Josiah Warren, el primer anarquista americano

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Máximo Eléutheros
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Josiah Warren, el primer anarquista americano

Mensaje por Máximo Eléutheros » 10 Ago 2013, 02:23

A continuación voy a reproducir un capítulo del libro Josiah Warren, The First American Anarchist: A Sociological Study, escrito por William Bailie, específicamente el que, a mi entender, es el más interesante de este libro, aunque no descarto traducir otros, y que se refiere a todo lo concerniente a su pensamiento sociológico y económico. Además, es un pedacito más de la rica historia anarquista.

Es evidente que iré condensando el capítulo en distintas entradas.

EL LUGAR DE WARREN COMO FILÓSOFO SOCIAL

La individualidad es el fundamento de la filosofía de Warren. Cada uno debería ser una ley en sí mismo; pero siempre ejerciendo su libertad con la debida consideración de los iguales derechos de los demás. Esta concepción de la libertad personal excluye la invasión de una persona por otra, o de un grupo de personas por otro, incluso una mayoría, aunque el invasor se designe a sí mismo Sociedad o Gobierno. Esto engendra respeto por los otros. Y desecha (sic) la idea de propiedad común o cualquier combinación indefinida de intereses que puedan limitar o disminuir la libertad individual.

Su doctrina está cristalizada en la frase ‘Soberanía del Individuo’ (Sovereignty of the Individual), acuñada por él mismo, y tomada por John Stuart Mill con el debido reconocimiento en su afamado ensayo Liberty. En su Autobiography (pág. 256), Mill habla de ‘un notable americano, Sr. Warren’, quien, ‘ha formado un sistema de sociedad sobre los cimientos de la ‘Soberanía Individual’’.

Herbert Spencer ha hecho del mismo principio la cúspide de su filosofía sintética. En Principles of Ethics (Parte IV, Justicia) la formula en la ley de la igual libertad. ‘Todo hombre es libre hacer lo que quiera, siempre y cuando no infrinja la igual libertad de ningún otro hombre’. Cualquier mérito se adscribe al descubrimiento de este principio de conducta humana como la base de una clara concepción de justicia; esto debe ser reconocido a Josiah Warren, quien fue el primero en ver su completa importancia y demostrar sus aplicaciones prácticas. De hecho, puede decirse que a este fin se dedicó, con admirable unidad de propósito, toda su vida.

Cuando la humanidad reconozca esta genial y fundamental verdad, la necesidad de una autoridad coercitiva, forzosa, personificada en el gobierno, pasará. ‘Bajo el plausible pretexto’, declara Warren, ‘de la protección de las personas y de las propiedades, los gobiernos han extendido la destrucción, el hambre y la miseria por completo por todo el mundo, donde la paz y la seguridad de otra manera podrían haber prevalecido... Ellos han derramado más sangre, cometido más asesinatos, torturas y crímenes en luchas contra otros por el privilegio de gobernar la sociedad que los que podrían o habrían sucedido en ausencia de todo gobierno’. Mientras que la historia de los gobiernos en el pasado permite justificar tan contundente condena, los acontecimientos que han ocurrido desde que Warren lo escribió confirman ampliamente su desfavorable opinión.

