es un medio y no una finalidad. (horizontalidad nómada VS sedentarismo vertical)
3) el sindicalismo no debe caer en el error del oportunismo y conformismo social. (Pensamiento nómada / organización anarquista separada: no concordancia en cuanto a la forma, las condiciones y los límites de dicha participación./ La forma hace al contenido / Nada de cristalizaciones inmóviles/sedentarias, sino apostar a no cerrar las posibilitaciones de oportunidades, como la metáfora del GO vs AJEDREZ:
Veamos, por ejemplo, el ajedrez y el go, desde el punto de vista de las piezas, de las relaciones entre las piezas y del espacio concernido. El ajedrez es un juego de Estado o de corte, el emperador de China lo practicaba. Las piezas de ajedrez están codificadas, tienen una naturaleza interna o propiedades intrínsecas, de las que derivan sus movimientos, sus posiciones, sus enfrentamientos. Están cualificadas, el caballo siempre es un caballo, el alfil un alfil, el peón un peón. Cada una es como un sujeto de enunciado, dotado de un poder relativo; y esos poderes relativos se combinan en un sujeto de enunciación, el propio jugador de ajedrez o la forma de interioridad del juego. Los peones del go, por el contrario, son bolas, fichas, simples unidades aritméticas, cuya única función es anónima, colectiva o de tercera persona: “Él” avanza, puede ser un hombre, una mujer, una pulga o un elefante. Los peones del go son los elementos de un agenciamiento maquínico no subjetivado, sin propiedades intrínsecas, sino únicamente de situación. También las relaciones son muy diferentes en los dos casos. En su medio de interioridad, las piezas de ajedrez mantienen relaciones biunívocas entre sí y con las del adversario: sus funciones son estructurales. Un peón de go, por el contrario, sólo tiene un medio de exterioridad o relaciones extrínsecas con nebulosas, constelaciones, según las cuales desempeña funciones de inserción o de situación, como bordear, rodear, romper. Un solo peón de go puede aniquilar sincrónicamente toda una constelación, mientras que una pieza de ajedrez no puede hacerlo (o sólo puede hacerlo diacrónicamente). El ajedrez es claramente una guerra, pero una guerra institucionalizada, regulada, codificada, con un frente, una retaguardia, batallas. Lo propio del go, por el contrario, es una guerra sin línea de combate, sin enfrentamiento y retaguardia, en último extremo, sin batalla: pura estrategia, mientras que el ajedrez es una semiología. Por último, no se trata del mismo espacio: en el caso del ajedrez, se trata de distribuir un espacio cerrado, así pues, de ir de un punto a otro, de ocupar un máximo de casillas con un mínimo de piezas. En el go, se trata de distribuirse en un espacio abierto, de ocupar el espacio, de conservar la posibilidad de surgir en cualquier punto: el movimiento ya no va de un punto a otro, sino que deviene perpetuo, sin meta ni destino, sin salida ni llegada. Espacio “liso” del go frente a espacio “estriado” del ajedrez. Nomos del go frente a Estado del ajedrez, nomos frente a polis. Pues el ajedrez codifica y decodifica el espacio, mientras que el go procede de otra forma, lo territorializa y lo desterritorializa (convertir el exterior en un territorio en el espacio, consolidar ese territorio mediante la construcción de un segundo territorio adyacente, desterritorializar al enemigo mediante ruptura interna de su territorio, desterritorializarse uno mismo renunciando, yendo a otra parte...). Otra justicia, otro movimiento, otro espacio-tiempo. (...)
https://estafeta-gabrielpulecio.blogspo ... na-de.html
4a) Muchos compañeros aspiran a fusionar el movimiento obrero y el movimiento anarquista ((aparatos de captura buscando asimilar el anarquismo a una identidad y por ende ser identificables))

4b) Son los compañeros que se denominan “anarco–sindicalistas”, o aquellos que, uniéndose con otros que en realidad no son anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.)) --- Esta parte la considero personalmente poco relevante, porque es mera nomenclatura y discusiones semánticas., no sé si es relevante de darle muchas vueltas, pues RECORDEMOS el énfasis en ''sindicatos como medios y no como fines:
Ahora bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y que no es correcto pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin y ya no podrían utilizarse para los fines que los anarquistas tienen al participar en ellos.
Es nuevamente la no asimilación de la multiplicidad anarquista a los aparatajes de captura verticales y controlables de la naturaleza sindical:
Los anarquistas en los sindicatos deberían luchar para que éstos permanezcan abiertos a todos los trabajadores, cualquiera sea su opinión y partido, con la sola condición de la solidaridad en la lucha contra los patrones.

ERGO:
4c) Los anarquistas debiesen oponerse al estrecho espíritu corporativo y a cualquier pretensión de monopolizar las organizaciones y el trabajo ((véase punto 2 y 3, o en otras palabras:
Debiesen prevenir que los miembros de los sindicatos sirvan de instrumentos en manos de los políticos para fines electorales u otros propósitos autoritarios))

Horizontalidad nomadista: ''debiesen predicar y practicar la acción directa, la descentralización, la autonomía, la libre iniciativa; debiesen esforzarse por que los miembros de los sindicatos participen directamente en la vida de las organizaciones sin necesidad de líderes ni de funcionarios permanentes''. - o en analogía con tu hilo de Clastres:
Las sociedades primitivas segmentarias han sido definidas a menudo como sociedades sin Estado, es decir, aquellas en las que no aparecen órganos de poder diferenciados. De ahí se deducía que esas sociedades no habían alcanzado el grado de desarrollo económico, o el nivel de diferenciación política, que harían a la vez posible e inevitable la formación de un aparato de Estado: por eso los primitivos “no entienden” un aparato tan complejo. El principal interés de las tesis de Clastres es el de romper con ese postulado evolucionista. Clastres no sólo duda de que el Estado sea el producto de un desarrollo económico atribuible, sino que se pregunta si las sociedades primitivas no tienen la preocupación potencial de conjurar y prevenir ese monstruo que supuestamente no entienden. Conjurar la formación de un aparato de Estado, hacer imposible esa formación, ése sería el objeto de un cierto número de mecanismos sociales primitivos, incluso si no se tiene una conciencia clara de ellos. Sin duda las sociedades primitivas tienen jefes. Pero el Estado no se define por la existencia de jefes, se define por la perpetuación o conservación de órganos de poder. El Estado se preocupa de conservar. Se necesitan, pues, instituciones especiales para que un jefe pueda devenir hombre de Estado, pero también se necesitan mecanismos colectivos difusos para impedirlo. Los mecanismos conjuratorios o preventivos forman parte de la jefatura e impiden que cristalice en un aparato diferente del propio cuerpo social. Clastres describe esa situación del jefe cuya única arma instituida es su prestigio, cuyo único medio es la persuasión, cuya única regla es el presentimiento de los deseos del grupo: el jefe se parece más a un líder o a una estrella de cine que a un hombre de poder, y siempre corre el riesgo de ser repudiado, abandonado por los suyos. Es más, Clastres considera que en las sociedades primitivas la guerra es el mecanismo más seguro para impedir la formación del Estado: la guerra mantiene la dispersión y la segmentariedad de los grupos, y el guerrero está atrapado en un proceso de acumulación de sus hazañas que lo conduce a una soledad y a una muerte prestigiosas, pero sin poder. Clastres puede, pues, invocar un Derecho natural, pero invirtiendo la proposición principal: así como Hobbes vio claramente que el Estado existía contra la guerra, la guerra existe contra el Estado y lo hace imposible. De esto no debe deducirse que la guerra sea un estado natural, sino, al contrario, que es el modo de un estado social que conjura e impide la formación del Estado. La guerra primitiva no produce el Estado, ni tampoco deriva de él. Y así como no se explica por el Estado, tampoco se explica por el intercambio: lejos de derivar del intercambio, incluso para sancionar su fracaso, la guerra es lo que limita los intercambios, los mantiene en el marco de las “alianzas”, lo que les impide devenir un factor de Estado, hacer que los grupos se fusionen.
Por lo que si los anarquistas evitan cristalizarse en formas identificables, son más eficaces en sus objetivos anarquistas.
Te aconsejo, Sara...
No me entero, ¿defiende el sindicalismo revolucionario pero no el anarcosindicalismo?, ¿ni siquiera defiende el sindicalismo revolucionario?, ¿defiende una especie de entrismo en los sindicatos para hacerlos más asamblearios? NO ME ENTERO
...no gastarte en la mera nomenclatura, sino entender las intensidades de lo que implica organizarse, pues si buscas identificación, buscas instituir o dar identidad a las entidades (véase la metáfora GO-vs-AJEDREZ), en oposición a los mecanismos del devenir y el dinamismo fluido (horizontalidad/ pensamiento rizomático):
Estos mecanismos pueden ser sutiles y funcionar como micromecanismos. Se ve con claridad en determinados fenómenos de bandas o de manadas. Por ejemplo, a propósito de las bandas de niños de Bogotá, Jacques Meunier cita tres maneras de impedir que el líder adquiera un poder estable: los miembros de la banda se reúnen y realizan los robos juntos, con botín colectivo, pero luego se dispersan, no permanecen juntos ni para comer ni para dormir; por otro lado y sobre todo, cada miembro de la banda está unido a uno, dos o tres miembros de la misma banda, por eso, en caso de desacuerdo con el jefe, no se irá solo, siempre arrastrará consigo a sus aliados, cuya marcha conjugada amenaza con desarticular toda la banda; por último, hay un límite de edad difuso que hace que, hacia los quince años, forzosamente haya que dejar la banda, separarse de ella. Para entender estos mecanismos hay que renunciar a la visión evolucionista que convierte la banda o la manada en una forma social rudimentaria y peor organizada. Incluso en las bandas animales, la chefferie es un mecanismo complejo que no promueve al más fuerte, sino que más bien inhibe la instauración de poderes estables en beneficio de un tejido de relaciones inmanentes. También se podría oponer entre los hombres más cultivados la forma de “mundanidad” a la de “sociabilidad”: los grupos mundanos no difieren mucho de las bandas y proceden por difusión de prestigio más bien que por referencia a centros de poder como sucede en los grupos sociales (Proust ha mostrado perfectamente esta falta de correspondencia entre los valores mundanos y los valores sociales). Eugene Sue, mundano y dandy, al que los legitimistas reprochaban que frecuentara a la familia de Orleáns, decía: “No me codeo con la familia, me codeo con la manada”. Las manadas, las bandas, son grupos de tipo rizoma, por oposición al tipo arborescente que se con-centra en órganos de poder. Por eso las bandas en general, incluso las de bandidaje o las de mundanidad, son metamorfosis de una máquina de guerra, que difiere formalmente de cualquier aparato de Estado, o algo equivalente que, por el contrario, estructura las sociedades centralizadas. Por supuesto, no se dirá que la disciplina es lo propio de la máquina de guerra: la disciplina deviene la característica exigida por los ejércitos cuando el Estado se apodera de ellos; la máquina de guerra responde a otras reglas, que nosotros no decimos que sean mejores, pero que animan una indisciplina fundamental del guerrero, una puesta en tela de juicio de la jerarquía, un perpetuo chantaje al abandono y a la traición, un sentido del honor muy susceptible, y que impide, una vez más, la formación del Estado.
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Un cálido saludo :vict: :-)

Saranarca
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Saranarca » 20 Oct 2023, 20:11

Yo lo que veo es que Malatesta defiende que los anarquistas estructuren -o intenten estructurar- los sindicatos como se estructura el sindicalismo revolucionario, sin darle un programa netamente anarquista (como dicen que hacen los anarcosindicalistas), porque sería negativo:
Muchos compañeros aspiran a fusionar el movimiento obrero y el movimiento anarquista; y donde pueden, como por ejemplo en España y en la Argentina e incluso un poco en Italia, en Francia, en Alemania, etcétera, intentan dar a las organizaciones obreras un programa netamente anarquista. Son los compañeros que se denominan “anarco–sindicalistas”, o aquellos que, uniéndose con otros que en realidad no son anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.
Ahora bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y que no es correcto pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin y ya no podrían utilizarse para los fines que los anarquistas tienen al participar en ellos.
Pero luego dice:
A mi parecer los anarquistas no debiesen querer que los sindicatos sean anarquistas; pero deben actuar en su seno en favor de los fines anarquistas, como individuos, como grupos y como federaciones de grupos.
Entonces yo me quedo loca, porque dice una cosa y la contraria; critica a los anarcosindicalistas por dar una orientación y tener una finalidad anarquista en sus sindicatos pero luego dice que hay que deben actuar en su seno a favor de los fines anarquistas ¿?

