sacado del FORO GCE
"La URSS y la guerra del pueblo espñaol". Una conferencia de Jesús Hernández en la escuela de formación de cuadros del PC Yugoslavo (1951)
Hola a todos: Os envío un documento que he encontrado estos últimos días y que me ha parecido interesante y polémico. Se trata de una conferencia impartida por el exmiembro del Buró Político del PCE Jesús Hernández en Belgrado, en octubre de 1951, a los alumnos de la Escuela Superior de Cuadros del PC Yugoslavo. Se trata de una exposición sobre los contradictorios intereses en juego durante la guerra de España, desde el punto de vista de lo que se jugaba la República y lo que se jugaba la URSS. Contiene reflexiones autocríticas y polémicas sobre el papel desempeñado por el PCE en el periodo, y creo que es interesante echarle un vistazo antes de desarrollar alguno de los temas controvertibles que aparecen (hay uno, de momento, por el que tengo debilidad y que me permito lanzar desde ahora: ¿Pudo el PCE tomar el poder durante algún momento de la guerra y "no le dejaron" los consejeros que defendían los intereses sovieticos?). Ojo también a la argumentación sobre otro de los temas "top", el golpe de Casado. ¿Se pudo haber evitado? ¿Se pudo haber combatido con mayor rotundidad?Tal y como iba leyendo la conferencia iba viendo más claramente como las tesis defendidas por Hernandez son prácticamente las que Bolloten ratifica en su libro " Guerra Civil Española. Revolución y Contrarevolución". Antes de dar mi opinión sobre ella, me gustaría destacar el lugar donde fue ofrecida esta conferencia : Yugoslavia.
Yugoslavia junto a Rumania fueron dos de los paises que en cierta manera resultaron un poco más " rebeldes" frente a la apisonadora soviética durante los años de la Guerra Fría. Recalco, que solamente fueron un poco más " independientes", muy poco, pero lo fueron.
Los comunistas españoles podían haber tomado el poder a partir de mayo de 1937 cuando consiguen la caída de Largo Caballero y logran el poder político y militar en Cataluña. El problema radicaba en el verdadero objetivo de Stalin, que no era más el de utilizar la guerra de España como objeto de discordias entre las potencias democráticas y las potencias fascistas. La idea de Stalin era la de crear el máximo nivel de enfrentamiento entre Francia e Inglaterra y la Alemania nazi ; enfrentamiento que buscaba como objetivo la guerra entre estas potencias, de la cual, el más beneficiado por el desgaste que se llegaría a producir entre ellas sería la URSS. Solamente partiendo de estos puntos, podemos hacernos a la idea de como se produjeron los hechos. La URSS no quería que los comunistas españoles tomaran el poder total en el país, por qué ello hubiera supuesto casi con seguriad, una alianza entre las potencias democráticas - ya de por sí bastante anticomunistas, sobre todo Inglaterra- y las potencias fascistas, y eso era precisamente lo último que hubiera querido Stalin.
La marcha de una de las fuerzas más importantes de la República como eran las Brigadas Internacionales, no deja de ser significativo por el hecho de que la URSS había exprimido ya el tema suficientemente como para haber sacado réditos políticos importantes en su política exterior, como fue el acercamiento a la Alemania nazi.
Por último, la sublevación de Casado roza ya el esperpento; con unos servicios de inteligencia como era el SIM, creer que desconocían los preparativos y que fueran incapaces de desmontarlo totalmente y de poder haber derrotado a la Junta De Casado sin grandes esfuerzos, resulta grotesco.
El hecho de que todos las grandes figuras del PCE se encuentren inactivas en Elda mientras en Madrid esta produciendose un golpe de Estado en toda regla, no deja de ser siginificativo la dejadez de los dirigentes soviéticos sobre la posible resistencia.
Por cierto, sólo México aceptó barcos cargados de exiliados españoles, y sólo este país reconoció al Gobierno republicano en el exílio. ¿Hacen falta más palabras para demostrar el papel de Stalin en España?
Un saludo.
Saludos y buena lectura
Fernando Hernández
PD: Por la longitud del texto, va en varios envíos.
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LA URSS. EN LA GUERRA DEL PUEBLO ESPAÑOL
(Conferencia impartida ante alumnos de la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo, Belgrado, octubre de 1951).
