Críticas económicas al comunismo libertario
Publicado: 30 Abr 2008, 03:12
Un poco con la temática de la propiedad y el mercado publico este artículo ensayístico del anarquista argentino ya por algunos conocido, Horacio Langlois, el lector estimará si su argumento es racional y se ajusta a la realidad de la socio-economía. Invito a leerlo por entero antes de dar opiniones adelantadas.
Críticas económicas al comunismo libertario
por Horacio Langlois
La corriente anarcocomunista lleva alrededor de un siglo imponiéndose como la más representativa del Anarquismo en general, al punto tal que se los considera sinónimos. No sólo eso, sino que se arroga el derecho de establecer qué postura puede o no considerarse “anarquista”. No discutiremos este último punto aquí, simplemente nos limitaremos a demostrar que el Anarcocomunismo, como teoría económica, es altamente inconsistente, fruto de la ignorancia y de una excesiva fe en la solidaridad humana; y como organización práctica, sólo llevaría a una economía de subsistencia y a una mala asignación de los recursos productivos.
El sistema económico al que nos referiremos será al comunista libertario, aquél sistema de planificación descentralizada y producción libre trazado en sus inicios por el príncipe Piotr Kropotkin, y más tarde por los anarcocomunistas italianos. Kropotkin revisaría la doctrina anarcocolectivista de Mijaíl Bakunin por considerar que la retribución según el trabajo y el salario no conducirían a la sociedad libre, sino que generarían nuevas formas de autoritarismo. La obra más importante donde describe sus ideas de organización es La conquista del pan, publicado en 1892, editado por el francés Eliseé Reclus.
La economía descrita por el Comunismo Libertario implicaría una supresión total de la propiedad privada, del dinero, del salario y del intercambio individual. Los trabajadores se asociarán libremente y producirán según las necesidades de la comunidad, entregando los bienes producidos a algún tipo de “almacén” distribuidor. La economía sería planificada comunitariamente en asamblea, determinando qué, cómo y cuánto es lo que se necesita producir. Sólo la comuna podrá intercambiar los excedentes de su producción con otras comunas, o, según otros esquemas, no habrá comercio entre ellas sino transferencias de bienes según las necesidades de cada una, ya que las comunas se encontrarían unidas en federación.
Este esquema clásico de economía anarcocomunista, según sus defensores, conduciría a la abundancia general, a la distribución justa según las necesidades de cada uno, permitiría a los trabajadores tener menos horas de trabajo y más tiempo de ocio “para desarrollar plenamente todas sus capacidades humanas”, además de librarlos de la alienación del salario y de la corrupción de la propiedad privada. El Comunismo Libertario es, de esto ser cierto, es pasaje que nos transportaría al paraíso terrenal. En las esperanzadoras palabras de Reclus:
El concepto es sencillo y, al parecer, de fácil aplicabilidad. Sin embargo, el único sistema económico que ha permitido llevarlo a cabo hasta ahora es el mercado, donde el “común denominador” es el dinero. El dinero permite expresar las facetas cualitativas de los medios de producción en precios —entendidos como el conjunto de valoraciones subjetivas de los individuos—, es decir, en unidades contables. La aparición del dinero en la economía ha permitido a los individuos llevar a cabo el cálculo económico, llevando a una asignación de recursos más eficiente y a procesos productivos más complejos, fenómenos característicos de la división del trabajo.
Mises no se limitó al desarrollo de este concepto simplemente, sino que lo aplicó a un sistema donde el dinero y, por ende, los precios, eran suprimidos, concluyendo que tal economía conduciría al derroche, la mala asignación de recursos, la ineficiencia y el estancamiento generalizados, etc. Lamentablemente, sólo dirigió esta crítica a una economía socialista de Estado o de planificación central, sin dedicar mayor atención a otros tipos de economía sin dinero ni precios de mercado, como puede ser la economía anarcocomunista.
Ahora bien, se supone que en una economía de mercado, si los bienes se hayan sujetos a las valoraciones individuales, es porque son escasos en relación a las necesidades de las personas. Es por ello que son susceptibles de ser apropiados y economizados, para administrarlos más eficientemente, y es por ello que reciben la denominación de bienes económicos. Básicamente, todos los bienes producidos por el hombre y buena parte de los naturales —a excepción de, por ejemplo, el agua o el aire— son escasos.