Ahí, POR LÓGICA, tiene que haber un problema de traducción o de contexto histórico que se me escapa, o de ambos a la vez.

Y luego dice en la wikipedia (que de la wikipedia creete la mitad, pero por si acaso...):
Visión sobre el sindicalismo

Siguiendo con su pensamiento, cabe destacar su particular visión sobre el sindicato y su función dentro del movimiento anarquista. Malatesta parte de la premisa de que el sindicato es necesario, y que los anarquistas deben participar en él o fundarlo cuando este no exista. A pesar de esto, afirma que el sindicato es un medio y no una finalidad. Esta idea se basa en sus sospechas sobre el hecho de que el sindicato, si no se tiene clara su función y se le confunde con una organización política, puede convertirse en un pseudopartido, con tendencias jerarquizantes y autoritarias hacia la mayoría de los participantes que se acercan por su carácter reinvindicativo. A la vez, cree que el sindicalismo no debe caer en el error del oportunismo y conformismo social, ni en la pura defensa de los intereses particulares pero que hay una tendencia en el propio sindicalismo que lo lleva a caer en eso (de ahí la necesidad de la organización anarquista separada). La experiencia de la CGT francesa y el declinamiento del sindicalismo revolucionario ante la represión de los Estados y las concesiones de los mismos hacia sectores moderados y negociadores parecieran darle la razón para muchos anarquistas.
O sea, ¿defendía una estructura de sindicalismo revolucionario SIN ORIENTACIÓN Y FINALIDAD ANARQUISTA (que es lo que entiendo que hacen los anarcosindicatos que parece que critica, como la CNT) pero luego quiere que los anarquistas tengan una organización anarquista separada para que influya en el sindicato? Un poco enrevesado y contradictorio, ¿no?; si hay que influir de manera anarquista en los sindicatos ya están los estatutos con sus principios, tácticas y finalidades anarquistas (anarcosindicalismo), y si no hay que darle orientación anarquista, ¿para qué una organización anarquista separada? NO TIENE SENTIDO, con lo cual o se me escapa algo (QUE ES MUY POSIBLE) o hay un problema en la traducción, de contexto histórico, de lenguaje o alguna cosa rara que impide el buen entendimiento de las palabras de Malatesta.

Que ahora pensándolo un poco, lo de estar en los sindicatos no anarquistas, anarquizándolos, por parte de un grupo reunido en una organización anarquista separada, parece algo así como plataformismo ¿no? Pero no le veo el sentido a hacer eso pudiendo crear directamente sindicatos de tipo anarcosindicalista. QUÉ LIO TODO.
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Perh » 20 Oct 2023, 21:28

Bueno, si es como dices, quizá haya un problema de traducción.

Yo prefiero no tomarme los textos como algo inmóvil en el tiempo, sino sería ponerme jurista con las ideas de los grandes pensadores que no son de mi tiempo; mientras más lejos de tomarme lo que dicen como palabra sagrada o sistemas cerrados, mejor. Por eso, para no burocratizar lo que leo de lo que dicen, prefiero buscarle el lado potente a simplemente hacerle correcciones u objeciones de lógica formal.
Por ejemplo, si alguien me pone un ejemplo donde aparece en sus palabras algo como "el sol sale a las 7", prefiero no detenerme en cosas como "el sol no sale, la Tierra gira alrededor del sol", sino,
que prefiero atender el contenido del ejemplo a ver si comienzo por captar la idea medular. Luego de entender lo medular del asunto, las contradicciones ya quedan en segundo plano, pues desde mi época resulta mas adecuado forjar ideas a tono con mi contexto, no para salvarle el contexto al autor que estoy leyendo (eso tampoco quiere decir que no debemos tener en cuenta el contexto del autor que leemos; para nada dije eso).
Sería algo así como "Ideas a tener en cuenta "VS" leer ideas como sistemas", digo, pensando en Vaz Ferreira.

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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Saranarca » 21 Oct 2023, 00:17

Bueno, yo tengo por curiosidad por saber qué es lo que pensaba Malatesta (más allá de las ideas que tenga yo sobre el tema del sindicalismo), porque además de alguien tan influyente, y dicen que, tan lúcido, seguro que se puede aprender bastante. El problema es que con ese o esos textos tan confusos es imposible saber -por lo menos para mí- qué es lo que opinaba realmente al respecto y cómo lo justificaba.
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Perh » 21 Oct 2023, 03:38

Bueno, veamoslo como está organizado en tu recorte de textos, lo medular,
como si fueran la única referencia a ese tema -pues no lo sé- dentro del autor:
1) Muchos compañeros aspiran a fusionar el movimiento obrero y el movimiento anarquista... Son los compañeros que se denominan “anarco–sindicalistas”.
2) Yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y que no es correcto pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin y ya no podrían utilizarse para los fines que los anarquistas tienen al participar en ellos.

*Muchos compañeros aspiran a esa fusión y pueden darle un programa anarco. Pero esas organizaciones no pueden ser anarco porque el fin de los sindicatos no es anarco., son medios para los fines anarco. Y luego:
3) Los anarquistas no debiesen querer que los sindicatos sean anarquistas, sino actuar en favor de los fines anarquistas.


¿Segura que hay contradicción? en el punto-1 dice que algunos aspiran, en el punto-2 dice que no pueden ser anarquistas al igual que en el punto-3., o sea retoma lo de:
Malatesta parte de la premisa de que el sindicato es necesario, y que los anarquistas deben participar en él o fundarlo cuando este no exista. A pesar de esto, afirma que el sindicato es un medio y no una finalidad
Es por eso que yo no veo contradicción como te comentaba en mi primer respuesta al hilo, y, lo desarrollé para que se entendiera pero, por la corta puedo decirte:
* Los sindicatos tienen una forma que sirve para ciertas funciones, el anarquismo es menos rígido y habilita muchas formas de conexiones que exceden dicha forma; por lo que los sindicatos son instrumentos, son medios y no fines.
¿Te parece?

Pero habría que ir a las páginas de Malatesta y no a un comentarista del mismo, digo, si quieres poner en contexto -con rigor de acero- esos recortes de Malatesta.

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Joreg
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Joreg » 21 Oct 2023, 09:13

