Emilià Páez: La crisis política de los anarquistas españoles

Debate, información y consulta sobre la historia del Anarquismo.
El piojo libertario
Mensajes: 6
Registrado: 08 May 2006, 20:29

Emilià Páez: La crisis política de los anarquistas españoles

Mensaje por El piojo libertario » 11 May 2006, 18:32

La crisis política de los anarquistas españoles

Emilá Páez Cervi




Se ha acusado desde la historiografía marxista y la escuela «científico universitaria», no exenta esta última en general de la ponzoña interpretativa de la primera, de apologético cualquier análisis efectuado sobre la Guerra Civil por los militantes anarquistas que la protagonizaron y que lograron sobrevivir a la represión y el exilio. La falta o exceso de pretensión literaria, la endeblez al paso del tiempo, y la propaganda explícita e implícita, son las imputaciones habituales que se hacen a los «relatos» (en sus palabras) de estos militantes. A todo esto hay que agregar la pobreza de los recursos documentales (piezas clave en toda investigación «científica» de la historia), la ausencia de análisis crítico (un historiador tiene que censurar a todos y a todo) y la parcialidad incuestionable de estos personajes (de la cual sólo están indemnes los asépticos «científicos» de archivo en bata blanca).

Pero es patente que la obra de José Peirats rompe con los esquemas anteriormente expuestos. La CNT en la Revolución Española (Toulouse, 1951 a 1953), estudio publicado en tres volúmenes, y su resumen Los anarquistas en la crisis política española (Buenos Aires, 1964), al cual se dedican estas líneas, son dos de los trabajos mejores documentados de cuantos se han publicado sobre el tema de la Revolución Española. Un cúmulo de libros posteriores escritos por libertarios o por historiadores académicos son única y exclusivamente «refritos», unas veces descarados y los que más solapados, de las aportaciones interpretativas y testimoniales de Peirats.

Buen conocedor del movimiento libertario peninsular, Peirats nos brinda una visión clara esquematizada y crítica de su historia desde sus orígenes decimonónicos y de principios de siglo (la AIT, la Mano Negra, la dinamita, Montjuich, la Setmana Trágica, Solidaridad Obrera, La Canadiense, el pistolerismo) hasta el término de la Guerra Civil, sin descuidar su contexto histórico general y sus relaciones con el resto del mundo. A Peirats se le podrá criticar -como hace Pere Gabriel en la concisa semblanza que plasma de él en la Gran Enciclopédia Catalana calificando sus estudios de «obra partidista» (!) para añadir al punto «peró básica» - mas su carácter indispensable no hay nadie que ose hollarlo.


Los años de la insurgencia

La Dictadura de Primo de Rivera forzó a la CNT a un cambio táctico no excesivamente diáfano. El encumbramiento del militarismo dentro del más puro estilo castizo español, el pacto ugetista con la dictadura que condujo a Largo Caballero a consejero de Estado, y la clandestinidad obligada del anarcosindicalismo, relegó obviamente la actividad anarquista a la esfera meramente insurgente y conspirativa (asalto al cuartel de Atarazanas de 1924, incursión en Vera de Bidasoa, atentado a Alfonso XIII en París por Durruti Ascaso Jover en 1926) nunca exitosa, pero sí que implicó un salto cualitativo en el sentido de que ya no se trataba de una acción puntual de propaganda por el hecho sino de intentos claros de iniciar una revolución social a gran escala.

Esta interpretación de Peirats sugiere una incógnita y una evidencia. La incógnita es cómo una organización con las estructuras sindicalmente desmanteladas pudo tener a partir de su legalización en 1930 una reestructuración tan acusada no sólo en el campo organizativo (paso del sistema de ramos al de oficios que le otorgará mucha más solidez que antes) sino también en el número de afiliados. La respuesta se halla en que la CNT cooperó en los organismos de arbitraje laboral instituidos por el dictador en Cataluña, integrándose en los Sindicatos Libres o como en Galicia en la Organización Corporativa Nacional de 1926. La evidencia es que la Dictadura de Primo de Rivera es un período histórico oscuro no sólo en lo referente a la actuación libertaria de estos años sino en su planteamiento general.

La no intervención, o mejor dicho la exclusión, en el pacto de San Sebastián de la UGT y de la CNT acentuarían el carácter insurgente de la última previamente a la caída de la dictadura, especialmente en el apoyo a los sublevados de Jaca (huelga general, sublevación de cuarteles, expedición a Lérida, asalto del aeródromo militar del Prat de Llobregat).

