Emma Goldman

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Emma Goldman
Célebre anarquista de origen lituano conocida por sus escritos y sus manifiestos radicales, libertarios y feministas, fue una de las pioneras en la lucha por la emancipación de la mujer.

Emma Goldman nació el 27 de junio de 1869, en el seno de una familia judía de Kaunas en Lituania, que regentaba un pequeño hotel. Durante el periodo de represión política que siguió al asesinato de Alejandro II y cuando contaba 13 años, se trasladó con su familia a San Petersburgo.

Emigró a los Estados Unidos con una hermanastra tras el enfrentamiento con su padre que pretendía casarla a los 15 años. El ahorcamiento de cuatro anarquistas (Mártires de Chicago) a consecuencia del motín de Haymarket, animó a la joven Emma Goldman a unirse al movimiento anarquista y convertirse, a sus 20 años, en una auténtica revolucionaria. En esa época se casó con un emigrante ruso. El matrimonio apenas duró 10 meses, Emma se separó y se fue a New York. Continuó legalmente casada para conservar su ciudadanía americana.

En New York conoce y convive con Alexander Berkman y pasa a ser la principal dirigente del movimiento anarquista de los Estados Unidos. Su apoyo a Berkman en la tentativa de asesinato de Henry Clay Frick la hizo todavía más impopular frente a las autoridades americanas. Berkman fue encarcelado durante varios años.

Emma fue encarcelada, asimismo, en 1893 en la penitenciaria de las islas Blackwell. Públicamente instigó a los obreros en paro a Pedid trabajo, si no os lo dan, pedid pan, y si no os dan ni pan ni trabajo, coged el pan. Esta cita es un resumen del principio de expropiación preconizada por los anarco-comunistas como Piotr Kropotkin. Voltairine De Cleyre salió en defensa de Emma Goldman en una conferencia dada tras su apresamiento (In defense of Emma Goldman). Mientras permaneció en prisión, Goldman, desarrolló un profundo interés por la educación de los niñxs, empeño en el que se involucró años más tarde.

Junto con nueve personas más fue de nuevo arrestada el 10 de septiembre de 1901 por participar en el complot de asesinato contra el Presidente William McKinley. Uno de ellos, León Czolgosz le había disparado pocos días antes. Emma, le conoció semanas más tarde y se vio con él una sola vez, al ser arrestada dijo: ¿Tengo yo la culpa de que un loco haga una mala interpretación de mis palabras?

El 11 de febrero de 1916 es detenida y encarcelada de nuevo por la distribución de un manifiesto en favor de la contracepción. Durante varios años, y cada vez que daba una conferencia, esperaba ser arrestada, por eso iba siempre pertrechada con un buen libro. En 1917, y por tercera vez, es encarcelada de nuevo junto con Alexander Berkman por conspirar contra la ley que obligaba al servicio militar en los Estados Unidos. Hizo públicas sus profundas convicciones pacifistas durante la Primera Guerra Mundial y criticó el conflicto por considerarlo un acto de imperialismo. Dos años después fue deportada a Rusia. Durante la audiencia en la que se trataba de su expulsión, J. Edgar Hoover, que era el presidente de la misma, calificó a Emma como una de las mujeres más peligrosas de América.

Residió en la URSS con A. Berkman y participó en la sublevación anarquista de Kronstad. Apoyó a los bolcheviques en contra de la división entre anarquistas y comunistas, hecho que se produjo durante la primera Internacional. La represión política, la burocracia y los trabajos forzados que siguieron a la Revolución rusa contribuyeron, en gran medida, a cambiar las ideas de Goldman sobre la manera de utilizar la violencia, excepción hecha de la autodefensa.

Disconforme con el autoritarismo soviético, se instaló definitivamente en Canadá. En 1936, Goldman colaboró con el gobierno español republicano en Londres y Madrid durante la Guerra Civil española. Cabe destacar el vehemente artículo que escribió sobre el conocido anarquista español Buenaventura Durruti titulado Durruti is Dead, Yet Living.

Emma Goldman murió el 14 de mayo de 1940 en Toronto y está enterrada en Chicago.


El estado soviético

Desde que la noche de la masacre de los huelguistas de Chicago en 1887, la hizo ver con claridad donde estarían sus ideales políticos y sociales para el resto de su vida, algo que de forma casi idéntica le sucedería a Voltairine de Cleyre, Emma Goldman se convirtió en la pensadora para la cual las causas humanísticas siempre tendrían la prioridad. Como la anarquista norteamericana también, para la emigrada rusa la causa del pueblo cubano en 1898 por ejemplo, era motivo de la mayor movilización imaginable. Desplegando una energía asombrosa Goldman recorrió varias ciudades de los Estados Unidos, para denunciar la política imperialista del gobierno de este país con relación a la guerra que tenía lugar en la isla del Caribe; y para recoger fondos que les permitieran a los luchadores cubanos continuar hasta el final por la causa de su independencia.

De la misma forma haría con el asunto de la revolución rusa. Antes de volver a su patria, donde estuvo entre los años 1920 y 1921, la causa de los bolcheviques había logrado aglutinar un importante apoyo entre los circulos políticos, sociales e intelectuales de la izquierda radical emigrada norteamericana. Y en militantes del calibre de Goldman, a pesar de la enorme repugnancia que les producían los desplantes estatistas inspirados en el marxismo de los bolcheviques, la revolución rusa había encontrado a fieros y responsables defensores de la causa del proletariado.

