Relatos de Slawomir Mrozek

El arte de combate, como elemento de comunicación social y crítica radical.
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Joreg
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Relatos de Slawomir Mrozek

Mensaje por Joreg » 09 Ago 2014, 20:50

(Extraído de La Mosca, publicado en 2005).

Revolución Bis.

Nowosadecki, Majer y yo fuimos a uno de nuestros restaurantes de siempre. —Mira, han cambiado de nombre —observó Majer.
Ciertamente, en vez de llamarse Del Ejecutivo Central, se llamaba ahora Arco iris
Hawaiano.
—Es por la reprivatización —explicó Nowosadecki—. El negocio ya no es propiedad
del Estado, sino de un particular.
Entramos y nos sentamos en la mesa.
—¿Qué desean los señores? —preguntó un camarero, que no nos reconoció, como
nosotros tampoco a él. Además del nombre, habían cambiado de personal.
—Lo de siempre, medio litro por cabeza, lo que hace un total de litro y medio. —Naturalmente, medio litro. Pero ¿de qué?
—Si está bromeando, yo ya me he reído lo mío —contestó Majer—, así que ahora
póngase a servir.
—Tenemos Chivas Regal, Johnny Walker, Black Label, Bushmills, Cutty Sark,
Ballantines, Grouse, Bordeaux, Bourgogne, Beaujolais, Champagne...
—¿No hay vodka puro? —le interrumpió Majer, que no conocía lenguas extranjeras. —Desde luego: Smirnoff Vodka, Don Kozaken Vodka, Crystal Vodka, Colossal Vodka
y Capital Vodka.
—¿Y vodka normal no hay?
—Normal del todo, desgraciadamente, no.
—¿Qué tal Don Kozaken? —propuso Nowosadecki. Al menos resulta familiar.
Pero resultó que Don Kozaken superaba también nuestras posibilidades económicas,
así que abandonamos el Arco iris Hawaiano.
—Siento el yugo del capitalismo oprimiéndome —dijo Majer una vez en la calle. —Yo también —estuvo de acuerdo Nowosadecki—. Tenemos que levantar el socialismo de nuevo.
Nos pusimos manos a la obra. Nowosadecki se agenció la maquinaria; Majer, la materia prima, y yo encontré el local, es decir, el sótano. Y es que destilar aguardiente casero se penaliza con severos castigos, así que, como buenos revolucionarios, tenemos que trabajar en el subsuelo.
Lo que se gana en velocidad, se pierde en potencia. Lo que se gana en potencia, se pierde en velocidad.

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Joreg
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Re: Relatos de Slawomir Mrozek

Mensaje por Joreg » 09 Ago 2014, 20:53

Slawomir Mrozek, os dejo uno de sus relatos, ambientado en la Polonia socialista de después de la II Guerra Mundial. Slawomir fue parte del POUP (comunistas polacos), hasta que desertó a Occidente en los años sesenta.

El monumento al soldado desconocido

Hay en nuestra ciudad un monumento al soldado desconocido, erigido en memoria de los combatientes que cayeron bajo el plomo de la tiranía, durante la revolución de 1905. La gente de la localidad levantó un modesto túmulo, sobre el que medio siglo más tarde se construyó un pedestal de mármol con la inscripción: “Gloria eterna”. Sobre el pedestal se colocó la estatua de un joven en el acto de romper las cadenas. La ceremonia de 1955 fue memorable. Muchos oradores, muchas flores, muchísimas coronas.

Algún tiempo después, ocho alumnos del liceo local decidieron rendir un homenaje al revolucionario. El maestro de historia los había logrado conmover de tal modo en el transcurso de una lección, que decidieron hacer una colecta y comprar una corona de flores. Luego formaron un pequeño cortejo y se dirigieron al monumento.

Apenas habían doblado la primera esquina, cuando encontraron a un hombrecillo enfundado en un abrigo azul. Este los observó durante unos momentos y luego se decidió a seguirlos a cierta distancia. Atravesaron la plaza vieja. La gente no reparaba en ellos. Un cortejo, como bien se sabe, es algo habitual. En la plaza vieja no habita nadie, hay pocos edificios. Sólo la iglesia de San Juan, un viejo caserón adaptado para oficinas y un museo.

Cuando se detuvieron frente al monumento, el hombre del abrigo azul se les acercó rápidamente y les dijo:

–¡Salud! ¡Una pequeña ceremonia conmemorativa, por lo que veo! ¡Magnífico! Pero con tanto quehacer he olvidado el aniversario que hoy se celebra...
–No se trata de ningún aniversario –respondió uno de los alumnos–. Hemos venido así nada más, sin que se trate de una ocasión especial.
–¿Qué significa eso de “así nada más”? –preguntó el desconocido, irguiendo la cabeza y frunciendo nerviosamente la nariz–. ¿Qué significa “así nada más”?
–Conmemoramos al revolucionario caído en la lucha por la liberación de la clase obrera. –¡Ah! Ya comprendo. ¿Pertenecen ustedes a la célula del barrio?
–No, venimos de la escuela.
–No entiendo. ¿Es decir, que ninguno es miembro de la célula?
–No.
El hombre se quedó pensativo durante unos minutos.
–¿Se trata, pues, de una disposición del director?
–No; estamos aquí por iniciativa propia.
El desconocido no dijo nada, y partió. Los jóvenes estaban colocando la corona, cuando uno de ellos exclamó:
–Aquí viene de nuevo.
Y en efecto, volvió a aparecer el hombre del abrigo azul, se detuvo a unos metros y preguntó:
–¿Quizás se trata del mes para un “Mejor Conocimiento de los Revolucionarios Desconocidos”?
–¡No! –gritaron a coro–. Es una iniciativa personal.
El hombre volvió a partir. Colocada la corona, los jóvenes se disponían a regresar a sus casas cuando lo vieron una vez más, ahora acompañado de un policía.
–Sus documentos, por favor –dijo el policía, dirigiéndose a los estudiantes.
Le extendieron las credenciales. El policía las examinó y dijo:
–Todo en orden. Gracias.
–¿Cómo que todo en orden? –exclamó el hombre del abrigo azul, y preguntó a los alumnos–: ¿quién les ordenó colocar la corona?
–Nadie.
–¡Ajá! ¿Así que lo admiten? –gritó–. ¿Admiten que para organizar esta ceremonia en honor del Revolucionario Desconocido no los ha movilizado ni el director del liceo, ni la Dirección de la Juventud Socialista, ni el Comité del Barrio, ni el de la ciudad, ni el provincial?
–Sí, señor.
–¿Admiten que esta ceremonia no estaba prevista por la Unión de Mujeres ni por la Sociedad de Amigos de 1905?
–No, no lo estaba.
–¿Qué no se trata de un aniversario, ni de un mes dedicado a celebrar alguna cosa?
–Así es.
–¿Que no poseen una circular del partido? ¿Que todo lo han hecho por su propia iniciativa?
–Por nuestra propia iniciativa.
El hombre se enjugó el sudor de la frente.
–Sargento –dijo–, usted sabe quién soy yo; le ordeno, pues, retirar inmediatamente esa corona, y ustedes, ¡circulen!

Los jóvenes se retiraron en silencio, seguidos por el policía, con la corona a la espalda. Frente al monumento permanecía sólo el agente del abrigo azul... Escudriñaba la estatua con ojos suspicaces y miraba cautelosamente a su rededor.

Comenzó a llover. Pequeñas gotas cayeron sobre el abrigo azul y sobre la capa de mármol del revolucionario. La atmósfera se volvió obscura y tétrica. Las gotas resbalaban lentamente por el rostro de la estatua, se detenían en las orejas de piedra, brillaban en las pupilas de granito.

Y allí estaban, uno frente al otro, el monumento y el hombre del abrigo azul.
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Re: Relatos de Slawomir Mrozek

Mensaje por Joreg » 09 Ago 2014, 20:54

El elefante


El director del Jardín Zoológico ha demostrado ser un advenedizo. Consideraba a sus animales simplemente como peldaños en la escalera de su propia carrera. Era indiferente a la importancia educativa de su establecimiento. En su Zoo la jirafa tenía un cuello corto, el tejón no tenía madriguera y los silbadores, habiendo perdido todo interés, silbaban rara vez y con cierta reluctancia. Estos fallos no deberían haber sido permitidos, especialmente dado que el Zoo era visitado a menudo por grupos de escolares.

El Zoo estaba situado en una ciudad provinciana, y le faltaban algunos de los animales más importantes, entre ellos el elefante. Tres mil conejos eran un pobre substituto para el noble gigante. Sin embargo, a medida que nuestro país se desarrollaba, iban siendo colmados los huecos en forma bien planificada. Con ocasión del aniversario de la liberación, el 22 de julio, se le notificó al Zoo que finalmente se le había asignado un elefante. Todo el personal, devoto de su trabajo, se alegró ante esta noticia, y por consiguiente fue muy grande la sorpresa cuando se enteraron de que el director había enviado una carta a Varsovia, renunciando a la asignación y presentando un plan para obtener un elefante por medios más económicos.

«Yo, y todo el personal», había escrito, «nos damos cuenta de la pesada carga que cae sobre los hombros de los mineros y los obreros metalúrgicos polacos a causa del elefante. Deseosos de reducir costos, sugiero que el elefante mencionado en su comunicado sea reemplazado por uno realizado por nosotros mismos. Podemos construir un elefante de goma, del tamaño correcto, llenarlo de aire y colocarlo tras una cerca. Será cuidadosamente pintado con el color correcto y hasta de cerca resultará indistinguible del verdadero animal. Es bien conocido que el elefante es un animal lento y pesado, y que ni corre ni salta. En el cartel de la cerca podemos indicar que este elefante en particular es especialmente lento y pesado. El dinero ahorrado de esta manera podrá ser dedicado a comprar un avión a reacción o a conservar algún monumento religioso.

»Le ruego humildemente que tenga en cuenta que tanto la idea como su ejecución son mi modesta contribución a la tarea y lucha comunes.
«Quedo, etc.»

