Dora Russell nació en Londres en 1894. En la familia de origen, la Black -de clase alta-, se pensaba que tanto los niños como las niñas tenían derecho a acceder a la educación; algo insólito en un momento en que –incluso para las clases altas- aún se defendía públicamente que la misión de las mujeres era ser esposas y madres, ‘ángeles del hogar’.
Ella supo aprovechar sus posibilidades. Se licenció en la Universidad de Cambridge, con la máxima nota, en 1915, y ese mismo año inició sus estudios de doctorado en la Universidad de Londres, investigando el pensamiento francés en el siglo XVIII. Ya en su época de estudiante en Cambridge puso en tela de juicio los valores tradicionales y los dogmas religiosos, y comenzó a fraguar sus ideas liberales sobre el matrimonio y la maternidad.
En 1916 conoció al famoso pensador y premio Nobel de Literatura en 1950, Bertrand Russell, y le ayudó en su campaña contra la leva obligatoria durante la Primera Guerra Mundial. En 1920 ambos visitan Rusia, para conocer los cambios revolucionarios que se estaban llevando a cabo, y después China, donde Bertrand fue invitado como profesor. Él volvió poco optimista con los planes de Lenin, pero Dora –con cautelas- creía estar ante el inicio de una sociedad futura ideal.
Dora se había resistido a las propuestas de matrimonio de Russell, pero al volver de China en 1921 cede para legitimar al hijo que espera con él. Es en este momento cuando, por mandato legal, cambia su apellido familiar por el de su marido, y será ya para siempre conocida como ‘la mujer de Russell’, algo que también fomentaron los editores de sus libros.
El nacimiento de su primer hijo la conciencia definitivamente sobre la necesidad de que las mujeres controlen su maternidad. Funda el “Grupo de control de la natalidad entre las trabajadoras” junto con nombres de gran influencia entonces, como el economista J. M. Keynes y el novelista H. G. Wells. Hace campaña en el Partido Laborista a favor de la creación de clínicas para el control de la natalidad, pero el temor del Partido a perder el apoyo de los católicos le lleva al fracaso. Según declaró años más tarde, pensaba que la representante oficial de la Mujer Laborista existía “no para apoyar las demandas de las mujeres, sino para mantenerlas a raya, dentro de los límites estipulados por los hombres del partido”.
A su trabajo social hay que añadir en estos años la labor como conferenciante y escritora. Escribe –sin firmarlo- un capítulo entero para
El futuro de la civilización industrial, de Bertrand Russell (1923) y publica
Hipatia: mujer y conocimiento (1925). Este último libro fue duramente atacado por su demanda de libertad sexual para las mujeres. Ella misma ejerció la autocensura también al escribir su capítulo sobre la civilización industrial, pues su escepticismo hacia la tecnología como solución de todos los problemas resultaba incomprensible para las cabezas pensantes de la época [1]. En 1927 la pareja abrió su propia escuela privada, ’Beacon Hill’, para llevar a la práctica sus ideas progresistas sobre la educación de niños y niñas, y educar a sus propios hijos en el ambiente que consideraban más adecuado.
La escuela, que se regía democráticamente, anteponía al programa reglado la necesidad de abandonar todas aquellas enseñanzas recibidas contrarias a la lógica y al sentido común, y dedicaba especial atención a los aspectos psicológicos, nutricionales y de higiene. La competitividad era otro aspecto vetado en Beacon Hill, pues medirse con los demás es una distracción absurda que resta tiempo y fuerza al proyecto individual. Russell abandonó Beacon Hill al divorciarse de Dora en 1935, pero esta continuó con la escuela hasta que fue incautada durante la Segunda Guerra Mundial [2]. Puesto que Bertrand y Dora creían en la libertad sexual, los dos mantenían relaciones extramatrimoniales, de manera que Dora tuvo otros dos hijos con el periodista estadounidense Griffin Barry. Russell utilizó dicha circunstancia para obtener el divorcio y poder concertar otro casamiento. Mientras duró el matrimonio, Dora se convirtió en un mero apéndice de su marido: las visitas “se dirigían exclusivamente a Bertie, dejándome a mí en el puesto de una mera servidora de té”, y cualquier opinión que ella aportara se suponía automáticamente que derivaba de Russell. No es de extrañar que después de esta experiencia Dora, que nunca había estado a favor del matrimonio, ya no se volviese a casar. En sus escritos comenta que si ella cayó bajo la influencia de un hombre social e intelectualmente liberal, era fácil imaginar la situación que sufrían la mayoría de las mujeres, apresadas en la tradición y la ignorancia.
