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Salud y el Surgimiento de la Civilizacion (extracto)

Publicado: 13 Sep 2009, 02:42
por Résistance
Salud y el surgimiento de la civilizacion

Mark nathan Cohen

(extracto: pp. 131 a 141)

No hay una evidencia clara de que la evolución de la civilización haya reducido el riesgo de insuficiencia de recursos y hambruna tan eficazmente como nos gusta creer. Episodios de hambrunas ocurren entre los grupos cazadores-recolectores porque los recursos naturales fallan y porque tienen habilidad limitada ya sea para almacenar o para transportar alimento. El riesgo de hambruna es contrarrestado, en parte, por la relativa libertad de los cazadores-recolectores para moverse a su alrededor y encontrar nuevos recursos, pero está claro que con una limitada tecnología de transporte pueden no moverse lo suficientemente rápido como para escapar de fluctuaciones severas en los recursos naturales.

Pero cada una de las estrategias que las poblaciones sedentarias y civilizadas usan para reducir o eliminar las crisis alimentarias generan costos y riesgos así como beneficios. La adición de cultivo a pequeña escala a las economías de forrajeo puede ayudar a reducir el riesgo de hambre estacional, particularmente en entornos llenos de gente y empobrecidos. La manipulación y protección de las especies involucradas en la agricultura puede ayudar a reducir el riesgo de fracaso en las cosechas. El almacenamiento de comida en comunidades sedentarias puede ayudar a proteger a la población contra la escasez estacional o el fracaso de las cosechas. Pero estas ventajas también pueden ser contrarrestadas por la mayor vulnerabilidad que las especies de cultivo domesticadas, a menudo presentan ante las fluctuaciones climáticas u otros peligros naturales, una vulnerabilidad que es exacerbada por la especializada naturaleza o estrecha focalización de muchos sistemas agrícolas. Las ventajas también son contrarrestadas por la pérdida de movilidad que resulta de la agricultura y el almacenamiento, los límites y fallos de los sistemas de almacenamiento, y la vulnerabilidad de las comunidades sedentarias frente a la expropiación política de los recursos almacenados.

Aunque la intensificación de la agricultura incrementó la producción, pudo haber aumentado el riesgo en ambos términos, culturales y naturales, elevando el riesgo de agotamiento de la tierra en las zonas de cultivo centrales, y el fracaso de las cosechas en áreas marginales. Tales inversiones como el riego para mantener o incrementar la productividad, pudieron haber ayudado a proteger el suministro de alimento, pero generaron nuevos riesgos e introdujeron nuevos tipos de inestabilidad al hacer la producción más vulnerable a fuerzas económicas y políticas que pudieran perturbar o dar a torcer el modelo de inversión. De modo similar, la especialización de la producción aumentó la cantidad de productos que podían fabricarse e incrementó la eficiencia de la producción, pero también puso a grandes secciones de la población a merced de inconstantes sistemas de intercambio o igualmente inconstantes derechos políticos y sociales.

El almacenamiento y transporte moderno pueden reducir la vulnerabilidad a crisis naturales, pero incrementan la vulnerabilidad a la perturbación de las bases políticas y económicas de los sistemas de almacenamiento y transporte. Los sistemas de transporte y almacenamiento son de difícil y costoso mantenimiento. Los gobiernos, que tienen poder para mover grandes cantidades de alimento a largas distancias, para compensar las hambrunas y para estimular la inversión en sistemas de almacenamiento y transporte, también pueden y tienen el poder de negar y desviar la inversión. Los mismos mecanismos de mercado que facilitan el rápido movimiento de producción a gran escala potencialmente ayudan a prevenir el hambre, pero también imponen modelos de competición internacional respecto a la producción y consumo , que pueden amenazar de hambre a aquellos individuos que dependen del mercado global para proveerse de alimento, una porción cada vez mayor de la población mundial.

Por lo tanto, no está claro, en teoría, que la civilización mejore la fiabilidad de la dieta individual. Como la información resumida en capítulos anteriores sugiere, ni los registros etnográficos, históricos o arqueológicos, proveen de ninguna clara muestra de un progresivo aumento en la fiabilidad de los suministros de alimento humano con la evolución de la civilización.

Apuntes similares pueden hacerse respecto a la historia natural de las enfermedades infecciosas. La información vista en capítulos previos, sugiere que las poblaciones cazadoras-recolectoras pudieron haber padecido menos infecciones y sufrido niveles más bajos de enfermedades parasitarias, en conjunto, que la mayor parte del resto de poblaciones del mundo, excepto aquellas a las que en el último siglo, los antibióticos han comenzado a ofrecer serias protecciones contra la infección.

