La opresión de los niños

La lucha desde dentro y contra la Prisión, reformatorios, centros psiquiátricos, manicomios. Videovigilancia y técnicas de seguimiento y control. Represión contra el movimiento libertario. Situación de l@s menores, represaliad@s, pres@s, excluíd@s...
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Katino
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La opresión de los niños

Mensaje por Katino » 13 May 2014, 17:15

La infancia es una institución, no un hecho. Como hecho, la infancia es un estado que se mueve dentro de unos límites imprecisos. Como institución, va desde el nacimiento hasta una edad fijada por decreto.
Las sociedades modernas han legalizado una discriminación basada en la diferencia de fuerza muscular. Menor significa: más pequeño. Inferior. Los llamados “niños” son un conjunto de seres humanos más débiles en el combate cuerpo a cuerpo, instituido por los de una categoría más pesada, y sometidos a un estatuto y a un tratamiento especiales.

El estatuto es la privación de autonomía
El tratamiento aplicado por la autoridad adulta, a la cual los menores no pueden sustraerse, consiste en eliminar los elementos indeseables, incontrolables, o simplemente superfluos del potencial innato, para conservar y desarrollar sólo los que son útiles para la explotación.
En realidad, se trata de una mutilación. Una mutilación corporal, y no sólo un condicionamiento mental. Las mutilaciones corporales caen bajo el peso de la ley en nuestras sociedades, pero no ésta, que no se presenta como tal. Se llama formación, educación (acorazamiento, adiestramiento, domesticación).
Para estimar aproximadamente lo que ha sido cercenado en un plano corporal, basta con comparar la agudeza de sentidos de un niño de tres años, su permanente vitalidad, la intensidad de sus deseos, su mirada, su capacidad de asombro, su ternura, su ligereza felina e incluso su sueño, con los de un adulto medio. Este es como una lámpara ya apagada. A simple vista puede distinguirse en qué puntos ha sido operado este adulto que ha pasado a ser un modelo de serie. Sus emociones negativas lo dominan; en cuanto a las positivas, prácticamente ha dejado de conocer el gozo. Su facultad de relación ha quedado reducida a la retracción total: ¡el Otro le da miedo! Y todo esto, que no tiene teme perderlo. Los adultos han acabado por creerse que es “natural” derrumbarse hasta este punto, ya que de lo contrario se pegarían un tiro. Pero no lo es: es una profunda que todavía aspiran a transmitirla. Lo muerto arrastra lo vivo.
Todos los niños de nuestras sociedades son mutilados. Solamente cambia la forma. La devastación es universal.
El conjunto de niños es reinterpretado oficialmente por los expertos en niños.
Los movimientos de los niños quedan limitados al interno de este complejo tiempo–espacio controlado. Ninguna movilidad sin autorización hasta por lo menos los 16 años. Irse a pasear se llama fuga, si eres menor de edad.
También los movimientos interiores están igualmente reglamentados: tú no tienes deseos sexuales antes del momento prescrito por les adultos, ni hacia quien tú quieres (sentido obligatorio hacia el sexo opuesto), excepto en casos de permisividad (criticable y más rara).