Para Goldman, Lenin y Trotsky, eran solamente dos políticos obsesionados con el control de la maquinaria del estado, y la revolución rusa no era necesariamente la revolución bolchevique. Esta diferenciación, que a simple vista suena como muy convencional y oportunista, era fundamental para entender las eventuales críticas que la anarquista rusa le haría a los procesos que estaban sucediéndose en su país desde julio de 1917.

Entre 1905 y 1917, los cambios sociales y políticos que se acumulaban en la vida cotidiana de los rusos, habían sido motivo de estudio concienzudo por parte de los anarquistas propios y extranjeros. Sin embargo, los acontecimientos que se precipitarían entre julio y octubre de 1917, convertirían a los anarquistas en muchas ocasiones, en observadores críticos y distantes de algo que realmente no compartían en su totalidad.

El proyecto revolucionario que pensaban construir los bolcheviques estaba sustentado en una rara fórmula, en la cual los ingredientes tomados del marxismo, de incuestionable procedencia occidental y judeo-cristiana, hacían un explosivo collage con el inveterado despotismo oriental, de una cultura heredera de las más duras tradiciones bizantinas. Para los rusos el enfoque mesiánico de los cambios que tenían que operarse en su sociedad estaba indisolublemente atado a la invocatoria infalible de un líder iluminado, que los rescataría de las garras de los explotadores y opresores, mal enquistados en la venerable tradición zarista, la cual se remontaba a unos trescientos años, y que durante el mismo período de tiempo, había recibido las bendiciones y buenaventuranza del cristianismo ortodoxo.

De tal manera que entre 1880 y 1920, los pensamientos liberal, populista y anarquista rusos se encontraron con que sus sólidas raíces europeo-occidentales, no tenían un terreno bien abonado para que sus utopías y sus vigilias oníricas se expresaran en el ideario que autores como Chernichevsky, Tolstoi, o Dostoievsky, ya habían vislumbrado como necesario en Rusia, para que se acercamiento a Occidente tuviera sentido.

La llegada de los bolcheviques al poder es perfectamente armoniosa con esa tradición, absolutamente rusa e irrepetible en ninguna otra parte, pero al mismo tiempo la contradice en sus esencias de mayor especie occidental. Es esta paradoja, la que una autora como Goldman trata de dilucidarnos cuando nos establece la diferencia entre revolución rusa y revolución bolchevique. De gran poder explicativo, la misma le sirvió mucho también a un historiador de la eminencia de Edward Hallett Carr, para construir su obra monumental sobre la Rusia soviética. En ella, como en los trabajos de Goldman, hay una gran preocupación por rescatar los cambios que se operaron en la cotidianidad de los rusos con el proceso revolucionario, que a simple vista pareciera haber sido catastrófico, pero que en realidad dejó muchas cosas viejas intactas. Emma Goldman apuntaba con gran sabiduría que la historia la construyen los hombres y mujeres con sus luchas cotidianas, sus frustraciones, sus pasiones y sus esperanzas más recónditas, y no los historiadores con sus vicios, prejuicios y distorsiones, propios de una disciplina humanística sujeta al riesgo de que la realidad siempre le resulte más rica que todo su aparataje pseudocientífico.

Pues bien, eso fue precisamente lo que ella regresó a buscar a Rusia: la frescura de la utopía, aceitada con la fuerza de la esperanza de una cotidianidad construida con el dolor y el sufrimiento. Ya ella había probado, como diría su amiga Voltairine de Cleyre, que estaba construida con la madera de los luchadores tenaces y testarudos. Pero el choque que se llevó la dejaría marcada por el resto de su vida. La utopía bolchevique era simplemente una farsa burocrática.

Con una sorprendente visión y un agudo sentido de la realidad política, la mujer ya se había acercado a la verdadera naturaleza del estado soviético. Antes que Trotsky, se atrevería a denunciar la textura burocrática, represiva e intolerante de las principales instituciones soviéticas. Es más, algunos de sus vaticinios hoy se han cumplido a cabalidad. Por eso la relectura de Goldman se impone como un requisito para una mejor y más rica comprensión de lo que hoy está sucediendo en la vieja Unión Soviética. Pero donde es más aleccionadora su enorme potencia visionaria, es precisamente en el asunto del papel jugado por las mujeres en la construcción de este tipo de sueños. Sus enseñanzas a ese respecto siguen teniendo una vigencia iluminadora.

La "mujer nueva"

Emma Goldman amó a muchos hombres. A lo largo de su prolífica vida tuvo muchos amantes y siempre supo expresarse de ellos con gratitud y gentileza. Pero eso no implicó nunca que dejara de tener hacia ellos, una actitud maternal, la que no siempre fue bien recibida por algunos de sus compañeros de lucha o de alcoba. Por eso es tan fácil sostener que el feminismo de Emma Goldman está totalmente articulado a su visión de la vida. Nunca fue una pose política o una mascarada liberadora, que promoviera la defensa de algunos valores y a otros los dejara como estaban.