Las mayores enfermedades infecciosas experimentadas por grupos de cazadores-recolectores aislados, pudieron probablemente ser de dos tipos: zoonóticas, causadas por organismos cuyos ciclos de vida eran independientes de los hábitos humanos; e infecciones crónicas, transmitidas directamente de persona a persona, cuya transmisión probablemente no se vió restringida por la baja densidad de población.

De las dos categorías las infecciones zoonóticas son indudablemente las más importantes. Probablemente resultaban muy severas o incluso fatales en muy poco tiempo, debido a la pobre adaptación a sus anfitriones humanos. Además, las enfermedades zoonóticas pudieron haber tenido impactos substanciales en pequeñas poblaciones, mediante la eliminación de adultos productivos. Pero por otra parte, su impacto pudo haber sido limitado, ya que no se transmitían de persona a persona.

Mediante la ventaja de la movilidad y la manipulación de cadáveres de animales, los cazadores-recolectores probablemente estuvieron expuestos a una diversidad mayor de infecciones zoonóticas que las poblaciones mas civilizadas. La movilidad también pudo haber expuesto a los cazadores-recolectores al fenómeno de la "diarrea del viajero" en el que las microvariantes locales de cualquier parásito (incluyendo zoonosis) acentuaran a la respuesta inmune del cuerpo.

Las enfermedades crónicas, las cuales pueden propagarse entre pequeños grupos aislados, parecen haber sido relativamente poco importantes, aunque indudablemente fueran un foco de enfermedad que podría ser rápidamente eliminado mediante la medicina del siglo XX. En primer lugar, aquellas enfermedades crónicas parecen haber provocado relativamente poca morbosidad en las poblaciones crónicamente expuestas. Ademas, la evidencia esquelética sugiere que incluso el pian y otras infecciones de bajo grado comunes (periostitis) asociadas a infecciones por organismos ahora comunes en el entorno humano, eran usualmente menos frecuentes y menos severas entre las pequeñas y móviles poblaciones originales, que en grupos más sedentarios y densos. Argumentos similares parecen aplicarse a la tuberculosis y a la lepra, juzgando el registro de esqueletos. Incluso ahora que los epidemiólogos sugieren que la tuberculosis pudo haberse expandido y persistido en pequeños grupos, la evidencia sugiere de forma abrumadora que es principalmente una enfermedad de densas poblaciones urbanas.

De modo similar, las infecciones crónicas intestinales por bacterias, protozoos, y parásitos helmintos, aunque muestren una variación significativa en su incidencia según el entorno natural***, generalmente parecen ser minimizadas por la baja densidad de población y la movilidad. Al menos, el predominio de parásitos específicos y la cantidad de los mismos, o el tamaño de la dosis individual, está minimizado, aunque en algunos entornos la movilidad parece haber aumentado la diversidad de parásitos encontrados. Las observaciones etnográficas sugieren que las cargas parasitarias son a menudo relativamente bajas en bandas móviles y comúnmente se ve incrementada cuando se adopta un modo de vida sedentario. Observaciones similares implican que las infecciones intestinales son normalmente más severas en poblaciones sedentarias. En un caso donde se han realizado análisis comparativos de las momias arqueológicas de diferentes periodos, hay evidencia directa de un incremento en bacteria patógena intestinal con la adopción del sedentarismo. En otro caso, los análisis de las heces han documentado un incremento de parásitos intestinales con la adopción del sedentarismo.

Muchas grandes infecciones transmitidas por vectores, pudieron haber sido menos importantes entre los prehistóricos cazadores-recolectores, que en el mundo moderno. Los hábitos de los vectores de tales enfermedades mayores como la malaria, esquistosomiasis y la plaga bubónica, sugieren que, entre los grupos humanos pequeños sin más medios de transporte que sus pies, estas enfermedades probablemente no pudieron haber causado la cantidad de morbosidad y mortalidad que infligieron a las poblaciones contemporáneas e históricas.

La teoría epidemiológica predice el fracaso de la mayor parte de enfermedades epidémicas a la hora de expandirse en pequeños grupos aislados o en grupos de moderado tamaño tan sólo conectados a pie entre sí. Además, los estudios acerca del suero sanguíneo de grupos contemporáneos aislados, sugieren que, aunque la baja densidad de población y el aislamiento no son una completa garantía contra la transmisión de enfermedades en las inmediaciones, la difusión grupo a grupo es, a lo sumo, accidental e irregular.
El patrón sugiere que los grupos aislados contemporáneos, poseen riesgo de epidemias una vez que dichas enfermedades son padecidas por poblaciones civilizadas, pero parece confirmar las predicciones de que tales enfermedades no podrían haber florecido y heberse expandido, porque seguramente no habrían sido transmitidas, en un mundo habitado enteramente por pequeños grupos aislados en los cuales no habría ninguna fuente civilizada de enfermedades y la difusión de enfermedades sólo podría ocurrir a la velocidad de los pies humanos.