Esta insurgencia del movimiento anarcosindicalista no moderaría con la proclamación y desarrollo de la República, más bien al contrario. El ataque directo a la CNT que representaba la creación de los jurados mixtos (insípido endulzamiento de los comités paritarios de la dictadura) establecidos por Largo Caballero, sumado a las decepcionantes reformas republicanas -la tomadura de pelo que simbolizaba el inviable proyecto de reforma agraria, el mantenimiento de las órdenes religiosas a excepción de los jesuitas y su proclamación como funcionarios públicos, y los retiros privilegiados de los militares no adeptos que se mantenían en constante contacto con el ejército macerando el golpe de Estado -, y la situación interna del propio anarcosindicalismo con la publicación del Manifiesto de los Treinta, dieron lugar a una oleada de rebeliones y huelgas generales como Las del Alt Llobregat y Terrassa de 1932 que llevarían a la CNT a la ilegalidad. Esta bola de nieve, detenidamente estudiada por Peirats, no parará (si es que paró) hasta el estallido del golpe militar de 1936 (fracaso de las insurrecciones de enero de 1933, Casas Viejas, revolución de octubre, etc.). La insurgencia libertaria nunca llegó a cuajar pero la fascista duró tres años sin contar con lo que sobrevino después.


La trampa política

En 1928 se produjo el anatema, rotura de vestiduras incluida. Ángel Pestaña, una de las personalidades más influyentes del movimiento anarcosindicalista, en un artículo titulado «Situémonos» definía metafóricamente a la CNT como contenido y no como continente; es decir, que el recipiente era lo de menos y su capacidad de adaptación ilimitada. Peiró, Buenacasa, Carbó y otros dieron el grito al cielo con la palabra desviacionismo, un reformismo que abdicaba de los principios esenciales antiparlamentarios y de acción directa; pero su eco no fue oído años más tarde cuando muchos de estos, curados ya de su afonía, se sentaron en los sillones ministeriales, eso sí, en los más incómodos ya que entre la hesitación causada por la mala conciencia los confortables ya habían sido calentados.

Proclamada la República dos tendencias asomaron en el seno de la CNT: una evolucionista partidaria de la legalidad (Peiró, Pestaña, Clará, Fornells, Massoni) y muy influida, según Peirats, por los políticos de Esquerra Republicana de Catalunya que menesterosos de una central sindical tenderán a apoyar esta tendencia dentro de la CNT con el fin de desgajarla del conjunto, cuando esta política no solidificó fundaron la fracasada Federació d'Obrers Catalans recurriendo más tarde, para mitigar el auge anarcosindicalista, a los virulentos escamots del Estat Catalá y a la violencia organizada de la Generalitat. Peiró y Pere Foix firmarán un manifiesto de apoyo a la república mientras que los sindicatos de oposición trentistas se volvían monolíticos en algunas zonas (Valencia, Sabadell), encuadrándose con el tiempo unos en la UGT y otros en el Partido Sindicalista de Pestaña. La otra tendencia era la revolucionaria formada por Ascaso, García Oliver, Durruti, F. Montseny, y partidaria, de la revolución social sin contoneos extraños, estos inculpaban a los más moderados de entablar contactos con la República para lograr una paz social y de haber conseguido una burocratización excesiva del sindicato con la reestructuración en federaciones nacionales de industria.

La CNT desde su creación siguió la línea ideológica establecida por los primeros núcleos de la sección española de la AIT de 1869: antipoliticismo, antielectoralismo y antirreformismo. Peirats nos ofrece pormenorizadamente la trayectoria histórica de esta lucha antipolítica hasta que se gestó su ruptura por la CNT-FAI en septiembre de 1936. Las causas explicativas de esta trascendental decisión han sido de lo más heterogéneas y casi siempre ingenuas. Algunos militantes apelaron al instinto de conservación que lógicamente necesitaba la organización en medio de un aparato estatal y de unos partidos políticos que le hacían la vida imposible («si no puedes contra ellos, únete a ellos»); otros pensaron que desde el triunfo del 19 de julio el anarcosindicalismo gozaba de posibilidades tangibles de éxito revolucionario pero moderaron ante el obstáculo que prometía una lucha en tres frentes (fascista, gubernamental y capitalista exterior), ante este dilema no quedaba otro recurso que la colaboración antifascista y esta llevaba expresa la participación gubernamental. El análisis a años vista muestra que la división territorial, política y militar en que se encontraba el Estado Español hacía muy dificultoso el acceso al poder por parte de cualquier organización (anarquista, comunista o nacionalista); la CNT, igual que las otras organizaciones políticas primó la estrategia de intentar controlar a las demás en lugar de la toma de un poder que nadie se atrevía a ocupar, esto dio lugar a las fuertes tensiones de todos sabidas. Otra argumentación era la de sancionar los hechos consumados ya que la colaboración gubernamental se había llevado a cabo de forma natural y espontánea (Comités del Frente Popular, Comité de Milicias Antifascistas, gestión de municipios y diputaciones, tribunales de justicia, administración de cárceles y comisarías de policía).