‘Los gobiernos invaden el hogar’, escribió, ‘y de pura inmoralidad presumen de regular los sentimientos más sagrados del individuo’. Hacen leyes para las que piden conformidad donde la conformidad es imposible, y a pesar de que ni gobernantes ni gobernados pueden decir cómo se interpretarán o administrarán dichas leyes. Bajo estas circunstancias, ‘ni la seguridad ni la felicidad pueden existir para el gobernado’. En tanto que las leyes puedan estar sujetas a distintas interpretaciones de acuerdo a los caprichos o intereses de jueces, abogados y jurado, u otros funcionarios encargados de su ejecución, no puede haber seguridad para la persona o la propiedad. Por consiguiente, ‘ninguna forma de lenguaje es una base adecuada para las instituciones humanas’. Poseer el poder de interpretación verbal de las instituciones es poseer un poder ilimitado. Por tanto, debemos comenzar de nuevo. En lugar de estar sujetos a instituciones basadas en el lenguaje, que dan un poder ilimitado a los demás, debemos aprovechar la ley tácita, no escrita dentro de nosotros: cada uno ser una ley en sí mismo. ‘Todos deben sentir que uno es el árbitro supremo de su propio destino, que ningún poder en la Tierra se levantará por encima de él, que él es y siempre será soberano de sí mismo y de todo lo relativo a su individualidad. Sólo entonces verán realizada todos los hombres la seguridad de la persona y de la propiedad’.

De esta manera, Warren formula el ideal del anarquismo moderno: ‘ser cada uno una ley en sí mismo’, sin transgredir la igual libertad de ninguna otra persona. Aun así, ni Warren ni sus discípulos han sostenido que, en el presente, todos los hombres sean capaces de desarrollarse hasta el punto en que ninguno invada los derechos de los demás o coarte su libertad voluntariamente. Proclaman más bien que la ley ideal debería ser acogida como guía y regla de la conducta social; al mismo tiempo, admiten que la organización voluntaria puede ser aún necesaria para defender al individuo contra la invasión o agresión de los miembros asociales o criminales de la sociedad. Es cierto que esta función de protección ahora es asumida por el Estado, pero la policía y la maquinaria punitiva conservan todos los defectos de las viejas instituciones, las cuales han permanecido iguales tanto en espíritu como en hechos desde un pasado lejano.

Que la balanza de la justicia acostumbra a caer del lado de la cartera más pesada, que la justicia, ciega de sí misma, con frecuencia fracasa, que el crimen a menudo queda impune, son asuntos de conocimiento público que no requieren demostración. Sin negar la necesidad de limitar la delincuencia y evitar la agresión, es fácil demostrar que el Estado se ha mostrado a sí mismo como incompetente e incierto en su propio campo de actuación. De hecho, si no tiene mejor terreno sobre el que basarse, debe ser condenado como inadecuado. Su función puede ser llevada a cabo con mayor eficacia y seguridad por un sistema de libre asociación, una especie de seguro de protección. La organización voluntaria ha consumado tareas aún más difíciles y delicadas en la economía social.

Pero si puede eliminarse la autoridad arbitraria del gobierno, las numerosas y crecientes funciones que ha asumido, presumiblemente por el bien de la comunidad, también pueden ser eliminadas y, a través de un organismo voluntario, llevados a cabo los mismos tipos de servicio. Para destruir la autoridad irresponsable, que prospera no menos bajo la democracia que bajo el despotismo, debe suprimirse todo apoyo. De acuerdo con las ideas de Warren, todos los negocios que ahora están en manos del gobierno deben ser libres para ser llevados a cabo por cooperativas voluntarias, no forzosas, o por iniciativa privada. Sólo donde la responsabilidad pueda ser reparada rápida y certeramente obtendremos resultados satisfactorios. Toda la experiencia en los asuntos públicos, ya sean municipales o nacionales, confirma esta máxima. Las quejas y críticas de los reformadores sociales, invariablemente, están repletas de ilustraciones.

Para resumir este punto: No hay servicio desempeñado por el gobierno que no pueda ser llevado a cabo por el esfuerzo individual o asociativo de forma más económica y eficiente, brotando naturalmente para satisfacer las necesidades de la sociedad. La protección de la persona y de la propiedad, la administración de la justicia, como ya se ha apuntado, la educación en su sentido más amplio, incluso la defensa territorial, podrían realizarse, como ya vemos hoy en día en numerosas funciones sociales necesarias y difíciles, sin subordinar a los ciudadanos a un poder arbitrario.