Adicionalmente, la abrumadora evidencia histórica sugiere que las mayores tasas de morbosidad y muerte por infección, están asociadas a la introducción de nuevas enfermedades de una región del mundo a otra por un proceso asociado con el transporte civilizado de bienes a velocidades y distancias que sobrepasan el alcance común de movimiento de los grupos cazadores-recolectores. Las sociedades de pequeña escala mueven a las personas entre los grupos y disfrutan de reagrupación periódica y dispersión, pero no recorren las distancias asociadas con peregrinajes religiosos y campañas militares durante la historia y la modernidad, como tampoco se mueven a la velocidad asociada a las rápidas formas de transporte moderno. El incremento en el transporte de las personas y enfermedades exógenas, parece probable que haya tenido efectos mucho más profundos en la salud que un pequeño problema de "diarrea del viajero" impuesto por el movimiento a pequeña escala de los cazadores-recolectores.

Las poblaciones cazadoras-recolectoras prehistóricas pudieron tener otra ventaja sobre muchos grupos más civilizados. Dada la ampliamente reconocida (y generalmente positiva y sinérgica) asociación de la malnutrición con la enfermedad, la relativamente buena nutrición de los cazadores-recolectores pudo haberlos defendido contra las infecciones que se encontraban.

En cualquier caso, el registro de esqueletos parece sugerir que los episodios de estrés severos que perturbaban el crecimiento de los niños (agudos episodios de infecciones o epidemias y/o episodios de escasez de recursos o hambruna) no decrecieron y si algo hicieron fue hacerse cada vez más comunes con la evolución de la civilización en la prehistoria.

También hay evidencia, principalmente de fuentes etnográficas, de que las poblaciones primitivas sufrían relativamente bajas tasas de muchas enfermedades degenerativas comparadas, al menos, a los países más ricos del mundo moderno, incluso después de las correcciones realizadas en la distribución de diferentes edades dfh*. Las poblaciones primitivas (cazadores-recolectores, agricultores de subsistencia, y todos los demás grupos que no dependen de alimentos refinados modernos) parecen disfrutar de distintas ventajas nutricionales sobre sociedades modernas más ricas, las cuales les protegen de muchas enfermedades que ahora padecemos nosotros. Dietas de grandes cantidades, dietas con relativamente pocas calorías en proporción a otros nutrientes, dietas bajas en grasa (y particularmente bajas en grasas saturadas) y dietas altas en potasio y bajas en sodio, que son comunes a tales grupos, aparentemente, ayudan a protegerlos de una serie de enfermedades degenerativas que afectan a las poblaciones modernas más ricas, a menudo en proporción a su riqueza. La diabetes mellitus parece ser extremadamente rara en los grupos primitivos (ambos, cazadores-recolectores y agricultores) como lo son los problemas circulatorios, incluida la presión arterial alta, enfermedades del corazón, y el derrame cerebral. De modo similar, los trastornos asociados al mal funcionamiento del intestino, como el apendicitis, diverticulosis, hernia de hiato, varices, hemorroides, y cánceres de tipo intestinal son aparentemente raros. Las tasas de muchos otros tipos de cáncer particularmente el cáncer de mama y de pulmón parecen ser bajas en la mayoría de sociedades a pequeña escala, incluso cuando se corrige la baja proporción de adultos mayores estudiados; incluso aquellos cánceres que ahora consideramos enfermedades del mundo subdesarrollado, tales como el linfoma de Burkitt y el cáncer de hígado, pueden haber sido el producto histórico de los cambios del comportamiento humano con respecto al almacenamiento de comida o de la difusión humana de las enfermedades transmitidas por vectores. El registro de esqueletos, a través de la escasez de metástasis en el hueso, sugiere que los cánceres eran comparativamente raros en la prehistoria.
La historia de la esperanza de vida humana es mucho más difícil de describir o resumir con precisión alguna porque la pruebas están muy fragmentadas y hay mucha controversia alrededor de su interpretación. Pero una vez que miramos más allá de las altas expectativas de vida a mediados del siglo veinte en las naciones ricas, los datos existentes, también parecer sugerir un patrón que es a la vez más complejo y menos progresivo de lo que estamos acostumbrados a creer.

Contrariamente a las hipótesis sostenidas, el crecimiento lento de las poblaciones prehistóricas, no implicaba tasas excesivamente altas de mortalidad. La evidencia de baja fertilidad y/o el uso de controles de la natalidad por parte de los grupos de pequeña escala, sugiere (si usamos las tablas de la vida moderna) que las tasas medias de crecimiento de la población, muy cerca de cero, podrían haber sido mantenidas en grupos que sufrían sólo una mortandad históricamente moderada (las cifras de esperanza de vida de 25 a 30 años al nacer del 50-60 por ciento de los infantes que alcanzan la adultez parecen igualarse a aquellas observadas en los ejemplos arqueológicos y etnográficos), que tendrían una fertilidad equilibrada, probablemente por debajo de la media de la de poblaciones sedentarias más modernas.
La aceleración prehistórica del crecimiento de la población tras la adopción del sedentarismo y la agricultura, de no ser un artificio de las reconstrucciones arqueológicas, podría ser explicada mediante un incremento en la fertilidad o un cambio de actitud respecto a los controles de natalidad que parecen acompañar al sedentarismo y la agricultura. Esta explicación encaja con los datos disponibles mucho mejor que cualquier hipótesis de la competencia.