Para Peirats estas justificaciones carecen de peso lógico, el dilema que se quiso suscitar de revolución-dictadura anarquista frente a colaboración gubernamental era un ardid para la decantación clara hacia la posición más fácil, en realidad no hubiera habido ningún obstáculo en mantener las posiciones conquistadas el 19 de julio. En cuanto a la teoría de la presencia gubernamental de facto, para él, estos organismos de poder se consumaron oficialmente cuando la CNT-FAI cayó, fruto de su fatalismo, en las redes estatales, pasando de ser organismos populares a organismos institucionales.

Pero si las excusas expuestas para la intervención gubernamental fueron curiosas, para Peirats la forma en que se verificó esta fue de lo más peregrina. Dejando aparte la misteriosa tentativa de golpe de Estado urdida por la CNT y la UGT en agosto de 1936 (derrocamiento del gobierno Giral y establecimiento de una Junta Revolucionaria presidida por Largo Caballero) congelada por Azaña y el embajador soviético objetando su falta de legalidad, lo cierto es que en septiembre Largo Caballero instó a la CNT a entrar en el gobierno, una CNT ansiosa de compartir el poder pero que se hizo la interesante declinando la invitación. La intervención en el gobierno, así como el proyecto de alianza sindical con la UGT, se orquestó por esas fechas en los plenos regionales de Madrid en donde se inventó un Consejo Nacional de Defensa que aglutinaría las tendencias doctrinales marginando los partidos políticos, en realidad era poner un collar rojinegro al mismo perro ya que se mantenía idéntica la estructura estatal (se trocaron los nombres, Delegados en lugar de Ministros, Departamentos por Ministerios, Milicia de Guerra por Ejército, etc.) dirigida por los mismos (Largo Caballero presidente del Consejo y Azaña presidente de la República), los sindicatos quedarían como meros medios de producción e intercambio, y se socializaría legalmente la economía.

La nueva estructuración estatal fue presentada a Largo Caballero el cual, al ver la impaciencia de la CNT por gobernar, optó por esperar a una claudicación ya más que cantada, sobre todo desde que el sindicato anarcosindicalista torciera el cuello ante el flamante Consell de la Generalitat (nuevo gobierno catalán maquillado). El infantil tira y afloja sobre el número de ministerios perduró hasta la claudicación de la CNT en noviembre; de los seis ministerios reclamados por el sindicato sólo logró cuatro (Justicia, Sanidad, Industria y Comercio) realmente fueron dos ya que Industria y Comercio siempre habían sido uno solo y Sanidad nunca fue ministerio sino Dirección General--. Los mejores sitios estaban ya ocupados. Para Horacio M. Prieto, simpatizante de la participación desde el primer momento, se llegó demasiado tarde; para García Oliver fue la renuncia íntegral a la Revolución Social, para la CNT fue la oportunidad para intervenir directamente en la guerra, la política, la economía y el control de sus conquistas (colectividades y columnas militares).

Para Peirats lo peor no fue esto sino la supresión del federalismo funcional anarcosindicalista. Con el subterfugio de evitar el espionaje en el seno de la organización, en una época de fuerte filiación, los temas «delicados» tan sólo eran conocidos por la «vieja militancia de antes del 19 de julio», de esta forma el Comité Nacional contrajo una estructura mafiosa de arriba a abajo convirtiéndose en una máquina de consignas que elaboraba las órdenes del día de unas reuniones selectivas donde una minoría (la «vieja guardia») decidía sobre estos asuntos quisquillosos. El federalismo libertario, de abajo a arriba, razón de ser del anarcosindicalismo, fue eliminado dando lugar a una estructuración más marxista que anarquista. Pero no acabó aquí la cosa ya que la delegación española al Congeso de la AIT de 1937 ajustó los estatutos de esta organización a la nueva trayectoria de la CNT poniendo como chantaje su más de un millón y medio de afiliados -sólo después de 1945 la CNT del exilio pudo rectificar los estatutos transfigurados ocho años antes--. Peirats cree que el politicismo y antifederalismo no fue culpa exclusiva de sus partidarios sino que la connivencia de los afiliados refractarios fue un hecho al dejar hacer sin más objeción que la del simple pataleo.

