Amor Nuño y la CNT. Crónicas de vida y muerte
Jesús F. Salgado
Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid
https://argelaga.wordpress.com/2015/05/ ... f-salgado/
La memoria histórica del proletariado tiene en este libro riguroso, objetivo y documentado una verdadera aportación. El autor nos obsequia con una biografía del militante anarcosindicalista Ricardo Amor Nuño, figura poco conocida hasta hoy, y se adentra en los vericuetos de la represión sangrienta y arbitraria habida en la retaguardia republicana durante los primeros meses de nuestra guerra civil revolucionaria, descubriendo a sus auténticos responsables. Y por supuesto, sin obviar la implicación que pudo tener en ella el movimiento libertario. El triunfo de los leales a la República en Madrid llenó las cárceles de sospechosos, desafectos y sediciosos. En la capital además, quedaron libres, infiltrados o escondidos, miles de partidarios de la sublevación militar-fascista, lo que determinó una intensa labor policial y miliciana para contrarrestar su trabajo de información y sabotaje, labor que no vaciló ante medidas terroristas como los “paseos”, las “sacas” y las ejecuciones sumarias, amparadas por las más altas instituciones, cuando no directamente ordenadas por sus representantes. La defensa de la libertad y la legitimidad se avienen poco con el terror y pronto se convirtió en lugar común atribuir las matanzas a los “incontrolados” o a los anarquistas. Los historiadores académicos acostumbran a transitar por ese camino, donde se llevan la palma los narradores de tinte liberal o socialdemócrata, pasando por alto las pruebas o recurriendo alegremente a su manipulación.
El premio a la ignominia corresponde a Jorge Martínez Reverte y a Paul Preston, que encontraron en Amor Nuño al chivo expiatorio ideal, militante de poca relevancia, bien muerto y olvidado. Así, un honrado luchador del Sindicato madrileño del Transporte que jamás manchó sus manos con sangre, moralmente íntegro, que salvó la vida a muchos perseguidos e hizo lo que pudo contra los desmanes, pagando su integridad con la muerte ante un pelotón de fusilamiento franquista, se ha visto convertido por obra de una infame fabulación digna del mejor estalinismo en un asesino despiadado, traidor a la causa, expulsado de su organización y huido al bando nacional. De esta forma escriben la historia los mercenarios.
El objetivo es claro: limpiar la fachada del gobierno de la República y exonerar de la menor acusación a los socialistas y republicanos, que fueron quienes en aquellos tiempos ocuparon la mayoría de cargos y tomaron las fatales decisiones. El autor, Jesús Salgado, aporta pruebas testimoniales y documentales que no dejan lugar a dudas. El Estado republicano ha de presentarse inmaculado, defensor de la ley y el derecho, frente a los sublevados, verdaderos exterminadores. Pero eso no fue así exactamente.
Las ejecuciones sistemáticas en el bando leal comenzaron con la creación en agosto de 1936 del Comité Provincial de Investigación Pública por el Ministerio de la Gobernación y la Dirección General de Seguridad. También fueron creados comités de depuración en la policía, la guardia civil y los militares. Los comités, organizados bajo el Gobierno Giral, continuaron activos bajo el Gobierno Largo Caballero. Alrededor de la mitad de las muertes ocurridas en los seis primeros meses de la guerra fueron cosa del CPIP. Especialmente las ocurridas tras el incendio de la Cárcel Modelo, las del tren de Jaén y las de primeros de noviembre. Otras muertes caben achacarlas a los “incontrolados”, que no eran anarquistas, sino conocidos miembros de la policía, componentes de “brigadas” como la de Atadell, la del Amanecer, etc., o a patrullas comunistas que a veces esgrimían carnets de la CNT. “Incontrolados” era al principio de la guerra un calificativo que servía para designar a los grupos que escapaban al control de las organizaciones. Solamente en fases más avanzadas de la guerra el término se empleó contra las bases anarquistas que se resistían a la contrarrevolución encabezada por el PCE. Tan activos o más en la represión fueron diversos centros socialistas, ugetistas y comunistas, bien pertrechados de coches y armamento, con sus correspondientes “checas”. Por supuesto, la CNT también tuvo una checa (la del cine Europa), participó en los “paseos” y envió representantes a los comités depuradores. Hubo afiliados en las brigadillas del CPIP. Pero el número de muertos que se pueden colocar en la cuenta de los anarquistas es sensiblemente menor que el de sus competidores socialistas y comunistas, mayoritarios en Madrid y controlando todos los resortes administrativos. Muchos presos fueron ejecutados con ráfagas de ametralladora, arma fuera del alcance de los libertarios. En cuanto a los escasos representantes de la CNT en la policía y los comités, éstos obedecieron órdenes que emanaban del Ministerio de la Gobernación, del Ministerio de la Guerra o de la DGS, al frente de la cual se encontraba un miembro del partido de Azaña. La CNT no tenía una política de represión específica como la que tenía el PCE o la primera Junta de Defensa, claramente partidaria de “liquidar” y presidida oficialmente por el socialista Largo Caballero.
No hubo terror anarquista en la retaguardia, hubo terror gubernamental. Hasta el momento en que el Gobierno abandona Madrid, a él hay que señalar como responsable máximo de las masacres de derechistas en la capital. A partir del 8 de noviembre, la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja, comparte responsabilidad, que el 21 de noviembre de 1936 asume en su totalidad, cuando el dominio comunista es absoluto, siendo la decisión de los asesinatos obra de la Consejería de Orden Público, cuyo secretario fue Santiago Carrillo, funesto personaje al que el comanche Martínez Reverte trata de cubrir con su falsificación. Cierto es que Amor Nuño formó parte de la Junta, primero como consejero de Industrias de Guerras y luego como delegado de Transportes, hasta su dimisión en diciembre, y aunque desde sus cargos poco pudo contribuir a la represión, se le puede reprochar haber estado en una institución en nombre de la cual se cometían atrocidades. Eso es todo. No puede ser excusa el hecho de que la CNT pintara poco en la Junta, y menos en decisiones de esa índole. Tampoco se puede alegar en descargo de los responsables últimos de los crímenes la imposibilidad de actuar de otro modo, dado el furor asesino de los comisionados, puesto que un anarquista, Melchor Rodríguez, nombrado Director General de Prisiones en diciembre por Juan García Oliver, otro anarquista, Ministro de Justicia, con los escasos medios a disposición de su cargo, paró en seco las “sacas” y los fusilamientos en las tapias de los cementerios. Dicho sea sin intención de disminuir, ocultar o justificar el papel de los libertarios en la represión: solamente evaluarlo en su justa magnitud. Y condenarlo.
Argelaga, primavera 2015