No está claro que la adopción del sedentarismo o la agricultura hubiera incrementado o disminuido la tasa de mortalidad entre infantes o niños. Las ventajas del sedentarismo pueden haber sido contrarrestadas por los riesgos asociados al incremento de infecciones, menor espacio entre los niños, o la sustitución de la leche materna y otros alimentos de destete más nutritivos, por las gachas de almidón. La intensificación de la agricultura y la adopción de modos de vida más civilizados pueden no haber mejorado la probabilidad de sobrevivir a la infancia, hasta hace poco. Las tasas de mortalidad infantil observadas en los grupos más pequeños contemporáneos (o reconstruidas con menor precisión entre los grupos prehistóricos) no habrían avergonzado a la mayoría de países europeos hasta algún momento del siglo XIX, y eran de hecho, superiores a las tasas urbanas de mortalidad infantil a lo largo de la mayor parte del siglo XIX (y gran parte del siglo XX en las ciudades del Tercer Mundo).
No hay pruebas en las muestras arqueológicas que sugieran que la expectativa de vida dfh* incrementara con la adopción de la agricultura o del sedentarismo; hay algún indicio (complicado por los efectos de una probable aceleración del crecimiento de la población en muestras de cementerios) que sugiere que la expectativa de vida dfh pudo realmente, haber disminuido al adoptar la agricultura.
En etapas posteriores de la intensificación de la agricultura y el desarrollo de la civilización, la expectativa de vida dfh a menudo crecía y, frecuentemente, de manera substancial; pero la tendencia a hacerlo fue más desigual de lo que a veces pensamos.
Los restos arqueológicos de las poblaciones de la Edad de Hierro, o incluso de la época Medieval en Europa y en Oriente Próximo o del Periodo de Missisipi en América del Norte, a menudo sugieren que la media de edad dfh al morir a mediados o a finales de los treinta, no era substancialmente diferente de(y muchas veces era menor que) aquellas de las primeras poblaciones visibles en las mismas regiones.
Además, la mejora histórica en la expectativa de vida dfh pudo haber resultado, al menos en parte, del incremento de la mortalidad infantil y de la consecuente "selección" natural de aquellos que entraban en la adultez a medida que las enfermedades epidémicas cambiaron su centro de incidencia de adultos a niños.

Estos datos claramente implican que necesitamos repensar la visión tanto académica como popular del progreso humano y la evolución cultural. Hemos construido nuestra visión de la historia humana exclusivamente a partir de las experiencias de las clases y poblaciones privilegiadas, y hemos asumido con demasiada facilidad una conexión entre los avances tecnológicos y el progreso, respecto a las vidas individuales.

En términos académicos, estos datos a menudo sugieren que los rendimientos cada vez menores respecto a la salud y la nutrición tienden a socavar los modelos de evolución cultural basados en los avances tecnológicos. Añaden peso a las teorías de evolución cultural que hacen énfasis en los límites medioambientales, la presión demográfica, y la competición y la explotación social, en lugar de en el progreso tecnológico o social, como principales instigadores del cambio social. De modo similar, la evidencia arqueológica de que las poblaciones periféricas a menudo sufren salud reducida como consecuencia de su inclusión en unidades políticas mayores, la clara estratificación de clases respecto a la salud en las primeras y modernas civilizaciones, y el fracaso general ya sea de las primeras o modernas civilizaciones, de promover mejoras en la salud, nutrición, u homeostasis económica para amplios sectores de sus poblaciones hasta el pasado mas reciente, refuerzan los modelos de competición y explotación de los orígenes y funciones de los estados civilizados.
En términos populares, creo que debemos revisar substancialmente nuestra tradicional creencia en que la civilización representa el progreso en el bienestar humano o al menos, en que lo hizo para la mayor parte de las personas durante toda la historia previa al siglo XX. Los datos comparativos sencillamente no apoyan esa imagen.

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***En esta frase en concreto existe un fallo en el texto original que impediría su entendimiento de no advertirlo.


Ya esta editado con las correciones.