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Máximo Eléutheros
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Re: Josiah Warren, el primer anarquista americano

Mensaje por Máximo Eléutheros » 10 Ago 2013, 02:25

Otro extracto más:

En verdad, es la diferenciación y especialización de actividades, la división voluntaria y no invasiva del trabajo social la que constituye el progreso y hace posible la verdadera civilización. Tal desintegración del poder político es posible, sin embargo, sólo cuando se acompaña de ciertos cambios económicos íntimamente ligados con la cuestión de la justa compensación del trabajo. El problema del trabajo debe ser resuelto de manera que cada uno pueda recibir todos los frutos de su industria.

La equidad exige que todas las oportunidades naturales requeridas para la producción de riqueza sean accesibles a todos en igualdad de condiciones. Los monopolios, derivados de privilegios especiales creados por la ley, deben entonces desaparecer. En lugar de las necesidades del consumidor, el principio del costo regirá el precio. El trabajador, a través de un medio de intercambio representado por el trabajo o sus productos, recibirá su justa recompensa. Se puede señalar que en todo momento hay una tendencia hacia la realización práctica del coste como límite del precio en la medida en que la libre competencia esté operativa. Siempre y cuando la competición prevalece hay una aproximación al precio de costo. En la actualidad, el regulador de los precios en las transacciones entre hombres de negocios es el principio de costo. Esto es lo que tiende a armonizar intereses de otra manera en conflicto. Promueve la cooperación y, con el fin de reducir los costos, la hace conveniente para todos los intereses de la industria. En otras palabras, al tiempo que la libre competencia dará lugar a la adopción del precio de costo, el principio de costo traerá inevitablemente la cooperación y la ayuda mutua. De esta manera, en virtud de la libertad y de la equidad desaparecería la desastrosa competencia, porque viene de un solo lado, que hoy deploramos. Bajo estas condiciones, el trabajo más repugnante, más laborioso y más difícil se establecerá en un precio tanto mayor. Abolid todos los privilegios de la ley y dad libre juego a la competencia y éste, dice Warren, será precisamente el resultado.

Que Warren, el puritano de Nueva Inglaterra, fue el progenitor del anarquismo filosófico es estrictamente cierto; no sólo porque tomó la negación de toda autoridad como doctrina política, sino debido a su influencia personal sobre algunos de los que hoy defendemos este principio social. Mientras Robert Owen ha sido llamado el padre del socialismo como doctrina moral, Josiah Warren puede ser descrito como el verdadero fundador de la enseñanza económica.

Fue Adam Smith quien dijo que el producto del trabajo constituye la recompensa natural o los salarios de los trabajadores. Ricardo, ampliando el punto de vista de Smith, formula la teoría del valor-trabajo. Fuera de estas enseñanzas surgió un principio común a todas las escuelas del socialismo: ‘El trabajo crea toda la riqueza. El trabajo es, pues, la verdadera medida del precio’. Proudhon, el anarquista francés y Marx, el socialista revolucionario alemán, están de acuerdo en basar sus sistemas económicos en esta generalización. Pero Warren, antes que cualquiera, ya en 1827, reconoce este principio, y sobre éste fundó un programa de reforma social. Así, por diferentes vías, en diferentes países y en diferentes lenguas, Proudhon y Marx llegaron a la misma conclusión respecto al trabajo y su producto que Warren, que sin ayuda ni familiaridad con los economistas, ya se había esforzado en demostrar mediante experimentos prácticos.