El Comunismo Libertario cree poder invertir esta relación: que todos los bienes producidos pasarán a ser abundantes en relación a las necesidades humanas, es decir, no económicos. Sin embargo, las necesidades humanas son necesariamente infinitas, aunque puedan ser satisfechas momentáneamente, por lo que cualquier intento de “inventariarlas” para calcular cuánto ha de producirse y en qué punto los bienes producidos dejan de ser económicos conducirá al fracaso, o a una clasificación o cálculos arbitrarios. Si esto no fuera así, la economización humana, que se ha llevado a cabo desde el momento mismo en que el hombre dio sus primeros pasos para asegurarse su subsistencia, ha sido un absurdo y un trabajo innecesario. Si tenemos esto en cuenta, sabremos que es imposible llevar a cabo algún día la táctica de “tomar del montón”.
Mucho más complejo es llevar a cabo la economización sobre los factores de producción. Las necesidades de estos bienes, en terminología mengeriana, “de órdenes superiores”, se halla sujeta a la necesidad que exista de bienes de consumo directo. Si los últimos son escasos, y por ende, objetos de economía, mucho más lo serán los bienes de órdenes superiores; si es imposible determinar las necesidades de bienes de consumo directo dado que son infinitas, aún más lo serán los bienes de producción. Desde el comienzo la idea de una “superabundancia” de bienes que plantean los anarcocomunistas es una contradicción económica.
Hemos dicho más arriba, que para una asignación eficiente de los recursos productivos, es necesario poder economizarlos mediante una unidad común de cálculo, una medida de eficiencia. En la economía de mercado es el dinero. Mediante las unidades monetarias, los individuos pueden calcular cuánto gastan y cuánto ganan, no sólo cuantitativa sino cualitativamente [3], y comparar estos cálculos con los de otros competidores, para saber si están produciendo tan eficientemente como ellos. Esto lleva a una mejor economización de los medios de producción y de todos los bienes en general.
En una economía anarcocomunista, no existe una medida de eficiencia o una unidad común de cálculo que nos ayude a calcular pérdidas y ganancias, ya que la propiedad privada ha sido abolida, al igual que los intercambios, y, por ende, el dinero. De modo que no existe forma de saber si las distintas unidades productivas están actuando económicamente o no. Podría aducirse que tienen punto de comparación en las unidades productivas de otras comunas, pero no hay forma de calcular qué tan eficientemente producen en comparación con ellas. Esto se debe a que es imposible calcular económicamente en especie, no es posible restar o sumar cantidades heterogéneas. La unidad productiva no puede saber si está produciendo pérdidas o ganancias si lo que maneja son bienes totalmente diferentes entre sí. ¿Cómo puede saber si hay pérdidas si lo que se suma o resta son 3X, 2Y, 5Z, etc.?
Los cálculos en dinero tampoco pueden ser reemplazados por unidades de trabajo sin obtener resultados erróneos. En principio, tales unidades de trabajo excluyen de la economización todos los recursos naturales, es decir, irreproducibles. En segundo lugar, y esto es lo más importante, no existe una unidad homogénea de trabajo. Como nos dice el economista Jesús Huerta de Soto, “no existe un ‘factor trabajo’, sino innumerables tipos, categorías y clases distintas de trabajo que, en ausencia del denominador común que constituyen los precios monetarios establecidos en el mercado para cada tipo de trabajo, no pueden ser sumadas o restadas dado su carácter esencialmente heterogéneo” [4]. Los intentos de los marxistas de clasificar el “trabajo socialmente necesario” en horas de trabajo, conducen a contradicciones absurdas: la idea de que las horas de trabajo “concentrado” de un ingeniero equivalen a una mayor cantidad de horas de trabajo “simple” de un obrero industrial tiene tanto sentido como la idea de que un ciervo equivale a diez conejos y resulta vano buscar alguna prueba empírica que valide tal tesis.
El Comunismo Libertario conduciría necesariamente a una economía de mera subsistencia, en donde los individuos se hallan perdidos, sin saber cuánto producir, ni cómo producir. Lo único que los guiaría sería la necesidad de bienes, y la producción se encaminaría a cubrir intuitiva e ineficientemente esta necesidad. En este contexto, sería imposible que los trabajadores puedan “desarrollar plenamente todas sus capacidades humanas”. El precio de la destrucción de la propiedad privada sobre los medios de producción es la economía de subsistencia.
Notas
[1] Eliseé Reclus, Evolución, revolución y anarquismo, 1897.
[2] Ludwig von Mises, El cálculo económico en el sistema socialista, 1920.