Cuando critica al estado soviético lo hace de forma integral, no por partes. Y esas críticas por ejemplo incluyen la condición de la mujer, de la familia, del matrimonio, del amor libre y de los niños. Todos aspectos ligeramente modificados por los bolcheviques, quienes a veces encontraron muy duro desprenderse de la plataforma dejada por los Zares en lo que respecta a las relaciones de pareja, a las condiciones de género y a la discriminación de las minorías, como los homosexuales, a los que Lenin y los suyos persiguieron de una forma feroz.

Emma Goldman reflexionó mucho sobre la "mujer nueva", y algunas de sus afirmaciones no fueron muy bien recibidas; tal vez mal comprendidas, debido a lo avanzado de sus propuestas, que ni los mismos miembros de su comunidad religiosa, los judíos, entendían o aceptaban por completo. Para un grueso importante de la intelectualidad migrante norteamericana de los años veinte y treinta, la revolución rusa representaba un avance tangible hacia los ideales por los que habían luchado muchos años. Sobre todo por las mujeres, dicha revolución fue recibida con mucho calor y expectativas.

Pero los afanes de Emma Goldman sobre el papel que las mujeres deberían jugar en la construcción de la nueva sociedad serán muy difíciles de ponderar en su justa medida, si nos desprendemos del contexto en el que ella tuvo que vivir y pelear. Es más, algunas de sus ideas críticas sobre los fracasos de la revolución bolchevique para devolverles la libertad a las mujeres son el producto, no tanto de sus intensas y profundas lecturas, como de su experiencia personal. Su padre, Abraham Goldman, quiso casarla a la edad de quince años, y en esa ocasión su rechazo rotundo al intento sentó el precedente de lo que sería la vida de Emma, repleta de luchas y controversias por defender los derechos de la mujer a involucrarse con quien realmente amara.

Emma Goldman es una pensadora visionaria y de una considerable potencia premonintoria, pues muchas de sus ideas y de sus propuestas de los años veintes y treintas serían todavía motivo de discusión y conflicto en los años ochentas y noventas. Para ella era imposible una sociedad libre y verdaderamente humana, si el estado iba a seguir en control de los aspectos fundamentales del desarrollo de una persona. Sobre todo cuando se trataba de las mujeres. A este respecto podemos agrupar las ideas de Goldman en tres grandes temas:

  • El matrimonio.
  • Los niños.
  • El aborto.

Siempre creyó que el matrimonio era una desgracia, no sólo para las mujeres sino también para los hombres. Para ella, no existía ninguna relación posible entre el matrimonio y el amor. Su razonamiento partía de la base de que aquella institución estaba concebida para sacrificar a las mujeres en el altar de la maternidad, y para estrangular toda posibilidad de independencia y de creatividad personal en ellas. El matrimonio había sido ideado por los dos grandes monstruos de la sociedad contemporánea: el estado y la religión. Solamente cuando los hombres y las mujeres entendieran al fin que una pareja debía unirse con el único propósito de crecer juntos en todos los terrenos posibles, sería posible remontar los objetivos sordidos para los cuales la sociedad burguesa había inventado el matrimonio.

El cuido de la prole y las atenciones a la perentoriedad sexual de la pareja, en este caso del varón, parecían ser los fundamentos sobre los cuales reposaba la idea del matrimonio. La reproducción de la fuerza de trabajo, de los soldados y de los empleados que necesitaba la maquinaria estatal, hacían que la labor maternal de la mujer adquiriera un sentido casi heroico. En este caso, el matrimonio estaba más que justificado. Sobre todo cuando la religión encontraba en los instintos naturales de los seres humanos algo asqueroso y repugnante. A la mujer en particular, le estaba vedado el disfrute pleno de su cuerpo, pues no le pertenecía ni a su compañero, ya que en última instancia quien decidía el propósito de la maternidad era el estado. El varón por su lado, era cómplice con el estado de la expoliación que se hacía con el cuerpo de la mujer. En este asunto la conspiración no podía ser más completa. El aborto, de esta manera, tendría que ser prohibido de forma rotunda, pues contradecía los basamentos éticos de la tradición judeo-crisitiana, los cuales indicaban que el propósito esencial para el cual las mujeres habían venido al mundo era para ser madres.

En muchas ocasiones Emma Goldman tuvo que ser sacada de los salones de conferencias y de algunos "mitines" acompañada por la policía, pues sus puntos de vista resultaban intolerables para la "sociedad puritana" como ella la llamaba. Promover y defender el aborto, significaba indicarle al estado burgués que el cuerpo le pertenecía a las mujeres y que podían hacer con él lo que les viniera en gana. Era decirle al pueblo culto y civilizado que traer hijos al mundo, educarlos y atenderlos como verdaderos seres humanos, implicaba sustancialmente la toma de una decisión consciente y responsible por parte de la pareja o de la persona interesada en dicho proyecto, no del estado o de alguna iglesia que predicara la maternidad como una función al servicio de la sociedad civil.

Cuando Emma Goldman habló de la "mujer nueva", siempre nos invitó a ver más allá de lo que nos tienen acostumbrados los procedimientos convencionales para analizar y comprender el papel la mujer en la sociedad civil. Ella creía que la lucha por la liberación del amor, los sentimientos y las emociones, pasaba por la destrucción del estado. Su lucha incondicional por la más absoluta y total libertad, en materia de derechos civiles, sexuales, culturales y personales llegó a veces a profundidades que muchos intelectuales anarquistas de la época no lograron comprender en su totalidad.

