Restos del viaje de Errico Malatesta a la Patagonia

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_nobody_
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Restos del viaje de Errico Malatesta a la Patagonia

Mensaje por _nobody_ » 03 Ene 2005, 14:56

Christian Ferrer

A Margareth Rago, a quien le gustó esta historia

Las expediciones

Cuatro son los puntos cardinales y cuatro los hombres significativos que llegaron a la Patagonia a fines del siglo pasado. Por el Norte, el General Julio Argentino Roca al mando de un ejército; por el Sur, el anarquista Errico Malatesta junto a otros dos compañeros de ideas; por el Este, doscientos emigrantes galeses que arribaron en un buque llamado Mimosa, una suerte de Mayflower para la región del Chubut, en busca de una nueva vida; y por el Oeste, a través de tierras araucanas, el francés Orllie Antoine de Tounens, hidalgo provinciano arruinado que pretende un cetro y una corona. La Patagonia fue invadida por un militar, que sería próximo Presidente de la Argentina; por un rey de opereta; por un anarquista fugitivo del gobierno italiano; y por colonos cuyo líder, Lewis Jones, creía en un vago ideario socialista de índole fabiana. Cada uno de ellos tenía en mente un modelo de organización colectiva: la Comunidad corresponde a los colonos; el Imperio al autoasumido Rey de Araucanía y Patagonia; el Estado-Nación, al General Roca; y al fin, la Revolución Mundial, a los anarquistas. Cada una de estas expediciones patagónicas dejó tras de sí restos históricos, emblemáticos, espirituales, e incluso gastronómicos, que, a excepción de la crónica de la incursión estatal-militar, fueron disolviéndose en el olvido, y resultan ser, para los argentinos de hoy en día, vaporosos; a lo sumo, anécdotas. Esos vestigios históricos están enterrados a ras de tierra: sobreviven débilmente en las leyendas populares de la región o en los rumores excéntricos que de vez en cuando alguien rememora. Es lo justo: el Estado se ocupa de promover las gestas unificadoras del territorio y de incrustarlas en los programas curriculares difundidos en escuelas y universidades. Los demás sólo pueden aspirar a la piedad histórica que se transmite de boca en boca, esas cuencas carnales que amparan la historia social de un pueblo. En ocasiones, una sola persona en el mundo recuerda lo ocurrido.

A mitad del siglo xix la Patagonia era sinónimo de territorios desconocidos, vientos furiosos, espacios gigantes, semidespoblados y nunca mensurados; de tierras de indios Tehuelches y Mapuches. Aún circulaban las leyendas improbables sobre la existencia de El Dorado, la ciudad de oro que buscaron afanosamente los conquistadores españoles, esta vez en uno de los últimos territorios aún inexplorados de Sudamérica. Lejos de su larguísima línea costera, en donde de vez en cuando se habían detenido exploradores, balleneros o abastecedores de los escasos puertos allí establecidos, el interior patagónico era tierra de nadie, es decir, de indígenas; era "La Tierra", tal como la llamaban los mapuches, sus pobladores primigenios. Sólo algunos pioneros y los eternos traperos que comerciaban con los indios conocían algunos senderos interiores. El auténtico gobernante de la Patagonia en el siglo xix era el viento, cuyas borrascas fogosas alcanzaban, en su momento de esplendor, los ciento veinte kilómetros por hora. Al terminar el día, el silencio transparente y la noche austral, espejos simétricos, se fundían suavemente. Patagonia era una palabra escrita en un mapa vacío, al cual los gobernantes argentinos recientemente liberados de su larga guerra civil vigilaban ansiosa y codiciosamente desde Buenos Aires, preocupados por las posibles reclamaciones chilenas o europeas.