[3] Este último concepto puede ser difícil de entender. Sabemos que el aspecto conmensurable de un objeto no es lo mismo que su aspecto cualitativo. Podemos calcular cuántas unidades de algo poseemos, pero la única forma de calcular la cualidad de satisfacer necesidades o de reportar utilidad de algo es mediante las valoraciones individuales. Para saber si un bien es más eficiente que otro, sólo podemos valorarlos y graduarlos según su utilidad. En el mercado, los bienes son valorados por todos los individuos a la vez, utilizando como referencia las unidades dinerarias, lo que termina asignándole un precio. De esta forma, sabremos si estamos actuando económicamente si adquirimos bienes más baratos que reporten mayor utilidad.
[4] Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, 1992.
[5] Ludwig von Mises, Ibíd.
Críticas económicas al comunismo libertario
por Horacio Langlois
La corriente anarcocomunista lleva alrededor de un siglo imponiéndose como la más representativa del Anarquismo en general, al punto tal que se los considera sinónimos. No sólo eso, sino que se arroga el derecho de establecer qué postura puede o no considerarse “anarquista”. No discutiremos este último punto aquí, simplemente nos limitaremos a demostrar que el Anarcocomunismo, como teoría económica, es altamente inconsistente, fruto de la ignorancia y de una excesiva fe en la solidaridad humana; y como organización práctica, sólo llevaría a una economía de subsistencia y a una mala asignación de los recursos productivos.
El sistema económico al que nos referiremos será al comunista libertario, aquél sistema de planificación descentralizada y producción libre trazado en sus inicios por el príncipe Piotr Kropotkin, y más tarde por los anarcocomunistas italianos. Kropotkin revisaría la doctrina anarcocolectivista de Mijaíl Bakunin por considerar que la retribución según el trabajo y el salario no conducirían a la sociedad libre, sino que generarían nuevas formas de autoritarismo. La obra más importante donde describe sus ideas de organización es La conquista del pan, publicado en 1892, editado por el francés Eliseé Reclus.
La economía descrita por el Comunismo Libertario implicaría una supresión total de la propiedad privada, del dinero, del salario y del intercambio individual. Los trabajadores se asociarán libremente y producirán según las necesidades de la comunidad, entregando los bienes producidos a algún tipo de “almacén” distribuidor. La economía sería planificada comunitariamente en asamblea, determinando qué, cómo y cuánto es lo que se necesita producir. Sólo la comuna podrá intercambiar los excedentes de su producción con otras comunas, o, según otros esquemas, no habrá comercio entre ellas sino transferencias de bienes según las necesidades de cada una, ya que las comunas se encontrarían unidas en federación.
Este esquema clásico de economía anarcocomunista, según sus defensores, conduciría a la abundancia general, a la distribución justa según las necesidades de cada uno, permitiría a los trabajadores tener menos horas de trabajo y más tiempo de ocio “para desarrollar plenamente todas sus capacidades humanas”, además de librarlos de la alienación del salario y de la corrupción de la propiedad privada. El Comunismo Libertario es, de esto ser cierto, es pasaje que nos transportaría al paraíso terrenal. En las esperanzadoras palabras de Reclus:
Aquí demostraremos que la increíble fe de Reclus en la producción comunitaria se encuentra infundada y que responde a una doctrina de organización económica que deja de lado todo tipo de análisis económico, poniendo en su lugar la utopía. Ludwig von Mises nos explica que un sistema económico, para ser eficiente, debe permitir a los agentes económicos poder discernir cuales son los procesos productivos que llevan a una mejor asignación de recursos. Es decir, una economía será eficiente en tanto mejor aproveche los recursos disponibles para la producción y no los derroche en proyectos antieconómicos o que producen pérdidas cualitativas. Para ello, se precisa un “común denominador”, que permita a los individuos llevar a cabo el cálculo económico. Así podrán calcularse las pérdidas y las ganancias, y las unidades de producción comparar los procesos productivos y deducir cuales serán los más eficientes. De lo que se deduce que, de no permitirse el cálculo económico, no podría asignarse óptimamente los recursos disponibles, lo cual conduciría a una economía de mera subsistencia.La Tierra es suficientemente vasta para abrigarnos a todos en su seno y bastante rica para dar la vida en la abundancia; produce mieses suficientes para que todos tengamos qué comer, plantas fibrosas para que podamos ir vestidos todos los humanos, y piedra y cal abundantes para que cada cual tenga su casa. Tal es el hecho económico en toda su simplicidad. No sólo que la tierra produce lo suficiente para vivir cuantos la habitan, sino que puede doblar el consumo de éstos. [1]
El concepto es sencillo y, al parecer, de fácil aplicabilidad. Sin embargo, el único sistema económico que ha permitido llevarlo a cabo hasta ahora es el mercado, donde el “común denominador” es el dinero. El dinero permite expresar las facetas cualitativas de los medios de producción en precios —entendidos como el conjunto de valoraciones subjetivas de los individuos—, es decir, en unidades contables. La aparición del dinero en la economía ha permitido a los individuos llevar a cabo el cálculo económico, llevando a una asignación de recursos más eficiente y a procesos productivos más complejos, fenómenos característicos de la división del trabajo.