Pero dónde estaba la FAI, la organización anarquista clandestina, que no secreta, creada en 1927 para vigilar el desviacionismo del antipoliticismo confederal, cuyo crédito en sindicatos y comités de la CNT era decisivo. La influencia de las dos organizaciones era recíproca y sin embargo siempre sobrepujaba la CNT. La FAI como organización no sindical sino cultural y moralizadora sufría una insuficiencia de acción que la inclinaba siempre al sindicalismo. Como bien dice Peirats, en lugar de ser el cerebro de la CNT pasó a ser su testículo encastrado en los comités sindicales. Siempre presente a nivel informativo, aunque sin derecho deliberativo ni resolutivo, en los comités superiores de la CNT, la FAI no fue invitada al Congreso Confederal de 1931... el escándalo fue macanudo. La misión mediadora de la FAI, si en lugar de testículo se hubiera constituido en pulso y cerebro de la CNT hubiera evitado la escisión pestañista en opinión de Peirats; pero la FAI se quiso imponer como un partido más, a imagen y semejanza del PSOE y la UGT, incurriendo en unas claudicaciones y contradicciones asombrosas. A partir de julio de 1936 la FAI se avino con la CNT, pasó a vegetar a su costa: participó en el gobierno, rechazó únicamente los «gobiernos totalitarios», abrió sus puertas declarándose organización de «masas», anuló el «grupo de afinidad» (de cinco a diez individuos) por el de «agrupación» (centenares) como sistema de organización, etc. En definitiva la FAI se metamorfoseaba en un partido más, un partido político con una central sindical llamada Confederación Nacional del Trabajo.

¿Y los «aguiluchos»? ¿,Cuál fue el pensar de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarías respecto a las posiciones de sus mayores? Esta organización se enganchó como un remolque más al carro CNT FAI. La guerra había impulsado a los jóvenes militantes al frente y las organizaciones mayores tomaron la dirección, de esta forma la FIJL participó en las tareas gubernamentales en la línea colaboracionista y en los intentos de unidad con las Juventudes Socialistas Unificadas. Las Juventudes Libertarías de Cataluña, contrarias a la creación de una federación nacional, ingresarán condicionalmente en la FIJL declarándose anticircunstancialistas y filiales de la FAI, esta se lo agradecerá instándoles a comulgar con las «líneas generales del movimiento». Como sombra al pacto CNT FAI con la UGT PSUC de agosto de 1936, las Juventudes Libertarias de Cataluña firmarán uno con las JSU que durará sólo tres meses; por el otro lado la FUL, propone al mismo tiempo el Frente Juvenil Revolucionario con todas las organizaciones antifascistas cuya aspiración es, y por este orden, «ganar la guerra, hacer la revolución». Los sucesos de mayo de 1937 aumentarán las discrepancias entre el Comité Peninsular de la FIJL y las juventudes anarquistas catalanas que organizarán un congreso regional extraordinario; después de las negras tormentas que agitaron el aire de esta reunión se volvió a las tradicionales posturas libertarias, se declararon contra el circunstacialismo y anularon todos los pactos anteriores. Para la CNT FAI se trata de una insubordinación y todo el aparato confederal se inclinó a favor de la minoría derrotada poniendo la prensa en sus manos y marginando a los rebeldes. La recién creada Alianza Juvenil Antifascista (JSU, republicanos y católicos) convivió con el Frente de Juventud Revolucionaria (FIJL y los jóvenes del POUM) hasta que, como una prueba más del vasallaje total al comunismo en que cayó el movimiento libertario, este se fusionaría con aquella para evitar su crisis no sin antes eliminar del mapa a sus aliados trotskistas. Las Juventudes Libertarias de Cataluña rechazarán totalmente este acuerdo y mantendrán a ultranza sus tesis anticolaboracíonistas.

