La historia de cómo nos volvimos inútiles.
Naturalmente, se puede partir de la existencia de semejanzas entre la evolución del individuo y la evolución general del género humano. La misma presión del exterior que el principio autoritario de las instituciones y el principio de poder en los propios individuos imponen a cada uno de su propia individualidad, de sus cualidades y valores innatos, separa también a la humanidad en su conjunto de su periodo inicial y del primer desarrollo de las posibilidades innatas del género humano. Parece haber un sentido profundo en los mitos que sitúan la raza de los superhombres en el remoto pasado del inicio de la humanidad. [...]
De esta era inicial de una organización rudimentaria y de un dominio primitivo de los materiales y de unas posibilidades ingentes de desarrollo de la mente humana nos separa la larga fase del desarrollo de la civilización, de la organización de la dominación sobre el material y la vida mediante una carga cada vez mayor sobre los individuos y las individualidades -es decir: el sacrificio del propio espíritu en aras del poder.
La organización de la dominación sobre la naturaleza y el hombre, la creación de una cultura material y de las instituciones autoritarias obliga a cada individuo a desplegar fuerzas y conocimientos especiales a expensas de su personalidad, le obliga a la diferenciacion específica y a la actividad al mismo tiempo que a la adaptación y la renuncia, dirige los afectos hacia el poder y la sumisión y no hacia la libertad, fomenta el desarrollo de aptitudes y capacidades pragmáticas en detrimento del experimentar y el estar.
(Más allá del diván. Apuntes sobre la psicopatología de la civilización burguesa, Otto Gross.)
Así expresaba el psicoanalista revolucionario lo que pensaba sobre los grandes avances tecnológicos en los cuales había desembocado la ruptura de una sociedad indivisa, pero nuestro hombre, que murió a principios del s. XX, no llegó a presenciar hacia qué objetivo caminaba nuestra civilización y por ello le presuponía en su escrito alguna finalidad positiva, en el sentido en que nos aporta algo aún en detrimento de otra cosa.
Pero, ¿cuál podría ser este objetivo que, no pudiéndose mostrar de manera conciente, queda reflejado en la vida cotidiana de un conjunto de pueblos a quienes ha sido arrebatado ya toda identidad, a quienes se ha limado asperezas hasta hacerlos encajar en moldes de plástico en los cuáles puedan desempeñar la única función que actualmente se les exige, la de consumir, sobre todo consumir, y colaborar en la medida de lo posible con un modo de producción que, en realidad, ni siquiera les necesita del todo?
La autonomía para las máquinas. El ser humano civilizado ha sido reducido al papel de padre atento y acicalador de su cría, y como tal, su tarea consiste únicamente en proteger a una criatura a la que no sólo debe dedicar tanto tiempo y esfuerzo como le requiera, sino para la cual ha de acondicionar sus asentamientos y el del resto de habitantes del planeta.
Otto Gross no podía predecir hasta cuán alto grado de servidumbre y pusilanimidad podría llegar el pueblo al que pertenecía porque, sencillamente, vivió una época en la su civilización no sólo no soñaba con el abismo, ni siquiera atisbaba el borde.
¿Pero quiénes somos? ¿La humanidad? ¿Occidente? ¿La civilización? ¿A quienes nos referimos cuando nos miramos y proferimos halagos o insultos hacia nuestra condición? ¿Y cuál es la tragedia de dicha condición?
Hacé 2-4 millones de años que empieza a fraguarse nuestra especie como tal. El paso de carroñero a cazador convierte a la especie homo en un depredador excelente, sus manos, que cuentan con dedos oponibles, le capacitan para el trabajo de las herramientas. La talla lítica, el proceso de fabricación de manufacturas más conocido de la Edad de Piedra, pero que siguió siendo muy importante durante la Edad de los Metales, y que incluso sigue practicándose en tiempos históricos, es un ejemplo de ello. Una pequeña muestra de ello sería el cuchillo de obsidiana que aparece a continuación:

La técnica de tallado de la hoja requiere muchísima práctica y habilidad, y hoy día multitud de aficionados a la supervivencia o a la antropología, además de arqueólogos que experimentan para alcanzar una mayor comprensión del útil y su proceso de producción, siguen llevándola a cabo. Gracias a ésta y a otras numerosas formas de tecnología, el ser humano emplea su intelecto para lograr una perfecta adaptación al nicho ecológico en el que se encuentra, integrado de forma absoluta en el ecosistema.