A grandes rasgos, podríamos decir que el mercado posee todos los requisitos para poder llevar a cabo el cálculo económico: (1) la propiedad privada de los medios de producción, (2) el que dicha propiedad se encuentre disponible para los intercambios, y (3) la utilización del dinero; lo que permite que las valoraciones que los individuos hacen de los medios de producción se vean reflejadas en precios monetarios.En una economía de intercambio, el valor objetivo de intercambio de los bienes de consumo pasa a ser la unidad de cálculo. Esto encierra tres ventajas. En primer lugar, podemos tomar como base del cálculo la evaluación de todos los individuos que participan en el comercio. […] En segundo lugar, los cálculos de esta índole proporcionan control sobre el uso apropiado de los medios de producción. Permiten a aquellos que desean calcular el costo de complicados procesos de producción, distinguir inmediatamente si están trabajando tan económicamente como otros. Si a los precios del mercado no logran sacar ganancias del proceso, queda demostrado que los otros son más capaces de sacar provecho de los bienes instrumentales a que nos referimos. Finalmente, los cálculos basados sobre valores de intercambio nos permiten reducir los valores a una unidad común. […] En una economía de dinero, el dinero es el bien elegido. [2]
Mises no se limitó al desarrollo de este concepto simplemente, sino que lo aplicó a un sistema donde el dinero y, por ende, los precios, eran suprimidos, concluyendo que tal economía conduciría al derroche, la mala asignación de recursos, la ineficiencia y el estancamiento generalizados, etc. Lamentablemente, sólo dirigió esta crítica a una economía socialista de Estado o de planificación central, sin dedicar mayor atención a otros tipos de economía sin dinero ni precios de mercado, como puede ser la economía anarcocomunista.
Ahora bien, se supone que en una economía de mercado, si los bienes se hayan sujetos a las valoraciones individuales, es porque son escasos en relación a las necesidades de las personas. Es por ello que son susceptibles de ser apropiados y economizados, para administrarlos más eficientemente, y es por ello que reciben la denominación de bienes económicos. Básicamente, todos los bienes producidos por el hombre y buena parte de los naturales —a excepción de, por ejemplo, el agua o el aire— son escasos.
El Comunismo Libertario cree poder invertir esta relación: que todos los bienes producidos pasarán a ser abundantes en relación a las necesidades humanas, es decir, no económicos. Sin embargo, las necesidades humanas son necesariamente infinitas, aunque puedan ser satisfechas momentáneamente, por lo que cualquier intento de “inventariarlas” para calcular cuánto ha de producirse y en qué punto los bienes producidos dejan de ser económicos conducirá al fracaso, o a una clasificación o cálculos arbitrarios. Si esto no fuera así, la economización humana, que se ha llevado a cabo desde el momento mismo en que el hombre dio sus primeros pasos para asegurarse su subsistencia, ha sido un absurdo y un trabajo innecesario. Si tenemos esto en cuenta, sabremos que es imposible llevar a cabo algún día la táctica de “tomar del montón”.
Mucho más complejo es llevar a cabo la economización sobre los factores de producción. Las necesidades de estos bienes, en terminología mengeriana, “de órdenes superiores”, se halla sujeta a la necesidad que exista de bienes de consumo directo. Si los últimos son escasos, y por ende, objetos de economía, mucho más lo serán los bienes de órdenes superiores; si es imposible determinar las necesidades de bienes de consumo directo dado que son infinitas, aún más lo serán los bienes de producción. Desde el comienzo la idea de una “superabundancia” de bienes que plantean los anarcocomunistas es una contradicción económica.
Hemos dicho más arriba, que para una asignación eficiente de los recursos productivos, es necesario poder economizarlos mediante una unidad común de cálculo, una medida de eficiencia. En la economía de mercado es el dinero. Mediante las unidades monetarias, los individuos pueden calcular cuánto gastan y cuánto ganan, no sólo cuantitativa sino cualitativamente [3], y comparar estos cálculos con los de otros competidores, para saber si están produciendo tan eficientemente como ellos. Esto lleva a una mejor economización de los medios de producción y de todos los bienes en general.