Con frecuencia se opuso a que las mujeres se entregaran tanto en la conquista del derecho a votar. La dedicación y la pasión que se había puesto en esta batalla, decía ella, no era proporcional a los resultados que se esperaba obtener. Las sufragistas le parecían damas de la buena sociedad creyendo que con la obtención del voto, podrían superar a los hombres y mejorar la sociedad y la civilización ahí donde ellos habían fallado tan estrepitosamente durante los últimos dos mil quinientos años. Las obsesiones parlamentaristas le parecían ridículas e inútiles, ya procedieran de hombres o mujeres por igual.

El sufragismo le parecía estéril si con él no venía una modificación sustancial en el sitio ocupado por las mujeres en la sociedad burguesa. El voto sólo les permitiría hermanarse con los hombres en la explotación salarial de que éstos eran víctimas, sin cambiar o eliminar en el fondo la verdadera raíz de aquella: la sociedad capitalista y el estado burgués. La emancipación de las mujeres en estos casos evocaba para Emma Goldman, un ajuste en la situación civil que dejaba intactas la humillación, la mercantilización y la opresión de que habían sido objeto por siglos. El voto no cambiaba para nada dicho panorama.

En la nueva sociedad que soñaban Emma Goldman y muchos otros anarquistas como ella, la mujer nueva sería capaz de tomar sus propias decisiones, concernieran éstas a su vida personal o civil. Sus elecciones sexuales vendrían motivadas por una perfecta salud espiritual y física donde sólo fueran válidos el amor y el placer. La maternidad en este caso, sería también una elección libremente escogida. Ni el estado ni la religión decidirían sobre un asunto que pertenecería a la más absoluta y responsible libertad personal.

La labor de propagandista y de promotora de los derechos civiles y personales de las mujeres, llevó a Emma Goldman a viajar mucho. Sus frecuentes viajes a Europa y a todo lo largo y ancho de los Estados Unidos, le granjearon una fama útil pero muy peligrosa al mismo tiempo. Entre 1906 y 1918 la editorial, la revista y el boletín Mother Earth (Madre Tierra), encargadas de distribuir material impreso, y de promover los principios más preciados del anarquismo, fue blanco constante del acoso y la irrespetuosa actitud de la policía norteamericana. Incautación regular de algunos de los números publicados, encarcelamiento de Emma y otros miembros del personal, así como las amenazas permanentes de deportación fueron los recursos utilizados por una policía corrupta y feroz, que siempre encontró en estos notables luchadores a idealistas dispuestos a todo con tal de hacerse oir.

Esa mojigatería política y cultural estuvieron disciplinadamente bajo el fuego de la mordacidad analítica de Emma Goldman y sus compañeros. Sus agudas críticas al patriotismo, al puritanismo, a la persecución de las minorías, y a la subestimación de las luchas civiles de las mujeres por razones sexuales, la convirtieron en una figura atractiva y relevante pero muy peligrosa del escenario político norteamericano de la primera parte de este siglo. La tragedia de la emancipación de la mujer moderna, decía Emma Goldman, radicaba en que ahora ella podía escoger su profesión, su horario de trabajo, y finalmente sus condiciones de explotación. Con triste ironía podía notarse que, después de una larga jornada de trabajo en la fábrica, en la oficina o en la mina, la mujer emancipada tenía que continuar sus labores en la casa, donde la esperaban sus hijos, su marido, sus hermanos y todos aquellos que argumentaban y defendían el derecho de la mujer a la libre contratación del trabajo, a la huelga y a la jornada laboral de ocho horas.

Pero el proceso emancipatorio estaba incompleto si sólo se aspiraba a la liberación de los tiranos externos. No eran éstos en realidad los verdaderos opresores. La inhibición interna, los prejuicios, la moralidad tiesa y una religiosidad vacua y represiva, hacían que las mujeres tuvieran serios problemas para integrarse realmente en la construcción de un proyecto de liberación en que ellas mismas fueran sujetos y objetos del mismo.

Para Emma Goldman las mujeres eran más propensas a las supercherías morales y políticas de la sociedad burguesa, repleta de fetiches institucionales y espirituales que les impedían tomar en sus propias manos el proceso de su liberación interna. Por eso le parecía un insulto que se las hiciera creer que con el voto ganarían el derecho a la libertad y a la igualdad en las luchas civiles con los hombres. Si la propiedad era un robo, las mujeres no eran dueñas de sus propios cuerpos; si la religión buscaba dominar la mente humana, las mujeres eran los seres humanos más religiosos; si el gobierno pretendía controlar la conducta de las personas, las mujeres eran muy fáciles de manipular. En todo caso, la mayor aspiración de los anarquistas era devolverles a las mujeres el control sobre su propio cuerpo, su alma y su voluntad, cosa que también era el gran sueño de los varones que creían en la posibilidad de una sociedad donde las iniciativas, las esperanzas y los proyectos no tuvieran que pasar por la aprobación de una oficina de censura.

