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La parte del joven majo:Jueves 27 de marzo, doce y media de la mañana. Varios miles de estudiantes se desgañitan en la calle Atocha de Madrid. “¡El dinero del banquero, para el instituto obrero!”. “¡Lo llaman democracia y no lo es, es una dictadura, eso es...!”. Sobre sus cabezas, en el nubloso cielo de la recién estrenada primavera, el helicóptero de la policía les vigila. El zumbido de sus alas se escucha con fuerza. “¡Menos policía, más educación!”, gritan ellos. Algunos llevan consigo la esterilla que han usado para dormir en el suelo de la facultad, donde se han encerrado esa noche pasada. Como Mayte, de 21 años, que estudia cuarto de Arqueología y viene de pasar la noche en la facultad de Historia de la Universidad Complutense. Dice que eran unos 80. Que ella está esperando con angustia su beca, porque es de Jaén y vivir en Madrid es muy caro. “No puedes trabajar para ayudar en casa, hace unos años sí, pero ahora no encuentro trabajo”, se queja. La manifestación avanza. “¡Obreros estudiantes, unidos adelante!”, corean. La semana pasada ha sido de encierros, barricadas y marchas. Ha habido decenas de detenidos. La policía ha vuelto a los campus, en una imagen que recuerda a épocas pasadas. Los estudiantes, parece, han empezado a despertar de la apatía. Lo gritan las jóvenes gargantas en la calle Atocha: “¡Si no hay solución, habrá revolución!”.
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En las facultades madrileñas hay asambleas todas las semanas. Las impulsa una organización nacida al calor del 15-M, Tomalafacultad, porque muchos de los que despertaron en el 15-M eran estudiantes. Los indignados, al fin y al cabo, eran en su mayoría jóvenes, y no han parado de moverse. Como Arturo, alumno de 22 años de tercer curso de Física y miembro del movimiento asambleario, que dice que desde los 18 años participa en todo lo que puede. “No tanto por una cuestión económica como por una conciencia social por los problemas que hay a mi alrededor”. Él forma parte también de un colectivo anarquista. “La gente cada vez está más movilizada”, asegura. “Lo notamos en los que llegan a primer curso”. Cuando se le pregunta si su protesta va a ir a más, lo tiene claro. La situación social y la “presencia policial masiva”, dice, crean un clima inestable: “No nos queda otra o la universidad acabará como una escuela de élites. Con cualquier chispa esto va a prender como un campo de cebada”.