Malatesta no era antisindicalista, lo mismo que no era anticooperativista. Consideraba esos movimientos necesarios y útiles, pero no les consideraba posibilidades "anarquistas". No creía que pudiera haber un sindicato anarquista. Sí era partidario de la unión de los anarquistas en un partido anarquista (en el sentido de organización) para impulsar una revolución. Era partidario de que los anarquistas entrasen en los sindicatos, pero no para dirigirlos. En su concepto de revolución, ese acontecimiento lo hace "la masa", no un partido ni una vanguardia. Él como anarquista, colaboraba con cualquiera que quisiera ir "hacia la revolución" y se plantaba allí donde había lío. Son ideas elaboradas hacia 1920-1930. En sus palabras:
Hoy la fuerza más grande de transformación social es el movimiento obrero (movimiento sindical), y de su dirección depende, en gran parte, el curso que tomarán los acontecimientos y la meta a que llegará la próxima revolución. Por medio de las organizaciones, fundadas para la defensa de sus intereses, los trabajadores adquieren la conciencia de la opresión en que se encuentran y del antagonismo que los divide de sus patrones, comienzan a aspirar a una vida superior, se habitúan a la lucha colectiva y a la solidaridad y pueden llegar a conquistar aquellos mejoramientos que son compatibles con la persistencia del régimen capitalista y estatal. Después, cuando el conflicto se vuelve incurable, ocurre la revolución, o si no la reacción. Los anarquistas deben reconocer la utilidad y la importancia del movimiento sindical, deben favorecer su desarrollo y hacer de él una de las palancas de su acción, realizando todo lo posible para que ese movimiento, en cooperación con las otras fuerzas progresistas existentes, desemboque en una revolución social que lleve a la supresión de las clases, a la libertad total, a la igualdad, a la paz y a la solidaridad entre todos los seres humanos. Pero sería una grande y letal ilusión creer, como hacen muchos, que el movimiento obrero puede y debe por sí mismo, como consecuencia de su naturaleza misma, llevar a una revolución de esta clase. Al contrario, todos los movimientos fundados en los intereses materiales e inmediatos –y no se puede fundar sobre otras bases un vasto movimiento obrero–, si falta el fermento, el impulso, el trabajo concertado de los hombres de ideas, que combaten y se sacrifican en vistas de un porvenir ideal, tienden fatalmente a adaptarse a las circunstancias, fomentan el espíritu de conservación y el temor a los cambios en aquellos que logran obtener condiciones mejores, y terminan a menudo creando nuevas clases privilegiadas y sirviendo para sostener y consolidar el sistema que se desearía abatir.
De aquí la necesidad urgente de que existan organizaciones estrictamente anarquistas que tanto dentro como fuera de los sindicatos luchen para la realización integral del anarquismo y traten de esterilizar todos los gérmenes de degeneración y de reacción.
Pero es evidente que para conseguir sus fines las organizaciones anarquistas deben hallarse, en su constitución y funcionamiento, en armonía con los principios del anarquismo, es decir, no deben estar contaminadas de ninguna manera por el espíritu autoritario, tienen que saber conciliar la libre acción de los individuos con la necesidad y el placer de la cooperación, servir para desarrollar la conciencia y la capacidad organizativa de sus miembros y constituir un medio educativo para el ambiente en que éstos actúan y una preparación moral y material para el porvenir que deseamos1.
Misión de los anarquistas es la de trabajar y reforzar las conciencias revolucionarias entre los organizados y permanecer en los sindicatos siempre como anarquistas.
Es cierto que en muchos casos los sindicatos, por exigencias inmediatas, están obligados a transacciones y compromisos. Yo no los critico por eso, pero es justamente por tal razón que debo reconocer en los sindicatos una esencia reformista.
Los sindicatos cumplen una tarea de hermandad entre las masas proletarias y eliminan los conflictos que, en caso contrario, podrían producirse entre unos trabajadores y otros.
Mientras los sindicatos deben librar la lucha por la conquista de los beneficios inmediatos, y por lo demás es justo y humano que los trabajadores exijan mejoras, los revolucionarios sobrepasan también esto. Ellos luchan por la revolución expropiadora del capital y por el abatimiento del Estado, de todo Estado, como quiera que se llame.
Puesto que la esclavitud económica es fruto de la servidumbre política, para eliminar a una hay que abatir a la otra, aunque Marx decía lo contrario.
¿Por qué el campesino lleva trigo al patrón? Porque está el gendarme que lo obliga a ello.
Por lo tanto, el sindicalismo no puede ser un fin en sí mismo, puesto que la lucha debe también librarse en el terreno político para extinguir al Estado.
Los anarquistas no quieren dominar la Unión Sindical Italiana; no lo querrían ni siquiera en el caso de que todos los obreros adheridos a ella fueran anarquistas, ni se proponen asumir la responsabilidad de las negociaciones. Nosotros, que no queremos el poder, deseamos sólo las conciencias; son los que desean dominar los que prefieren tener ovejas para guiarlas mejor.
Preferimos obreros inteligentes, aunque fueran adversarios nuestros, más que anarquistas que sólo lo sean por seguirnos como un rebaño.
Queremos la libertad para todos; queremos que la revolución la haga la masa para la masa.
El hombre que piensa con su propio cerebro es preferible al que aprueba ciegamente todo. Por esto, como anarquistas, estamos en favor de la Unión Sindical Italiana, porque ésta desarrolla las conciencias de la masa. Vale más un error cometido con conciencia, creyendo hacer el bien, que una cosa buena hecha servilmente2.
Justamente porque estoy convencido de que los sindicatos pueden y deben ejercer una función utilísima, y quizá necesaria, en el tránsito de la sociedad actual a la sociedad igualitaria, querría que se los juzgara en su justo valor y que se tuviese siempre presente su natural tendencia a transformarse en corporaciones cerradas que únicamente se proponen propugnar los intereses egoístas de la categoría, o, peor aún, sólo de los agremiados; así podremos combatir mejor tal tendencia e impedir que los sindicatos se transformen en órganos conservadores. Justamente porque reconozco la grandísima utilidad que pueden tener las cooperativas en lo que respecta a acostumbrar a los operarios a la gestión de sus asuntos y de su trabajo y a funcionar, al comienzo de la revolución, como órganos ya prontos para la organización de la distribución de los productos y servir como centros de atracción en torno de los cuales podrá reunirse la masa de la población, también combato el espíritu mercantilista que tiende naturalmente a desarrollarse en ellas y querría que estuvieran abiertas a todos, que no otorgasen ningún privilegio a sus socios y, sobre todo, que no se transformasen, como sucede con frecuencia, en verdaderas sociedades anónimas capitalistas que emplean y explotan a asalariados y especulan con las necesidades del público.
A mi parecer, las cooperativas y los sindicatos tal como existen en el régimen capitalista no llevan naturalmente, por su fuerza intrínseca, a la emancipación humana –y éste es el punto en discusión–, sino que pueden producir el mal o el bien, ser órganos, hoy, de conservación o de transformación social, servir mañana a la reacción o a la revolución, según que se limiten a su función propia de defensores de los intereses inmediatos de los socios o estén animados y trabajados por el espíritu anarquista, que les hace olvidar los intereses en beneficio de los ideales. Y por espíritu anarquista entiendo ese sentimiento ampliamente humano que aspira al bien de todos, a la libertad y a la justicia para todos, a la solidaridad y al amor entre todos, y que no es dote exclusiva de los anarquistas propiamente dichos, sino que anima a todos los hombres de buen corazón y de inteligencia abierta3...
El movimiento obrero, pese a todos sus méritos y potencialidades, no puede ser por sí mismo un movimiento revolucionario, en el sentido de negación de las bases jurídicas y morales de la sociedad actual.
Puede, como toda nueva organización puede, en el espíritu de los iniciadores y en la letra de los estatutos, tener las más elevadas aspiraciones y los más radicales propósitos, pero si quiere ejercer la función propia del sindicato obrero, es decir, la defensa inmediata de los intereses de sus miembros, debe reconocer de hecho a las instituciones que ha negado en teoría, adaptarse a las circunstancias y tratar de obtener cada vez lo más posible, negociando y transigiendo con los patrones y el gobierno.
En una palabra, el sindicato obrero es, por su naturaleza misma, reformista y no revolucionario. El revolucionarismo debe introducirse, desarrollarse en él por obra constante de los revolucionarios que actúan fuera y dentro de su seno, pero no puede ser la manifestación natural y normal de su función. Al contrario, los intereses reales e inmediatos de los obreros asociados, que el sindicato tiene la misión de defender, están con mucha frecuencia en pugna con las aspiraciones ideales y futurísticas; y el sindicato sólo puede hacer obra revolucionaria si está penetrado por el espíritu de sacrificio y en la proporción en que el ideal se ponga por encima del interés, es decir, sólo y en la medida en que cese de ser un sindicato económico y se transforme en un grupo político e idealista, cosa que no es posible en las grandes organizaciones que para actuar necesitan del consentimiento de la masa siempre más o menos egoísta, temerosa y retrógrada.
Y no es esto lo peor.
La sociedad capitalista está constituida de tal manera que, hablando en general, los intereses de cada clase, de cada grupo, de cada individuo son antagónicos con los de todas las demás clases, los demás grupos y todos los otros individuos. Y en la práctica de la vida se verifican los más extraños entrelazamientos de armonías y de intereses entre clases y entre individuos que desde el punto de vista de la justicia social deberían ser siempre amigos o siempre enemigos. Y ocurre con frecuencia que, pese a la proclamada solidaridad proletaria, los intereses de un grupo de obreros se oponen a los de los demás y armonizan con los de un grupo de patrones; como ocurre también que, pese a la deseada hermandad internacional, los intereses reales de los operarios de un determinado país los vinculan con los capitalistas locales y los ponen en lucha contra los trabajadores extranjeros: sirvan de ejemplo las actitudes de las diversas organizaciones obreras frente a la cuestión de las tarifas aduaneras, y la parte voluntaria que las masas obreras toman en las guerras entre los Estados capitalistas.
No me extenderé citando muchos ejemplos de contrastes de intereses entre las diversas categorías de productores y de consumidores... el antagonismo entre ocupados y desocupados, entre hombres y mujeres, entre operarios nativos y operarios venidos del exterior, entre los trabajadores que usufructúan de un servicio público y los que trabajan en esos servicios, entre los que saben un oficio y los que desean aprenderlo, etcétera, etcétera.
Recordaré más especialmente el interés que tienen los obreros de la industria de lujo en la prosperidad de las clases ricas, y el de múltiples grupos de trabajadores de las diferentes localidades en que el “comercio” vaya bien, aunque a expensas de otras localidades y con daño de la producción útil para la masa. Y ¿qué decir de quienes trabajan en cosas dañinas para la sociedad y para los individuos, cuando no tienen otro modo de ganarse la vida? Id nomás, en tiempo ordinario, cuando no hay fe en una inminente revolución, id a persuadir a los trabajadores de los arsenales amenazados por la falta de trabajo a decirles que no pidan al gobierno la construcción de un nuevo acorazado. Y resolved, si podéis, con medios sindicales y haciendo justicia a todos, el conflicto entre los estibadores que no tienen otra manera de asegurarse la vida sino monopolizando el trabajo en ventaja, de aquellos que ya ejercen el oficio desde hace tiempo, y los recién llegados, los temporarios, que exigen su derecho al trabajo y a la vida.
Todo esto y tantas otras cosas que se podrían decir muestran que el movimiento obrero por sí mismo, sin el fermento del idealismo revolucionario contrastante con los intereses presentes e inmediatos de los obreros, sin el impulso y la crítica de los revolucionarios, lejos de llevar a la transformación de la sociedad en beneficio de todos, tiende a fomentar los egoísmos de grupo y a crear una clase de obreros privilegiada superpuesta a la gran masa de los desheredados.