Re: Salud y el Surgimiento de la Civilizacion (extracto)

Publicado: 13 Sep 2009, 12:38
por Fionn Mac Cumhaill
No hay una evidencia clara de que la evolución de la civilización haya reducido el riesgo de insuficiencia de recursos y hambruna tan eficazmente como nos gusta creer. Episodios de hambrunas ocurren entre los grupos cazadores-recolectores porque los recursos naturales fallan y porque tienen habilidad limitada ya sea para almacenar o para transportar alimento. El riesgo de hambruna es contrarrestado, en parte, por la relativa libertad de los cazadores-recolectores para moverse a su alrededor y encontrar nuevos recursos, pero está claro que con una limitada tecnología de transporte pueden no moverse lo suficientemente rápido como para escapar de fluctuaciones severas en los recursos naturales.

Pero cada una de las estrategias que las poblaciones sedentarias y civilizadas usan para reducir o eliminar las crisis alimentarias generan costos y riesgos así como beneficios. La adición de cultivo a pequeña escala a las economías de forrajeo puede ayudar a reducir el riesgo de hambre estacional, particularmente en entornos llenos de gente y empobrecidos. La manipulación y protección de las especies involucradas en la agricultura puede ayudar a reducir el riesgo de fracaso en las cosechas. El almacenamiento de comida en comunidades sedentarias puede ayudar a proteger a la población contra la escasez estacional o el fracaso de las cosechas. Pero estas ventajas también pueden ser contrarrestadas por la mayor vulnerabilidad que las especies de cultivo domesticadas, a menudo presentan ante las fluctuaciones climáticas u otros peligros naturales, una vulnerabilidad que es exacerbada por la especializada naturaleza o estrecha focalización de muchos sistemas agrícolas. Las ventajas también son contrarrestadas por la pérdida de movilidad que resulta de la agricultura y el almacenamiento, los límites y fallos de los sistemas de almacenamiento, y la vulnerabilidad de las comunidades sedentarias frente a la expropiación política de los recursos almacenados.

Aunque la intensificación de la agricultura incrementó la producción, pudo haber aumentado el riesgo en ambos términos, culturales y naturales, elevando el riesgo de agotamiento de la tierra en las zonas de cultivo centrales, y el fracaso de las cosechas en áreas marginales. Tales inversiones como el riego para mantener o incrementar la productividad, pudieron haber ayudado a proteger el suministro de alimento, pero generaron nuevos riesgos e introdujeron nuevos tipos de inestabilidad al hacer la producción más vulnerable a fuerzas económicas y políticas que pudieran perturbar o dar a torcer el modelo de inversión. De modo similar, la especialización de la producción aumentó la cantidad de productos que podían fabricarse e incrementó la eficiencia de la producción, pero también puso a grandes secciones de la población a merced de inconstantes sistemas de intercambio o igualmente inconstantes derechos políticos y sociales.

El almacenamiento y transporte moderno pueden reducir la vulnerabilidad a crisis naturales, pero incrementan la vulnerabilidad a la perturbación de las bases políticas y económicas de los sistemas de almacenamiento y transporte. Los sistemas de transporte y almacenamiento son de difícil y costoso mantenimiento. Los gobiernos, que tienen poder para mover grandes cantidades de alimento a largas distancias, para compensar las hambrunas y para estimular la inversión en sistemas de almacenamiento y transporte, también pueden y tienen el poder de negar y desviar la inversión. Los mismos mecanismos de mercado que facilitan el rápido movimiento de producción a gran escala potencialmente ayudan a prevenir el hambre, pero también imponen modelos de competición internacional respecto a la producción y consumo , que pueden amenazar de hambre a aquellos individuos que dependen del mercado global para proveerse de alimento, una porción cada vez mayor de la población mundial.

Por lo tanto, no está claro, en teoría, que la civilización mejore la fiabilidad de la dieta individual. Como la información resumida en capítulos anteriores sugiere, ni los registros etnográficos, históricos o arqueológicos, proveen de ninguna clara muestra de un progresivo aumento en la fiabilidad de los suministros de alimento humano con la evolución de la civilización.

Apuntes similares pueden hacerse respecto a la historia natural de las enfermedades infecciosas. La información vista en capítulos previos, sugiere que las poblaciones cazadoras-recolectoras pudieron haber padecido menos infecciones y sufrido niveles más bajos de enfermedades parasitarias, en conjunto, que la mayor parte del resto de poblaciones del mundo, excepto aquellas a las que en el último siglo, los antibióticos han comenzado a ofrecer serias protecciones contra la infección.

Las mayores enfermedades infecciosas experimentadas por grupos de cazadores-recolectores aislados, pudieron probablemente ser de dos tipos: zoonóticas, causadas por organismos cuyos ciclos de vida eran independientes de los hábitos humanos; e infecciones crónicas, transmitidas directamente de persona a persona, cuya transmisión probablemente no se vió restringida por la baja densidad de población.