¿Y qué decir de su estructura social, de su forma de vida? Las sociedades antes de la desventura (en palabras de La Boétie) son igualitarias.
Son «igualitarias» porque ignoran la desigualdad: un hombre no «vale» ni más ni menos que otro, no hay en ella superiores ni inferiores. En otras palabras, nadie puede más que otro, nadie detenta el poder. [...] El jefe no manda porque no puede más que cualquier miembro de la comunidad.
[...] El Estado, como división de la sociedad en una parte superior y otra inferior, es la realización efectiva de la relación de poder.
Detentar el poder es ejercerlo: un poder que no se ejerce no es un poder sino una apariencia. [...] Sea cual fuere, la relación de poder pone en práctica una capacidad absoluta de división en la sociedad. En este sentido es la esencia misma de la institución estatal, la figura mínima del Estado. Recíprocamente, el Estado no es sino la extensión de la relación de poder, la incesante profundización de la desigualdad entre los que mandan y los que obedecen. Será considerada como sociedad primitiva toda maquinaria social que funcione con ausencia de relación de poder. [...] será llamada «de Estado», toda sociedad cuyo funcionamiento implique, por mínimo que sea, el ejercicio del poder.
[...] ¿por qué los hombres renunciarían a su libertad?
Si el hombre es entre todos los seres el «único nacido para vivir verdaderamente libre», si es por naturaleza ser-para-la-libertad, la pérdida de libertad debe ejercer sus efectos sobre la propia naturaleza humana: el hombre está desnaturalizado, cambia de naturaleza. Está claro que no adquiere una naturaleza angelical,la desnaturalización se realiza no hacia lo siperior sino hacia lo inferior, es una regresión. [...] El hombre desnaturalizado existe en la degradación porque ha perdido su libertad, existe en la alienación porque debe obedecer.
[...] No es que el hombre nuevo haya perdido su voluntad, es que la dirige hacia la servidumbre: el pueblo, como si fuera víctima de un hechizo, de un encantamiento, quiere servir al tirano.
[...], si las sociedades primitivas son sociedades sin Estado no es por incapacidad congénita de alcanzar la edad adulta marcada por la presencia del Estado, sino por un rechazo explícito de esa institución. Ignoran el Estado porque no lo quieren, la tribu mantiene separados la jefatura y el poder porque no quiere que el jefe detente el poder, se niega a que el jefe sea el jefe. Sociedades que rechazan la obediencia, así son las sociedades primitivas.
(Libertad, desventura, Innombrable., Pierre Clastres)
No es el carácter pues, de un tipo de seres humanos en particular, pues todos pertenecemos a la misma especie y todos vivimos un día de la misma manera, sino que se trata de nuestro propio carácter como especie. Así somos por naturaleza, así somos cuando primitivos, lejos de lo retorcido, alienado y triste de nuestra condición moderna.
¿Estamos destinados a la civilización los seres humanos? ¿Por qué si no la padecemos? No es producto del Destino ni la obra de ningún dios, que por cierto, muy imperfecta habría de ser para culminar en una estructura totalitaria cuyo máximo esplendor, la Revolución industrial, resulta ser el momento en que se disparan los índices de mortalidad hasta unos límites nunca antes conocidos. Tampoco es el producto de la misma voluntad humana, que expresa su deseo de afanarse en la búsqueda de trascendencia a través de hercúleos esfuerzos. Es producto, en última instancia, de la desventura o, dicho de otro modo, una concatenación de trágicas desdichas.
Las bandas de cazadores-recolectores, formadas por pocos individuos generalmente parientes, eran el modo en que la mayor parte de grupo tribal del Paleolítico y aún algunos en la actualidad se dividía para garantizar una explotación eficaz de los recursos. Se celebraban reuniones y fiestas, se contraía matrimonio con gentes de otras bandas, etc.
¿Qué puede impulsar a estos grupos de cazadores y recolectores a cultivar?
El descubrimiento de la agricultura no fue ningún salto conceptual, en palabras de Bronson, no está más allá del alcance de la inventiva de ningún ser humano. Entre los grupos de cazadores-recolectores actuales tenemos por ejemplo a los bindibi australianos, de los cuales dice D. F. Thomson que son ecológos experimentados [que dan muestras de] un conocimiento de los recursos económicos de su país muy superior al que poseen la mayor parte de los hombres blancos. Tienen nombres para cada tipo de territorio y asociación botánica, y pueden dar un nombre a cada árbol y a cada planta. También saben describir la cosecha de alimentos o las fibras y las resinas que cada planta o árbol da en cada estación.