El pasado mes de Octubre, nuestro compañero JESÚS HERNÁNDEZ, ex miembro del BP del Partido Comunista de España, pronunció una interesante conferencia, ante los alumnos de la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo, sobre el tema que encabeza estas líneas.
El texto integro de dicha conferencia será publicado próximamente, pero hemos creído que debíamos ofrecer a nuestros lectores el extracto que hoy empezamos a publicar. El tema es de la mayor importancia y nuestro deseo es que sobre el mismo se abra discusión y que nuestros compañeros, simpatizantes y amigos, y cuantos otros le deseen, nos escriban dándonos sus opiniones, exponiendo sus puntos de vista, y aportando documentos y materiales cine permitan abundar en la argumentación y en las pruebas para llegar hasta sus últimas consecuencias en un análisis, en una investigación, que está en sus comienzos, pero que debe realizarse y hay que realizar profundamente,
El tema no es nuevo en las columnas de ACCIÓN SOCIALISTA, pero sí que es la primera vez que se trata con tal amplitud. La discusión queda abierta. A nuestros lectores la palabra.
El compañero Jesús HERNÁNDEZ inicia su conferencia diciendo que el tema elegido tiene por objeto el de hablar de una de las páginas más sucias y más inéditas que se han escrito en el curso de la guerra de liberación nacional del pueblo español: la intervención de la URSS en la guerra de España. Todos ustedes comprenden, —dijo — por haber pasado por un proceso semejante, cuantas resistencias de orden subjetivo hay que vencer para llegar a la conclusión de que entre los hechos y las palabras de los hombres que dirigen los destinos de la Unión Soviética media un abismo en el que han hundido los principios básicos del socialismo. A esa conclusión no se llega mecánicamente, de la noche a la mañana. Para mí fue un forcejeo en el que la fe resistía a la evidencia, y cuando loa hechos me golpeaban con su realismo implacable aun me refugiaba en el supremo recurso de creer que era de mi parte donde faltaba la preparación debida para entender las sutilezas de la política soviética, de la sabiduría de Stalin.
La unión Soviética y personalmente Stalin, significaban para los comunistas españoles algo intangible, una especie de tabú. Sin comprender que nuestra fe era una fe fanáticamente sentida, fervorosamente acatada y poderosamente influyente, no se explicaría ni comprendería nada de cuanto vamos a referir.
La defensa a ultranza no solo de su existencia, sino de cuanto emanara de la Unión Soviética, era nuestra norma y nuestra razón de ser comunistas. Por la URSS y por Stalin estábamos siembre, dispuestos a dar nuestras vidas y las de nuestros padres y las de nuestros hijos. Durante la guerra, y en los largos años de la sanguinaria represión franquista, nuestros hombres subían a los patíbulos o caían acribillados a balazos contra los muros de la revancha falangista con las banderas de Stalin y de la URSS desplegadas en la garganta.
Nada tiene, pues, de extraño, que el PC de España sometiera toda su política a la « acción dirigente » de Moscú, ni tampoco que los hombres que « dirigíamos » el PC de España fuéramos y tuviéramos en la práctica- más de súbditos soviéticos que de hijos del pueblo español. Parece un absurdo, algo increíble, pero nuestra educación bajo la tutela soviética nos había deformado hasta el punto de desnacionalizarnos por completo, arrancándonos el alma nacional y sustituyéndola por un internacionalismo furiosamente chauvinista cuyo principio y fin eran las torres del Kremlin.
Pero la dialéctica de la vida nos ha ido acorralando inexorablemente hasta convencernos del error. La acumulación de hechos nos ha obligado a apreciar cualitativamente el fenómeno en su conjunto, Y así, contando con el tiempo, hemos llegado a la conclusión de que aquello que aisladamente no podíamos o nos resistíamos a comprender no era fruto de la casualidad o de las circunstancias, sino manifestaciones de una política que nada tenia de común con las teorías del marxismo-leninismo. Tal es la razón de que hoy podamos referirnos a cosas del pasado viéndolas en su verdadera fisonomía, con la mirada limpia de nieblas de fe sectaria y con el criterio abierto a la verdad objetiva.