Y esto explica el hecho general de que en todos los países las organizaciones obreras, a medida que crecieron y se robustecieron, se volvieron conservadoras y reaccionarias, y que los que consagraron sus esfuerzos al movimiento obrero con intenciones honestas y teniendo en vista una sociedad de bienestar y de justicia para todos, están condenados a un trabajo de Sísifo y deben recomenzar periódicamente desde el principio4.
Esto puede no ocurrir si hay espíritu de rebelión en la masa y una luz ideal ilumina y eleva a los obreros mejor dotados y más favorecidos por las circunstancias, que estarían en condiciones de constituir la nueva clase privilegiada. Pero es indudable que si se permanece en el terreno de la defensa de los intereses inmediatos, que es el terreno propio de los sindicatos, puesto que los intereses no son armónicos ni pueden armonizarse dentro del régimen capitalista, la lucha entre los trabajadores es un hecho natural y puede incluso, en ciertas circunstancias y entre ciertos grupos, volverse más encarnizada que entre los trabajadores y los explotadores.
Para convencerse de ello basta observar lo que son las mayores organizaciones obreras en los países en que existe mucha organización y poca propaganda o tradición revolucionaria.
Veamos la Federación del Trabajo de los Estados Unidos de Norteamérica. Ésta no realiza la lucha contra los patrones sino en el sentido en que luchan dos comerciantes que discuten las condiciones de un contrato. La verdadera lucha la hace contra los recién venidos, forasteros o nativos, que querrían ser admitidos para poder trabajar en una industria cualquiera, contra los rompehuelgas forzados que no pueden obtener trabajo en las fábricas que reconocen a la organización, porque los dirigentes sindicales se oponen, y entonces se ven obligados a ofrecerse en los open shops, es decir, a aquellos patrones que, rebelándose contra las imposiciones de la organización obrera, admiten como trabajadores a gente no afiliada y se aprovechan de esa circunstancia para explotarlos en forma más inhumana que a los demás. Esos sindicatos norteamericanos, cuando alcanzaron el número de socios que consideran suficiente para poder tratar de igual a igual con los patrones, buscan en seguida impedir la inscripción de nuevos socios mediante tasas prohibitivas de ingresos o cierran directamente los registros y no admiten nuevas solicitudes. Delimitan rigurosamente el oficio, o la parte del oficio que corresponde a cada sindicato y prohíben que uno invada en lo más mínimo el campo del “trabajo de los otros”. Los obreros calificados desdeñan a los manuales; los blancos desprecian y oprimen a los negros; los “verdaderos norteamericanos” consideran inferiores a los chinos o a los italianos, etcétera.
Si ocurriese una revolución en los Estados Unidos, los sindicatos fuertes y ricos se pondrían por cierto contra el movimiento, porque temerían por sus fondos y por la posición privilegiada que se han asegurado. Y así ocurriría quizás en Inglaterra y en otros lugares.
Esto no es sindicalismo, lo sé muy bien; y los sindicalistas combaten continuamente contra esta tendencia de los sindicatos a transformarse en instrumentos de bajos egoísmos, y hacen con ello un trabajo utilísimo. Pero la tendencia existe y no se la puede corregir si no se excede la órbita de los métodos sindicalistas.
Los sindicalistas serán muy valiosos en el período revolucionario, pero con la condición de ser... lo menos sindicalistas posibles5.
No es cierto lo que pretenden los sindicalistas, cuando afirman que la organización obrera de hoy servirá para la sociedad futura y facilitará el tránsito del régimen burgués al régimen igualitario.
Ésta es una idea que gozaba de favor entre los miembros de la Primera Internacional; y si mal no recuerdo, en los escritos de Bakunin se dice que la nueva sociedad se realizaría mediante el ingreso de todos los trabajadores en las Secciones de la Internacional.
Pero a mí esto me parece erróneo.
Los cuadros de las organizaciones obreras existentes corresponden a las condiciones actuales de la vida económica tal como resultó de la evolución histórica y de la imposición del capitalismo. Y la nueva sociedad no puede realizarse sino rompiendo aquellos cuadros y creando organismos nuevos correspondientes a las nuevas condiciones y a los nuevos fines sociales.
Los obreros están hoy agrupados según los oficios que ejercen, las industrias en las que trabajan, según los patrones contra los que deben luchar o las firmas comerciales a las que están vinculados. ¿De qué servirían estos agrupamientos, cuando una vez suprimidos los patrones y trastornadas las relaciones comerciales deban desaparecer buena parte de los oficios y de las industrias actuales, algunos definitivamente porque son inútiles y dañinos, y otros en forma temporaria porque serán útiles en el porvenir, pero no tendrán razón de ser ni posibilidad de vida en el período tormentoso de la crisis social? ¿De qué servirán, para citar un ejemplo entre mil, las organizaciones de canteros de Carrara cuando sea necesario que esos operarios vayan a cultivar la tierra y a aumentar los productos alimenticios, dejando para el porvenir la construcción de los monumentos y de los palacios marmóreos?
Las organizaciones obreras, especialmente en su forma cooperativista –que, por otra parte, en el régimen capitalista tiende a descabezar la resistencia obrera–, pueden servir por cierto para desarrollar en los trabajadores las capacidades técnicas y administrativas, pero en tiempo de revolución y para la reorganización social deben desaparecer y fundirse con las nuevas agrupaciones populares que las circunstancias requieran. Y es tarea de los revolucionarios tratar de impedir que en ellas se desarrolle ese espíritu de cuerpo que las convertiría en un obstáculo para la satisfacción de las nuevas necesidades sociales.
Por lo tanto, en mi opinión, el movimiento obrero es un medio que podemos emplear hoy para la elevación y la educación de las masas, y mañana para el inevitable choque revolucionario. Pero es un medio que tiene sus inconvenientes y sus peligros. Y nosotros los anarquistas debemos empeñarnos en neutralizar los inconvenientes, conjurar los peligros y utilizar lo más que se pueda el movimiento para nuestros fines.
Esto no requiere decir que deseemos, como se ha dicho, poner al movimiento obrero al servicio de nuestro partido. Por cierto nos contentaríamos con que todos los obreros, todos los hombres fuesen anarquistas, lo cual constituye el límite extremo a que tiende idealmente todo propagandista; pero entonces el anarquismo sería un hecho y ya no tendrían lugar ni motivo estas discusiones.
En el estado actual de las cosas querríamos que el movimiento obrero, abierto a todas las propagandas idealistas y parte constitutiva de todos los hechos de la vida social, económicos, políticos y morales, viva y se desarrolle libre de toda dominación de los partidos, tanto del nuestro como de los demás6.
Hay muchos compañeros que aspiran a unificar el movimiento obrero y el movimiento anarquista, y donde pueden, como por ejemplo en España y en la Argentina e incluso un poco en Italia, en Francia, en Alemania, etcétera, tratan de dar a las organizaciones obreras un programa netamente anarquista. Son los que se llaman “anarco–sindicalistas”, o, confundiéndose con otros que no son verdaderamente anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.
Es necesario explicar qué se entiende por “sindicalismo”.
Si se trata del porvenir deseado, es decir, si por sindicalismo se entiende la forma de organización social que debería sustituir a la organización capitalista y estatal, entonces o es lo mismo que anarquismo, y consiste por lo tanto en una palabra que sólo sirve para confundir las ideas, o es una cosa distinta del anarquismo, y entonces no la pueden aceptar los anarquistas. De hecho, entre las ideas y los propósitos futurísticos expuestos por uno u otro sindicalista hay algunos auténticamente anarquistas, pero también otros que reproducen con distintos nombres y diversas modalidades la estructura autoritaria que es causa de los males que hoy lamentamos, y, por lo tanto, no tienen nada que ver con el anarquismo.
Pero no me propongo ocuparme aquí del sindicalismo como sistema social, puesto que no es eso lo que puede determinar la acción actual de los anarquistas respecto del movimiento obrero.
Aquí se trata del movimiento obrero en el régimen capitalista y estatal y se incluyen en el nombre de sindicalismo todas las organizaciones obreras, todos los “sindicatos” constituidos para resistir a la opresión de los patrones y disminuir o anular la explotación del trabajo humano por parte de quienes detentan las materias primas y los instrumentos de trabajo.
Ahora bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y no está bien pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin ni a los que se proponen los anarquistas al participar en ellos.
El sindicato está hecho para defender los intereses actuales de los trabajadores y mejorar su situación en la medida de lo posible antes de que estemos en condiciones de hacer la revolución y transformar con ella a los actuales asalariados en trabajadores libres, libremente asociados en beneficio de todos.
Para que el sindicato pueda servir a su propio fin y, al mismo tiempo, ser un medio de educación y un campo de propaganda para una futura transformación social radical, es necesario que reúna a todos los trabajadores, o por lo menos a todos los que aspiren a mejorar sus condiciones de vida y que sean susceptibles de capacitarse para alguna forma de resistencia contra los patrones. ¿Se quiere quizás esperar a que los trabajadores se vuelvan anarquistas antes de invitarlos a organizarse y antes de admitirlos en la organización, invirtiendo así el orden natural de la propaganda y del desarrollo psicológico de los individuos y haciendo la organización de resistencia cuando ya no habría necesidad de ella, porque la masa sería capaz de hacer la revolución? En este caso el sindicato constituiría el duplicado del grupo anárquico y sería impotente para obtener mejoras y para hacer la revolución. La alternativa consiste en tener redactado un programa anarquista y contentarse con una adhesión formal, inconsciente, y reunir así gente que seguiría como un rebaño a los organizadores para dispersarse luego o pasarse al enemigo en la primera ocasión en que fuera necesario mostrar que uno es anarquista en serio.
El sindicalismo (entiendo el sindicalismo práctico y no el teórico que cada uno se imagina a su manera) es por su naturaleza misma reformista. Todo lo que se puede esperar de él es que las reformas que pretende y consigue sean tales y que las sostenga de modo que sirvan para la educación y la preparación revolucionaria y dejen abierto el camino a exigencias cada vez mayores.
Toda fusión o confusión entre el movimiento anarquista y revolucionario y el movimiento sindicalista termina haciendo impotente al sindicato para su finalidad específica, o atenuando, falseando y aniquilando el espíritu anarquista.
El sindicato puede surgir con un programa socialista, revolucionario o anarquista; más aún, con programas de este tipo como nacen generalmente las diversas organizaciones obreras. Pero éstas permanecen fieles al programa mientras son débiles e impotentes, es decir, mientras constituyen, más que organismos aptos para una acción eficaz, grupos de propaganda iniciados y animados por unos pocos hombres entusiastas y convencidos; pero luego, a medida que logran atraer a su seno a la masa y adquirir la fuerza para exigir e imponer mejoramientos, el programa primitivo se transforma en una fórmula vacía de la cual ya nadie se preocupa, la táctica se adapta a las necesidades contingentes, y los entusiastas de la primera hora se adaptan ellos mismos o deben ceder su lugar a los hombres “prácticos”, que se preocupan del hoy sin que les interese el mañana.
Por cierto, hay compañeros que aun estando en las primeras filas del movimiento sindical siguen siendo sincera y entusiastamente anarquistas, así como hay agrupamientos obreros que se inspiran en las ideas anarquistas. Pero sería una crítica demasiado fácil ir buscando los mil casos en que aquellos hombres y agrupamientos se ponen en la práctica cotidiana en contradicción con las ideas anarquistas. ¿La dura necesidad? De acuerdo. No se puede hacer anarquismo puro cuando uno está obligado a tratar con los patrones y las autoridades; no se puede dejar que las masas procedan por sí mismas cuando se rehúsan a hacerlo y piden, exigen jefes. Pero ¿por qué confundir al anarquismo con lo que no es, y asumir nosotros, en cuanto anarquistas, la responsabilidad de las transacciones y de las adaptaciones necesarias, justamente por el hecho de que la masa no es anarquista, ni siquiera aunque pertenezca a una organización que ha incluido el programa en sus estatutos?