Y según Elizabeth Marshall Thomas, acerca de los bosquimanos, cada grupo conoce muy bien su propio territorio; aunque mida centenares y centenares de kilómetros cuadrados, la gente que vive en él conoce cada arbusto y cada piedra, cada accidente del terreno, y por lo general han dado un nombre a cada lugar de él en el que puede crecer un determinado tipo de alimento de la sabana, aunque ese sitio sólo tenga un diámetro de unos pocos metros cuadrados.
Los tres anteriores expertos, citados por M. N. Cohen en "La crisis alimentaria de la prehistoria", son tan sólo una mínima muestra de la multitud de trabajos que contribuyen a la aplicación de una teoría de la presión demográfica que explica el cambio económico generalizado en la prehistoria, que dio origen a modos de vida sedentarios, ante los cuales, la estructura social cambió. Aunque existían los agroganaderos, muchos pueblos eran exclusivamente ganaderos, y nómadas, lo que no hacía mucha gracia a los agricultores que pretendían poseer un férreo control sobre sus tierras y lo que es más, ampliarlas.
Una población en continua expansión precisaba de producir mayor cantidad de alimento en un espacio menor, y la agricultura podía conseguirlo. Sin embargo, la población no llegaba nunca a equilibrarse. En su constante crecimiento los pueblos humanos chocaron, aquellos que se dedicaban aún al pastoreo o la caza-recolección fueron prácticamente exterminados o asimilados por los agricultores.
Se hizo necesaria la civilización. Asentamientos grandes, donde imperaban las enfermedades y epidemias, el hambre y la escasez, que capturaban prisioneros o exterminaban otras culturas necesitaban control. La figura del jefe, que redistribuía el alimento supuestamente de forma justa, adquirió un poder nunca antes visto. Si la cosecha era especialmente duradera, su poder era aún mayor, y en su casa se encontraba el alimento de montones de familias.
Los jefes crearon delegados y cargos, otorgando privilegios a los suyos, y así empezó el Estado tal y como lo conocemos hoy día.
Aquí se encontraba el origen de un pueblo muy concreto, el pueblo de los "Tomadores", como los llama Daniel Quinn, aquellos que lo quieren todo para ellos:
«En la selva, la norma es: puedes negar a tus competidores el acceso a lo que tú te estás comiendo pero no puedes negárselo a la comida en general. En otras palabras, que puedes decir: "Esta gacela es mía", pero no puedes decir: "Todas las gacelas son mías".
[...]
-Nuestra política es: cada metro cuadrado de este planeta nos pertenece, así que cultivemos todo lo cultivable y todos nuestros rivales se quedarán los pobres sin nada, y no les quedará más remedio que desaparecer. Nuestra política es negar a nuestros rivales el acceso a todos los alimentos del mundo, una cosa que no hace ninguna otra especie.
-[...] Esta ley [...] define los límites de la competencia en la comunidad de la vida. Puedes competir hasta el extremo de tu capacidad, pero no puedes perseguir a tus competidores, destruir su comida ni negarles el acceso a ella. En otras palabras, que puedes competir pero no hacerles la guerra.
-[...], es una ley pacificadora.
-[...] fomenta el orden.
-¿Qué habría ocurrido si esta ley hubiera sido rechazada hace diez millones de años? ¿Cómo sería entonces la comunidad de la vida?
-[...] sólo habría una forma de vida a cada nivel de competencia. Si todos los competidores por los pastos hubieran estado en guerra durante diez millones de años, ahora reinaría un invierno generalizado. O tal vez habría sólo un insecto ganador, un ave ganadora, un reptil ganador, etcétera. Lo mismo se podría decir a todos los niveles.
-[...] la comunidad que acabo de describir constaría de unas cuantas docenas o centenas de especies diferentes. La comunidad actual consta de millones de especies.
-Entonces, ¿qué es lo que dicha ley fomenta?
-La diversidad.
-¿Y qué es lo que tiene de bueno la diversidad?
[...]
-La diversidad es un factor de supervivencia para la comunidad de la vida como tal. Una comunidad de cien millones de especies puede sobrevivir casi a todos menos a una catástrofe total, global. Dentro de ella, habría varios miles que podrían sobrevivir a una bajada de temperatura global de veinte grados, algo que sería mucho más devastador de lo que puede pareer a simple vista. Dentro de ella, habría otros miles que podrían sobrevivir a una subida de temperatura global de veinte grados. Pero una comunidad de cien especies o de mil especies casi no tendría ninguna posibilidad de supervivencia.»