Siempre están disponibles, y pueden recibir órdenes. Sus actividades pueden ser interrumpidas. Sobre todo si están jugando: el juego equivale a no hacer nada. El juego no es nada serio. El juego sólo es placer, el juego no es Trabajo: ¡si por lo menos estuviera haciendo sus deberes! La vida no está hecha para divertirse, ya lo verás cuando seas mayor. Los adultos condenados al trabajo envidian a quien todavía puede divertirse (lo muerto mata lo vivo). Y de juegos interrumpidos y reinterrrumpidos, de continuas referencias a la “realidad”, la imaginación acaba muriendo (¿quién no recuerda la muerte lenta de su imaginación?)
Estas intervenciones, órdenes, preguntas,... que pueden variar según la condición de los padres, su carácter, su humor, son totalmente arbitrarias.
Estas arbitrarias intervenciones se considerarían “inaceptables” entre “personas”. Y no se discuten cuando se trata de niños. Evidentemente, no se les aplica el mismo baremo.
Se dispone de elles. Sobre elles se desborda el sobrante de ternura, y también el malhumor. En sus primeros años de vida se le ponen adornos, no para elles, sino por muchas y distintas razones. Se les quiere como a objetos, objetos preciosos, objetos tesoros. U objetos tiranos. U objetos molestos. No se trata de una relación de intercambio.
Se les coge de la mano aunque caminen soles y aunque no tengan ganas, se les lleva de visita, a los entierros, a los grandes almacenes, al doctor, a la escuela... qué hacer con elles de otro modo, ya que como todo el mundo sabe no pueden apañárselas soles.
Las decisiones familiares o legales que les conciernen se toman sin contar con ellos, ejemplos: dónde vivir, con quién vivir, en qué ambiente desarrollarse,... cuándo hacemos viajes, como divertirse, cuando comemos, etc.,... y no digamos cuando se imponen cosas porque nuestro criterio nos dice que es lo mejor: la formación académica, la alimentación (omnívora), la vacunación, etc.
“Menosprecio sistemático del criterio del pequeño, por norma, porque la tabla de medir las decisiones que se toman es adultocéntrica” (Christiane Rochefort). Muchas veces ni siquiera se les informa de los acontecimientos familiares importantes (no los entenderían, o los traumatizarían). Las ocupaciones de las personas mayores son más importantes que las de los niños que reclaman su atención (“Ahora no, estoy ocupado”). Los niños molestan.
Los adultos no creen necesario pedir disculpas si cometen una torpeza con sus hijos. Se dirigen a los niños en un registro especial: más imperioso, a menos que, deseando ponerse a su nivel, hablen como si fueran tontos. La razón de los adultos es la mejor, aunque digan tonterías. Naturalmente, se les pierde el respeto. Así como los motivos para respetarlos. Pero el principio permanece. La idea de ser cortés con un niño ni siquiera pasa por la cabeza. El mundo adulto vive ingenuamente, sin pensar en poner nada en cuestión, en la creencia de que hay una importante diferencia entre adultos y niños.