A mi parecer los anarquistas no deben querer que los sindicatos sean anarquistas, pero deben actuar en su seno en favor de los fines anarquistas, como individuos, como grupos y como federaciones de grupos. De la misma manera en que existen, o en que deberían existir grupos de estudio y de discusión, grupos para la propaganda escrita u oral en medio del público, grupos cooperativos, grupos que actúan en las oficinas, en el campo, en los cuarteles, en las escuelas, etcétera, también se deberían formar grupos especiales en las diversas organizaciones que hacen la lucha de clases.
Naturalmente, el ideal sería que todos fueran anarquistas y que las organizaciones funcionaran de una manera anárquica; pero está claro que entonces no sería necesario organizarse para la lucha contra los patrones, porque ya no los habría. Vistas las circunstancias tal cual son, visto el grado de desarrollo de las masas en medio de las cuales se trabaja, los grupos anarquistas no deberían pretender que las organizaciones actuaran como si fueran anarquistas, sino que deberían esforzarse para que éstas se aproximaran lo más posible a la táctica anarquista. Si para la vida de la organización y las necesidades y la voluntad de los organizadores es incluso necesario transigir, ceder, tener contacto impuro con la autoridad y con los patrones, que así se haga; pero que lo hagan otros y no los anarquistas, cuya misión es la de mostrar las insuficiencias y la precariedad de todas las mejoras que se pueden obtener en el régimen capitalista y de impulsar a la lucha hacia soluciones cada vez más radicales.
Los anarquistas en los sindicatos deberían luchar para que éstos permanezcan abiertos a todos los trabajadores cualquiera sea su opinión y partido, con la sola condición de la solidaridad en la lucha contra los patrones; deberían oponerse al espíritu corporativo y a cualquier pretensión de monopolio de la organización y del trabajo. Deberían impedir que los sindicatos sirvan de instrumentos a los politiqueros para fines electorales u otros propósitos autoritarios, y practicar y predicar la acción directa, la descentralización, la autonomía, la libre iniciativa; deberían esforzarse para que los organizados aprendan a participar directamente en la vida de la organización y a no tener necesidad de jefes y de funcionarios permanentes.
Deberían, en síntesis, seguir siendo anarquistas, mantenerse siempre en entendimiento con los anarquistas y recordar que la organización obrera no es el fin, sino simplemente uno de los medios, por importante que sea, para preparar el advenimiento de la anarquía7.
No hay que confundir el “sindicalismo”, que quiere ser una doctrina y un método para resolver la cuestión social, con la promoción, la existencia y las actividades de los sindicatos obreros...
Para nosotros no tiene gran importancia que los trabajadores quieran más o menos; lo importante es que lo que quieren traten de conquistarlo por sí mismos, con sus fuerzas, con su acción directa contra los capitalistas y el gobierno.
Una pequeña mejora arrancada con la propia fuerza vale más, por sus efectos morales, y a la larga incluso por sus efectos materiales, que una gran reforma concedida por el gobierno o los capitalistas con fines astutos, o aun pura y simplemente por benevolencia8.
Nosotros hemos comprendido siempre la gran importancia del movimiento obrero y la necesidad de que los anarquistas formen una parte activa y propulsora de éste. Y a menudo ha sido por iniciativa de compañeros nuestros que se constituyeron agrupamientos más vivos y más progresistas. Siempre hemos pensado que el sindicato es hoy un medio para que los trabajadores comiencen a comprender su posición de esclavos, a desear la emancipación y a habituarse a la solidaridad con todos los oprimidos en la lucha contra los opresores y mañana servirá como primer núcleo necesario para la continuidad de la vida social y para reorganizar la producción sin patrones ni parásitos.
Pero siempre hemos discutido, y a menudo disentido, respecto de los modos en que debía desplegarse la acción anarquista en las relaciones con la organización de los trabajadores.
¿Era necesario entrar en los sindicatos o permanecer fuera de ellos, aun tomando parte en todas las agitaciones, y tratar de darles el carácter más radical posible y mostrarse en primera línea en la acción y en los peligros?
Y sobre todo, ¿era necesario o no que dentro de los sindicatos los anarquistas aceptaran cargos directivos y se prestaran, por lo tanto, a las transacciones, los compromisos, las adaptaciones, las relaciones con las autoridades y con los patrones a las que esos organismos deben adaptarse, por voluntad de los mismos trabajadores y por su interés inmediato, en las luchas cotidianas, cuando no se trata de hacer la revolución sino de obtener mejoramientos o defender los ya conseguidos?
En los dos años que siguieron a la paz hasta las vísperas del triunfo de la reacción por obra del fascismo nos hemos encontrado en una situación singular.
La revolución parecía inminente, y existían de hecho todas las condiciones materiales y espirituales para que fuese posible y necesaria.
Pero a nosotros, los anarquistas, nos faltaban en gran medida las fuerzas necesarias para hacer la revolución con métodos y hombres exclusivamente nuestros: necesitábamos las masas, y las masas estaban por cierto dispuestas a la acción, pero no eran anarquistas. Además, una revolución hecha sin la ayuda de las masas, aunque hubiera sido posible, no habría podido dar origen sino a una nueva dominación, la cual, aunque la ejercitaran anarquistas, habría sido siempre la negación del anarquismo y corrompido a los nuevos dominadores, para terminar con la restauración del orden estatal y capitalista.
Retirarse de la lucha, abstenerse porque no podíamos hacer exactamente lo que queríamos, habría equivalido a renunciar a toda posibilidad presente o futura, a toda esperanza de desarrollar el movimiento en la dirección que deseábamos, y denunciar no sólo por aquella vez, sino para siempre, porque no habrá nunca masas anarquistas antes de que la sociedad se haya transformado económica y políticamente, y la misma situación volverá a presentarse todas las veces que las circunstancias hagan posible una tentativa revolucionaria.
Será necesario, por lo tanto, ganar a cualquier costo la confianza de las masas, ponerse en situación de poderlas impulsar a salir a la calle, y para esto parecía útil conquistar cargos directivos en las organizaciones obreras. Todos los peligros de domesticación y de corrupción pasaban a segundo lugar, y además se suponía que no tendrían tiempo de producirse.
Por ende, se llegó a la conclusión de dejar a cada uno en libertad de manejarse según las circunstancias o como creyese mejor, a condición de no olvidar nunca que era anarquista y de guiarse siempre por el interés superior de la causa anarquista.
Pero ahora, después de las últimas experiencias, y vista la situación actual... me parece que conviene volver sobre la cuestión y ver si no es oportuno modificar la táctica respecto de este punto importantísimo de nuestra actividad.
A mi parecer, hay que entrar en los sindicatos, porque si se permanece fuera se nos verá como enemigos, se considerará nuestra crítica con suspicacia, y en los momentos de agitación se nos tendrá por intrusos y se recibirá de mala gana nuestra ayuda.
Y en cuanto a solicitar y aceptar nosotros mismos el puesto de dirigentes, creo que en líneas generales y en tiempos calmos es mejor evitarlo. Pienso sin embargo que el daño y el peligro no residen tanto en el hecho de ocupar un puesto directivo –cosa que en ciertas circunstancias puede ser útil e incluso necesaria– sino en el perpetuarse en ese puesto. Sería necesario, a mi juicio, que el personal dirigente se renovase lo más a menudo posible, sea para capacitar a un número mucho mayor de trabajadores en las funciones administrativas, sea para impedir que el trabajo de organizar se transforme en un oficio que induzca a quienes lo realizan a llevar a las luchas obreras la preocupación de no perder el empleo.
Y todo esto no sólo en interés actual de la lucha y de la educación de los trabajadores, sino también, y sobre todo, con miras al desarrollo de la revolución después que ésta se inicie.
Los anarquistas se oponen con justa razón al comunismo autoritario, que supone un gobierno que al querer dirigir toda la vida social y poner la organización de la producción y la distribución de las riquezas bajo las órdenes de sus funcionarios, no puede dejar de producir la más odiosa tiranía y la paralización de todas las fuerzas vivas de la sociedad.
Los sindicalistas, aparentemente de acuerdo con los anarquistas en la aversión al centralismo estatal, quieren prescindir del gobierno sustituyéndolo por los sindicatos, y dicen que son éstos los que deben apoderarse de las riquezas, requisar los víveres, distribuirlos, organizar la producción y el intercambio. Y yo no vería inconveniente en ello cuando los sindicatos abriesen de par en par las puertas a toda la población y dejasen a los disidentes en libertad para actuar y tomar su parte.
Pero esta expropiación y esta distribución no pueden hacerse tumultuariamente en la práctica, no las puede realizar la masa aunque esté agrupada en sindicatos, sin producir un desperdicio funesto de riquezas y el sacrificio de los más débiles por obra de los más fuertes y brutales; y menos aún se podrían establecer en masa los acuerdos entre las diversas localidades y los intercambios entre las distintas corporaciones de productores. Sería necesario, por lo tanto, proveer a ello por medio de deliberaciones realizadas en asambleas populares por grupos e individuos que se ofrezcan voluntariamente o a los que se designe en forma regular.
Ahora bien, si existe un número restringido de individuos que por el largo hábito son considerados jefes de los sindicatos, y existen secretarios permanentes y organizadores oficiales, serán ellos los que se encontrarán automáticamente encargados de organizar la revolución, y tenderán a considerar como intrusos e irresponsables a los que quieran, tomar iniciativas independientes de ellos, y desearán, aunque sea con las mejores intenciones, imponer su voluntad, incluso con la fuerza.
Entonces el régimen sindicalista se transformaría pronto en la misma mentira y la misma tiranía en que se transformó la así llamada dictadura del proletariado. El remedio contra este peligro y la condición para que la revolución resulte verdaderamente emancipadora residen en formar un gran número de individuos capaces de iniciativa y de tareas prácticas, en habituar a las masas a no abandonar la causa de todos en manos de cualquiera y a delegar, cuando la delegación es necesaria, sólo para cargos determinados y por tiempo limitado. Y para crear tal situación y tal espíritu el medio más eficaz es el sindicato, si está organizado y manejado con métodos verdaderamente libertarios9.
[La Unión de los trabajadores nació de la] necesidad de proveer a las carencias actuales, del deseo de mejorar las propias condiciones y de defenderse contra los posibles empeoramientos; nació el sindicato obrero, que es la unión de quienes, privados de los medios de trabajo y obligados por lo tanto para vivir a dejarse explotar por quien posee esos medios, buscan en la solidaridad con sus compañeros de pena la fuerza necesaria para luchar contra los explotadores. Y en este terreno de la lucha económica, es decir, de la lucha contra la explotación capitalista, habría sido posible y fácil llegar a la unidad de la clase de los proletarios contra la clase de los propietarios.
Pero ocurre que los partidos políticos, que por lo demás han sido a menudo los que originaron y animaron en un principio el movimiento sindical, quisieron servirse de las asociaciones obreras como campo de reclutamiento y como instrumentos para sus fines especiales, de revolución o de conservación social. De ahí las divisiones entre la clase obrera organizada en diversos agrupamientos bajo la inspiración de los distintos partidos. De ahí el propósito de quienes quieren la unidad y tratan de sustraer a los sindicatos de la tutela de los partidos políticos.