A finales de 1937 la fracción caballerista de UGT fue aniquilada expeditivamente por el bando que hacía el juego a los estalinistas. En este clima, unido al desastre militar de Aragón, la CNT firma el famoso pacto con el sindicato socialista. No deja de ser curioso que después de tantísimos años de buscar un arreglo sindical entre estas dos organizaciones, la CNT se decida a asentírlo en esos turbios momentos. Las claudicaciones que los anarquistas hicieron en esa unión son, para Peirats, inauditas y muestran, una vez más, el grado de servidumbre anarcosindicalista. En el aspecto militar, la CNT, acepta la creación de un ejército poderoso de propiedad estatal en los más puros cánones militaristas. La nacionalización se haría según los criterios del Estado y este subvencionaría las colectividades en regla según convenga. Se renunciará al principio libertario del municipio libre y la municipalización pasará a ser la simple administración de las propiedades inmuebles del Estado. Económicamente admitirá el monopolio estatal centralizado, donde el Estado pasa a ser el dueño de la tierra, los campesinos sus simples arrendatarios sometidos a la usura de los bancos de crédito nacionalizados, y las colectividades son reguladas o anuladas según legislación. Los salarios se basarán en el principio estajanovista (a más producción más sueldo) y en un sistema piramidal según categorías. El Estado fijará las atribuciones del control obrero y en la legislación social se mantendrá el status quo. En el aspecto político, la CNT sólo criticará las formas de «estado totalitario», se aceptará una democracia social bajo el nombre de República Socialista Democrática y Federal después de una «período constituyente» y no rehusará participar en las elecciones para la «gobernación del Estado Español», dando carta blanca a la participación en gobiernos futuros. Para Peirats la abdicación al apoliticismo fue tan sorprendente que incluso el socialista Araquistain elogió el pacto con las siguientes palabras: «Se ha socializado la CNT en el sentido de reconocer la necesidad del Estado como instrumento de lucha y consolidación de las conquistas revolucionarias en el interior y exterior del país. ¡Qué alegría para un socialista leer el programa de nacionalización, de municipalización y de colectivización, contenido en la propuesta de la CNT! Parecen artículos arrancados a nuestro programa socialista [...]. Bakunin y Marx se darían un abrazo sobre ese documento de la CNT». Pero, como bien dice Juan Gómez Casas, en realidad el rubor impedía decir a Araquistain que ese documento lo que hacía era arrojar a Bakunin a los pies de Marx.


La obra constructiva de la revolución contra la obra destructiva de la reacción

El mismo 19 de julio de 1936 la economía revolucionaria se puso en marcha organizando antes la distribución que la producción. Los Comités de Abastos realizaron requisas, coordinaron el racionamiento y redoblaron los comedores populares. Como acción espontánea la CNT incautó industrias, transportes urbanos y ferrocarriles, agua y luz, la CAMPSA, bancos y edificios. La industria socializada llegó a tener proporciones muy amplias y que traspasaban el marco meramente local, si era imposible su colectivización eran sometidas al contro obrero (fiscalización, dirección, administración, mercado). Las empresas e industrias extranjeras si tenían capital español eran incautadas y si no sus cuentas bancarias vigiladas; de todas formas, más de ochenta firmas extranjeras quedaron inmunes debido a sus características (dependencia del mercado exterior, materias primas difíciles, explotaciones minerales).

En el campo la situación no se quedaba atrás. El colectivismo agrario, según Peirats, estaba en el inconsciente colectivo de los campesinos fruto de una propaganda anarquista ancestral. La burla del Proyecto de Reforma Agraria de 1931 -ocupación de fincas temporal, tiempo de posesión prefijado, indemnizaciones, rentas designadas por el Instituto de Reforma Agraria, decisión de la ocupación definitiva en manos del Estado, tierras incultas de dudosa calidad-- que pretendía una mejora de la tierra para que los propietarios la pudieran vender más cara a quienes la habían saneado y una multiplicación en el número de arrendados con un fin claramente antisocial, dio fincas a 12.000 campesinos en los cortos tres años en que se aplicó -el Bienio Negro devolvería las tierras a sus antiguos propietarios . A partir de 1936 se iniciará un proceso de «expropiación invisible» por medio de la invasión espontánea de propiedades, resultando que, entre marzo y julio de 1936, los campesinos expropiaron tres veces más hectáreas que las repartidas por la República entre 1931 y 1936. El estudio de Peirats sobre las colectivizaciones es exhaustivo y globalizador, tratando todos sus aspectos técnicos (áreas colectivizadas, organización del trabajo, distribución, abastecimientos, industrias complementarias, datos de productividad, salarios, etc.) sin dejar de lado el tema de los individualistas, los cuales fueron respetados con la única salvedad de que no podían tener asalariados. El decreto gubernamental de octubre de 1937, fruto de la ofensiva contrarrevolucionaria estalinista, legalizó las colectividades estableciendo las normas jurídicas de las incautaciones que sólo se realizarían a los elementos facciosos y con el derecho de propiedad de sus herederos; en definitiva, las tierras fueron devueltas a sus propietarios, repartiendo solamente las de peor calidad con el fin de estimular el egoísmo de los labradores. De todas formas, para Peirats, las colectividades fueron lo único sólido y constructivo de la guerra.