Pues bien, el feminismo de Emma Goldman se curtió en las luchas callejeras, en las prisiones y en los debates cotidianos contra hombres y mujeres también, que la vieron como un monstruo de la conspiración o como un ángel de la liberación. Ninguno de los dos enfoques es cierto. Pero sí estamos tratando con una mujer que tenía perfecta claridad sobre los objetivos políticos, culturales e ideológicos por los que estaba combatiendo. Tanto así como para atreverse a hablar de amor libre, en una sociedad y en un momento donde este tipo de consideraciones sólo podían ser hechas por varones, y no precisamente en su sano juicio.


El amor libre

El amor libre que predica Emma Goldman no es igual al amor promiscuo. Lo más natural que tiene un ser humano es su sexualidad, por eso todo tipo de organización social es anti-natural, porque la naturaleza no conoce de organizaciones para darle paso a los mecanismos auto-reproductivos más fluidos y perfectos que el hombre pueda imaginar. Toda institución diseñada para controlar la espontaneidad de la naturaleza está condenada al fracaso o a la destrucción de la naturaleza misma. Y en esa dirección no hay nada más libre que el amor.

La propuesta del amor libre hecha por los anarquistas tiene que ver particularmente con la más sencilla, y al mismo tiempo la más complicada de las escogencias que hace cualquier ser humano en cualquier parte del mundo, en todo momento; nos referimos a la pareja con quien desea unirse, o al amigo o amiga con quien quisiera compartir sus más profundos y acendrados ensueños.

Curiosamente, en las relaciones que Emma Goldman tuvo con algunos de sus camaradas de lucha, las peleas y desacuerdos por celos amargaban el posible proyecto de vida que pudiera haber construido con ellos. A Johan Most lo agredió en público con un látigo, en un arrebato de cólera, porque el dirigente alemán se había dedicado desde su revista a difamar a Alexander Berkman, compañero de Emma en prisión, acusado de conspiración para asesinar a un empresario cuyos guardaespaldas habían ultimado a tiros a nueve trabajadores en huelga.

Berkman sería condenado a veintidos años de prisión que, con sus veintiún años de edad, iban a representar lo mejor de su vida en el encierro de una asquerosa prisión de Pennsylvania. Sólo cumplió catorce de la condena, pero esta reducción de la pena se le debía en gran parte a la extraordinaria labor que Emma Goldman había hecho en todos los sectores sociales y políticos de los Estados Unidos, para lograr tal propósito. Llegó a impartir a veces hasta 150 conferencias en un año, para recaudar fondos y pagar abogados, sobornos y otras regalías que le permitieran a su compañero salir antes de lo planeado.

La pasión con que Emma Goldman conducía sus relaciones personales casi siempre terminaban en fuertes altercados. Most, desde el momento en que ella le indicó claramente que no quería nada con él, reaccionó de una forma en absoluto incoherente con sus creencias anarquistas, supuestamente apoyadas en la tolerancia y jamás en la clásica posesión burguesa que tanto criticaba. Los celos que Most llegó a sentir por Berkman lo llevaron al extremo de acusarlo de incompetente para el terrorismo individual, una acusación que en los medios políticos anarquistas de la época, era en extremo insultante.

La amistad, la solidaridad, el compañerismo, la lealtad y una total entrega a la causa de la redención de los seres humanos, de su muchas veces inconsciente opresión constituían algunos de los ingredientes de esa seductora forma de vida que los anarquistas como Emma Goldman llamaban amor libre. En prisión, en la isla de Blackwell's Island, donde estuvo encerrada cerca de un año por incitación a la violencia, Emma logró hacerse de una gran cantidad de amigas y amigos, como el Dr. White, un noble personaje que la introdujo en los asuntos de la enfermería, actividad para la cual Emma dedicaría una parte importante de su vida.

Pero fueron las prisioneras, mujeres humilladas y explotadas de una manera atroz por un sistema penitenciario primitivo y devastador, quienes terminarían siendo sus mejores compañeras de encierro. Puesta al frente de los talleres de costura de la prisión y a cargo de la enfermería, la prisionera Emma Goldman tuvo enfrentamientos serios con los administradores de aquella, sobre todo cuando se le exigía la sobrexplotación de sus compañeras. Siempre que se negó terminó en el calabozo, un lugar apestoso e inmundo donde Emma irremisiblemente empeoraría de su reumatismo.

Estaba visto que su experiencia en la prisión, le haría valorar con mucha más claridad la enorme importancia de las prisiones para el sistema burgués. El amor libre, el amor que se da sin ataduras, al amigo, al compañero, al amante, sin convencionalismos o limitaciones de ninguna especie, tenía que saltar por encima de cualquier tipo de encierro. Por eso le resultaban detestables las prisiones, como a Piotr Kropotkin, a quien logró entrevistar en unas dos o tres ocasiones, interesada en el balance que pudiera haber hecho el viejo y brillante pensador ruso sobre la revolución bolchevique y el futuro que les esperaba a los anarquistas como él en la Rusia del mañana.

Toda forma de rebeldía había encontrado siempre un destino siniestro: el hospital para enfermos mentales o la prisión, como nos indicaba Foucault. Y tratándose de mujeres el asunto había sido aún más represivo, puesto que la hoguera, el potro o el descuartizamiento público, habían sido los instrumentos con que el poder fálico destruía sus intentos de emancipación.