Sin embargo, en este afirmado propósito de sustraerse a la influencia de los partidos políticos, de “excluir la política de los sindicatos”, se esconde un equívoco y una mentira.
Si por política se entiende lo que respecta a la organización de las relaciones humanas y, más especialmente, las relaciones libres o forzadas entre ciudadanos y la existencia o no de un “gobierno” que asuma en sí los poderes públicos y se sirva de la fuerza social para imponer la propia voluntad y defender los intereses de sí mismo y de la clase de que emana, es evidente que esa política entra en todas las manifestaciones de la vida social, y que una organización obrera no puede ser realmente independiente de los partidos, salvo transformándose ella misma en un partido.
Es por lo tanto vano esperar, y para mí estaría mal desear, que se excluya a la política de los sindicatos, puesto que toda cuestión económica de alguna importancia se transforma automáticamente en una cuestión política, y es en el terreno político, es decir con la lucha entre gobernantes y gobernados, donde se deberá resolver en definitiva la cuestión de la emancipación de los trabajadores y de la libertad humana.
Y es natural, y está claro, que debe ser así.
Los capitalistas suelen mantener la lucha en el terreno económico mientras los obreros exijan mejoras pequeñas y generalmente ilusorias, pero ni bien ven disminuido su beneficio y amenazada la existencia misma de sus privilegios apelan al gobierno, y si éste no se muestra suficientemente solícito y fuerte en defenderlos, como ocurrió en los recientes casos de Italia y de España, emplean sus riquezas para financiar nuevas fuerzas represivas y constituir un nuevo gobierno que pueda servirles mejor.
Por lo tanto, las organizaciones obreras deben necesariamente proponerse una línea de conducta frente a la acción actual o potencial de los gobiernos.
Se puede aceptar el orden constituido, reconocer la legitimidad del privilegio económico o del gobierno que lo defiende, o contentarse con maniobrar entre las diversas fracciones burguesas para obtener alguna mejora, como ocurre en las grandes organizaciones no animadas por un elevado ideal, como la Federación Norteamericana del Trabajo y buena parte de las Uniones inglesas, y entonces uno se transforma en la práctica en instrumento de los propios opresores y renuncia a la propia liberación de la servidumbre.
Pero si se aspira a la emancipación integral, o incluso si se desean sólo mejoras definitivas que no dependan de la voluntad de los patrones y de las alternativas del mercado, no existen sino dos caminos para liberarse de la amenaza gubernativa. O apoderarse del gobierno y dirigir los poderes públicos, la fuerza de la colectividad aferrada y coartada por los gobernantes, a la supresión del sistema capitalista; o debilitar y destruir el gobierno para dejar que los interesados, los trabajadores, todos aquellos que de alguna manera concurren con el trabajo manual e intelectual al mantenimiento de la vida social, queden en libertad para proveer a las necesidades individuales y sociales de la manera que mejor consideren, excluido el derecho y la posibilidad de imponer con la violencia la voluntad de unos sobre otros.
Ahora bien, ¿cómo hacer para mantener la unidad cuando existen quienes desean servirse de la fuerza de la asociación para llegar al gobierno, y quienes creen que todo gobierno es necesariamente opresor y nefasto y, por lo tanto, desean encaminar esa misma asociación hacia la lucha contra toda institución autoritaria presente o futura? ¿Cómo mantener juntos a los socialdemócratas, los comunistas de Estado y los anarquistas?
He aquí el problema. Problema que se puede eludir en ciertos momentos, en ocasión de una lucha concreta que reúna a todos los hombres, o por lo menos a una gran masa, en un interés y un deseo comunes, pero que resurge siempre y no es fácil de resolver mientras existan condiciones de violencia y diversidad de opinión sobre el modo de resistir a la violencia.
El método democrático, es decir, el consistente en dejar que decida la mayoría y “mantener la disciplina” no decide la cuestión, porque también él es una mentira y no lo patrocinan sinceramente sino los que tienen o creen tener la mayoría. Dejando de lado el hecho de que “la mayoría” es siempre, por lo demás, la de los dirigentes y no la de la masa, cuyos deseos generalmente se ignoran o se falsifican, no se puede pretender, ni siquiera desear, que quien está profundamente convencido de que la mayoría sigue un camino desastroso, sacrifique sus propias convicciones y asista pasivamente o, peor aún, aporte su ayuda a lo que considera un mal.
La afirmación de que hay que dejar hacer y tratar de conquistar a su vez el consenso de la mayoría, se parece al sistema que se utiliza entre los militares: “sufra la pena y luego reclame”, y es un sistema inaceptable cuando lo que hoy se hace destruye la posibilidad de proceder mañana de otra manera.
Hay cuestiones en las cuales conviene adaptarse a la voluntad de la mayoría porque el daño de la división sería mayor que el que derivaría de un determinado error; hay circunstancias en que la disciplina se vuelve un deber porque el faltar a ella sería faltar a la solidaridad entre los oprimidos y significaría traición frente al enemigo. Pero cuando uno está convencido de que la organización toma un camino que compromete el porvenir y hace difícil remediar el mal producido, entonces es un deber rebelarse y oponerse, aun a riesgo de provocar una escisión.
Pero entonces, ¿cuál es la vía de salida de estas dificultades, y cuál es la conducta que deberían seguir los anarquistas en esta cuestión?
Para mí el remedio sería: entendimiento general y solidaridad en las luchas puramente económicas; autonomía completa de los individuos y de los diversos agrupamientos en las luchas políticas.
Pero ¿es posible ver a tiempo dónde la lucha económica se transforma en lucha política? Y ¿hay luchas económicas importantes que la intervención del gobierno no vuelva políticas desde el principio?
De todos modos, nosotros los anarquistas deberíamos llevar nuestra actividad a todas las organizaciones para predicar en ellas la unión entre todos los trabajadores, la descentralización, la libertad de iniciativa, en el cuadro común de la solidaridad contra los patrones.
Y no debemos dar mucha importancia al hecho de que la manía de centralización y autoritarismo de uno, y la intolerancia de otro a toda disciplina, incluso la razonable, lleve a nuevos fraccionamientos, pues si la organización de los trabajadores es una necesidad primordial para las luchas de hoy y para la realización de mañana, no tiene gran importancia la existencia y la duración de esta o aquella determinada organización. Lo esencial es que se desarrolle el espíritu de organización, el sentimiento de solidaridad, la convicción de la necesidad de cooperar fraternalmente para combatir a los opresores y realizar una sociedad en la que todos podamos gozar de una vida verdaderamente humana10.
18– La ocupación de las fábricas
Las huelgas generales de protesta ya no conmueven a nadie: ni a los que las hacen ni a aquellos contra los cuales se dirigen. Con que la policía tuviese sólo la inteligencia de no provocar, pasarían como cualquier día feriado.
Es necesario buscar otra cosa. Nosotros lanzamos una idea: apoderarse de las fábricas. La primera vez quizá lo harán pocos y el efecto no será muy fuerte; pero el método tiene por cierto un porvenir, porque corresponde a los fines últimos del movimiento proletario y constituye una gimnasia que prepara para la expropiación general y definitiva11.
Los metalúrgicos comenzaron el movimiento por cuestiones de salarios. Se trata de una huelga de nuevo tipo. En lugar de abandonar las fábricas, se quedaron dentro sin trabajar e hicieron guardia noche y día para que los patrones no pudieran cerrar los establecimientos.
Pero esto ocurría en 1920. Toda la Italia proletaria temblaba de fiebre revolucionaria y pronto la cosa cambió de carácter. Los obreros pensaron que era el momento de apoderarse definitivamente de los medios de producción. Se armaron para la defensa, transformaron muchas fábricas en verdaderas fortalezas y comenzaron a organizar la producción por su cuenta. Los patrones fueron expulsados o puestos bajo arresto. Era el derecho de propiedad abolido de hecho, la ley violada en todo lo que sirve para defender la explotación capitalista; era un nuevo régimen, un nuevo modo de vida social que se inauguraba y el gobierno dejaba hacer porque se sentía impotente para oponerse: lo confesó más tarde excusándose en el Parlamento por no haber practicado la represión.
El movimiento se ampliaba y tendía a abarcar otras categorías; aquí y allá los campesinos ocupaban las tierras. Era la revolución que comenzaba y se desarrollaba de una manera que llamaríamos casi ideal.
Los reformistas veían naturalmente la cosa con malos ojos y trataban de hacerla abolir. El mismo Avanti!, que no sabía a qué santo encomendarse, trató de hacernos pasar por pacifistas, porque en Umanità Nova habíamos dicho que si el movimiento se extendía a todas las categorías, si los obreros y campesinos seguían el camino de los metalúrgicos expulsando a los patrones y tomando posesión de los medios de producción, se habría realizado la revolución sin verter una sola gota de sangre.
Pero no servía.
La masa estaba con nosotros; nos preocupábamos por acudir a las fábricas para hablar, alentar, aconsejar, y habríamos debido dividirnos en mil para satisfacer todos los pedidos. En todos los lugares a los que acudíamos eran nuestros discursos los que los obreros aplaudían, y los reformistas debían retirarse o camuflarse.
La masa estaba con nosotros porque nosotros interpretábamos mejor sus instintos, sus necesidades y sus intereses.
Sin embargo, bastó una especie de manejo astuto de la gente de la Confederación General del Trabajo y sus acuerdos con Giolitti para hacer creer en una especie de victoria mediante la superchería del control obrero, e inducir a los operarios a dejar las fábricas justamente en el momento en que eran mayores las probabilidades de éxito12.
La ocupación de las fábricas y de las tierras estaba perfectamente dentro de nuestra línea programática.
Nosotros hicimos todo lo que podíamos, con los diarios –Umanità Nova cotidiana y los diversos semanarios anarquistas y sindicalistas– y con nuestra acción personal en las fábricas para que el movimiento se intensificase y generalizase. Advertimos a los operarios y en esto fuimos desgraciadamente buenos profetas, lo que les sucedería si abandonaban las fábricas, ayudamos a preparar la resistencia armada, entrevimos la posibilidad de hacer la revolución casi sin librar combate, con que sólo se mostrara la decisión de emplear las armas que se habían acumulado.
No tuvimos éxito y el movimiento fracasó porque éramos demasiado pocos y las masas estaban muy poco preparadas.
Cuando D’Aragona y Giolitti concertaron la burla del control obrero, con la aquiescencia del Partido Socialista, que estaba entonces dirigido por los comunistas, gritamos contra la traición y nos prodigamos por las fábricas para poner en guardia a los obreros contra ese inicuo engaño. Pero apenas se difundió la orden de la Confederación de salir de las fábricas, los obreros, que sin embargo nos habían acogido siempre y reclamado con entusiasmo y habían aplaudido nuestras incitaciones a la resistencia a toda costa, obedecieron dócilmente a la orden, aunque dispusieron de poderosos medios militares para la resistencia.
El temor en cada fábrica de quedarse solos para combatir y las dificultades de asegurar la alimentación de los diversos puntos fortificados indujeron a la rendición, pese a la oposición de los anarquistas individuales que estaban distribuidos por las fábricas.
El movimiento no podía durar ni triunfar sino ampliándose y generalizándose, y en esas circunstancias no podía ampliarse sin el consentimiento de los dirigentes de la Confederación General y del Partido Socialista, que disponían de la gran mayoría de los trabajadores organizados. La Confederación y el Partido Socialista –incluso los comunistas– se pusieron en contra y todo debía terminar con la victoria de los patrones13.’
1 Il Risveglio, 1–15 de octubre de 1927.
2 Umanità Nova, 14 de marzo cle 1922.
3 Umanità Nova, 13 de abril de 1922.
4 Umanità Nova, 6 de abril de 1922.
5 Umanità Nova, 13 de abril de 1922.
6 Umanità Nova, 6 de abril de 1922.
7 Pensiero e Volontà, 16 de abril de 1925.
8 Umanità Nova, 6 de abril de 1922.
9 Fede!, 30 de septiembre de 1922.
10 Pensiero e Volontà, 16 de febrero de 1925.
11  Umanità Nova, 17 de marzo de 1920. 