Colonos y soldados

Algunos galeses huían de la intolerancia religiosa; de los ingleses, todos. En 1865 los colonos desembarcaron en el Golfo Nuevo y se internaron por el valle del río Chubut. Lucharon contra los elementos y fundaron pueblos a lo largo del río: Madryn, Rawson, Gayman, Trevelyn. Por años, sus vecinos habituales no serían los argentinos sino los indios tehuelches, quienes, pedigüeños por naturaleza, les reclamaban continuamente comida y todo tipo de objetos. El intercambio se hacía en lenguajes intraducibles en Buenos Aires: galés y tehuelche. A poco de llegar murió el primero de los colonos y fue enterrado en un cementerio consagrado, atrás de la capilla protestante. Fue entonces cuando la ciudad de los inmigrantes culmina su primer ciclo. Ese cementerio, ya colmado, fue clausurado en la década de 1930. Aun así, el último de los emigrantes originarios sería enterrado en ese primer cementerio, reabierto exclusivamente para este último de los primeros. Lentamente, los galeses se acriollaron y al tiempo el valle del Río Chubut comenzó a ser compartido con otras corrientes migratorias, incluyendo argentinos.

Años después, en 1878, el gobierno argentino comenzaría la ocupación final de la Patagonia, mediante un movimiento militar de pinzas al cual se llamó oficialmente la "conquista del desierto", es decir, la subordinación de sus dueños originales al Estado argentino. Para acabar con el "problema del indio" se envio un ejército al mando del Ministro de Guerra, Julio A. Roca, cuya misión suponía traspasar la línea de frontera con los indios establecida décadas antes a través de una serie de fortines, y derrotar en forma drástica a las tribus ranqueles, pehuenches, pampas, mapuches y huiliches. Eran 6.000 soldados organizados en 5 divisiones de ejército contra 2.000 combatientes indígenas dispersos. Eran fusiles y telégrafos contra lanzas y boleadoras. Cuando el 25 de mayo de 1879 el impulso beligerante de ese ejército ya había dejado tierra arrasada detrás de sí y había terminado con el poder del último capitanejo indígena, el General Roca da por finalizada la expedición al llegar a los márgenes del Río Negro. Habían muerto 1.300 indios, se habían hecho 10.500 prisioneros, y 55 millones de hectáreas habían sido incorporados al mapa del Estado argentino. Poco después, en esos territorios se funda una ciudad que hasta el día de hoy mantiene su origen toponímico militar: Fuerte General Roca. El destino posterior del Comandante sería la política, de la cual se transformó en el "gran arbitro" durante las décadas siguientes. Militar, político, siempre sería un Hombre de Estado. Aun así, la ocupación definitiva de la Patagonia llevaría diez años más de escaramuzas con los indígenas localizados más al sur.