En octubre de 1936, en el Aragón liberado por la CNT FAI, se constituía el Consejo de Aragón con contribución íntegramente anarquista; días antes se había formado el Consell de la Generalitat con el beneplácito de la central anarcosindicalista. Las críticas comunistas a este nuevo órgano de gestión revolucionaria no se hicieron esperar tildándolo de cantonalista y faccioso. Dos meses más tarde el reconocimiento oficial del Consejo trajo una reestructuración donde, a pesar de todo, la mayoría anarquista se mantenía. El Frente Popular de Aragón (PCE, UGT y ERC) propuso al Estado central un gobernador federal como verdadera autoridad. Días después el Gobierno disuelve el Consejo de Aragón debido a su crisis de poder y envía tres divisiones (la de Líster, la del PSUC y la catalanista) imponiendo manu militari un gobernador general republicano al servicio soviético y aplastando por la fuerza de las armas las colectividades. Los consejos municipales son disueltos, las tierras devueltas a los expropiados y destrozados los locales anarcosindicalistas. Muertos, heridos, detenidos y emigrados será el saldo humano. Esta política represiva fue maquinada por el ministro comunista de agricultura Uribe que se caracterizó por sus virajes oportunistas; su decreto anticolectivista de octubre de 1936 se vio atenuado el verano del año siguiente para salvar la cosecha, una vez controlada, las tropas de Líster acometieron las colectividades. Pero el próximo año agrícola se volvía a encontrar en peligro por eso autorizó nuevamente las colectividades que volvieron a incrementarse pero nunca como en su primera época debido a las dificultades ocasionadas por la coacción y por la reducción de colectivistas debida a la represión. A Uribe esta última parte del plan no le arraigó, los campos los cosechó Franco en la primavera de 1938.

El tema de las colectividades es un ejemplo palpable del desprecio que la historiografía marxista y los «científicos» académicos sienten por los trabajos de los militantes anarquistas. En sus extensas bibliografías de consulta nunca figurarán las obras de Félix Carrasquer, uno de los protagonistas y mejores estudiosos de las colectividades aragonesas. Sin tener en cuenta sus análisis es inverosímil abordar este tema en su totalidad. Pero todo sea en aras de la imparcialidad y la objetividad.


La seducción comunista

Dos años después de la gran Revolución de Octubre rusa el Congreso Nacional de la CNT se adhirió provisionalmente a la III Internacional comunista. El tema central del debate congresual fue la dictadura del proletariado que experimentaba la Rusia bolchevique. Hilario Arlandis la justificó, Seguí se declaró partidario y Manuel Buenacasa la encontró sumamente interesante, entre los que no votaron la adhesión se encontraba Eleuterio Quintanilla que veía en ella un serio peligro para la revolución social. Un año más tarde, en 1920, Pestaña asistía en Moscú al II Congreso de la III Internacional y comprobaba alucinado las turbias maniobras de Zinoviev y Trotski para imponer sus postulados y conseguir la mayoría del partido comunista ruso -alteraciones en los documentos, reglamento hecho por la presidencia, duración de los discursos amañada, sin actas, votación por delegados y no por delegaciones, voto no proporcional, acuerdos de pasillo -, así como su antianarquismo manifiesto. Las causas de esta atracción hipnótica a la revolución rusa y al comunismo no se explican muy bien: corrientes diversas en el seno confederal, la no existencia aún de la crítica anticomunista a nivel internacional, infiltración comunista (Nin, Arlandis, Maurín), etc. El hecho es que al no tratarse de una entrega condicional, en 1922 la Conferencia de Zaragoza de la CNT censuró el despotismo bolchevique, retiró su adhesión a la III Internacional, e ingresó en la AIT reorganizada en Berlín. El guiño comunista fue soslayado.

Los partidos comunistas se caracterizan por la estrategia del caballo de Troya. Bien supo el PSUC, de reciente formación, aprovechar la división interna del PSOE en caballeristas (controladores de la UGT y de las JJ.SS., antiburgueses y partidarios de la revolución social y la dictadura del proletariado), prietistas (dueños del Comité Ejecutivo) y los exiguos seguidores de Besteiro; las loas del partido comunista a la figura de Largo Caballero (el «Lenin español») hicieron que este acabara haciéndole su juego, después las JSU pasarían a dominar a las Juventudes Socialistas. La renuncia del PC a la revolución social y su declaración a favor de una república democrática y parlamentaria como paso previo a su entrada en el Frente Popular son ejemplos claros de la táctica antes citada. Otros éxitos comunistas fueron presentar la ayuda militar soviética como el único medio de victoria contra el fascismo, el apoyo total a Largo Caballero hasta el gobierno, y conseguir la introducción de la CNT en el poder responsabilizándola del impopular traslado del gabinete a Valencia. Con ello consiguieron la cuadratura del círculo, sólo roto por el fracaso del proyecto del sindicato comunista Confederación General del Trabajo Unitario. De todas formas los objetivos enfocados a la CNT se consiguieron; con su consentimiento se disolvieron los comités revolucionarios y fueron sustituidos por consejos municipales y provinciales, se restituyeron los gobiernos civiles, se desarmó al pueblo y se reprimió a los elementos revolucionarios. Con la nueva reestructuración del Estado la CNT se integró en las Milicias de Vigilancia de Retaguardia (cuerpo policíaco), consiguió dos lugares en el Consejo Nacional de Seguridad, y aceptó la militarización de las milicias. Todo un triunfo comunista donde la CNT no supo ver que esta nueva formación estatal caía en las manos estalinistas de la GPU y de los técnicos rusos. Seducida la CNT el partido comunista se la llevó al huerto.