12  Umanità Nova, 28 de junio de 1922. 

13  Pensiero e Volontà, 19 de abril de 1924. 

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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Perh » 21 Oct 2023, 19:06

Excelente :vict: 8-) gracias por el material., justo a tiempo.

Saranarca
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Saranarca » 21 Oct 2023, 20:44

Perh escribió:
21 Oct 2023, 03:38

* Los sindicatos tienen una forma que sirve para ciertas funciones, el anarquismo es menos rígido y habilita muchas formas de conexiones que exceden dicha forma; por lo que los sindicatos son instrumentos, son medios y no fines.
¿Te parece?
Joreg escribió:
21 Oct 2023, 09:13
Malatesta no era antisindicalista, lo mismo que no era anticooperativista. Consideraba esos movimientos necesarios y útiles, pero no les consideraba posibilidades "anarquistas". No creía que pudiera haber un sindicato anarquista. Sí era partidario de la unión de los anarquistas en un partido anarquista (en el sentido de organización) para impulsar una revolución. Era partidario de que los anarquistas entrasen en los sindicatos, pero no para dirigirlos. En su concepto de revolución, ese acontecimiento lo hace "la masa", no un partido ni una vanguardia. Él como anarquista, colaboraba con cualquiera que quisiera ir "hacia la revolución" y se plantaba allí donde había lío. Son ideas elaboradas hacia 1920-1930.
Gracias a ambos por responder.
----------------------------------------------------------------------------------------------

Bien, me queda claro que Malatesta defiende el sindicalismo como un medio para llegar o acercarse lo más posible a la anarquía, y que para eso tendrían que estar los anarquistas impulsando métodos y finalidades anarquistas dentro del movimiento sindical. Lo cual es absolutamente coherente con el anarcosindicalismo, por lo que no entiendo estas palabras sacadas de este texto de 1925:
Muchos compañeros aspiran a fusionar el movimiento obrero y el movimiento anarquista; y donde pueden, como por ejemplo en España y en la Argentina e incluso un poco en Italia, en Francia, en Alemania, etcétera, intentan dar a las organizaciones obreras un programa netamente anarquista. Son los compañeros que se denominan “anarco–sindicalistas”, o aquellos que, uniéndose con otros que en realidad no son anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.
Ahora bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y que no es correcto pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin y ya no podrían utilizarse para los fines que los anarquistas tienen al participar en ellos.
¿Qué se puede entender que criticaba entonces de la CNT y el resto, solo el nombre ''anarco'' y/o el que se llamasen anarquistas a esas organizaciones?, ¿o es que en esa época había un grupo dentro de la CNT, etc., que denominados ''anarcosindicalistas'' intentaban hacer de la CNT una un tipo de organización más o menos específica anarquista, en vez de una organización anarcosindicalista de verdad como siempre se entendió y entiende ese termino?

Por cierto, Joreg, todo el texto (lo que responde directamente a mis dudas y lo que no), muy bueno. ¡Gracias!
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Joreg
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Joreg » 22 Oct 2023, 08:49

Saranarca escribió:
21 Oct 2023, 20:44
¿Qué se puede entender que criticaba entonces de la CNT y el resto, solo el nombre ''anarco'' y/o el que se llamasen anarquistas a esas organizaciones?
Malatesta muere en 1932, y en la época en la que habla de esas cosas, es ya un viejo. Une al tema que en esa época la comunicación era bastante deficiente y se hacía mediante cartas y prensa escrita habitualmente. No sé si le hizo crítica a la CNT o a los anarquistas en CNT que querían dirigirla. Básicamente lo que decía es que si los anarquistas tenían mucho peso en un sindicato, lo convertían en un grupo de opinión, y si lo dominaban "los hombres prácticos" lo convertían en un organismo inoperante para hacer la revolución. Como había vivido la llegada de Mussolini, el ascenso nazi, la derrota de la USI, las "traiciones" del partido socialista, y encima se asfixiaba (tenía EPOC), debía de andar algo deprimido el pobre. Tanto profetizar la revolución y que gane Mussolini....

Tendría ganas de criticar. A ver si ya ni criticar va a poder uno.
_---------------------_
Hay un artículo sobre las "dos tendencias" (sindicalista revoucionaria y anarco sindicalista) de la CNT desde su fundación hasta los años treinta a ver si te lo encuentro.
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Saranarca » 22 Oct 2023, 20:01

Joreg escribió:
22 Oct 2023, 08:49
Saranarca escribió:
21 Oct 2023, 20:44
¿Qué se puede entender que criticaba entonces de la CNT y el resto, solo el nombre ''anarco'' y/o el que se llamasen anarquistas a esas organizaciones?
Malatesta muere en 1932, y en la época en la que habla de esas cosas, es ya un viejo. Une al tema que en esa época la comunicación era bastante deficiente y se hacía mediante cartas y prensa escrita habitualmente. No sé si le hizo crítica a la CNT o a los anarquistas en CNT que querían dirigirla. Básicamente lo que decía es que si los anarquistas tenían mucho peso en un sindicato, lo convertían en un grupo de opinión, y si lo dominaban "los hombres prácticos" lo convertían en un organismo inoperante para hacer la revolución. Como había vivido la llegada de Mussolini, el ascenso nazi, la derrota de la USI, las "traiciones" del partido socialista, y encima se asfixiaba (tenía EPOC), debía de andar algo deprimido el pobre. Tanto profetizar la revolución y que gane Mussolini....

Tendría ganas de criticar. A ver si ya ni criticar va a poder uno.
Sí, supongo que el tema de la deficiente comunicación de aquella época sería un problema que generaría bastantes confusiones semántico/terminológicas. Y ese texto de Malatesta que enlacé, vete a saber en respuesta a quién o en qué contexto concreto se dio. LO QUE ME QUEDA CLARO ES QUE LO QUE DEFIENDE MALATESTA ES TOTALMENTE COMPATIBLE CON LO QUE DEFIENDE EL ANARCOSINDICALISMO.
Joreg escribió:
22 Oct 2023, 08:49
Hay un artículo sobre las "dos tendencias" (sindicalista revolucionaria y anarco sindicalista) de la CNT desde su fundación hasta los años treinta a ver si te lo encuentro.
Ah, qué bueno, te lo agradecería un montón.
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Joreg
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Joreg » 22 Oct 2023, 20:02

Saranarca escribió:
21 Oct 2023, 20:44
¿Qué se puede entender que criticaba entonces de la CNT y el resto, solo el nombre ''anarco'' y/o el que se llamasen anarquistas a esas organizaciones?, ¿o es que en esa época había un grupo dentro de la CNT, etc., que denominados ''anarcosindicalistas'' intentaban hacer de la CNT una un tipo de organización más o menos específica anarquista, en vez de una organización anarcosindicalista de verdad como siempre se entendió y entiende ese termino?
Os dejo un texto que explica las diferencias entre anarco-sindicalistas y Sindicalistas-revolucionarios de la CNT. El artículo se publicó celebrando los cien años del Congreso de Sans. Texto completo en:
https://aivanarquistas.blogspot.com/200 ... sans.html

... Esta actividad organizativa obrerista de los anarquistas se está desarrollando (por resumir) entre dos tendencias ideológicas muy parecidas. La tendencia anarquista-sindicalista (AS) y la tendencia sindicalista revolucionaria (SR). Dos formas de plantearse la cuestión sindical que se entremezclan. Las diferencias son mínimas, pero importantes. ¿En qué consisten esos matices?

Los anarquistas-sindicalistas (AS).

Los AS dan mucha importancia a la lucha económica y social (contra el burgués, contra el empresario), frente a la acción política (que da más importancia a la competencia de partidos que aspiran al poder, para desde el gobierno realizar reformas).

La finalidad de la lucha económica para los AS es la realización de una revolución expropiadora que dé lugar a una sociedad anarquista con diversidad de organizaciones libres para la producción, distribución y consumo. Para llegar a esa expropiación, el Estado, como garante de la tiranía capitalista, ha de ser destruido.

Este campo de luchas económicas, sociales (así las llaman), exige la acción directa como táctica, es decir, el trato directo con el empresario sin intermediarios. La acción directa privilegia el activismo, la práctica, la movilización obrera. Los AS se muestran contrarios a la táctica de base múltiple, que procura la prudencia, el paso a paso, el crear cooperativas, seguros, cajas de resistencia, fondos de pensiones, empleo de mediadores… Para los AS los trabajadores tienen que ser protagonistas de su destino, y eso se consigue en el terreno de la lucha, que es la fragua donde se forjan los militantes. La lucha no es solo acción, sino también formación, cultura, aprendizaje, actividad constructiva y destructiva tomadas de la mano.

Por ese protagonismo que dan a los trabajadores, y que implica que cada cual ha de tomar sus propias decisiones, los AS insisten en la autonomía y libertad individuales, de las que se sigue la autonomía y libertad de las organizaciones que forman esos individuos. Estas organizaciones autónomas se unen mediante pactos federales, manteniendo siempre como bandera la de la independencia.

Los Sindicalistas Revolucionarios (SR).

El planteamiento SR establece igualmente la preferencia por lucha económica y social de los trabajadores. Mucho ojo: la lucha económica no significa suspirar por el dinero, sino desenvolver las actividades militantes en el terreno de las empresas, al margen de organizaciones políticas y religiosas. El SR reconoce la lucha de clases y la división de la sociedad en dos grandes grupos, el de los asalariados y el de los burgueses. Estas dos clases tienen intereses enfrentados. Los intereses de los trabajadores son comunes y llevan a estos a crear sindicatos para defender esos intereses.

Dado que hay una sola clase proletaria, ha de haber un único sindicato, basado en la Unión y la Solidaridad. La propia necesidad, la unión de los trabajadores, mueve a constituirlo. El sindicato “surge de la vida”.

El sindicato, para agrupar a todos los trabajadores, es neutro ideológicamente, apolítico. A él puede pertenecer cualquier obrero, piense como piense, tenga ideas religiosas, nacionalistas, de derechas o de izquierdas. Lo que une en el sindicato, es ser obrero y nada más. Por ello dice Josep Negre, primer secretario de la Cofederación que, "en CNT se observa la más estricta neutralidad, integrándola obreros de todos los matices".

De los intereses comunes de los trabajadores y de su defensa, surge la necesidad de un cambio social. Los burgueses explotan a los trabajadores, y por ello el sindicato pretende una revolución expropiadora, la Revolución Social, que dé lugar a una sociedad en la que no haya salario, lucro, competencia, desigualdad, ni propiedad privada.

El SR condena al Estado por ser el instrumento del Capitalismo para perpetuar la opresión burguesa. Para derrotar a la burguesía y al Estado, el arma a emplear ha de ser la Huelga General, un paro total de productores que de inmediato tomarán las riendas de la producción mediante sus sindicatos.

El sindicato no es solamente, por lo tanto, una sociedad de resistencia, ni un medio de educación del proletariado, sino la máquina de demolición de la sociedad presente, y de reconstrucción de la sociedad futura. Sus secciones económicas y de estadística permiten conocer necesidades y forma de satisfacerlas. Para el SR, el sindicato no necesita de ideología exterior a él, porque él solo se basta tanto para destruir el sistema económico imperante, como para construir y organizar uno nuevo. Cuando el burgués les pregunta que cómo van a organizar el mundo si destruyen el Estado y les expropian, ellos responden: “con el Sindicato”.

Las diferencias y similitudes entre SR y AS.

En realidad el programa de AS y SR en España (casi todos ellos también anarquistas) es muy parecido, podría decirse que complementario. Pero hay algunos matices muy importantes.

Para un SR el sindicato no ha de tener tutela de ideología de ningún tipo, ha de ser una organización apolítica para agrupar en su seno a toda la clase obrera. El sindicato destruirá la estructura económica capitalista mediante la huelga general, y el sindicato es la organización económica del futuro.