El Rey

Dos décadas antes, por el este, desde Chile, un hombre solitario que sueña con imperios, cruza la Cordillera de Los Andes. Tiene treinta y cinco años. Había sido procurador en Périgueux, y siendo ávido lector de libros de geografía y de viajes de exploradores, decide viajar a Sudamérica a tentar suerte y conquistartierras. En 1858 desembarca en el puerto de Coquimbo, Chile. Durante los siguientes dos años, y aun antes de pisar los territorios donde los araucanos aún vivían ajenos a los designios estatales del gobierno chileno, ya se había pertrechado de una bandera, un escudo y una constitución para su futuro reinado. En 1860, junto a dos comerciantes franceses que solían traficar abalorios y vicios con los indios, y a los que había prometido elevar al rango de ministros, se interna en La Araucanía. Lentamente, a lomo de mula, arribó a la tierra que se había prometido a sí mismo. El 17 de noviembre de 1860, apenas conseguido un tímido y ambiguo apoyo de los caciques indígenas, Orllie Antoine emite un decreto proclamándose a sí mismo Rey de La Araucanía. Acto seguido, envía una comunicación postal dirigida al Presidente de Chile, Manuel Montt, anunciándole la buena nueva; noticia que el gobierno chileno decidió ignorar por completo. Un rey sin ejército no supone un problema, por más que el primer número romano haya sustituido al apellido Tounens. Tres días después, con otro decreto, anexa la Patagonia argentina entera a su reino, al cual bautiza con el nombre de Nueva Francia. La primera aventura araucana de Orllie Antoine finaliza abruptamente en enero de 1862, cuando, traicionado por dos de sus guías y lenguaraces chilenos, es atrapado por un destacamento militar. Para entonces, el gobierno del nuevo presidente José Joaquín Pérez estaba medianamente alarmado ante la posibilidad de una sedición indígena soliviantada y liderada por un maniático francés. Dos años de arengas a los indios y de patético reinado se desgranan lentamente en una prisión chilena, donde permanece por nueve meses. Es juzgado y condenado a ser recluido en la Casa de Orates de Santiago de Chile, humillación de la que es salvado por la oportuna intervención del Cónsul de Francia en Valparaíso, que logra repatriarlo a París. Había sido destronado. En su "destierro" francés, que dura de 1862 a 1869, se volverá objeto de mofa o de curiosidad. Pero el hombre es incansable. Publica un periódico propio, lanza un manifiesto, fatiga al senado francés con una petición tras otra. En 1869 desembarca nuevamente en la costa argentina de la Patagonia, en San Antonio, y atravesando las pampas, desemboca entre las tribus araucanas de Chile. Uno de sus acompañantes se llamaba Eleuterio Mendoza, que bien merecería ser el nombre de un anarquista. Perseguido por el ejército chileno, vuelve a cruzar la cordillera en sentido inverso, y llega al puerto de Bahía Blanca, casi donde había iniciado la reconquista de sus territorios. Era julio de 1871. Embarca a Buenos Aires, donde es entrevistado por varios periódicos. La Tribuna, que sería el órgano político del "roquismo", se sorprende irónicamente de que el gobierno argentino "no le haya hecho la recepción debida a su alto rango". En abril de 1874 intenta por tercera vez llegar hasta sus súbditos. Desde Buenos Aires, y en el barco Pampita, viaja a Bahía Blanca, donde es reconocido, detenido y expedido rápidamente a Francia. De allí en adelante vivirá en una corte de mentira, rodeado de ministros sin poder y de aventureros varios que inauguraban las sesiones de la corte cantando el himno del Imperio a voz en cuello. Otorgaba títulos de nobleza y vendía monedas acuñadas de un reino inexistente, de valor únicamente numismático, pues ni siquiera en su falsa corte eran aceptadas como medio de pago. Curioso: mientras compartió las rutas de los mapuches, sólo el antiguo método del trueque le permitió sobrevivir. Al fin, corrido por sus acreedores, se refugió en la región de Dordoña, donde se ganó el pan de cada día con el oficio de lamparero público en el municipio de Tourtoirac. Y así hasta el 19 de septiembre de 1878, cuando el Rey de La Araucanía y la Patagonia es llamado a visitar un reino superior.

