Un infiltrado en el anarquismo catalán del año 78
Publicado: 01 Abr 2012, 13:59
Os dejo como material de formación, el testimonio de cómo el infiltrado Gambín, consigue con facilidad liar una tramontana y mandar a varias personas a la cárcel, mientras los cuerpos de seguridad incendian una sala y matan a cuatro trabajadores, desacreditando una organización libertaria y desarticulando un movimiento de masas protestatario.
Del libro de Cañadas, Caso Scala, terrorismo de Estado y algo más.Efectivamente, el 11 de enero de 1978, Joaquín Gambín Hernández, «el Grillo», bajo las órdenes del comisario Manuel Gómez Sandoval, jefe de la Brigada Operativa de Madrid, se desplaza desde Murcia hasta Barcelona. La noticia de que «el Viejo Anarquista» —así es como lo conocimos en un principio en medios libertarios catalanes— llegaba a Barcelona corre como la pólvora por todos los sindicatos de la CNT. Los jóvenes radicales nos mostramos deseosos de conocer a tan brillante personaje. Nadie conoce cuál es su brillante historial anarquista, pero el hecho de que en febrero de 1977 fuera detenido en Murcia junto a dos compañeros de la FAI, con una maleta de armas y otra de explosivos, nos despierta el deseo de saber más sobre él. Todo el mundo sabe que «el Viejo Anarquista» se va a reunir ese mismo día con algunos miembros de la CNT en La Rivolta, antigua pizzeria de la calle Hospital frecuentada por anarquistas de la época. Pero los jóvenes radicales sufrimos las consecuencias de las decisiones tomadas por aquellos a quienes consideramos compañeros, pero que realmente no son más que «dirigentes» y nos quedamos con las ganas. La reunión la están haciendo en el reservado. Resulta curioso, después de tantos años de clandestinidad, descubrir hasta qué punto llega el fervor del conocimiento y el absoluto convencimiento de que lo que te cuentan es cierto, simplemente porque a alguien se le ha ocurrido difundir la falsedad. Ya en 1977, cuando los compañeros de Murcia son trasladados a la cárcel Modelo de Barcelona para que los jueces puedan —en connivencia con el Estado— acusar a los 54 anarquistas de pertenencia a «grupo terrorista internacional», un delincuente habitual, conocedor de la negra trayectoria de Joaquín Gambín Hernández, envía una carta desde la cárcel Modelo de Barcelona al conocido militante anarquista Luis Andrés Edo, secretario de la Federación Local de Barcelona en aquellos tiempos —al que conoce por su estancia en varias cárceles españolas—, informándole de que «el Grillo» es un confidente de la policía y un asiduo colaborador de los estamentos carcelarios. Luis Andrés Edo, inmediatamente, envía una carta al Comité Nacional de la CNT y los miembros de dicho comité le contestan diciéndole que es un problema de la FAI, no de ellos. De tal modo que aquella crucial información de 1977 queda impune y alguien, no se sabe quién, se dedica a difundir la información de que Joaquín Gambín Hernández merece el apodo de «Viejo Anarquista». El sábado 14 de enero de 1978, Pepe, un compañero de Nou Barris, militante del Sindicato de Oficios Varios de Badalona, que había sido detenido en la reunión de reconstrucción de la FAI en 1977, me llama a casa y me dice que ha invitado a comer en su casa al «Viejo Anarquista» y que si queremos conocerlo; nos invita a tomar el café y me pide que se lo diga también a Arturo, otro compañero de Nou Barris afiliado como yo al Sindicato del Metal de Barcelona y compañero mío de trabajo. Arturo, mi compañera Pilar y yo nos presentamos a la hora del café en casa de Pepe. Allí están él, su compañera Rosa y «el Viejo Anarquista». Me pareció un hombre muy alto, metro ochenta aproximadamente, de unos cuarenta y muchos años de edad. Usaba gafas graduadas con montura dorada y en un dedo, de no recuerdo qué mano, lucía un enorme sello de oro, más típico de un quinqui que de un anarquista. Mientras tomábamos el café, nos explicó que lo buscaba la Policía de Murcia y que había venido a esconderse a Barcelona, pero que aún no tenía ningún lugar adónde poder ir. Siguió su conversación haciendo referencia a la manifestación que había convocado la CNT para el día siguiente en contra de los Pactos de la Moncloa.—¿Vais a ir a la manifestación, verdad? —nos preguntó—.—No, no vamos a ir —le dijo Pepe—.De hecho hacía algunos meses que no íbamos a manifestaciones y no asistíamos a asambleas de los sindicatos, ni siquiera habíamos asistido a las Jornadas Libertarias del Parque Güell. Habíamos decidido pasar a lo que entonces entendíamos por acción directa y formar un grupo armado; habíamos convenido que era necesario pasar a la clandestinidad