El amor libre, como lo entendían Emma y sus camaradas, tenía que ser una fuerza, un conjunto de acciones mediante las cuales las personas involucradas fueran capaces de liberarse mutuamente, jamás podía ser una actitud contemplativa, solo reflexiva y racionalista. Para que en realidad terminara siendo una fuerza incontrolable, el amor libre debería ser libre amor, es decir un sentimiento, una emoción capaz de remover todos los obstáculos imaginables que se pudieran poner en su camino, como hubiera hecho Emma para apoyar en todo momento, en las buenas y en las malas, a su entrañable compañero Sasha Berkman.

Resulta entonces muy difícil entender eso que Emma llamaba amor libre, si nos limitamos a definirlo únicamente a partir de sus aristas sexuales o pasionales. Ella confiesa con mucha insistencia, en su correspondencia, en sus discursos y en algunos de sus ensayos, la urgencia de que el amor libre sea visto de esa manera y no de otra. Es decir que, para Emma Goldman el amor libre no se expresa sólo a través de la cantidad de amantes que una persona pueda haber tenido en su vida, sino en virtud de la riqueza emocional, que esa persona en particular, a la que se le han dado todos nuestros sueños y esperanzas, es capaz de producir en el proyecto general de nuestra existencia.

Era el amor por Sasha, y su triste condición de presidiario joven, el que hacía que Emma viera a sus compañeras de prisión, como hermanas sufrientes y valiosas en la lucha por la vida. La misma que le hizo aceptar con tolerancia y sentido de la creatividad anarquista, su amistad con el capellán de la cárcel donde estaba. Porque se requería creatividad acercarse a un cura católico con un mayor grado de vulnerabilidad, que a los rabinos con los que tuvo contacto. Esa vulnerabilidad poderosa fue la que hizo que Emma, en muchas ocasiones, no negara explícitamente la existencia del Dios católico, y manifestara sistemáticamente un ateísmo ambiguo, más parecido a un cierto tipo de agnosticismo escolástico que a una incredulidad absoluta. Por eso a veces, uno la ve más cerca de Tolstoi que de Bakunin.

La duda sistemática, de fuerte sabor ilustrado, hace que el anarquismo de Emma incruste sus raíces en las ideas de una pensadora como Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley, creadora del emblemático personaje del monstruo de Frankenstein, y una de las pioneras (la primera Mary no la segunda) en atreverse a hablar del amor libre, de la solidaridad, de la amistad, y del profundo respeto por el ser humano que la Ilustración francesa promovería en su momento.

La rebelión que trajo consigo el aflojamiento de las amarras sexuales impuestas sobre las mujeres de la burguesía, no fue el producto de un gesto patibulario incoherente y sin dirección. La rebeldía sexual era un instrumento muy efectivo para que, al recuperar el control de su propio cuerpo, las mujeres le hicieran ver al mundo la posibilidad de acercarse a los otros sin manipulación y mercantilización de las emociones más valiosas de que son portadores los seres humanos. Las distintas dimensiones del amor libre, emergían así entonces, con una claridad positiva, puesto que reducir el amor a la simple humedad de un acto sexual, era quitarle todo su poder expresivo a un poema, una canción o un estrechamiento de manos. No olvidemos que durante la era victoriana, las mujeres tenían todos estos ingredientes debidamente reglamentados, para que la disciplina social, el buen gusto y las buenas maneras no se perdieran. Recordemos que a las mujeres se les decía hasta cómo debían sentarse, qué hablar y cuáles silencios eran oportunos. Entonces, la rebeldía sexual en este caso no fue sólo una recuperación del cuerpo, fue también una conquista del espacio de privacidad, de vida íntima y libertad individual a que todo ser humano tiene derecho. Que las mujeres de la burguesía victoriana hubieran iniciado este proceso, es sólo el resultado de que su condición económica, social, política y cultural lo hacía rápidamente posible, sin que por ello las mujeres de las clases trabajadoras, más conservadoras, religiosas y explotadas, hubieran tenido una participación de menor beligerancia e impacto.

El puritanismo, la moralidad gazmoña, y la estupidez clerical parecían ser las más odiadas amarras que una idealista y una rebelde como Emma quería deshacer, sobre todo cuando eran las mujeres las que más atadas estaban por ellas. Escribió, conferenció activamente, y participó en cuanto mitin le fue posible para combatir un conjunto de valores que sólo beneficiaban a unos pocos, y dejaban a la gran mayoría en el más absoluto desamparo espirtual y material.

La santurronería de la burguesía norteamericana de la época era para Emma Goldman, uno de los dispositivos más esenciales para comprender el falso recato que desplegaban algunas instituciones, como la Iglesia Católica, en lo que concernía a las posibilidades reales de que las mujeres participaran activamente en la vida política de ese país, los Estados Unidos. Emma consideraba que el fetichismo al que eran propensas particularmente las mujeres, las hacía más vulnerables al menú ideológico que se les quería vender, pero entre 1887 y 1936 ella probó que era factible otro tipo de acercamiento a la combatividad que eran capaces de desplegar las mujeres, cuando se trataba de brindar solidaridad y verdadero apoyo a causas que les eran entrañables. El trabajo que ella u otras, como Tina Modotti, realizaron en favor de la causa republicana durante la guerra civil española, seguirá siendo un ejemplo profundo de lo que es el amor sin ataduras.