Las intromisiones político militares del embajador soviético fueron contestadas por Largo Caballero que rehusó seguir las premisas de Moscú. El partido comunista llegado a este punto inició una campaña de acoso y derribo del «Lenin español». La CNT no escapó a esta ofensiva (represión a las colectividades de Vilanesa, procesamiento del comandante de milicias confederal Francisco Maroto acusado de complicidad con el enemigo, puesta en funcionamiento de las chekas de Madrid y Murcia), así como el POUM (muy influyente en la UGT catalana que se quería controlar), acusado de satélite del fascismo internacional. A finales de 1936 se desata la crisis política de la Generalitat que se resuelve con un gobierno sin partidos (UGT en manos del PSUC, CNT, Unió de Rebassaires y la burguesía catalana de ERC) con el aniquilamiento político del POUM. Una serie de hechos turbulentos cementerios clandestinos, revueltas anticolectivas, decretos represivos de Seguridad Interior, campaña contra el consejero anarquista de Defensa- iniciaron una crisis gubernamental, en marzo de 1937, que fue resuelta con los mismos personajes. Nuevos incidentes presagiaban un mayo caliente: asesinato del comunista Roldán Cortada achacado a los anarquistas, emboscada comunista a militantes libertarios en Puigcerdá, detenciones y desarmes de anarcosindícalistas.

Los sucesos de mayo de 1937 por un lado enfrentaron al PSUC, UGT, Estat Catalá y el Gobierno, y por el otro a los militantes de base de la CNT, FAI, Juventudes Libertarías y el POUM. Los comités superiores de la CNT FAI fueron partidarios de la no intervención en la lucha y de la negociación, con consignas de alto el fuego de los ministros García Oliver y F. Montseny. Esta política de apaciguamiento disgustó a los militantes y algunos crearon el grupo Los Amigos de Durruti rápidamente desautorizado por los comités superiores de la CNT. En Barcelona hubo unos quinientos muertos y más de cien heridos (cifra superior a la del 19 de julio) e infinidad de desaparecidos (entre ellos Camilo Berneri, Barbieri y Andreu Nin). El cinco de mayo la Generalitat dimitía y el gobierno central encautaba el orden público enviando sus tropas a Barcelona. Días después, la crisis de la Generalitat se resolvió con el nombramiento de un Consejo Ejecutivo donde el representante de la CNT tuvo que observar y aceptar el bando de prohibición de armamento, los cacheos y registros, la detención del militante libertario Gonzalo de Reparaz, la disolución de las patrullas de control, y la supresión de Radio CNT FAI. Se han querido dar muchas explicaciones a Els fets de maig (complot catalanista, espionaje fascista, provocación trotskista), para Peirats no fue una maniobra para derribar a Largo Caballero, ya que no se hizo en Valencia sino en Cataluña donde aún la CNT ejercía su supremacía. Es inútil buscar los culpables ya que su desenlace era esperado e inevitable, sus grandes perdedores fueron el POUM, Largo Caballero y la Confederación Nacional del Trabajo.

La CNT fiel a su política caballerista fue excluida del nuevo gobierno Negrín al tiempo que los comunistas exigían la disolución del sindicato anarcosindicalista y del POUM, y la vuelta al Frente Popular resultado de la legalidad de las elecciones de 1936. Los comités superiores confederales dudaron entre no colaborar con el gobierno o participar en justa proporcionalidad camelando a la UGT para una alianza opositora. Durante el gobierno Negrín la represión contra el POUM y la CNT tomará cuerpo sobretodo a partir de la creación del Servicio de Investigación Militar (sucursal soviética del GPU) y su régimen policíaco de chekas y campos de concentración.