dejarnos ver lo menos posible, pero obviamente no dijimos nada al respecto en nuestra conversación de café. Tras una larga diatriba discursiva, nos convenció sobre la necesidad de asistir a aquella manifestación tan vital para la defensa de los intereses de la clase obrera.—Supongo que iréis armados —nos dijo—.—Nosotros no tenemos armas —le dijo Pepe—.—Ya sabes que eso no es un problema para mí —respondió—, esta misma noche puedo conseguir armas, municiones y explosivos.—No, no vamos a ir con armas —dijo Pepe—, nunca hemos tenido un arma y no sabemos utilizarlas.—Pensad —prosiguió «el Viejo Anarquista»— que es la primera manifestación legal de la CNT y que con toda seguridad va a cargar la policía y va a haber grupos fascistas armados.—Podemos llevar cócteles molotov —dije yo—, sé cómo se fabrican. Convinimos que Pepe iría en su coche a la Plaza Tetuán, donde se hallaba la única droguería de Barcelona que vendía ácido sulfúrico, Rosa iría a casa de su madre a buscar seis botellas vacías de zumo, Arturo y Gambín irían a comprar una lata de gasolina y yo, con mi compañera, iría a una farmacia a comprar pastillas de clorato de potasa. —Quedamos en mi casa en una hora —dije—. Algo más de una hora después iban llegando todos a mi casa. Mi casa, un piso de alquiler situado en la calle Juan Riera, tenía tres amplias habitaciones, un gran comedor, una cocina normal y un baño, y sólo la habitábamos mi compañera Pilar y yo, que además sólo utilizábamos una habitación. Mi vivienda no la conocía nadie de CNT ni del Movimiento Libertario y propuse a Gambín que se escondiera en mi casa, mientras le encontrábamos otro lugar más seguro. —No, que esta casa es un piso franco —dijo Pepe—. Lo que aquella vivienda tenía de piso franco era que allí escondíamos toda la propaganda ilegal que nos llegaba desde Francia y que nadie de la organización la conocía, pero supongo, como se verá más adelante, que por «piso franco» Gambín entendió otra cosa. Mientras mi compañera Pilar y Rosa preparaban café y unas pastas en la cocina, Arturo, Pepe y Gambín tomaban asiento y yo empezaba a preparar los cócteles molotov. Limpiar y secar bien las botellas, introducir en cada una un chorro de ácido sulfúrico, llenarlas de gasolina, poner el correspondiente tapón metálico y sellarlas con cera. Lavar y secar de nuevo las botellas y adherirle un papel secante previamente impregnado de polvo de clorato de potasa. Aún hoy, hay gente, aparte de los que estábamos en casa en aquel momento, que asegura haber participado en la fabricación de aquellos cócteles, tal vez con la intención de sentirse partícipes de «algo impor-tante», si es que se puede llamar «algo importante» a pasar ocho años en la cárcel por un atentado terrorista cometido directamente por los servi-cios secretos del Estado. Una vez fabricados los cócteles molotov, «el Viejo Anarquista» nos invitó a cenar en un bar situado al lado del Canódromo de Meridiana. Otro dato a tener en cuenta en el que entonces ni nos fijamos: ¿cómo un murciano que estaba por primera vez en Barcelona nos invitaba a cenar en ese bar, distante unos cinco kilómetros de donde nos encontrábamos y con más de trescientos bares por el camino? Mi compañera y yo decidimos no ir a cenar con ellos, y quedamos en que al día siguiente, por la mañana, vendrían todos a casa y llevaríamos los cócteles a la manifestación en el coche de Gambín.
II
El domingo 15 de enero de 1978, tal como habíamos quedado el día anterior, sobre las diez de la mañana, se presentaron todos en casa, llamaron al interfono y bajamos mi compañera y yo. Yo cargaba con los seis cócteles molotov previamente introducidos en una bolsa de deporte de color verde. Una vez en la calle, nos encontramos con el resto de compañeros. Aparcado delante de mi puerta estaba el coche de Gambín, un Seat1430 ranchera de color blanco con matrícula de Murcia —tampoco nos fijamos en ese detalle—. No creo que por esas fechas circulasen por Barcelona muchos coches como aquél y con matrícula de Murcia.