Aún así, durante esta época siguió asistiendo a las reuniones de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, donde confluían expertos en medicina, reformistas sociales y políticos liberales. Hacía el final de la Segunda Guerra Mundial empezó a trabajar para el Ministerio de Información británico, editando sus publicaciones para Rusia. Después se vinculó al movimiento pacifista y a la Campaña por el Desarme Nuclear, así como a varias organizaciones feministas.
En 1958 organiza la ’Caravana de Mujeres por la Paz’, con la que recorre durante tres meses varios puntos de Europa; diez mujeres, dos hombres, un autobús viejo y un camión que había sido del ejército salen de Edimburgo en dirección a Moscú pasando por Bélgica, Francia, la entonces Alemania Occidental, Suiza, Italia, la Yugoslavia de Tito, Albania, Bulgaria, Rumanía, Checoslovaquia y Polonia. La caravana fue financiada principalmente por el Comité Permanente Internacional de Madres, que presidía la propia Dora, y se inspiraba en los principios expuestos en
Hipatia, donde denuncia el hecho de que la sociedad premie a las mujeres por enviar a sus hijos a la destrucción. Dora Russell considera que la maternidad y la guerra son incompatibles, y que si la sociedad ensalza y sacraliza, como ciertamente hace, a la primera, no puede esperar que las mujeres contribuyan a ni defiendan la segunda.
En 1962 se retiró a Cornualles, donde escribe varios libros más, tales como La religión y la máquina de la edad (1982) o El tamarisco, autobiografía en tres tomos (1977, 1981, 1985) [3]. Fue nombrada socia honoraria de muchas organizaciones, nacionales e internacionales, y entrevistada [4] por reformistas de todo tipo hasta su muerte en 1986, a los noventa y dos años de edad. Dejó atrás una larga vida, cargada de protesta social y de ideas liberales sobre la maternidad, la sexualidad, el matrimonio, la educación… Sin embargo, el nombre de Dora Russell es continuamente olvidado en los estudios sobre la época y por las feministas contemporáneas.
En una de sus últimas entrevistas, referida a un libro que se titularía
El derecho a ser feliz, expuso que “la vida no es sólo ganar dinero para ser independiente. Por desgracia nos enamoramos, y el feminismo tiene que tener eso en cuenta”. El consejo no es baladí, sino una importante llamada de atención para que no admitamos la dicotomía entre vida familiar y vida pública, ni que la economía o la tecnología a su servicio son los únicos valores que hemos de defender; es un consejo para animarnos a potenciar al máximo nuestra afectividad y nuestra inteligencia, no por el bienestar individual sino, como diría Dora Russell, en aras del bien común. La traducción de
Hipatia. Mujer y conocimiento permitirá a las personas de lengua española comprobar la vigencia de unas ideas expuestas ya en 1925 y que han sido invisibilizadas en nuestro país. La única traducción hasta el momento ha sido la de Irene Falcón en 1930, publicada en Madrid y en La Habana.
La obra está dividida en cinco capítulos, cada uno de ellos, igual que el título general de la obra, encabezado por un nombre emblemático de la cultura clásica –Jasón y Medea, Artemisa, Aspasia, Hécuba…- que sirve de metáfora del tema que se discute en él. Hipatia hace referencia a la matemática de Alejandría del siglo IV, insigne y popular oradora, cuyas opiniones científicas y el respeto que exigía públicamente para las mujeres hicieron temblar a los poderes fácticos religiosos. La historia cuenta que fue eliminada en un motín popular de inspiración religiosa, y sus restos calcinados. Dora Russell menciona en el prefacio del libro las reservas que tiene sobre cómo serán recibidas sus ideas, razón por la que elige a Hipatia como emblema.
Anuncio de artículos de Dora Russell en el diario español 'El sol' -años 30-.
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Notas
[1] Leyendo esto, sospecho que la mano de Dora también puede encontrarse en el texto de Bertrand Ícaro o el futuro de la ciencia, réplica escéptica a la utopía biotecnológica del genetista J.S. Haldane Dédalo, la ciencia y el futuro. Ambas obras han sido publicadas en un solo volumen por KRK.
[2] En internet puede encontrarse un estudio histórico, en inglés, sobre la escuela de Beacon Hill: http://digitalcommons.mcmaster.ca/cgi/v ... %20hill%22. - Se resaltan las contradicciones a las que puede llegar una escuela "libre" en el momento de cobrar matrículas.
3] En 1979 la editorial Grijalbo publicó -con el título de ’Dora Russell: autobiografía’- una edición castellana del primer tomo, traducido por Marta Pessarrodona.
[4] Una de esas entrevistas se la hizo Marta Pessarrodona para la revista ’Vindicación feminista’. Puede encontrarse una copia digital en internet: http://3.bp.blogspot.com/_jOD1mCOObXk/T ... sell+1.jpg y http://3.bp.blogspot.com/_jOD1mCOObXk/T ... sell+2.jpg