El anarquista

Errico Malatesta había nacido un 14 de diciembre de 1853 en Santa María Capua Vetere, una ciudad presidiaria. Sus padres eran modestos terratenientes, de ideas liberales. Cuando Malatesta tenía catorce años escribió una carta, insolente y amenazadora, dirigida al Rey Vittorio Emmanuele II. La policía se tomó la correspondencia muy en serio: fue arrestado y apenas logró salvar la ropa. El pronóstico del padre no fue alentador: "Pobre hijo, me sabe mal decírtelo, pero a este paso acabarás en la horca." Luego de enterarse de la insurrección de París, en 1871, se adhiere a las ideas de la Internacional, y con diecisiete años viaja a Suiza a fin de conocer a Mijail Bakunin. De allí en adelante se transformó en uno de los revolucionarios más famosos de su tiempo. Editó el periódico La Questione Sociale, primero en Florencia, entre 1883 y 1884, luego en Buenos Aires, 1885-1886, y al fin en New Jersey, 1899-1900. Organizó grupos de compañeros, sindicatos y publicaciones, lideró revueltas, escribió algunos libros breves, sobre todo procuró unir a la "familia anarquista" y salvarla de sus tendencias centrífugas. Con el tiempo editaría también los periódicos L'Associazione, L'Agitazione, Volontà, Umanità Nova y Pensiero e Volontà. Pasó treinta y cinco años de su vida en el exilio, difundiendo la Idea por España, Francia, Suiza, Inglaterra, Portugal, Egipto, Rumanía, Austria-Hungría, Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Cuba y Argentina. En 1874 fue encerrado en la cárcel por primera vez por liderar una insurrección en Apulia. Tres años después, al mando de una banda de anarquistas, Malatesta ocupa la aldea de Letino, donde, en presencia de los campesinos, destituye al Rey Vittorio Emmanuele y ordena quemar los registros fiscales de la región. La banda anarquista se dirigió luego al pueblo de Gallo, donde rompieron la medida con la que se medía el impuesto en harina. Nuevamente es llevado a juicio y condenado a tres años de prisión, de los que cumple solamente uno. Más adelante pasaría muchas temporadas en la mazmorra. Cuando ya se había hecho un nombre en los ambientes anarquistas, logra sortear una orden de detención impartida en Florencia, introduciéndose en un barco, oculto en una caja que también contenía una máquina de coser. Llegaría a la Argentina munido del pasaporte plebeyo de polizón. Era el año 1885. En Buenos Aires conecta con anarquistas italianos nucleados alrededor del Círculo Comunista Anárquico, y casi inmediatamente reinicia la publicación de La Questione Sociale, que se repartía gratuitamente y de la cual se editaron catorce números. En esta ciudad trabajó primeramente, junto a su camarada Natta, como mecánico electricista en un taller propio que fracasó, y luego en la elaboración de vinos. Permanecería en Argentina hasta 1889. Durante toda su vida, cuya mitad transcurrió en cárceles, exilios y arrestos domiciliarios, Malatesta se destacó por su sentido práctico y su capacidad organizativa y publicística. Nunca fue un soñador: siempre creyó que la voluntad humana era más importante que la "inevitabilidad histórica" de la revolución y que ninguna acuñación utópica podía sustituir al análisis preciso de las coyunturas históricas. Y sin embargo, también él se internó en la Patagonia.

Geografía espiritual

Brújulas, teodolitos y astrolabios son imprescindibles para cartógrafos y exploradores; también para propietarios de tierras y gobernantes. No obstante, la tierra también ha sido una cuenca hollada por caravanas nómadas, expediciones perdidas, errancias, diásporas, odiseas y éxodos. El espacio físico no es un dato material constante; por el contrario, es la arcilla hendida y modificada continuamente por las leyes humanas del espaciamiento, en cuya jurisdicción rigen el esfuerzo y la imaginación tanto como la suerte y la reticencia de la naturaleza. En la conjunción de estas cuatro condiciones se abren paso las expediciones de hombres solos o de tropas organizadas. Así como algunos adivinan el destino sobre un portulano u oteando la rosa de los vientos, otros avistan el derrotero en manifiestos o en los rumores que son soltados en las ciudades. Entre los hombres y las regiones han de existir secretas correspondencias a las que el cartógrafo haría bien en atender: paralelos insospechados, y meridianos caprichosos. ¿Dónde ubicar la sección áurea, el "número de oro" de los pintores renacentistas, que ayude a organizar las proporciones de un atlas espiritual? El aire de familia entre humanos y territorios pertenece al orden de los elementos cuya correspondencia puede elevarse a rango de principio cosmogónico. A esa correspondencia "cartográfica" podemos llamarla geografía espiritual. Se trata de una ciencia que, sin renegar de la historia y la economía, permite vislumbrar los pasos perdidos, los senderos olvidados, las rutas desusadas, y sobre todo, hace intersectar los atlas imaginarios (literarios, utópicos, legendarios) y los dramas biográficos. La imaginación se superpone e imprime sobre la materia: sirva de ejemplo la toponimia patagónica, que expone la desbordante creatividad lingüística de exploradores y pioneros: el humor y el delirio se unen al santoral y la simbología estatal. En los mapas de la geografía espiritual no buscamos energías cósmicas ni horizontes turísticos novedosos sino la materia emocional que un historiador atento debería rescatar de los escombros, documentos y relatos orales. El buen cartógrafo debe aprender a desconfiar de las mediciones precisas, pues a cada espacio físico corresponde un atlas simbólico. La geografía paralela bien podría ser la psiquis de la cartografía y también la "anímica" de las naciones. A cada nación les son propios territorios legendarios a cuyos meridianos y paralelos sería inútil determinarlos en forma positivista. Brasil dispone de su Amazonas; África del Norte, de su Sahara; Rusia, de Siberia; la India, del Himalaya; Canadá, del Yukon. Argentina tiene su Patagonia. Y a cada una de estas regiones de leyenda corresponden "tipos caracterológicos": el exiliado, a la Siberia; el tuareg, al desierto; el alpinista, al Himalaya; el garimpeiro, al Amazonas; el buscador de oro, al Yukon y el pionero, a la Patagonia. La ciudad no otorga este tipo de visados a las vocaciones de sus habitantes; apenas los tickets imprescindibles para lubricar la circulación urbana. Aún más: la globalización mediática, financiera y tecnológica ha logrado que todas las grandes ciudades del mundo se repliquen mutuamente.