Este comunicado debió llegar a algún burócrata sin alma, que contemplaba sus tareas en una forma puramente mecánica, y que no examinó las trascendencia del asunto sino que, siguiendo únicamente las directrices acerca de la reducción de gastos, aceptó el plan del director.

Al tener noticia de la aprobación del Ministerio, el director dio órdenes para que se confeccionara el elefante de goma.
Este iba a ser hinchado de aire por dos empleados que soplarían por extremos opuestos. Para mantener la operación en secreto, el trabajo se realizaría durante la noche, pues los habitantes de la ciudad, habiendo oído que iba a llegar un elefante al Zoo, estaban ansiosos por verlo. El director insistió en dar prisas, además, porque esperaba un premio, si su idea resultaba ser un éxito.
Los dos empleados se encerraron en un cobertizo que habitualmente albergaba un taller, y comenzaron a soplar. Tras dos horas de duros esfuerzos, descubrieron que la piel de goma apenas se había alzado unos centímetros sobre el suelo y que la masa no se parecía en lo más mínimo a un elefante.

Transcurría la noche. En el exterior, las voces humanas se habían acallado y solo los gritos de los chacales cortaban el silencio. Exhaustos, los empleados dejaron de soplar y se aseguraron de que el aire que ya estaba en el interior del elefante no se escapase. Ya no eran jóvenes y no estaban acostumbrados a este tipo de trabajo.
–Si seguimos a este ritmo –dijo uno de ellos–, no acabaremos antes de la mañana y, ¿qué es lo que le voy a decir a mi señora? Nunca me creerá si le digo que he pasado la noche hinchando un elefante.
–Tienes razón –admitió el segundo empleado–. El hinchar un elefante no es un trabajo que se dé todos los días. Y todo porque nuestro director es un izquierdista.
Siguieron soplando, pero después de otra media hora se sintieron demasiado cansados como para continuar. El bulto en el suelo era mayor, pero aún seguía sin tener la forma de un elefante.
–Cada vez resulta más difícil –dijo el primer empleado.
–Sí, es un trabajo cuesta arriba –convino el segundo–. Descansemos un poco.
Mientras estaban descansando, uno de ellos se fijó en una tubería de gas rematada por una espita. ¿No podrían llenar el elefante con gas? Se lo sugirió a su compañero.
Decidieron intentarlo. Enchufaron el elefante a la cañería de gas, abrieron la espita y, para su alegría, vieron como a los pocos minutos se alzaba un animal de buen tamaño en el cobertizo. Parecía real: el enorme cuerpo, patas como columnas, grandes orejas y la inevitable trompa. Movido por su ambición, el director se había asegurado el tener en su Zoo un elefante verdaderamente grande.
–De primera clase –declaró el empleado que había tenido la idea de usar el gas–. Ahora ya podemos irnos a casa.
Por la mañana, el elefante fue trasladado a un lugar especial, muy céntrico, junto a la jaula de los monos. Colocado frente a una gran roca verdadera, parecía imponente y magnífico. Un gran cartel proclamaba: «Particularmente lento y pesado. Apenas si se mueve.»
Entre los primeros visitantes de aquella mañana se hallaba un grupo de niños de la escuela local. El maestro que los tenía a su cargo planeaba darles una lección acerca del elefante. Detuvo al grupo frente al animal y comenzó:
–El elefante es un mamífero herbívoro. Por medio de su trompa arranca arbolillos y se come sus hojas.
Los niños estaban contemplando al elefante con embelesada admiración. Esperaban que arrancase un arbolillo, pero la bestia permanecía quieta tras la cerca.
–...el elefante es un descendiente directo del ya extinto mamut. Por consiguiente, no es sorprendente que sea el más grandes de los animales terrestres hoy vivos.
Los alumnos más conscientes estaban tomando notas.
–...solo la ballena es más pesada que el elefante, pero la ballena vive en el mar. Podemos decir, con toda seguridad, que en tierra firme el elefante reina supremo.
Una suave brisa movió las ramas de los árboles del Zoo.
–...el peso de un elefante adulto es de tres y media a cinco toneladas.

En aquel momento, el elefante se estremeció y se alzó en el aire. Por unos segundos flotó a poca altura sobre el suelo, pero una ráfaga de viento lo arrastró hacia arriba hasta que su gigantesca silueta quedó recortada contra el cielo.

Durante un corto espacio de tiempo, la gente pudo ver desde abajo los cuatro círculos de sus patas, su abultada tripa y la trompa, pero pronto, impulsado por el viento, el elefante voló sobre la cerca y desapareció por encima de las copas de los árboles.

Los asombrados monos se quedaron mirando al cielo desde el interior de su jaula.

Hallaron al elefante en el cercano jardín botánico. Había aterrizado sobre un cactus y había pinchado su piel de goma.

Los escolares que habían contemplado la escena en el Zoo pronto comenzaron a descuidar sus estudios y se convirtieron en gamberros. Se dice que beben licores y rompen ventanas. Y ya no creen en los elefantes.
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