El fiasco militarista

Barcelona respondió, el 19 de julio de 1936, al golpe militar contundentemente. La intervención de la CNT FA1 fue decisiva en el fracaso del pronunciamiento. Dominada la situación y dueña la CNT de Cataluña, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, se entrevistó con el sindicato anarquista. Otra de las argumentaciones que se interpusieron para la colaboración política de los libertarios fue la necesidad de coordinación con el poder respecto a las operaciones militares; como tenía la sartén por el mango, la CNT exigió la creación de un organismo intermedio entre el gobierno y las fuerzas populares revolucionarias que llevaría el nombre de Comité Central de Milicies Antifeixistes de Catalunya. De esta forma convivían tres organismos de poder: el central (encargado de la diplomacia exterior), la Generalitat (mampara de legalidad fruto de las urnas) y el Comité de Milicias Antifascistas (formado por las fuerzas populares armadas). La coexistencia entre poder político y poder revolucionario no podía durar mucho, con el tiempo el poder del Estado absorbería los organismos revolucionarios, primero controlándolos, legalizándolos después y suprimiéndolos seguidamente. Por de pronto los Comités de Milicias Antifascistas fueron legalizados.

El Estado suscitó una dialéctica monolítica: contra un ejército organizado otro ejército organizado, el propósito no era otro que desarmar al pueblo. La CNT contraria en un principio a un ejército regular militarizado picó en el anzuelo ingresando en la nueva fuerza armada bautizada con el curioso apelativo de Escuela de Guerra. En septiembre tres anarquistas entraban el Consell de la Generalitat y firmaban la disolución del Comité de Milicias Antifascistas. Un mes más tarde la CNT-FAI, UGT y el PSUC pactan el mando único militar cayendo el Consejo de Defensa en manos confederales. Peirats es taxativo en este punto, la militarización de las milicias significó el sacrificio de la revolución por la guerra. Los anarquistas aceptaron un ejército militarista, con disciplina de hierro y con mando único; a partir de aquí las milicias confederales militarizadas serán las peores armadas de toda la república. La instauración de un ejército regular no frenó, más bien al contrario, la escalada de derrotas frente a las tropas fascistas.

Los sucesos de mayo de 1937 ofendieron a los militantes anarquistas por el alto el fuego impuesto desde arriba, para ellos significaba el desmoronamiento sistemático de las posiciones conquistadas al inicio de la guerra. La FAI, harta de sacrificios inútiles, rompería con la subordinación mantenida a su sindicato. Dos tendencias se perfilaban en estos momentos: el Comité Nacional de la CNT partidario de la política comunista de Negrín de resistencia a ultranza, y el Comité Peninsular de la FAI, crítico a este optimismo y a la afrenta que significaba que Negrín eligiera al ministro anarquista para su nuevo gobierno. En abril de 1938, el recién creado Movimiento Libertario (CNT, FAI y FIJL) ante la desastrosa situación militar decide intensificar la guerra, la militarización total, la participación en el gobierno central y catalán, y la represión violenta de los desertores. La centralización orgánica libertaria durará poco, cuando un mes más tarde el Gobierno declarará los fines de guerra la CNT apoyará a Negrín y acusará a los «derrotistas» de la FAl que se declararán en contra pero que con el tiempo claudicarán ante los trece puntos del político comunista. La confrontación anarquista tendrá lugar en el Pleno Nacional de Regionales del Movimiento Libertario de octubre, la CNT despreciaba el «trasnochado lastre ideológico aceptaba como buena la militarización, las colectividades con tutela oficial eran consideradas mejores porque tenían créditos, el pacto CNT UGT era el invento del siglo, y proliferaron los elogios a Negrín lo mismo que las acusaciones a la FAI; el Comité Peninsular Faísta se limitó a criticar una a una las claudicaciones realizadas, para ellos el oportunismo circunstancial era cada vez más oportunista y menos circunstancial.

La disgregación de las unidades confederales era un hecho, en 1938 el PC controlaba el 80 por ciento de los mandos militares y con la creación de las troikas en los batallones puso más interés en eliminar anarquistas que facciosos. Después vino el decreto de movilización general (enero de 1939), maniobra política para desmontar las organizaciones -sólo de un 30 a un 50 por ciento de los movilizados podía disponer de armamento - y paralizar las actividades económicas, pero la CNT aceptó en un intento más de contrarrestar el auge comunista y ocupar mandos. El final no tiene secretos: participación anarquista en el golpe de estado de Casado, infructuosas negociaciones con Franco, evacuación y, por último, el exilio.

Los anarquistas en la crisis política española de José Peirats es una obra muy aleccionadora. Nos enseña como personas e ideologías en determinados momentos históricos, en situaciones cruciales, pueden llegar a perder sus papeles, unos papeles que son su carta de naturaleza y su razón de ser. Por todo eso, quizás el título de este libro debiera de haber sido La crisis política de los anarquistas españoles.


Tomado de la revista Anthropos, nº 112, páginas 47-53.

Responder