Hombres como Malatesta, Orllie Antoine o los colonos galeses querían confirmar que en las grandes extensiones hay libertad. No una libertad metafísica. Aquí hay que inventariar a beneficio de inventario la geometría defectuosa: falta catastro, frontera, hitos, plaza fuerte, señalización. Pero a la libertad geográfica perfecta, que es polar, la naturaleza no le es propicia. Promover la "lírica" de la libertad expedicionaria o la "nostálgica" de los pioneros y otros hombres de frontera resulta inconducente, pues si estos ejemplos sirven de algo, es para pensar al impulso centrípeto de los últimos cien años, es decir, la creciente mengua de la capacidad humana para anhelar e imaginar libertades. Opuestamente, la preferencia por lugares legendarios de índole acéfala pule nuestra mirada de manera de poder avistar la grieta en la armadura, la babera en el yelmo, la mueca grotesca en la cabeza coronada.

Ciertas extensiones del planeta están filiadas entre sí, por guardar recodos, entradas y paisajes que ningún hombre ha visto aún. Sin embargo, no son los primeros hombres los enemigos de las tierras vírgenes, sino el Estado. El explorador siempre ha sido un Adelantado del Verbo: nombra los ríos, clasifica la flora y bautiza los confines; pero el agrimensor, notario estatal, mide, calcula y diagrama el terreno. No obstante, los exploradores, los misántropos y los réprobos llegan antes. La Patagonia, incluso hasta nuestros días, carece de historia; sólo dispone de historias, a las que el sistema pedagógico nacional soslaya prolijamente y que sólo pueden ser rescatadas de los rumores que el viento se llevó. La de Malatesta es una de tantas. Las dimensiones de la cartografía poblada de historias deben proyectarse a escala humana, tomando en consideración el modo en que la geografía actuó sobre el destino de los que allí incursionaron, no en tanto condición topográfica o económica, sino como activante de tareas o como resolutor de fuerzas anímicas en tensión. El drama personal y el medio ambiente donde es puesto en obra conforman las dos piernas del compás que traza los arcos espirituales de esta geografía paralela.

Oro y anarquía

El alambrado de púa y los decretos de creación de gobernaciones son las consecuencias forzosas del poblamiento pionero, previo y desordenado, de un territorio. Luego, mucho más tarde, se explotan las riquezas "naturales" de la región. Pero este tipo de soledades, antes de ingresar en los relevamientos estadísticos y en los atlas fiscales de un país, sólo ofrecían una riqueza, a la que desde antiguo acuden enjambres de desfavorecidos por la rueda de la fortuna. Aún más que el hambre o que la búsqueda de "oportunidades", más todavía que el éxodo obligado por la guerra civil o por la persecución religiosa, han sido los metales los que desde antiguo han regido sobre las migraciones humanas. Una historia del nomadismo mostraría un mapa de los desplazamientos de herreros y metalúrgicos desde la Edad de Hierro en adelante. En el norte del Canadá, como en el sur de la Argentina, el oro hibernó durante siglos, pero quien busca la Ciudad de los Césares tarde o temprano encuentra sus ruinas detríticas. De todas maneras, la historia de las grandes ciudades que han crecido al amparo de una sola explotación es la misma historia de las efímeras fiebres del oro. Esas ciudades se erigen, declinan, caen en el abandono, y son olvidadas. Samarkanda, Petra, Timbuctú, Potosí, Nantuckett, Iquique, Manaos. Pueblos-campamento, pueblos del camino, pueblos factoría, pueblos fantasma.