De las dos categorías las infecciones zoonóticas son indudablemente las más importantes. Probablemente resultaban muy severas o incluso fatales en muy poco tiempo, debido a la pobre adaptación a sus anfitriones humanos. Además, las enfermedades zoonóticas pudieron haber tenido impactos substanciales en pequeñas poblaciones, mediante la eliminación de adultos productivos. Pero por otra parte, su impacto pudo haber sido limitado, ya que no se transmitían de persona a persona.

Mediante la ventaja de la movilidad y la manipulación de cadáveres de animales, los cazadores-recolectores probablemente estuvieron expuestos a una diversidad mayor de infecciones zoonóticas que las poblaciones mas civilizadas. La movilidad también pudo haber expuesto a los cazadores-recolectores al fenómeno de la "diarrea del viajero" en el que las microvariantes locales de cualquier parásito (incluyendo zoonosis) acentuaran a la respuesta inmune del cuerpo.

Las enfermedades crónicas, las cuales pueden propagarse entre pequeños grupos aislados, parecen haber sido relativamente poco importantes, aunque indudablemente fueran un foco de enfermedad que podría ser rápidamente eliminado mediante la medicina del siglo XX. En primer lugar, aquellas enfermedades crónicas parecen haber provocado relativamente poca morbosidad en las poblaciones crónicamente expuestas. Ademas, la evidencia esquelética sugiere que incluso el pian y otras infecciones de bajo grado comunes (periostitis) asociadas a infecciones por organismos ahora comunes en el entorno humano, eran usualmente menos frecuentes y menos severas entre las pequeñas y móviles poblaciones originales, que en grupos más sedentarios y densos. Argumentos similares parecen aplicarse a la tuberculosis y a la lepra, juzgando el registro de esqueletos. Incluso ahora que los epidemiólogos sugieren que la tuberculosis pudo haberse expandido y persistido en pequeños grupos, la evidencia sugiere de forma abrumadora que es principalmente una enfermedad de densas poblaciones urbanas.

De modo similar, las infecciones crónicas intestinales por bacterias, protozoos, y parásitos helmintos, aunque muestren una variación significativa en su incidencia según el entorno natural***, generalmente parecen ser minimizadas por la baja densidad de población y la movilidad. Al menos, el predominio de parásitos específicos y la cantidad de los mismos, o el tamaño de la dosis individual, está minimizado, aunque en algunos entornos la movilidad parece haber aumentado la diversidad de parásitos encontrados. Las observaciones etnográficas sugieren que las cargas parasitarias son a menudo relativamente bajas en bandas móviles y comúnmente se ve incrementada cuando se adopta un modo de vida sedentario. Observaciones similares implican que las infecciones intestinales son normalmente más severas en poblaciones sedentarias. En un caso donde se han realizado análisis comparativos de las momias arqueológicas de diferentes periodos, hay evidencia directa de un incremento en bacteria patógena intestinal con la adopción del sedentarismo. En otro caso, los análisis de las heces han documentado un incremento de parásitos intestinales con la adopción del sedentarismo.

Muchas grandes infecciones transmitidas por vectores, pudieron haber sido menos importantes entre los prehistóricos cazadores-recolectores, que en el mundo moderno. Los hábitos de los vectores de tales enfermedades mayores como la malaria, esquistosomiasis y la plaga bubónica, sugieren que, entre los grupos humanos pequeños sin más medios de transporte que sus pies, estas enfermedades probablemente no pudieron haber causado la cantidad de morbosidad y mortalidad que infligieron a las poblaciones contemporáneas e históricas.

La teoría epidemiológica predice el fracaso de la mayor parte de enfermedades epidémicas a la hora de expandirse en pequeños grupos aislados o en grupos de moderado tamaño tan sólo conectados a pie entre sí. Además, los estudios acerca del suero sanguíneo de grupos contemporáneos aislados, sugieren que, aunque la baja densidad de población y el aislamiento no son una completa garantía contra la transmisión de enfermedades en las inmediaciones, la difusión grupo a grupo es, a lo sumo, accidental e irregular.
El patrón sugiere que los grupos aislados contemporáneos, poseen riesgo de epidemias una vez que dichas enfermedades son padecidas por poblaciones civilizadas, pero parece confirmar las predicciones de que tales enfermedades no podrían haber florecido y heberse expandido, porque seguramente no habrían sido transmitidas, en un mundo habitado enteramente por pequeños grupos aislados en los cuales no habría ninguna fuente civilizada de enfermedades y la difusión de enfermedades sólo podría ocurrir a la velocidad de los pies humanos.