Para apreciar mejor la acción de la política en España durante la guerra de liberación es necesario bosquejar aunque sea brevemente el cuadro de cual era la situación política en España en el año de 1936. Y el camarada HERNÁNDEZ explica a continuación cómo el pueblo español desde 1931 a 1936 utilizó y empleó todas las armas conocidas de la lucha social y política, desde la simple huelga hasta la insurrección armada. Refiere cómo todo el impulso revolucionario del pueblo estallaba en las calles pretendiendo empujar la revolución democrático-burguesa hasta sus objetivos finales y, principalmente, contra la organización de la reacción que descaradamente se preparaba para lanzarse al asalto de la República democrática. « En todo el ámbito de España — dice — chocaban las fuerzas de la revolución y de la contrarrevolución, y el Gobierno de la República temeroso de la una y de la otra se encontraba, como se dice en términos militares, en la tierra de nadie. Y al iniciarse la sublevación fascista el pueblo tiene que suplir de manera espontánea y desarticulada las debilidades de sus gobernantes.
En el orden internacional el panorama permitía ver la agresividad de las fuerzas del fascismo y cómo las naciones democráticas se replegaban haciendo constantes concesiones a las potencias del Eje. Es decir, la guerra de España se inicia en un momento internacionalmente desfavorable para los defensores de la República democrática.
¿Qué fuerza en el mundo podía garantizar al pueblo español una solidaridad efectiva y desinteresada? Como gran potencia, la Unión Soviética. Así lo creíamos. Así lo creía nuestro pueblo. Y nuestra convicción, la de los comunistas, nacía de una fe tan ciega que nos hubiera empujado hasta el crimen contra quienes hubiesen osado ponerlo en duda. Estábamos, pues, totalmente incapacitados para comprender que a la primera nación del mundo a la que más había contrariado la heroica decisión de los antifascistas españoles de batirse a muerte por su libertad y por su independencia,
era precisamente a la Unión Soviética. La U. R. S. S. participaba en aquellos momentos de los mismos miedos que las democracias burguesas frente a las potencias fascistas, y toda su política internacional estaba orientada a un juego maquiavélico consistente, en sus grandes lineamientos, a no desligarse de las potencias democráticas a fin de no
ofrecer un fácil blanco a los fascistas, y a coquetear con los fascistas para asegurarse el apoyo de las democracias. Era el juego que había de culminar, años después, en el pacto germano-soviético.
Una política sistemática de torpezas había llevado a los dirigentes de la URSS a perder la confianza en las fuerzas de la clase obrera y del movimiento revolucionario y progresivo del mundo. Y aunque el VII Congreso de la Internacional Comunista quiso rectificar de un golpe todos los groseros errores de muchos años de sectarismo — sectarismo que en países como Alemania barrió de obstáculos el camino de Hitler al poder, y que imposibilitó la unidad del movimiento obrero en todos los continentes, pues al que no era comunista se le calificaba de “social-fascista” y de “anarco-fascista”— aunque pretendió, repito, rectificar, el recurso era muy tardío. La reacción y el fascismo habían conquistado posiciones poderosísimas en toda una serie de países. La falsa orientación de la Internacional Comunista, reflejo de la política soviética, había situado a la URSS en un peligroso aislamiento del movimiento obrero mundial y a los partidos comunistas en unas condiciones tales de debilidad no solo numérica, sino de influencia, que en ninguna parte del mundo constituíamos una fuerza decisiva. Y aunque en España y en Francia la política del Frente Popular logró positivos éxitos, ni la situación de la URSS ni la del movimiento obrero en general, mejoraron al punto de poder decir que se había operado una modificación en la situación internacional. De ahí que el equipo dirigente de la Unión Soviética persistiera en su tremendo error de tener más confianza en su turbio juego político que en las fuerzas revolucionarias y progresivas del mundo. Tal era la situación internacional el 18 de Julio de 1936 al iniciarse la guerra de liberación del pueblo español.