La beligerancia organizativa de los anarquistas en aquella guerra es un capítulo espléndido de la historia del siglo XX, puesto que en ella las mujeres desarrollaron un nivel de compromiso y de entrega realmente excepcional. Resultará a todas luces imposible realizar un balance justo de dicha guerra sin mencionar la contribución hecha por las mujeres en todos los terrenos: como diplomáticas, intelectuales, activistas, en la labor de agitación y en las trincheras propiamente dichas.

El amor libre en definitiva probó ser, según nos lo enseñó Emma Goldman, en la práctica y en la teoría, un instrumento eficacísimo para el acercamiento de los hombres y de las mujeres que comparten un mismo ideal: la libertad más absoluta, sin cortapisas de ninguna especie. Junto a ello, Emma probó también que no es posible la solidaridad si ésta no tiene además dimensiones internacionalistas, por eso sus reflexiones y sus acciones contra el imperialismo y el patrioterismo alcanzaron igualmente alturas de gran relevancia práctica para el quehacer de los anarquistas.

Los totalitarismos

El anti-autoritarismo de Emma Goldman es antes que nada un internacionalismo. Eso significa que la causa por la libertad, donde quiera que ésta estuviera sujeta a represión, iría a estar por encima de cualquier otra consideración de orden teórico o político.

A todo lo largo de su vida, Emma Goldman entró y salió de varias prisiones, no sólo en los Estados Unidos, sino también en otras partes de Europa y Canadá. Sorprendente que fuera víctima de un trato así, porque los motivos recurrentes de sus encarcelamientos eran algo que hoy podría pasar por ridículo en algunos países. En otros, Emma seguiría encontrándose a gusto como luchadora. Su valiente defensa de los derechos de las minorías, como los homosexuales, a quienes ella llamaba "el sexo intermedio", le ocasionaron serios problemas con las autoridades y el moralismo rancio y acartonado de sociedades como la británica.

Hubo años en que Emma Goldman, como decíamos atrás, llegó a impartir hasta 150 conferencias en cuestión de meses, a más de 50.000 personas, en 27 ciudades de 25 estados distintos de la unión americana, pero siempre encontró oposición, el abucheo irrespetuoso de algunas bandas de saboteadores que se mezclaban con los asistentes para estropear sus conferencias, el cierre y la denegación de los permisos para utilizar las salas y salones concedidos a otro tipo de conferencistas, y finalmente hasta el asalto de la policía, al extremo que había que sacarla en hombros de guardaespaldas, para impedir que fuera agredida.

Las multas, las fianzas, y la perenne tirantez con las autoridades de migración del Gobierno de los Estados Unidos, que insistía en considerarla una "ciudadana extranjera indeseable", marcaron la vida de Emma Goldman hasta en sus más mínimos detalles. Si hay alguien que hubiera desarrollado un buen criterio sobre las prisiones en aquel país fue precisamente esta mujer, que se atrevió en varias ocasiones a disertar sobre el derecho al aborto, a las distintas formas de contracepción, y sobre el derecho al placer sexual que tienen las mujeres, en una sociedad que consideraba imposible que una dama hablara sobre este tipo de asuntos, difílmente aceptables aún entre varones. El destino de las mujeres estaba sellado por su capacidad de reproducción, lo que impedía que el sexo fuera para ellas otra cosa más que traer hijos al mundo.

Pero algunos consideraban que tales materias eran controversiales en la sociedad norteamericana, donde una burguesía fuerte y vigorosa se daba el lujo de decirle a la gente lo que debía pensar, sentir y hacer con su vida privada y pública. El puritanismo y la moralidad de campanario le pertenecían al capitalismo y resultaba inimaginable que el mismo tipo de mojigatería se diera en la sociedad socialista que se trataba de construir en la Unión Soviética.

Esta es una de las cuestiones que más problemas le produjo a Emma Goldman. Todo anarquista consciente y riguroso con su forma de pensar, desde figuras venerables como William Godwin y su compañera Mary Wollstonecraft, ha partido de la base de que la autoridad y el autoritarismo son los responsables de tantos males en la sociedad contemporánea. En la sociedad capitalista el poder y la riqueza configuran una alianza perjudicial para el desposeído. Pero en la sociedad socialista, supuestamente diseñada para servir al último, el autoritarismo tiene mayor arraigo puesto que se basa en el mito de que si el proyecto de clase está al servicio del pobre, es irracional que éste critique lo que ha sido concebido para atenderlo y protegerlo.

Las sociedades totalitarias, en las que el autoritarismo es la forma más visible de la intolerancia, tienen el problema de que construyen una mitología sobre su perfección y eficiencia absolutas, pero sus ideólogos son los que menos creen en esa clase de mitos. Cuando Lenin, Trotsky, Stalin y el resto de los bolcheviques se decidieron a darles un nuevo proyecto de utopía a los trabajadores de la vieja Rusia, creyeron y cultivaron el mismo hasta el momento en que los obreros y campesinos se volvieron demasiado exigentes y terminaron cuestionando la legitimidad, no sólo ideológica, sino también política y social de tal proyecto.

Esa clase de asuntos le encantaban a Emma Goldman, pues ella creía que la polémica con los bolcheviques sólo tenía sentido si los resultados beneficiaban a la larga a todos los trabajadores rusos y no sólo a aquellos ligados con la burocracia del partido. El ataque contra los anarquistas, y las muestras de independencia intelectual y política de algunas mujeres vinculadas muy estrechamente con el proceso revolucionario, tales como Angelica Balabanov, Alejandra Kollontai o Nadezhda K., la compañera de Lenin, estorbaron de forma notable la labor política e intelectual de hombres como Trotsky o Stalin, debido a su independencia de criterio y a su imaginación analítica.