En una economía anarcocomunista, no existe una medida de eficiencia o una unidad común de cálculo que nos ayude a calcular pérdidas y ganancias, ya que la propiedad privada ha sido abolida, al igual que los intercambios, y, por ende, el dinero. De modo que no existe forma de saber si las distintas unidades productivas están actuando económicamente o no. Podría aducirse que tienen punto de comparación en las unidades productivas de otras comunas, pero no hay forma de calcular qué tan eficientemente producen en comparación con ellas. Esto se debe a que es imposible calcular económicamente en especie, no es posible restar o sumar cantidades heterogéneas. La unidad productiva no puede saber si está produciendo pérdidas o ganancias si lo que maneja son bienes totalmente diferentes entre sí. ¿Cómo puede saber si hay pérdidas si lo que se suma o resta son 3X, 2Y, 5Z, etc.?
Los cálculos en dinero tampoco pueden ser reemplazados por unidades de trabajo sin obtener resultados erróneos. En principio, tales unidades de trabajo excluyen de la economización todos los recursos naturales, es decir, irreproducibles. En segundo lugar, y esto es lo más importante, no existe una unidad homogénea de trabajo. Como nos dice el economista Jesús Huerta de Soto, “no existe un ‘factor trabajo’, sino innumerables tipos, categorías y clases distintas de trabajo que, en ausencia del denominador común que constituyen los precios monetarios establecidos en el mercado para cada tipo de trabajo, no pueden ser sumadas o restadas dado su carácter esencialmente heterogéneo” [4]. Los intentos de los marxistas de clasificar el “trabajo socialmente necesario” en horas de trabajo, conducen a contradicciones absurdas: la idea de que las horas de trabajo “concentrado” de un ingeniero equivalen a una mayor cantidad de horas de trabajo “simple” de un obrero industrial tiene tanto sentido como la idea de que un ciervo equivale a diez conejos y resulta vano buscar alguna prueba empírica que valide tal tesis.
En definitiva, es imposible concebir una unidad común de cálculo basada en trabajo. El dinero sigue siendo la única conocida y la más eficiente. Los efectos de un sistema que imposibilita el cálculo económico son una mala asignación de recursos, una producción ineficiente, superproducción en unas áreas y subproducción en otras, derroche, en fin, todo lo necesario como para desperdiciar los grandes avances técnicos y los complejos procesos productivos que el Capitalismo ha engendrado.Supongamos que el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir dos bienes P y Q es de diez horas, y que la producción de la unidad P y Q exige el material A, una unidad del cual requiere una hora de trabajo socialmente necesario, y que la producción de P involucra dos unidades de A y ocho horas de trabajo, y la de Q una unidad de A y nueve horas de trabajo. En el cálculo basado en tiempo de trabajo, P y Q son equivalentes, pero en el cálculo basado en el valor, P debería ser más valioso que Q. [5]
El Comunismo Libertario conduciría necesariamente a una economía de mera subsistencia, en donde los individuos se hallan perdidos, sin saber cuánto producir, ni cómo producir. Lo único que los guiaría sería la necesidad de bienes, y la producción se encaminaría a cubrir intuitiva e ineficientemente esta necesidad. En este contexto, sería imposible que los trabajadores puedan “desarrollar plenamente todas sus capacidades humanas”. El precio de la destrucción de la propiedad privada sobre los medios de producción es la economía de subsistencia.
Notas
[1] Eliseé Reclus, Evolución, revolución y anarquismo, 1897.
[2] Ludwig von Mises, El cálculo económico en el sistema socialista, 1920.
[3] Este último concepto puede ser difícil de entender. Sabemos que el aspecto conmensurable de un objeto no es lo mismo que su aspecto cualitativo. Podemos calcular cuántas unidades de algo poseemos, pero la única forma de calcular la cualidad de satisfacer necesidades o de reportar utilidad de algo es mediante las valoraciones individuales. Para saber si un bien es más eficiente que otro, sólo podemos valorarlos y graduarlos según su utilidad. En el mercado, los bienes son valorados por todos los individuos a la vez, utilizando como referencia las unidades dinerarias, lo que termina asignándole un precio. De esta forma, sabremos si estamos actuando económicamente si adquirimos bienes más baratos que reporten mayor utilidad.
[4] Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, 1992.
[5] Ludwig von Mises, Ibíd.