Adicionalmente, la abrumadora evidencia histórica sugiere que las mayores tasas de morbosidad y muerte por infección, están asociadas a la introducción de nuevas enfermedades de una región del mundo a otra por un proceso asociado con el transporte civilizado de bienes a velocidades y distancias que sobrepasan el alcance común de movimiento de los grupos cazadores-recolectores. Las sociedades de pequeña escala mueven a las personas entre los grupos y disfrutan de reagrupación periódica y dispersión, pero no recorren las distancias asociadas con peregrinajes religiosos y campañas militares durante la historia y la modernidad, como tampoco se mueven a la velocidad asociada a las rápidas formas de transporte moderno. El incremento en el transporte de las personas y enfermedades exógenas, parece probable que haya tenido efectos mucho más profundos en la salud que un pequeño problema de "diarrea del viajero" impuesto por el movimiento a pequeña escala de los cazadores-recolectores.

Las poblaciones cazadoras-recolectoras prehistóricas pudieron tener otra ventaja sobre muchos grupos más civilizados. Dada la ampliamente reconocida (y generalmente positiva y sinérgica) asociación de la malnutrición con la enfermedad, la relativamente buena nutrición de los cazadores-recolectores pudo haberlos defendido contra las infecciones que se encontraban.

En cualquier caso, el registro de esqueletos parece sugerir que los episodios de estrés severos que perturbaban el crecimiento de los niños (agudos episodios de infecciones o epidemias y/o episodios de escasez de recursos o hambruna) no decrecieron y si algo hicieron fue hacerse cada vez más comunes con la evolución de la civilización en la prehistoria.

También hay evidencia, principalmente de fuentes etnográficas, de que las poblaciones primitivas sufrían relativamente bajas tasas de muchas enfermedades degenerativas comparadas, al menos, a los países más ricos del mundo moderno, incluso después de las correcciones realizadas en la distribución de diferentes edades dfh*. Las poblaciones primitivas (cazadores-recolectores, agricultores de subsistencia, y todos los demás grupos que no dependen de alimentos refinados modernos) parecen disfrutar de distintas ventajas nutricionales sobre sociedades modernas más ricas, las cuales les protegen de muchas enfermedades que ahora padecemos nosotros. Dietas de grandes cantidades, dietas con relativamente pocas calorías en proporción a otros nutrientes, dietas bajas en grasa (y particularmente bajas en grasas saturadas) y dietas altas en potasio y bajas en sodio, que son comunes a tales grupos, aparentemente, ayudan a protegerlos de una serie de enfermedades degenerativas que afectan a las poblaciones modernas más ricas, a menudo en proporción a su riqueza. La diabetes mellitus parece ser extremadamente rara en los grupos primitivos (ambos, cazadores-recolectores y agricultores) como lo son los problemas circulatorios, incluida la presión arterial alta, enfermedades del corazón, y el derrame cerebral. De modo similar, los trastornos asociados al mal funcionamiento del intestino, como el apendicitis, diverticulosis, hernia de hiato, varices, hemorroides, y cánceres de tipo intestinal son aparentemente raros. Las tasas de muchos otros tipos de cáncer particularmente el cáncer de mama y de pulmón parecen ser bajas en la mayoría de sociedades a pequeña escala, incluso cuando se corrige la baja proporción de adultos mayores estudiados; incluso aquellos cánceres que ahora consideramos enfermedades del mundo subdesarrollado, tales como el linfoma de Burkitt y el cáncer de hígado, pueden haber sido el producto histórico de los cambios del comportamiento humano con respecto al almacenamiento de comida o de la difusión humana de las enfermedades transmitidas por vectores. El registro de esqueletos, a través de la escasez de metástasis en el hueso, sugiere que los cánceres eran comparativamente raros en la prehistoria.
La historia de la esperanza de vida humana es mucho más difícil de describir o resumir con precisión alguna porque la pruebas están muy fragmentadas y hay mucha controversia alrededor de su interpretación. Pero una vez que miramos más allá de las altas expectativas de vida a mediados del siglo veinte en las naciones ricas, los datos existentes, también parecer sugerir un patrón que es a la vez más complejo y menos progresivo de lo que estamos acostumbrados a creer.

Contrariamente a las hipótesis sostenidas, el crecimiento lento de las poblaciones prehistóricas, no implicaba tasas excesivamente altas de mortalidad. La evidencia de baja fertilidad y/o el uso de controles de la natalidad por parte de los grupos de pequeña escala, sugiere (si usamos las tablas de la vida moderna) que las tasas medias de crecimiento de la población, muy cerca de cero, podrían haber sido mantenidas en grupos que sufrían sólo una mortandad históricamente moderada (las cifras de esperanza de vida de 25 a 30 años al nacer del 50-60 por ciento de los infantes que alcanzan la adultez parecen igualarse a aquellas observadas en los ejemplos arqueológicos y etnográficos), que tendrían una fertilidad equilibrada, probablemente por debajo de la media de la de poblaciones sedentarias más modernas.
La aceleración prehistórica del crecimiento de la población tras la adopción del sedentarismo y la agricultura, de no ser un artificio de las reconstrucciones arqueológicas, podría ser explicada mediante un incremento en la fertilidad o un cambio de actitud respecto a los controles de natalidad que parecen acompañar al sedentarismo y la agricultura. Esta explicación encaja con los datos disponibles mucho mejor que cualquier hipótesis de la competencia.