Ante la inequívoca realidad de un pueblo que había empuñado las armas y que se batía a todo lo largo y lo ancho de España, ¿cómo se planteó la Unión Soviética el problema? A la luz de nuestra experiencia podemos afirmar hoy que en el Kremlin las cosas discurrieron así: « La guerra en España puede servirnos de dos maneras: una, utilizarla como un fantasma que agitaremos ante los ojos de las potencias fascistas haciéndolas ver que los pueblos están dispuestos a empuñar las armas y a batirse por la libertad y la democracia, y así obtener ciertas ventajas de las mismas, y otra, que se funde y confunde con la primera formando un todo, la de cotizar la sangre del pueblo español en el mercado de sus conveniencias exteriores ante las asustadas democracias, demostrando que en las manos de la URSS está la llave que puede avivar o apagar las llamas que se han encendido en España y cuyas chispas pueden hacer estallar el polvorín de la temida guerra mundial ».
Es decir, el «caso español » se lo plantearon los señores del Kremlin no desde un punto de vista socialista, sino fría y calculadamente, como un asunto de política exterior, desprovisto de todo contenido o sentimentalismo revolucionarlo.
Y con la resonancia del trueno en las tormentas oceánicas retumbaron en los oídos del mundo las palabras de Stalin: “La causa del pueblo español no es un asunto privado de los españoles, sino la causa de toda la humanidad avanzada y progresiva”. Nadie podía dudar que la URSS se declaraba solidaria con la España democrática. Y si esas palabras tuvieron en el mundo antifascista un eco cálido de solidaridad con nuestra lucha, en España arraigaron con raíces de gratitud en el corazón de todos los hombres y de todos los pueblos de la Península.
Pero Stalin, que había sabido dar la definición justa, no quiso hacer honor a sus palabras. Y se produjo un fenómeno singular. Mientras en el mundo entero los mejores hijos de la clase obrera y del antifascismo, venciendo miles de dificultades y todas las persecuciones policíacas, atraviesan mares y fronteras para llegar hasta la España republicana
y dar a nuestro pueblo la prueba más grandiosa de solidaridad formando las Brigadas Internacionales, la Unión Soviética comienza a negarnos la venta del armamento que en buena moneda quería comprar el Gobierno de la República al País del Socialismo, venta que estaba dentro del derecho internacional por ser la República el régimen legal de España.
Las naciones de regímenes democráticos y liberales ignoraron, por sus miedos y sus razones particulares, la legitimidad de la España Republicana, nos embargaron las armas adquiridas incluso con anterioridad al levantamiento franquista, cerraban sus mercados a toda clase de compras de pertrechos militares que nos eran indispensables y con los cuales temamos asegurada la victoria. La Unión Soviética, no obstante las grandilocuentes palabras de Stalin, no se situó en un terreno muy diferente al de las democracias burguesas.
Todos ustedes saben, que sin un Ejército, sin mandos, sin plan de guerra ni cartas militares, solamente con el entusiasmo y la intuición espontánea de las masas armadas con viejas pistolas y escopetas de caza, cuchillos y algunos fusiles, el pueblo español venció a la reacción y derrotó a los militares sublevados en las principales provincias y nacionalidades de España en las primeras 48 horas de la lucha. Si los países democráticos, y fundamentalmente la Unión Soviética, nos hubieran facilitado la adquisición de las armas que el pueblo español quería comprar y pagar, la sublevación franquista hubiera sido vencida antes de que Hitler y Mussolini tuvieran tiempo de volcar contra él sus efectivos en hombres y en material de guerra y de crear el tremendo desequilibrio en que se desarrolló la lucha del pueblo español. Desde el principio hasta el fin Franco nos superó en cien veces la proporción de los armamentos. En esos primeros días y en esas primeras resistencias y dilaciones de la Unión Soviética se perfilaron ya lo que había de constituir la trayectoria de la URSS en la guerra del pueblo español: Stalin, en vez de mandarnos armas, nos mandaba abundantes « consejeros » militares, políticos, y policiacos. A todos ellos, tanto el Gobierno como el PC, apremiábamos en la petición de armas y en el envío rápido de las mismas. No estará de más decir que muchos de estos « consejeros », la casi totalidad, han sido posteriormente fusilados por Stalin bajo la acusación de contrarrevolucionarios y agentes del enemigo. Si admitimos la acusación que los llevó al patíbulo ya tendríamos mucho que decir de un Estado socialista que nos manda como “ayuda” a un equipo de hombres en un noventa por ciento fusilables por « agentes de Hitler ». Pero sin entrar en los casos particulares de cada uno de ellos debemos declarar, porque la verdad lo exige, que esos hombres, los fusilados, no actuaron en España como agentes del enemigo.