Los niños son definidos por los adultos
Ahora bien, los adultos no conocen a los niños, y no pueden conocerles, ya que sólo los miran cuando están vigilados.
Un observador modifica lo observado. Esta ley es especialmente válida en las ciencias humanas, y en el caso de una relación de poder, la indeterminación puede acercarse al 100%. Esto significa que la observación es imposible.
Sólo se conocen los niños-de-los-adultos, como durante mucho tiempo sólo se conocieron los negros-de-los-blancos.
Para que una observación sobre los niños sea válida, sería preciso que la autoridad desapareciera completamente y no existiera en forma alguna.
Hasta este momento, los niños no pueden ser conocidos por los adultos.
Son únicamente los adultos los que establecen la ciencia de los niños, y dan de ellos, en numerosas obras, las definiciones aceptadas, a las cuales los propios niños deben acomodarse. Sólo los adultos saben lo que son los niños, y lo que es bueno para ellos.
Si los niños no se parecen a la imagen aceptada, es que se equivocan. No se conocen, se desvían, no son “auténticos” niños.
El retrato del niño-de-los-adultos ha llegado a todos los rincones, en imágenes publi-propagandísticas, en palabras, en toda la literatura “para” niños hecha por adultos, en una literatura de iniciación para los niños, y en la mente de casi todo el mundo.
Los niños, vistos a la cegadora luz de la autoridad, son humanos inacabados, tanto física como mentalmente. Torpes, distraídos, atontados, frágiles, dispersos, cambiantes, nada serios, sólo piensan en jugar, incapaces de arreglárselas solos; por tanto, necesitan protección y amos. Siguen siendo unos inmaduros y unos incapaces hasta los 18 años (salvo para cosas como trabajar sin salario o responder de sus fechorías ante la ley), y después, de repente, maduran. Son tiernos, adorables, encantadores, hasta el momento en que intentan escapar al control; entonces se vuelven imposibles. Dado que todavía no piensan, no se les pregunta su opinión, se les escucha a veces para quedar bien con ellos, pero no se les tiene en cuenta. No se les debe tomar en serio, ya que no lo son. Respetar a un niño, no consiste en no ser “indecente” ante él, es respetar la moral de los adultos. Los niños son escamoteados (privados) de la operación respeto.
Estas son sólo algunas indicaciones entre centenares; cada niño y cada antiguo niño pueden completar la lista.
Está tan profundamente gravada la imagen adulta de “lo Niño”, que nadie sabe mirar lo que tiene ante él. Para limpiar los ojos adultos habría que aceptar, poco a poco, la contrapartida de la idea recibida: los niños son más completos, son sólidos, heroicos (¡véase sino todo lo que deben resistir!), hábiles, capaces, serios, profundos, su inteligencia es amplia y ágil, son sutiles e irónicos, saben apañárselas, sobretodo solos, etc. ¿Es realmente esta descripción más falsa que la anterior?
Evidentemente, la falta de confianza en su capacidad impide su desarrollo (“¡No lo toques, lo vas a romper!, Y ¡bang!, Ya está, se ha roto, es lo que te había dicho”), y de este modo queda confirmada la incompetencia a priori.
Naturalmente si se sigue bajo dependencia, se acaba siendo dependiente y con ello se confirma la necesidad de dependencia. Los esclavos tampoco “sabían vivir como seres libres”; antes de serlo.
La [desconsideración] invalida la experiencia, los sentimientos, el pensamiento, hace dudar de uno mismo, y niega la identidad. Se deja de saber quién es uno.
Cómo hay que vivir, cómo hay que ser amado, se interioriza esta definición exterior, esta inexistencia, uno mismo se invalida y se imita la imagen dada como verdadera. Si se es inteligente, se aprende muy rápido a aceptar las ventajas de este juego. Se da a los adultos embobados y gratificantes las respuestas que esperan (sino, de lo contrario, lo consideran afrentas). Se acaba creyendo realmente que salen de une. De esta forma se acaba siendo “niño”. El sueño adulto se convierte en realidad. Con ello los adultos producen la Infancia, “diferente”, de otra naturaleza.
No son los niños les diferentes, son los adultos.
¡Pero esta opresión sólo es transitoria! (Se entiende: por tanto, no es tan terrible).
Es cierto, sólo es una cuarta parte de la vida, frente a las dos terceras partes.
Por desgracia, es en primer lugar la parte más bonita, lo cual no deja de ser lamentable.
Por desgracia y sobre todo, esta cuarta parte por la que todo el mundo pasa, y durante la cual se está a merced de todas las manipulaciones, prepara y permite la continuación, es decir, la sumisión a las demás formas de opresión. Es una parte totalizadora.
Muy pocas veces se cura uno, y nunca del todo.