(Ismael, Daniel Quinn)
En la mitología de los Tomadores, los pueblos "Dejadores" aparecen como sufridos y miserables. Como apunta Alfonso Moure (El origen del hombre), está muy extendida la idea de una forma de vida de subsistencia siempre angustiada por la búsqueda de alimentos y por su presunta escasez y dificultad de obtención. [...] las investigaciones en el campo de la prehistoria y la Etnohistoria, indican que esa no es la tendencia entre los cazadores, que tienden a aprovisionarse tan sólo de los recursos que son necesarios y que no tienen mayores problemas para conseguirlos. No hay que olvidar que en estas épocas los ecosistemas se encontraban en un perfecto equilibrio natural en el que el hombre aún no suponía un peligro de ruptura.
La creencia de que vivimos en la mejor de las sociedades posibles también está igual de extendida, el mundo, en palabras de Guy Debord, está repleto de propaganda de su propia existencia. Hemos dominado a la naturaleza, hemos triunfado sobre el resto de las especies y todo va bien. ¿Todo va bien? La globalización económica ha promovido una dependencia considerable de lo local frente a lo global, la mayor parte de seres humanos que viven en un entorno urbanizado (sin importar cuán cerca o lejos se encuentre de lo que muchos llaman "ruralidad") es incapaz de satisfacer sus necesidades por sí mismos. Aún aquellos que practican la agricultura, en la mayor parte de los casos la destinan al mercado, y por tanto no se preocupan de cómo quedan sus terrenos tras la utilización continua de productos químicos que dejan el suelo infértil y provocan la degradación de los alimentos.
El ser humano civilizado es esclavo por completo del sistema tecnológico industrial para satisfacer sus necesidades más básicas, y se comporta como el ganado, víctima del urbanismo, que condiciona hasta el extremo su vida cotidiana.
En su carrera por la superioridad, cree el ser humano que ha logrado superar al resto de especies, pero se sigue muriendo, sigue enfermando y sigue siendo incapaz de volar. Ha construido herramientas, complejas máquinas para subsanar ese temporal fallo técnico, pero de ningún modo ha logrado evolucionar.
Hoy en día la gente vive más por la eficacia de lo que el sistema hace POR ellos o PARA ellos que por la eficacia de lo que hacen por ellos mismos. Y lo que hacen por ellos mismos lo es cada vez más por los cauces establecidos por el sistema. Las oportunidades tienden a ser aquéllas que el sistema proporciona y éstas deben ser explotadas de acuerdo con las reglas y regulaciones, y se han de seguir las técnicas prescritas por los expertos, si ha de encontrarse una oportunidad de éxito. Los esfuerzos de los conservadores por disminuir la cantidad de las regulaciones del gobierno son de escaso beneficio para el hombre medio. Por un lado, sólo una fracción de estas pueden ser eliminadas porque la mayoría son necesarias. Por otro lado, la mayoría de las regulaciones afectan a los hombres de negocios antes que a la persona media, por lo que el principal efecto es el de quitar poder al gobierno para dárselo a las corporaciones privadas. Lo que esto significa para el hombre medio es que la interferencia del gobierno en su vida es reemplazada por la interferencia de las grandes corporaciones, lo que puede ser permitido, por ejemplo, para verter más productos químicos que penetran en su suministro de agua y le producen cáncer."
(La sociedad industrial y su futuro., Freedom Club)
Mientras los civilizados hacen alarde de sus logros y victorias, su mundo se hunde en la más profunda decadencia. Escribe Santiago Niño Becerra, catedrático de Estructura Económica de la Facultad de Economía de la Universidad Ramon Llull en su ensayo El crash del 2010: "Nos estamos acercando al colapso del sistema, al hundimiento de la economía, y no hay cantidad de dinero que pueda tapar el enorme agujero que hemos ido construyendo a base de especulación, crédito y consumo desmedidos".
¿Qué representa la crisis actual para los pueblos autosuficientes, las sociedades primitivas, los grupos autóctonos que han sobrevivido el embate del capitalismo moderno y continúan viviendo del mismo modo que hace decenas de miles de años?
Quizá nada o quizá, muy probablemente, un prolongado suspiro de alivio. Parece que por fin la mayor catástrofe del planeta Tierra, que no es otra que el Leviatán hobbesiano encarnado, se acerca al final de su destructiva y perversa vida.