No está claro que la adopción del sedentarismo o la agricultura hubiera incrementado o disminuido la tasa de mortalidad entre infantes o niños. Las ventajas del sedentarismo pueden haber sido contrarrestadas por los riesgos asociados al incremento de infecciones, menor espacio entre los niños, o la sustitución de la leche materna y otros alimentos de destete más nutritivos, por las gachas de almidón. La intensificación de la agricultura y la adopción de modos de vida más civilizados pueden no haber mejorado la probabilidad de sobrevivir a la infancia, hasta hace poco. Las tasas de mortalidad infantil observadas en los grupos más pequeños contemporáneos (o reconstruidas con menor precisión entre los grupos prehistóricos) no habrían avergonzado a la mayoría de países europeos hasta algún momento del siglo XIX, y eran de hecho, superiores a las tasas urbanas de mortalidad infantil a lo largo de la mayor parte del siglo XIX (y gran parte del siglo XX en las ciudades del Tercer Mundo).
No hay pruebas en las muestras arqueológicas que sugieran que la expectativa de vida dfh* incrementara con la adopción de la agricultura o del sedentarismo; hay algún indicio (complicado por los efectos de una probable aceleración del crecimiento de la población en muestras de cementerios) que sugiere que la expectativa de vida dfh pudo realmente, haber disminuido al adoptar la agricultura.
En etapas posteriores de la intensificación de la agricultura y el desarrollo de la civilización, la expectativa de vida dfh a menudo crecía y, frecuentemente, de manera substancial; pero la tendencia a hacerlo fue más desigual de lo que a veces pensamos.
Los restos arqueológicos de las poblaciones de la Edad de Hierro, o incluso de la época Medieval en Europa y en Oriente Próximo o del Periodo de Missisipi en América del Norte, a menudo sugieren que la media de edad dfh al morir a mediados o a finales de los treinta, no era substancialmente diferente de(y muchas veces era menor que) aquellas de las primeras poblaciones visibles en las mismas regiones.
Además, la mejora histórica en la expectativa de vida dfh pudo haber resultado, al menos en parte, del incremento de la mortalidad infantil y de la consecuente "selección" natural de aquellos que entraban en la adultez a medida que las enfermedades epidémicas cambiaron su centro de incidencia de adultos a niños.

Estos datos claramente implican que necesitamos repensar la visión tanto académica como popular del progreso humano y la evolución cultural. Hemos construido nuestra visión de la historia humana exclusivamente a partir de las experiencias de las clases y poblaciones privilegiadas, y hemos asumido con demasiada facilidad una conexión entre los avances tecnológicos y el progreso, respecto a las vidas individuales.

En términos académicos, estos datos a menudo sugieren que los rendimientos cada vez menores respecto a la salud y la nutrición tienden a socavar los modelos de evolución cultural basados en los avances tecnológicos. Añaden peso a las teorías de evolución cultural que hacen énfasis en los límites medioambientales, la presión demográfica, y la competición y la explotación social, en lugar de en el progreso tecnológico o social, como principales instigadores del cambio social. De modo similar, la evidencia arqueológica de que las poblaciones periféricas a menudo sufren salud reducida como consecuencia de su inclusión en unidades políticas mayores, la clara estratificación de clases respecto a la salud en las primeras y modernas civilizaciones, y el fracaso general ya sea de las primeras o modernas civilizaciones, de promover mejoras en la salud, nutrición, u homeostasis económica para amplios sectores de sus poblaciones hasta el pasado mas reciente, refuerzan los modelos de competición y explotación de los orígenes y funciones de los estados civilizados.
En términos populares, creo que debemos revisar substancialmente nuestra tradicional creencia en que la civilización representa el progreso en el bienestar humano o al menos, en que lo hizo para la mayor parte de las personas durante toda la historia previa al siglo XX. Los datos comparativos sencillamente no apoyan esa imagen.

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Hola. He pretendido mejorar la traducción, no sé si lo he conseguido, pero para que pueda ser comprobado he recalcado en negrita los cambios (sin tener en cuenta las tildes, puntos, comas...). Espero que sea útil. Gracias a los responsables de la traducción original.

*** En esta frase en concreto existe un fallo en el texto original que impediría su entendimiento de no advertirlo.

Re: Salud y el Surgimiento de la Civilizacion (extracto)

Publicado: 13 Sep 2009, 19:13
por Résistance
Ya lo edite con las correciones.

Las primeras partes las traducio argy en la seccion de traduccion, y el resto yo.
Habia partes con las que me lie o no entendia muy bien, pero creo que ahora ya esta bien.

Gracias, y saludos.