En su peregrinar por Europa, luego de que tuviera serios problemas con las autoridades bolcheviques en Rusia, Emma Goldman tuvo que enfrentar también el sarcasmo y las críticas feroces de los sindicatos y de los partidos de izquierda británicos, alemanes y franceses, que veían en el proceso revolucionario ruso una esperanza para la clase trabajadora toda.

En el fondo de toda esta cuestión hay un aspecto que debe ser debidamente enfatizado, y es que Emma Goldman nunca dejó de creer en las posibilidades y objetivos reales de la revolución rusa, a pesar de su actitud crítica y distante. Como toda buena revolucionaria creyó en las motivaciones iniciales de dicho proceso, pero su actitud se volvió prudente y cautelosa una vez que, después de 1921, los bolcheviques empezaron a mostrar su intransigencia con las críticas y las constantes demandas por el envío a prisión de sus oponentes. En definitiva, un hombre como Trotsky, tan decidido a destruir el viejo y bien consolidado movimiento anarquista ruso, enfrentaría a la larga las consecuencias de sus propias estrategias de lucha, al caer en manos de uno de los peores tiranos de que tenga memoria la historia política occidental.

Emma Goldman, desde lo más profundo de su fe en la libertad individual, ya veía, de forma bastante temprana, los pasos de gigante que el burocratismo bolchevique estaba dando desde 1922. Pero las críticas de ella no se dirigían solamente al peligro que el progresivo estatismo representaba en Rusia, sino también a lo que estaba sucediendo en Italia y Alemania. Sus nociones del individualismo libertario reposaban en gran medida en la inspirada obra de autores norteamericanos como Thoreau, Emerson y Whitman, por lo que el centralismo autoritario le resultaba a todas luces insoportable, no tanto por la violencia con la que estaba cambiando la situación en Rusia, después de tantas esperanzas puestas en la revolución, sino porque, también el proceso que tenía lugar en Italia y Alemania, indicaba claramente hacia donde se dirigía la civilización occidental.

Nunca se detuvo a hacer distinciones entre autoritarismo y totalitarismo, como nos indicaba Joyce Antler, porque habría que esperar hasta después de la segunda guerra mundial para que la brutalidad de estas expresiones políticas se manifestara en toda su amplitud, pero ya tuvo intuiciones brillantes cuando en su polémica con Trotsky inevitablemente tuvo que rozar el problema del futuro del individuo en Occidente.

La guerra civil española, sobre la cual Emma escribió con mucho sentido de la responsabilidad, a pesar de los serios problemas que tenía con el idioma, le permitió darse cuenta de los límites reales de la utopía anarquista, aunque con frecuencia, encontramos en algunos de sus escritos un acercamiento discreto y precavido a la idea de utopía en general. Pero el asunto es que, la guerra civil española la puso frente a frente con el problema de la relación entre individualismo y corporativismo en un posible proyecto de sociedad basado en los ideales del anarquismo. El tema ha sido motivo de enconadas discusiones y debates en el mundo intelectual libertario hasta el presente. Incluso teóricos del calibre de Castioriadis jamás se atrevieron a intentar darle una respuesta definitiva a un problema que, si somos rigurosos, se remonta a los escritos originales de Proudhon con el afán de sistematizar la herencia anarquista de la revolución francesa.

En el totalitarismo entonces, Emma veía algo más que un conjunto de expresiones mal articuladas de distintos autoritarismos, visión que no llegó a completar en su análisis de la revolución rusa. Pero la participación de los anarquistas en la guerra civil española, la hizo pensar en las posibilidades del individuo y de la organización con fines eminentemente de ayuda mutua. Sin el apoyo de las brigadas internacionales el autoritarismo franquista en España se hubiera instalado en el poder mucho antes de lo que tenía previsto la historia. Esto lo comprendió muy bien Emma y desde sus reflexiones tempraneras sobre el burocratismo excesivo de la revolución rusa, ya preveía el daño que puede causar a la libertad individual una maquinaria burocrática especialmente diseñada para estrujar cualquier expresión de iniciativa personal que trate de sacudirse los controles de la misma. Con posterioridad hombres como Trotksy, que por una triste ironía moriría asesinado por un agente estalinista en México el mismo año que Emma, le darían a ésta, sin reconocérsela, la razón de su análisis sobre el estrecho contacto entre autoritarismo y totalitarismo para entender el desarrollo del pensamiento político occidental. Sin embargo, a pesar de sus cálidas intuiciones teóricas, Emma fue antes que nada, un gran testimonio sobre lo que la práctica le tiene reservado a los intelectuales y activistas de pefil libertario. Más todavía cuando se trata de mujeres. En este caso, Emma hizo lo que muchos anarquistas varones no hubieran podido: correrles el velo a las mujeres de su ceguera sobre el papel que debían jugar en la sociedad, y sobre todo, hacerles ver que en un régimen autoritario ellas son doblemente oprimidas. Por eso, sostenía, la mujer tiene una propensión natural hacia el anarquismo.


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