Los primeros pasos del anarquismo

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Artículo de Patrick Rossineri en la publicación Anarquista Libertad!, nº 18.


Los primeros pasos del anarquismo

Mucho se ha discutido acerca de los orígenes del anarquismo. Algunos autores remontan la genealogía del anarquismo a la filosofía antigua, encuentran sus raíces en las comunas libres del medioevo, o en las utopías concebidas en la Reforma y el Renacimiento. Ninguna de estas aseveraciones acerca del origen del pensamiento anarquista carecen de verdad, pero para poder considerarlas como parte de una genealogía del anarquismo deberían tener una continuidad -de la que adolecen- con la ideología anarquista moderna (es decir, a partir de los siglos XVIII y XIX). Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el anarquismo surge y da sus primeros pasos como consecuencia del impacto de las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa de 1789. Encontramos entre sus antecesores a Babeuf, Fourier, Owen y Godwin, pero no podemos considerar a ninguno de estos un anarquista propiamente dicho, no sólo por su flojedad ideo-lógica e inconsistencia con el cuerpo principal ideológico del anarquismo venidero, sino también porque ellos mismos no se consideraban como tales.

Babeuf -junto con sus colaboradores Marechal y Buonarotti- postularon que para poder alcanzar la igualdad social era necesario eliminar a la propiedad, fuente de todos los males. Consideraban a la igualdad ante la ley defendida por la burguesía revolucionaria, como un recurso retórico que permitiría a los burgueses instalarse como la nueva clase explotadora, reemplazante de la aristocracia. Proponían la comunidad de bienes y trabajos, la extinción de la propiedad y el igualitarismo como meta final. En el Manifiesto de los Iguales, Marechal -el más libertario del grupo babuvista- propone la desaparición de las diferencias entre gobernantes y gobernados y proclama: “Queremos una verdadera igualdad o morir, eso es lo que queremos. Y conseguiremos esa igualdad real al precio que sea”. Pero no todos los planteamientos se acercan tanto al anarquismo, ya que muchos de los partidarios de Babeuf sostenían una concepción autoritaria de la revolución, más cercana al socialismo marxista. El solidarismo de Owen y Fourier, así como su énfasis en la educación como herramienta liberadora, influyeron mucho en las posteriores formulaciones anarquistas. Godwin, desde un liberalismo radical, propone la abolición de las leyes y el Estado, aunque no llega a esbozar más que un tímido comunismo, sin abolición de la propiedad total.

Recién con Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) llegamos a una concepción anarquista definida, aunque todavía en sus primeros pasos. Muchos han criticado las contradicciones en el pensamiento de Proudhon, pero sin duda su reivindicación de la anarquía como forma de organización social será abierta y franca, así como lo fue su defensa del mutualismo y su crítica a la propiedad y a la Iglesia. Su concepción era que la liberación debía ser obra de los propios trabajadores, no de un partido o un Estado. Promovió también la aplicación del federalismo, es decir, una forma de organización política descentralizada para evitar la consolidación de un poder separado del pueblo. Proudhon fue criticado duramente por Marx, quien en un inicio lo admiraba; su obra Filosofía de la Miseria originó una violenta respuesta de Marx en la Miseria de la Filosofía. A diferencia de Marx, Proudhon sí había conocido la miseria y la pobreza, probablemente tanto como Marx conocía la filosofía. Hijo de un tonelero, o como él mismo se define “nacido y criado en el seno de la clase trabajadora, perteneciendo todavía a ella hoy y siempre con el corazón, por naturaleza, por costumbre, y por sobre todo por comunidad de intereses y de deseos”, dedicó toda su vida a la lucha revolucionaria.

Más allá de sus contradicciones, señaladas por muchos de sus contemporáneos y por los continuadores del pensamiento anarquista, Proudhon expresa el modelo de militante que seguirán los anarquistas cuando después del fundamental aporte de Bakunin, y más tarde de Kropotkin y Malatesta, el anarquismo se consolide como una tendencia madura y con dinámica propia en el seno de la clase trabajadora. Este modelo tendrá como ca-racterística principal la eliminación de la distinción entre trabajadores intelectuales y manuales, es decir, de quienes teorizan y dirigen desde una supuesta vanguardia esclarecida y quienes son el sujeto revolucionario. La revolución no se llevará a cabo en los gabinetes de estudio sino en las calles, campos y fábricas. Esta concepción no implica un desprecio por la teoría y una apología de la acción, sino una relación complementaria entre ambas, donde la teoría surge de las experiencias cotidianas de la clase trabajadora como efecto de la explotación y la opresión capitalista y estatal.

Desde Bakunin a Durruti, los anarquistas tuvieron una actitud de lucha consecuente con estos principios. Bakunin, a pesar de haber nacido en una familia aristocrática, dedicó su vida a la revolución, fue el agitador más famoso de su época y sufrió años de cárceles, torturas y persecuciones. Kropotkin, príncipe de nacimiento, renegó de su origen y optó por la lucha revolucionaria y la agitación ideológica, antes que por la tranquila vida de cortesano, cambió la cálida mansión de su familia por las frías y miserables barriadas obreras. Al igual que Bakunin sufrió cárceles y exilio, aunque tuvo una producción teórica más continua. Malatesta, trabajador y miembro de la Internacional desde los 17 años, luchó y propagó el socialismo libertario incansablemente, como Bakunin. El español Buenaventura Durruti, nacido en un hogar obrero, hizo de su vida una leyenda; nunca teorizó sobre el papel: él mismo fue la pluma y su vida revolucionaria su más precioso escrito. Del misterioso francés Joseph Dejacque, obrero empapelador y autor de una utopía titulada El Humanisferio, no se sabe nada de su nacimiento ni tampoco acerca su muerte, sólo que tuvo una actividad anarquista muy ardorosa entre 1848 y 1861. De ellos y algunos más conocemos su nombre; aún permanece su obra. Pero en la historia del anarquismo la regla ha sido siempre el anonimato. Esta es una de las diferencias principales entre los llamados teóricos del anarquismo, y los marxistas -éstos sí verdaderos teóricos en el sentido más extendido del término. Las ideas del socialismo marxista tienen una piedra fundamental a la que se remonta toda su genealogía ideológica: el propio Carlos Marx. No ocurre así con el anarquismo, obra de múltiples padres y forjado al calor de muchas luchas y experiencias.

Pero más allá de cualquier cuadro genealógico que tracemos, el anarquismo es una idea surgida de la propia clase trabajadora y de las luchas de sus activistas y militantes. No es una construcción teórica aislada de la experiencia, sino más bien la expresión de rebeldía contra la vivencia de opresión y explotación. Las experiencias de solidaridad para resistir la miseria y la explotación -visibles en las primeras organizaciones gremiales, sociedades de ayuda mutua y asociaciones de trabajadores, surgidas a inicios del siglo XIX y anteriores a la formulación de las ideas socialistas- inspirarán a los futuros planteos anarquistas tales como el mutualismo, el colectivismo y, en una última etapa, el comunismo. Es en este sentido que decimos que la ideología anarquista es la obra de los propios trabajadores. Y como continuadores y herederos de ese legado debemos actuar consecuentemente con este pasado. Tal vez por esta razón, los anarquistas -salvo pocas excepciones- tuvieron muchas reticencias a la hora de teorizar y predecir cómo sería la sociedad futura, y prefirieron, consecuentemente, que si la liberación iba a ser obra del propio pueblo, también debería ser suya la planificación y edificación de la nueva sociedad.