«El Viejo Anarquista» se conocía perfectamente la ciudad, pues sin indicarle por dónde tenía que ir, nos condujo desde Nou Barris hasta el inicio de la manifestación —en la otra punta de Barcelona—; eso sí, nos condujo por el camino más largo y bajando por paseo de Sant Joan, donde detuvo su vehículo ante las puertas de la sala de fiestas Scala.—Si no utilizáis los cócteles en la manifestación, los podéis tirar aquí, será un buen ataque contra la burguesía —nos dijo—.—Si no utilizamos los cócteles en la manifestación, nos desprenderemos de ellos —dijo Pepe—. Llegamos a las Atarazanas sobre las diez y media de la mañana, media hora antes del inicio de la manifestación. Pepe, Arturo y yo nos dirigimos a la Federación Local de CNT de Barcelona, situada en la Plaza delDuque de Medinaceli. Allí preguntamos a unos compañeros si ya estaban organizados los «piquetes de defensa» de la manifestación. Nos dijeron que sí y les comentamos que nosotros habíamos traído seis «cócteles molotov». Nos dijeron que nos situásemos entre la gente porque los piquetes delantero, trasero y laterales ya estaban organizados. Volvimos al lugar donde Gambín había aparcado el coche; allí nos esperaba junto a nuestras compañeras Rosa y Pilar, cogimos la bolsa de deportes con los cócteles y nos dirigimos al inicio de la manifestación, que comenzó, como estaba previsto, a las once de la mañana. La manifestación transcurrió por la avenida Marqués del Duero (hoy Paralelo) y,
según «nota oficial de la Jefatura Superior de Policía», ésta finalizó pasadas las 13:00 horas
(Diario de Barcelona, 18-01-1978). Durante la manifestación, nos turnamos la carga de la bolsa de cócteles entre Arturo, Pepe y yo. Gambín iba a nuestro lado bien erguido, como dejándose ver en todo momento, conducta no demasiado lógica para alguien a quien persigue la Policía. Como se verá posteriormente, en el segundo juicio del Caso Scala, celebrado contra Gambín (1982), la Policía nos estuvo tomando fotografías a los cuatro durante todo el trayecto de la manifestación. Al llegar a la plaza de España, muchos de los manifestantes animaron a que la manifestación continuase hasta la cárcel Modelo de Barcelona, en apoyo a la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL). Los efectivos de la Policía Nacional descendieron de sus vehículos y todos creímos que iban a cargar contra los manifestantes; de hecho, todos los piquetes de seguridad se prepararon para responder a la carga policial con «cócteles molotov». Pero de repente, y sin que nadie entendiera por qué, se replegaron y dejaron que muchos manifestantes continuasen rumbo a la cárcel Modelo. ¿Habían recibido órdenes explícitas de sus superiores?— ¿Vais a tirar los cócteles al Scala? —nos preguntó Gambín—.—No, vamos a deshacernos de ellos en una cloaca y nos vamos para el barrio, quedamos en el bar Córdoba (situado en Nou Barris, en la Via Júlia), en una hora.—Sois unos cobardes. ¡Vaya mierda de anarquistas! ¿Qué mierda de revolución vamos a hacer con niñatos cagados como vosotros? —nos replicó—.Tras unos momentos de enconada discusión revolucionaria, consiguió convencernos.—Está bien, vamos al Scala —le dijimos—.Nos entregó dos billetes de cien pesetas.—No hay tiempo que perder, coged un taxi que llegaréis antes —nos dijo—.Pilar y Rosa se quedaron con Gambín. Nos dirigimos hacia la Gran Via con la intención de coger un taxi y en el camino nos encontramos con unos compañeros de la Federación Local de la CNT de Rubí, conocidos de Pepe. Estuvimos unos diez minutos discutiendo con ellos. Nos instaron a deshacernos de los cócteles y a que no fuéramos al Scala, pero al final los convencimos. Éramos siete, seis chicos y una chica, todos de aspecto hippy, pelo largo, barba de días...Como los siete no cabíamos en un taxi, nos dirigimos al Scala a pie, lugar al que llegamos sobre las 13:30 horas. En el camino, habíamos decidido que si la puerta de la sala de fiestas estaba abierta, significaba que había alguien dentro y entonces no tirábamos los cócteles. Cerca de la sala de fiestas, vimos que por la parte de atrás de ésta salía una enorme columna de humo; no conocíamos la zona y pensamos que podía ser una fábrica o una panificadora.