Sin hablar de los padres que se arrogan ingenuamente y para siempre el “derecho” a intervenir en la vida de sus vástagos culpabilizados ya mayores, y culpabilizados, precisamente, durante esta cuarta parte totalizadora, para que une se acostumbre a la dependencia y bajo una forma interiorizada, como una segunda naturaleza, se eternice en necesidad de padres, jefes, patrones, esposos, expertos, doctores, analistas, gobiernos, instancias supremas,... se eternice hasta la muerte, si es posible. Y en realidad hasta mucho más allá, ya que mientras tanto se habrá transmitido a los que siguen. De manera que en realidad es eterna.
Los niños no tienen ningún derecho, a excepción de los que les han sido otorgados, y que por tanto pueden retirárseles en cualquier momento. Deben obediencia a padres, aliados, amos y si es necesario a cualquier persona (adulta) que se tercie.
Prebendas y castigos dependen del adulto arbitrario, ya que se carece de código (a no ser en caso de asesinato o de daños físicos probados) y no está prevista ninguna reparación por los posibles daños o errores. Y, como corresponde a un régimen de tiranía, el juez es también parte.
Esta opresión específica, inherente al sistema patriarcal, se ha vivido durante mucho tiempo en el aislamiento. Pero, debido a la evolución del capitalismo (explosión demográfica, expansión escolar y de los medios de “comunicación”, acceso de les jóvenes al estatuto de consumidores, etc.), esto cambió, se llamó “crisis de la juventud”, [tal vez, de nuevo, se halla vuelto al aislamiento, aunque en un plano superficial no se aprecie, como la soledad de la gente entre las multitudes].
Los ejecutores del tratamiento reductor [doblegador] son todos los adultos que mantienen con los niños una relación institucional. Entre ellos, los padres ocupan una posición clave: a menos que tengan una percepción clara de la política de la educación, sirven “maquinalmente” los intereses del Poder y, por ello, sea cual sea la idea que tengan al respecto, los padres y los niños entran en una relación antagónica.
-“¡Qué dice, qué horror! ¿Cómo se puede hablar en estos términos de la más pura y natural de las relaciones humanas?”- Son los adultos les que así se expresan, ya les habréis reconocido.
Respuesta a estos grandes sentimentales: hacer creer que la relación padres-hijos está toda ella tejida únicamente por amor mutuo y recíproco, sólo es hipocresía y camuflaje. Si se mantiene oculta la función real, social, de esta relación, hablar solamente del sentimiento de amor es un insulto al amor. El amor sólo puede ganar si se le desembaraza de les usurpadores que utilizan su nombre para conseguir sus propios fines, que además no tienen nada de amorosos. El amor nada tiene que temer al examen, y resultará mucho más hermoso si se lo lava. Solamente les mistificadores temen el análisis. [Tabla del amor patriarcal: tú me lo debes todo = tú me amas; tú no puedes hacer nada sin mí = tú me amas; tú quieres ser amado = tú me amas. Christiane Rochefort]
Y, precisamente, el opresor siente horror a que se le recuerden las bajas realidades materiales, ya que el mismo vuela muy alto en el ideal, donde todo es tan maravilloso. (Aparte de los pequeños detalles que serán objeto de reformas en el momento, justo cuando ya no sea peligroso hacerlas.)
Siempre es igual: sólo el oprimido siente su opresión. El opresor está muy contento en esta situación, no sufre en absoluto, encuentra que todo esto está muy bien, que es justo, normal y bueno para el otro, y “natural”. Además, “oprimido” es una palabra muy fuerte que choca al opresor (otra palabra fuerte); de hecho, se le reconoce por esta reacción, intentadlo, nunca falla.
El otro (el oprimido) no tiene nada que decir, en primer lugar porque no tiene la palabra. Intentar tomarla podría costarle caro, y lo sabe: en un régimen tiránico el tirano puede ser permisivo, no por ello deja de tener el poder absoluto, y aunque conceda la libertad de expresión es prudente no decirle lo que no quiere oír: éste es el motivo por el que vuestros hijos son mudes.
El oprimido no tiene nada que decir, y además, no tiene la palabra, su propia palabra.
El opresor dispone del lenguaje y de las connotaciones, así como de los simbolismos. Bueno, justo, normal, bueno para el otro, NATURAL. Y de este modo debe ser aceptado por todos. Sobre todo por el oprimido. De lo contrario se oyen clamores: naturalmente, es el opresor quien grita: escándalo, sacrilegio, vulgaridad, ridículo, y a usted qué le importa, desnaturalizado, anticuado, asesino. Y como el amplificador de sonido está en su poder, su voz todo lo cubre.
Quien cambia los términos declara la guerra.

Extraído, con pequeñas modificaciones, de la publicación Aula Libre

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