Para un AS las sociedades obreras han de tener inspiración anarquista. Los AS no son apolíticos, sino antipolíticos, y este sentir antipolítico (contrario a partidos, parlamentos y gobiernos) reafirma el anarquismo. Para el anarquista la meta es la anarquía, no una sociedad sindical. El sindicato es tan solo un arma estratégica, un instrumento de promoción de La Idea, de la acracia, y el anarquismo ha de estar presente en él. En la sociedad anarquista habrá sindicatos, pero también otro tipo de organizaciones, y lugar para los individualistas.

El sindicalista que hay en el SR insiste en la necesidad de organización, cotización regular, comités estructurados, coordinación y disciplina; el anarquista que hay en el AS insiste en no votar, no delegar, no aceptar mayorías ni minorías, no establecer centros decisorios. Quiere libertad individual, soberanía personal, ausencia de coerciones, y tener la autonomía como base de la organización.

Ambos propugnan la revolución, la expropiación universal, la abolición de la propiedad privada, la eliminación del salario, y, por tanto, la fórmula económica comunista como medio de superar la desigualdad y la injusticia. La táctica a emplear, en eso están ambos de acuerdo, será la acción directa, que se expresa mediante la movilización, el activismo, la propaganda, la reivindicación, la huelga parcial, el boicot, el sabotaje, el lábel o sello de calidad, y la Huelga General.

Es muy importante entender que ambas opciones, además, se mezclan. Dependiendo de la época y de la experiencia sufrida, pueden encontrarse personas que incidan más o menos en cada una de ambas opiniones o tendencias, o que asuman ideas de ambas en un particular cóctel. No puede decirse que en esos momentos formen facciones organizadas, sino que las personas se adscriben a unas actitudes o a otras en función del momento histórico.

En definitiva, estos hombres y mujeres están decididos a llevar a cabo la liquidación social, y quieren una organización que combine eficacia y disciplina, con sus deseos de libertad y autonomía. Una mezcla que es difícil de compaginar. Esa mezcla de anhelos, de deseos, es la que va a manifestarse en el Congreso de Sans de 1919.

El desarrollo de las tendencias

¿Pero de dónde ha salido el SR? El Sindicalismo Revolucionario aparece en Francia, le dan vida obreros como Ferdinand Pelloutier, Emile Pouget y otros militantes anarquistas en el sindicato Confederation General du Travail (CGT). Pelloutier y Pouget habían hecho circular, el primero memorias sobre las Bolsas de Trabajo (La Histoire des Bourses du Travail 1902) y antes incluso L'Organisation corporative et l'Anarchie (1896), y Pouget empezó a lanzar sus ardorosas andanadas en Greve générale réformiste et Greve générale révolutionnaire (1902) Les Bases du Syndicalisme (1904) Le Syndicat (1904) Le Partí du Travail (1905) L' Action directe (1907). Como veis el SR bebe de las aguas del anarquismo, y sus ideas están ya expuestas y en funcionaiento desde antes de 1900. Hay otra leyenda académica que establece que fue Georges Sorel, un intelectual y un burgués, el “padre de la teoría política del SR”, o “el padre de la teoría de la violencia política”, con su culto a la fuerza, sus mal digeridas lecturas de Proudhon, su monarquismo, su protofascismo, y su relación amor odio con el marxismo. Esa paternidad es falsa, pues no es hasta 1908 cuando Sorel publica sus “Reflexiones sobre la violencia”. Por lo tanto, el SR es un producto obrero de raíces anarquistas, con fuerte experiencia práctica que da lugar a una teoría que desarrollan obreros manuales. Gracias a la CGT francesa, el SR entra en España desde finales del siglo XIX y principios del XX, de la mano de los exiliados españoles, que entran en contacto con los sindicalistas franceses.

Hay que mencionar la tarea propagandística que desarrolla el pedagogo anarquista Francisco Ferrer, que entusiasmado por las ideas del SR fundará el periódico La Huelga General, realizará traducciones de las teorías de los obreros franceses y las publicará en la editorial de La Escuela Moderna, cuyos libros se distribuyen por toda España.

Otro personaje fundamental al dar su apoyo al SR va a ser el patriarca del anarquismo español, Anselmo Lorenzo, que igualmente realizará traducciones y publicará textos del SR. Anselmo Lorenzo tiene un gran prestigio en los círculos obreros y su opinión es muy tenida en cuenta. Amigo de Ferrer, el viejo internacionalista, que mantiene sus ideales anarquistas intactos, insiste en la necesidad de que los anarquistas entren en las sociedades obreras y tomen cargos en ellas para orientarlas mediante el ejemplo.

Pero Ansemo Lorenzo, ojo al dato, afirma que los franceses no han descubierto nada, y que el SR no es más que el viejo anarquismo societario (de las sociedades obreras) revestido de modernidad. Él defiende –en cierto modo- la tesis de que el SR ha copiado al sindicalismo catalán, que los exiliados españoles han llevado el SR a Francia en el siglo XIX, y no a la inversa… Así que más que de influencia, habría que hablar de interacción, de trasvase de ideas a través de los Pirineos.

Sea como sea, lo inventara quien lo inventara, gracias a la aportación teórica de Pelloutier, de Pouget, de Ferrer, de Lorenzo y de Prat y de muchos otros…, y a la actividad de los propagandistas y difusores, el SR va a ser adoptado por los anarquistas españoles como procedimiento de lucha que sustituya a las viejas sociedades de resistencia obrera, y le van a dar el nombre de sindicalismo moderno. Ese sindicalismo moderno seguirá otra trayectoria diferente a la francesa, ya que aquí la influencia libertaria se va a notar mucho más.

Esta interacción de ideas de SR y de AS puede rastrearse en diferentes declaraciones y manifiestos que están elaborando las diversas sociedades obreras. Por ejemplo, en 1917, la Federación Nacional de Obreros Agricultores (FNOA) en su II Congreso de Valencia, establece que:

“He aquí que reconocemos el SR como el principal factor de transformación social, como el medio de lograr las concepciones anarquistas. De esto se sigue, que el puesto de todos los hombres amantes de la anarquía está en los sindicatos obreros, para orientarlos, y entendemos que los campesinos deben luchar para mejorar su condición presente, basados en los métodos del SR, sin perder de vista su emancipación integral, o sea el conseguir el triunfo de la anarquía. Porque no solo aspiramos a conquistar más libertad, comodidades, higiene, garantía de vida, sino la completa dicha y libertad para todos; caminamos a una sociedad de productores libres, sin explotadores ni tiranos.”

Puede verse en este discurso, que ambas opciones van tomadas de la mano, se complementan, siguen el mismo camino y pretenden el mismo objetivo. Con matices importantes que las diferencian, pero unidas.
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Saranarca
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Saranarca » 22 Oct 2023, 23:23

¡Muchísimas gracias, Joreg! Muy interesante, y se lee muy bien.
Joreg escribió:
22 Oct 2023, 20:02
Esa mezcla de anhelos, de deseos, es la que va a manifestarse en el Congreso de Sans de 1919.
En el texto completo, al principio, dice que el congreso dura desde el 28 de junio hasta el 1 de julio de 1918. ¿Se hizo otro en 1919?, supongo que será sólo un fallo porque busqué en internet y no vi otro llamado igual realizado en 1919. Y el nombre sería Congreso de Sants, no de Sans (UN DETALLE ESTÚPIDO, pero bueno..., por aclararlo) según vi buscando en internet.

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Una cosa QUE ME LLAMA MUCHO LA ATENCIÓN es que se habla de entrar en los sindicatos para orientarlos desde el ejemplo, ¿era eso una especie de entrismo pero sin dirigismo? ¿Eso se podría hacer hoy?, ¿no sería mejor montar una asamblea de trabajadores o un sindicato aparte en caso de no haber CNT?, ¿qué diferencias había en aquella época como para que se recomendase eso, tal vez eran sindicatos menos burocratizados?

Aquí donde vivo en Argentina no hay FORA (que tampoco sé si son exactamente un anarcosindicato como tal, me quiero informar), pero hay grupos especifistas (una especie de evolución del plataformismo a la que dieron nombre los compañeros anarquistas de la FAU en Uruguay) que optan por entrar en los sindicatos para darles, con el ejemplo durante las luchas -tal cual defendía Malatesta- un sentido pro-anarquía (o lo más cercano posible). ¿Qué opináis? Perh, tú eres uruguayo, cómo lo ves ahí, y ¿conoces cómo es por aquí y si sería viable?
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Joreg
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Re: Malatesta ¿anti-anarcosindicalista?

Mensaje por Joreg » 23 Oct 2023, 08:47

Saranarca escribió:
22 Oct 2023, 23:23
Una cosa QUE ME LLAMA MUCHO LA ATENCIÓN es que se habla de entrar en los sindicatos para orientarlos desde el ejemplo, ¿era eso una especie de entrismo pero sin dirigismo? ¿Eso se podría hacer hoy?
Ni idea. Si te lees las biografías de aquella gente del 1900, Joan Pey, Francisco Miranda y similares, no tienen nada que ver con lo que sucede hoy día. Hay una obra monumental por ahí "Enciclopedia histórica del anarquismo español" de Miguel Íñiguez, que se tomó la molestia de hacer la biografía más o menos extensa, de cualquier persona que apareciese en un acta, periódico, tarjeta, relacionada con la CNT, la FAI o similares. El resumen del libro es:
60 000 entradas, 3000 ilustraciones, más de 2000 folios, una obra ingente sin duda que marcará un antes y un después en la historiografía del anarquismo hispano.
Con esta obra un movimiento ideológico, social y ético tan peculiar, rencorosa y envidiosamente perseguido por sus enemigos y no menos intensamente sostenido por generaciones de obreros y campesinos, adquiere un brillo y una luminosidad sorprendentes.
Se comprobará que padeció, muchísimo más que ejerció, la violencia y que interesadamente sus denostadores confunden el empecinamiento, el vigor y la perseverancia en la defensa de unas creencias con el sectarismo, el fanatismo, la incultura y la rudeza.
Se comprobará que en mayor grado que en cualquier otra tendencia social, política o religiosa abundan los idealistas, las mujeres y hombres de personalidad acusadísima, los santos laicos, los entregados a la consecución de objetivos de una alteza moral insuperable. Un movimiento que además de con una formidable historia, cuenta con un presente bastante más halagüeño del que sus detractores están dispuestos a admitir.
Cuando leí el libraco, enorme, miles de páginas, por orden alfabético, a la conclusión que llegué es que aquella gente (completamente desconocida) había vivido cosas que yo ni de lejos. No sólo es que fuese gente que daba ejemplo, es que había muchos de ellos y de ellas. Y eso se tenía que notar. Ahora mismo te pones a dar ejemplo, y o te dan una paliza, o te meten en la cárcel, o piensan que eres tonto. O todo eso junto. Ojo, que no desanimo a nadie a que lo intente. Hamás, Hezbolá y esa peña han tenido éxito en Palestina, porque han hecho muchísimo trabajo de base. Pero también han tenido apoyo, financiación, etc.
Última edición por Joreg el 23 Oct 2023, 09:28, editado 2 veces en total.
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