Una vez frente al Scala, subí los cuatro escalones, miré hacia el interior del vestíbulo y no había nadie; intenté abrir alguna de las cuatro puertas de entrada pero todas estaban cerradas. Bajé los escalones y lanzamos los seis cócteles molotov contra los cristales de la entrada. Salimos corriendo, atravesamos el paseo de San Juan y, al llegar al otro lado, nos giramos; en la puerta del Scala —donde acabábamos de tirar los seis cócteles— ya no había fuego. La columna de humo que antes habíamos visto elevarse al cielo por detrás del edificio era cada vez más ancha y larga.
El incendio se inició a las 13:15 horas, según un informe de losBomberos de Barcelona , publicado en Mundo Diario (16-1-1978). Arturo, Pepe y yo cogimos un autobús y nos dirigimos al Bar Córdoba, donde habíamos quedado con Gambín, Rosa y Pilar. Llegamos aproximadamente a las 14:15 horas, el bar estaba lleno de compañeras y compañeros del Centro Social de Roquetas, al menos unas cincuenta personas, pero Gambín, Rosa y Pilar no habían llegado aún. Tomamos asiento rodeados de algunos compañeros y compañeras. Arturo y yo nos tomamos algunas cervezas, Pepe sólo bebe agua. A las 15:00 horas cerraban el bar y el propietario nos invitaba a irnos. Gambín, Rosa y Pilar aún no habían llegado. —¿Se habrán equivocado de cita? —dije yo—.Fuimos primero a mi casa, tres calles por encima del bar y allí no estaban. Fuimos a casa de Pepe, siete calles por debajo de mi casa y tampoco estaban allí. Volvimos al Bar Córdoba donde llegamos a las 15:20horas, las puertas estaban cerradas y Gambín, Rosa y Pilar nos esperaban ante la persiana cerrada.—¿Cómo habéis tardado tanto? —preguntó Pepe—.—El tráfico —terció «el Viejo Anarquista»—.Pilar y yo nos fuimos a casa de sus padres donde nos habían invitado a comer.—¿Habéis tirado los cócteles en el Scala? —me preguntó—.—No, nos hemos deshecho de ellos, llevamos esperando en el bar desde las dos y cuarto. ¿Qué os ha pasado? ¿Cómo habéis tardado tanto?—le dije—. —Justo cuando os fuisteis con los cócteles, Gambín nos dijo que le esperásemos en el coche, que tenía que hacer una llamada urgente. Efectivamente, esa llamada tan urgente era su contacto policial, el comisario José María Escudero —al que también había llamado el día anterior por la noche desde una cabina cercana al bar donde habían ido a cenar, junto al Canódromo de Meridiana—, miembro del grupo del comisario jefe de la Brigada Operativa de Madrid, Manuel Gómez Sandoval. Mientras comíamos en casa de los padres de Pilar, un avance informativo especial de TVE anunciaba que la sala de fiestas Scala de Barcelona estaba en llamas y que las causas podían deberse a un corto-circuito. ¿Una coincidencia? Tampoco reparamos en ello. Sabíamos que los cócteles que habíamos lanzado no habían quemado el Scala, ni tan siquiera habían chamuscado la puerta de entrada. Cuando acabamos de comer, Pilar y yo nos fuimos al cine Paladium, a ver Emmanuelle, la primera película erótica que se proyectaba en España.Una vez acabada la película, nos dirigimos a nuestra casa a intentarponer en práctica algunas de las escenas de la película. A las cinco de la madrugada del día 16 de enero de 1978, sonaba eltimbre de la puerta de mi casa. Yo dormía desnudo. Me levanté, medirigí a la puerta y pregunté quién era.—Soy el vecino de abajo. ¿Tienes unas aspirinas? Mi señora tiene jaqueca —me dijo—.—Sí tengo, espere un momento —le contesté—.Fui a mi habitación, me puse una bata, me dirigí al lavabo, cogí la caja de aspirinas y abrí la puerta para entregarle las aspirinas al vecino.—¡Al suelo hijo, de puta, o te freímos aquí mismo! Mi compañera, aterrorizada, gritó desde la cama.
III
Doce hombres armados con ametralladoras de doble cargador se aba-lanzaban sobre mí, regalándome un sinnúmero de patadas y culatazos. En un principio creí que se trataba de un comando fascista, no era la primera vez que actuaban así contra anarquistas y miembros de la izquierda radical. Estaba convencido de que me iban a asesinar allí mismo.