El valor, de acuerdo con Warren, se refiere al valor de uso o utilidad, y no debe ser el regulador de los precios. La valía o valor de un artículo para un usuario nunca debe servir para determinar lo que, en el lenguaje de la economía política, se denomina valor de cambio. Así, para una persona que se está muriendo de sed, un vaso de agua, aunque no cueste nada, puede ser muy valioso. Para un hombre hambriento, una hogaza de pan, aunque cuesta sólo cinco centavos, puede no tener precio. No es, por lo tanto, la valía o el valor de una mercancía su escasez, ni las necesidades de los consumidores las que constituyen la verdadera base de su precio, sino su coste para el productor, entendiendo por coste todos los sacrificios implicados en su producción. A la pregunta: ¿Qué es la compensación equitativa? Warren responde: Es una cantidad igual de trabajo, medido éste por su repugnancia. En este sistema no hay confusión entre valor de cambio y utilidad. El precio, que es la expresión monetaria del valor de cambio, debería regirse estrictamente por el costo, que dependería del montante de trabajo o sacrificio involucrado. Las cosas que no cuestan trabajo, tales como las oportunidades naturales de la tierra, los minerales, el agua, deben dejar de ser, por tanto, monopolios privados y ser libremente accesibles en igualdad de condiciones para todos. Esta visión, debe tenerse en cuenta, vale para cualquier escuela del socialismo.

Las teorías del valor y la recompensa de Warren no fueron en ningún momento presentadas como una explicación de los fenómenos económicos existentes, sino más bien como los principios que, en un estado perfecto de la sociedad, regirían las relaciones económicas. Son deducciones de una concepción ideal de justicia. Con este punto en mente, se podrá ver que la critica jevoniana de la doctrina de Ricardo-Marx, sostenida por los economistas posteriores y muchos socialistas como una completa demolición de la ‘teoría del tiempo’ de valor, deja la posición de Warren inquebrantable. Y esto no es todo. Algunos de los trabajos más sonoros y duraderos de Ruskin en economía son una confirmación y vindicación de las doctrinas esenciales enseñadas por Warren. Uno de los resultados de los experimentos cooperativos de Warren fue hacer estallar la raída falacia del tiempo de los economistas, por el cual el trabajo depende del capital, de que los salarios son pagados fuera del capital. Sin oro y plata, sin capital acumulado, mostró cómo en verdad el trabajo podía producir e intercambiar la riqueza en términos equitativos. Pero fueron las críticas irrefutables de Ruskin de la economía política ortodoxa y no las labores de Warren las que finalmente obligaron a sus exponentes a abandonar estos errores largamente acariciados.

El estudioso de Ruskin como economista que esté familiarizado con las opiniones de Warren, no puede dejar de impresionarse con su unidad de espíritu, así como por la identidad de principios. En sus escritos económicos, particularmente en ‘Munera Pulveris’, Ruskin, con su inigualable lucidez, profundiza e ilumina los problemas del trabajo, el valor, el dinero y el interés, en las líneas establecidas por Warren y por Proudhon. No es que Ruskin esté todo el tiempo en armonía con las ideas de estos pensadores, o que el concibiera sus doctrinas en el mismo sentido que aquellos; pero en los fundamentos, en sus reclamos de justicia para el trabajador, en la defensa de la dignidad del trabajo, y la necesidad de trabajar todos en un estado bien ordenado de la sociedad, en su exposición violenta y convincente de la debilidad, la locura y la injustica de nuestro sistema económico, Ruskin está hombro con hombro con el ‘Peaceful Revolucionist’ americano, por un lado, y con el filósofo francés por otro.

El resultado de la teoría del valor de Warren, del costo como límite del precio, fue colocarlo directamente en línea con la doctrina cardinal de todas las demás escuelas del socialismo moderno. Él creía que el trabajo era robado a través de la renta, el interés y el beneficio, y su objetivo, como el de los socialistas, era evitar estos modos de explotación. Se diferenciaba de ellos sólo en cuanto a los medios que deben adoptarse. Al igual que Henry George y sus discípulos, sostenía que era injusto que se pudiera permitir a algunos monopolizar los recursos naturales, la materia de prima fuera de la cual el trabajo crea riqueza, para forzar así, por el privilegio de usar la tierra, las minas o el agua, que son indispensables para el sustento del hombre, el tributo bajo el disimulo de la renta.

Luego sigo.

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