En 1882 unos colonos galeses habían descubierto oro en un lugar cercano al río Chubut, en el Valle del Tecka. La noticia llega meses después a Buenos Aires. En Chubut sólo se había encontrado, en verdad, una sustancia llamada pirita, metal rutilante aunque sin valor alguno, el así llamado "oro de los tontos". No hubo tiempo para organizar una estampida de aventureros hacia la Patagonia, pero mucha gente paró los oídos. Tres años más tarde se anuncia que en el Cabo Vírgenes del Territorio de Santa Cruz, mucho más al sur, había oro en cantidad aceptable. Malatesta, anarquista prófugo, se entusiasma con la noticia y junto a dos compinches construye soviets en el aire. Oro: en pos de ese palíndromo viajó Errico Malatesta al extremo sur de la Patagonia. ¿Qué hacían tres anarquistas escarbando la Patagonia en busca de oro? Malatesta había liderado un par de revueltas fracasadas en Italia que, previa destrucción de nóminas fiscales y símbolos municipales, lo forzaron a huir al destierro. En Buenos Aires, al comienzo, había intentado estimular la acción gremial con pobres resultados. Malatesta era todavía un hombre joven que hablaba deficientemente el castellano, estaba varado en este puerto lejano, y siendo desaconsejable todavía el retorno a Europa, habría considerado que no perdía nada con viajar a la Patagonia para encontrar su peculiar El Dorado y con el honesto fin de financiar una imponente revolución mundial con lingotes patagónicos. La imaginación de los revolucionarios suele impulsarlos hacia espléndidas auroras tanto como al disparate y la catástrofe. Las aventuras auríferas del siglo xix cobijaron a numerosos utopistas y carbonarios: a la fiebre del oro de California acudieron no pocos fugitivos de la frustrada revolución francesa de 1848. Pero la fiebre del oro de los tres anarquistas duraría lo que un santiamén: la expedición terminó en un callejón sin salida. Los distritos auríferos estaban mayormente bajo el control de una compañía explotadora, por la noche la temperatura bajaba a 14° bajo cero, había poca esperanza de hallar otra zona de buen rendimiento y llegó el momento en que los tres revolucionarios se hartaron de sobrevivir dando caza a las nutrias de mar. Siete meses después de su llegada, en medio del invierno, los anarquistas deciden abandonar la zona, luego de aventuras nada promisorias: casi mueren de hambre y debieron ser rescatados por un barco en calidad de náufragos y desembarcados en el pueblo de Carmen de Patagones, ya en la provincia de Buenos Aires. Una vez en la ciudad de Buenos Aires, Malatesta se dedica a actividades propagandísticas, y otro de los fallidos prospectores mineros, a falsificar dinero. Esos meses pasados en el sur constituyeron un excéntrico episodio en la vida del por lo demás bastante sensato revolucionario. Cuando Malatesta, medio muerto de hambre, vuelve a Buenos Aires, da conferencias en italiano en la Librería Internationale de E. Piette, en el Círculo de Estudios Sociales, y en el salón de actos del Club Vorwärts. En 1886 ayuda a organizar el primer sindicato argentino moderno: el de panaderos (1), al cual le prepara sus reglamentos. En 1888, participaría en la primera huelga de panaderos del país, que duró diez días y acabó en triunfo. Un año después, parte a Europa, donde más adelante lideraría el movimiento anarquista italiano, luego de sufrir incontables días de cárcel en muchospaíses. Cuando murió, en 1932, hacia años que sufría arresto domiciliario impuesto por Mussolini.



1. Existía un sindicato de tipógrafos desde la década de 1870, aunque organizado según modalidades más clásicas, a la manera de las organizaciones gremiales que brindaban ayuda mutua y formación profesional.
...vive como piensas o acabarás pensando lo que vives...

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