Nos inclinamos a creer que Stalin liquidó a la mayoría de esos « consejeros » por que al igual que nosotros no comprendían la actitud de los dirigentes de su país, resistiéndose a vendernos las armas que para la guerra y para la victoria precisaba el pueblo español. Es muy probable que en las informaciones a su Gobierno y a su Partido esos “consejeros” reflejaran su perplejidad. Y esa perplejidad, esas extrañezas, fueron las que les llevaron hasta el muro de la ejecución. Eran testigos demasiado peligrosos, hombres que sabían más de lo debido acerca del juego criminal del Kremlin en la guerra de España. No es esta una opinión simplemente hipotética, pues con la mayoría de los fusilados tuvo el PC de España, y yo personalmente, frecuentes y repetidas conversaciones en las que les vimos manifestarse con tanta extrañeza como disgusto como nosotros por la política de suministros militares de la URSS a la República española. De otro lado si estos primeros « consejeros » hubieran sido agentes de Hitler, la guerra del pueblo español hubiera terminado a favor de Franco en unas semanas. Estos primeros “consejeros” soviéticos se encentraban en todos los Estados Mayores y elaboraban junto con los militares españoles los planes de todas las batallas. Y aun más: contaban con la fe ciega de los comunistas que les hubiéramos secundado, en aquellos momentos, aun en sus más descabellados planes militares, por el simple hecho de estar concebidos por los hombres de Stalin. Y fueron precisamente en aquellas primeras semanas y meses cuando más derroche de tesón y de heroísmos, de esfuerzos de organización y de disciplina, se realizaron en la España republicana para estructurar y dirigir las acciones de las múltiples milicias y columnas que se creaban por los partidos y las organizaciones sindicales.
En este período, a las gestiones directas de nuestro partido, Moscú contestaba con vagas razones de gigantescas dificultades técnicas para el envío de las armas al mismo tiempo que deslizaba en nuestros oídos argumentos tan capciosos como el de que la situación internacional era tan extremadamente tensa y delicada que una acción más abierta en favor de la España republicana podía crear gravísimas complicaciones a la URSS con las potencias fascistas y asustar a los Chamberlain, Daladier y Rooselvet, acentuando a la vez que el aislamiento de la República española, el peligro de la URSS. Era ya el camino que había de conducir a la URSS a colaborar en la monstruosa política de la “no intervención”.
La “no intervención” tenía un doble significado: el que igualaba la legitimidad del régimen republicano a los sublevados fascistas, situando a ambas partes en un mismo plano ante el derecho internacional, y el otro, que era el fundamental: el que ataba las manos al pueblo español, notificaba todas las defecciones en el orden internacional, y dejaba las puertas abiertas a Hitler y Miissolini para introducir subrepticiamente toda la cantidad de armas y de tropas regulares que quisieran para ahogar en sangre la lucha de las fuerzas democráticas de España. La URSS no vaciló en colaborar con los fascistas y con los “demócratas” en el estrangulamiento jurídico y práctico del pueblo español.
En honor a la verdad, no podemos dejar de reconocer que la Unión Soviética nos vendió algunas armas: quizá menos que las que nos facilitaron algunos países capitalistas, pero no tenemos derecho a desconocer ese hecho. Para la URSS las ventas de armas a los republicanos españoles eran más simbólicas que efectivas, más para la propaganda, para mantener el “fuego sagrado”, que para facilitar la victoria de la “causa de toda la humanidad avanzada y progresiva”. Así, cuando Franco recibía doscientos aviones, nosotros lográbamos una veintena; cuando Franco obtenía mil cañones, nosotros recibíamos cincuenta. Igual proporción con los tanques, fusiles o ametralladoras.
¿Era posible burlar el bloqueo de la “no intervención”? ¡Claro que era posible! Lo burlaban Hitler y Mussolini descaradamente y lo burlaban nuestros barcos que iban a recoger las escasas mercancías que se nos facilitaban en los puertos soviéticos. Estos mismos barcos tenían capacidad para traer, y el Gobierno republicano suficiente dinero para pagar, mil veces más cantidad de armamento que lo que transportaban hasta la España leal. Luego era una solemne mentira lo de las dificultades “técnicas”.